Archivos para enero, 2017

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La nieve es el semen seco de los seres sagrados que cae sobre nosotros como polvo ceniciento, como una caspa divina.
Un esperma frío y estéril como lo son ellos en sus putos cielos.

 

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¿Qué más quieres? ¿Para qué buscar más si ya estás?
Es lo profundo del mundo, un camino a ninguna parte.
Es como morir: no has de esperar nada.
Y morir no da miedo porque has ido muriendo día a día.
Sin apenas sentirlo.
Lo has hecho todo y lo que aún puedas aprender es intrascendencia pura.
La ausencia de humanidad es un camino oscuramente bordeado.
Magnético, irresistible.
Tristes árboles desnudos hacen cortejo a quien camina en la senda tranquila, cuyo sobrio silencio es el final. Y es infinito, y por lo tanto el gran momento, indefinido.
La senda es presagio, es la certeza. Lo ineludible.
No hay sitio mejor para acabar, salvo el vacío del cosmos.
Ambos te atrapan con su profundidad, una vez has entrado en ellos ya no hay retorno.
¿Y quién quiere volver?
Que los cuervos te saluden, que canten el presagio que no quieres escribir en tu cuaderno secreto.
Porque lo que se escribe es ley y se hace real. O tal vez, al escribir lo real, lo absoluto, no hay sueño que te pueda consolar. Saber tiene un coste de vida.
Escribir tu propia profecía no es algo popular.
Pero se impone la disciplina y es inevitable que el oráculo se cumpla cuando el pensamiento adquiere dimensión, color y tacto.
Y así escribo esto a un paso de iniciar el camino, porque es muy posible que no tenga oportunidad o tiempo.
El papel cruje como las hojas secas y muertas que tapizan la senda rumbo a la corrupción de la carne, a la evaporación del pensamiento.
Es la última aventura, el encuentro con la nada, la meta.
Una indolora e indiferente demencia es el sonido de la muerte que pisas.
Muerte pisa a muerte.
Y dan ganas de reír por lo absurdo.
Ahí está lo que nadie busca, lo que nadie quiere ni oír. Lo que cualquier ser humano se esfuerza en obviar.
Las oraciones no son poderosas, no protegen. Solo son lamentos que hacen de la vida fe y de la muerte vida. Algo tan ingenuo como plantar judías mágicas que te subirán a un mundo entre nubes.
Y otra vez, y otra, y otra: la ingenuidad nace de la ignorancia y la ignorancia alimenta la cobardía y la cobardía se intenta ocultar con la fe, y la fe da alegría de vivir y no es posible morir si tienes fe y por lo tanto, ignorancia e ingenuidad. Los cobardes no mueren, solo se transforman. Porque son energía, dicen.
Un circulo repetitivo, vicioso y cerrado solo apto para millones de seres humanos.
Y no estoy entre ellos.
Así que voy derecho a la no transformación y a la no resurrección, no voy al cielo ni al infierno.
Dejar de ser es más sencillo que cualquier otra cosa. No es necesario complicarse más.
Si vives demasiado, buscas muerte pura. Es el antídoto al hartazgo.
Y…
Y ya.
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En Telegramas de Iconoclasta.

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Publicado: 20 enero, 2017 en Lecturas, Libros, Sin categoría
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666 volumen 1

666-2

666 volumen 2

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El amor que todo lo confunde

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Publicado: 19 enero, 2017 en Lecturas, Libros
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La componenda institucional del tabaco.

 

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El hijo de un violador.

 

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El árbol humano.

