Posts etiquetados ‘tedio’

Soy pura numerología nihilista; sumas y restas de cantidades y cosas indefinibles, incorpóreas. Y ya sabemos que sin cuerpo no vales una mierda.
Tal vez soy cadáver y por ello las cuentas no salen.
La puta verdad es que solo estoy compuesto de quebrados y raíces que se clavan en mi cerebro. Y resto más que sumo.
Puta mierda…
Una ecuación de segundo grado que malo el positivo, malo el negativo. Una parábola estúpida, sin sentido.
Como las de Jesucristo.
Nunca me ha angustiado elegir el resultado de una aburrida y árida ecuación, ni de cualquier otra operación matemática o no. No odio las matemáticas, simplemente no me sirven para nada.
Solo es mala hierba para los imprevisibles sueños y deseos.
Hay quien ve en ellas un universo, yo veo la eternidad del tedio y la esclavitud.
Cuando faltan palabras usan los números para llenar los espacios en blanco de su imaginación con indeterminaciones y ambigüedades.
Cuando he de elegir lo hago rápido. Siempre elijo mal porque siempre te dan malas elecciones. Así que digo mierda y señalo una.
Y en un acto final de inocua rebeldía, me quedo con la otra; con la sabiduría final de que no importa. No razono las estupideces.
Otros a mi sabiduría la llaman destino o la voluntad de dios; pero sé que tras las elecciones hay un imbécil más de tantos que es quien las propone.
Hicieron de la vida una galería de feria de idioteces monstruosas y elijas la puerta que elijas, tendrás un mal positivo, un peor negativo o una fracción de tu vida tirada a la basura.
Si te amputan media pierna, solo queda desangrarse. A descansar de una vez por todas…
¿O vas a arrastrarte como un gusano a los pies de otros?
La metafísica matemática tiene consuelos desconsoladores.
Es el nihilismo consecuente, el pensamiento estropeado de una matemática estéril.
No preguntes para que no te den elecciones.
Haz lo que debas.
Cuenta absurdos que siempre serán más graciosos que unos algoritmos que miden el papel que usas para limpiarte el culo en días de lluvia, de sol o de mierda; según con quien, según donde…
El error está en el acierto.
Y un acierto y otro más son dos aciertos, dos errores. Nada por lo que dar saltos maricones de alegría.
Un error y otro error son dos errores (ídem de la parte final del párrafo anterior).
Dos putas no suman dos placeres, solo un robo seguro. Un negativo que en la parábola de la ecuación de un enfermo mental, podría ser también un positivo. Porque si las cosas ocurren es por algo ¿verdad, idiota? Y el viento arrastra una rama que te abre la cabeza por alguna razón que no habías resuelto.
Que te den por culo y por la boca mierda, listillo.
Y a las derribadas o como cojones quiera que se llamen.
Dicen los nihilistas que el conocimiento no existe. Qué sabrán ellos…
Yo digo que la humanidad son los electrones estúpidos de un átomo y que de tanto orbitar, han ocurrido azares sin mediar inteligencia alguna.

Iconoclasta

La peor muerte que existe es la del aburrimiento, no hay nada más desesperante que encender un televisor o que empiece la proyección y que las cosas que se deberían mover y hablar no avancen, convirtiéndose siempre en la exhibición de la misma postal durante años, sin ningún tipo de alegría.
Y no es que exija alegría o fuertes emociones, simplemente me conformo con algo que despierte un mínimo de interés.
Sé que es pedir demasiado en esta época de banalidad y mojigatería paterno fascista; pero insisto en no perder la esperanza.
Y bueno, las pelis viejas, viejas son.
No voy a comer siempre los mismos frutos secos rancios, coño.
El cine más adulto y de calidad técnica se cometió (siempre hay basura, no soy un lelo) entre 1990 y 2010, a partir de aquí, comenzó a flojear con la censura y se convirtió en una saga estéril para todísimos los públicos de los héroes Marvel/Disney/DC Cómics y así, asqueados hasta el presente que, nos hace vomitar a los que no acabamos de sentirnos bien con cosas infantiles tras avanzar por la vida la hostia puta de años.
Han censurado el lenguaje, la violencia, el consumo de “droga” como el tabaco (salvo el de alcohol, marihuana, caballo, ácidos, crack y farlopa) y han promocionado en cada uno de los ladrillos que se producen anualmente, la tortillería y el mariconismo como las grandes virtudes para medrar en esta sociedad.
Muy de tarde en tarde realizan algo que pueda tener un mínimo de interés; pero los realizadores han de luchar (no siempre son dados a chupársela a los funcionarios del estado) contra la censura fascista que no permite las calificaciones a las películas que superen la recomendación de “a partir de 7 años”, y ese interés se queda por debajo de lo que te pueda importar un teletubi. Pura mediocridad.
No hay más que ver la histeria de sensiblería que provocó un villano con cierta deficiencia mental, cuyo valor máximo lo consigue cuando baja unas escaleras callejeras mal bailando; pero payasamente vestido. Porque para ser un insano villano, cometió una sola maldad y muy breve, no fuera a darse el caso que el público infantil se me mareara con la sangre. El resto de la peli, es como Historia de un fantasma, puedes ir a mear sin perderte algo importante de la proyección.
Aquel Joker le descerrajó un tiro en la sien al cine de adulto y claro, ya muerto, solo le queda pudrirse.
Y su hedor.
Ahora mirando aquellas películas del Clint Eastwood y su antiMarvel Harry sucio, fuerte y ejecutor, me doy cuenta de que las tipas que salían en sus películas tenían unas tetas de nivel extraterrestre, absolutamente adoratrices, follatrices y lamibles. Me he masturbado tanto que no recuerdo si con aquellas pelís lo hice; pero debería haberlo hecho sin pudor alguno y que mi mamá se sintiera orgullosa de su pequeño Iconoclasta.
Gástate el dinero en putas, porque en cosas inteligentes, ya no hay. Y date prisa, porque quieren convertir a las putas en santas a las que rezar en la iglesia, en su capillita, al ladito mismo de los travelos que también tendrán su capillita. No chupan nada ni se abren de patas, pero llegan a mortificar lo suyo con su absoluta asepsia. Tal vez, cuando te castigues con el mea culpa, podrías bajar con cuidado hacia la zona genital para seguir sintiéndolo; pero ya es puro fetichismo y no me va ese rollo; a mí los coños me gustan sin cosas raras, a los sumo rasurados. Aunque se me da bien y me siento mejor rasurándolos yo mismo, masajeando con esa crema blanca que se mezcla con la deliciosa viscosidad de su humor carnal y luego llega el premio de lamerlo y sus gemidos que me la…
Perdón, ya estaba divagando llevado por la emotividad del texto.

Iconoclasta

Paseo distraído fijándome en el suelo, porque no me acabo de relajar cuando me cruzo con alguien.
Así que doy patadas a fragmentos de hormigón y asfalto que aparecen en mi camino.
Tal vez debería dar patadas a seres humanos; pero no sería un paseo suficientemente tranquilo para mi gusto.
Aunque tranquilidad no define bien un paseo por las calles sucias, donde los coches dejan estelas de irritantes olores y sonidos en el aire.
Unos gritan sus frutas, otros venden gas, otros son chatarreros…
Me duelen los oídos y alguien con voz monótona y cansina como una letanía, vende tamales.
Me roban hasta el pensamiento…
Le doy una patada a una piedra y ésta golpea la matrícula de un coche estacionado.
Menos mal que hay piedras. En dios no creo; pero las piedras tienen una lúdica inutilidad.
Pateo otra piedra que golpea contra el portón metálico de un garaje particular.
Unos perros ladran furiosamente tras la puerta y un deficiente mental ya mayor, sentado en el bordillo de la acera, cesa de contar unas monedas dentro de una lata de pintura vacía. Me mira con la boca abierta durante un eterno segundo y vuelve a meter su cabeza en la lata.
Hay más piedras y pienso en como sonarían al impactar en la cabeza del idiota. Sonrío.
Cuando la vida ha cometido una crueldad contigo, te sientes autorizado a cometerla también.
De cualquier forma, las crueldades lo son cuando se cometen. Cuando se piensan son simplemente banalidades de un cerebro recalentado por el sucio y polvoriento sol de mediodía.
«Partirá la nave partirá…!». Pienso en la vieja canción italiana y mis ganas por salir de este momento de calor, hastío y aburrimiento.
Doy otra patada a un trozo de asfalto y golpea con fuerza contra el plástico de las luces traseras de otro coche estacionado.
Hay un placer insano, casi inmoral, en el sonido de algo que se quiebra. Sea lo que sea.
Llego a un cruce don se acumulan en las esquinas bolsas de basura y otros desperdicios que huelen mal. A mierda pura.
Cosa que no aporta ningún beneficio a mi ánimo.
Y por si fuera poco: «¡Empanadas de atún, empanadas de crema…!». Atruena de golpe el anuncio a través de un megáfono abollado que asoma por una ventanilla de un viejo coche que me rebasa.
Me sobresalto, me irrito, me enfurezco.
Un trozo de hormigón del tamaño de un puño, restos de un tope anti-velocidad, vuela y luego rueda veloz por una patada furiosa que le he propinado.
Adelanta al coche sin tocarlo, para mi desilusión, y queda en el centro de la calzada.
Una de las ruedas del vendedor ambulante lo pisa lateralmente y sale disparado por el aire a una velocidad de mierda, peligroso como puta infectada.
En ese instante, una mujer de unos treinta cruza la calle y su cabeza se cruza en el vuelo de la piedra.
«Hay un placer insano, casi inmoral, en el sonido de algo que se quiebra. Sea lo que sea.»
Desde diez metros atrás, lo observo con la nitidez de una proyección Imax.
La piedra golpea la sien de la mujer y cae en el suelo como un robot de juguete sin pilas, sin un solo grito. Su rostro se ha deformado por el impacto, de los ojos, nariz y orejas mana sangre. Su cabello corto y oscuro parece gelatina de café. Durante unos segundos, los pies patalean frenéticos para quedarse abruptamente inmóviles después.
«¡Empanadas hawaianas…!». El ambulante apenas reduce la velocidad, observa por la ventanilla a la mujer tirada en la calle y acelera repentinamente llevándose su mierda de sonido a un volumen de la hostia.
En parte ha sido culpa mía. O totalmente, me importa poco. Y no hay nadie en la calle que lo haya visto. Y es que paseo cuando a nadie le apetece demasiado.
Saco el teléfono del bolsillo para llamar a la policía. Desde la ventana de una casa, un televisor habla veloz y atropelladamente de cuarenta y pico de estudiantes torturados, mutilados, asesinados y calcinados, no siempre en el mismo orden, en un lugar que me recuerda un reptil: Iguana, aunque habla tan rápido el locutor que no podría asegurarlo.
Ya con más tranquilidad y ambiente festivo, dan paso a los resultados de los partidos de fútbol.
Guardo el teléfono, le doy otra patada a otra piedra y golpea contra la cabeza de la mujer tendida en la calzada.
«Cuando la vida ha cometido una crueldad contigo, te sientes autorizado a cometerla también.»
La rebaso sin dirigirle una mirada y prosigo mi camino. Hace mucho sol, quiero llegar al frescor de mi casa.
Tampoco es para ponerse nervioso por una muerte accidental cuando la costumbre es que mueren por veintenas.
La crueldad en exceso aburre y lleva a la indiferencia. No es que sea malo ni bueno, es así.
Hay días tan mediocres que te arrepientes de haber salido a la calle.

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Iconoclasta