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Si se congelan las rocas ¿por qué no va a congelarse el pensamiento por muy arropado por carne, piel, sangre y huesos que esté?
De hecho el pensamiento se hace hielo en los tiempos cálidos y cuando llega el invierno no queda nada para congelar.
Por ello, observo el hielo en la roca y no siento frío. No pienso en el horror de la hostil frialdad.
Uno se habitúa a lo que es.
No es virtud ni perversión, es solo genética. Idiosincrasia.
Y una edad milenaria.
Como si el saber formara duros estratos antárticos en el pensamiento que las emociones no pueden perforar.
Está bien, hay superhéroes de todo tipo.
No obstante, me toco las orejas para asegurarme de que siguen ahí, no me fio de mis fríos superpoderes.
Yo: The Iceman.

 
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Publicado: 18 enero, 2017 en Lecturas, Libros
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Ganchos

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Tractatus pettiness

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Semen Cristus

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De vez en cuando por desgracia me topo con grandes musicólogos. Y como la experiencia a veces tiene utilidad, me cuido mucho de esos seres con exquisito gusto musical; auténticos doctores que te dicen: «Yo sí que te voy a pasar música buena».
Cosa que dicen convencidos de que yo voy a escuchar su música y además, mostrar agradecimiento.
Tan listos y tan inocentes. Membrillos…
Así que cuando me preguntan si me gusta la música, opto por una respuesta táctica: «No necesariamente».
Sobreviene un momento en el que el aire se torna denso y dan ganas de tomar un cuchillo y untar el pan con él. El musicólogo va a la deriva durante un rato y luego, ante la absurda ambigüedad de mi respuesta, lo más posible es que hable de climatología o fútbol.
Y en ese instante, muy astuto yo, recuerdo que tengo mucha prisa, pongo cara de: «me estoy cagando» y corto el rollo.
Lo cierto es que me gusta la música, la escucho todo el tiempo que estoy en mi cuartel general; pero jamás con auriculares: me incomoda llevar cosas metidas en cualquiera de mis agujeros.
Así que opto por ocultar mi gusto por la música y parecer aburrido y falto de interés para no soportar un rato largo de consejos musicales, que me voy a pasar por el culo con la misma naturalidad con la que escupo cuando voy en bici.
Disfruto la música que colecciono, y tanto es así, que es solo en mi casa donde la escucho, a salvo de interferencias del mundo y por supuesto, con un buen equipo musical (esto quiere decir: caro. Es que lo barato me da alergia).
Y por supuesto, los únicos discos que suenan bien, son los originales, los caros.
Los caseros o copiados, por muy clones que sean del original, suenan de pena por mucha ilusión que les pongan en hacerlos y en adquirirlos a precio de decir: «Por un euro y suena igual».
Y una mierda.
Si fuera pobre, y no tuviera más remedio, yo también diría que suenan igual. Incluso copiaría en internet la portada del disco y la imprimiría para sentirme menos miserable (si tuviera dinero para pagar una impresora dado el ejemplo).
Puedo ser tremendamente cínico conmigo mismo si me lo propongo.
Mi orgullo y mi elitismo no me permite tener en mi colección un horrible CD con la carátula en blanco (con el título escrito con rotulador o plumón permanente) y tan asquerosamente barato.
Pero insisto, no soy intolerante y comprendo que hay pobreza en el mundo.
Pareciera que me estoy riendo, pero no.
Bueno… ¡Ja!
Buen sexo.

 

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«Solo viven aquellos que luchan» (Víctor Hugo).
Son tiempos de indolencia global
y las guerras no son luchas no hay un esfuerzo por superar un objetivo o una meta. La guerra es comercio puro. Y no las gana el más fuerte o inteligente, las gana quien tiene más dinero para comprar armas precisas y teledirigidas.
Y las causas no se resuelven con cruces de ingeniosos emails y videos virales emotivos de mierda.
El ser humano de hoy solo es cobarde y acomodado. No da ni siquiera una opinión para ser complaciente con todo el mundo. O sea, a la cobardía se la llama corrección.
En esta sociedad no se vive, solo vegetan.
Lo que dijo el escritor, ha caducado. No tiene vigencia.

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Publicado: 17 enero, 2017 en Lecturas, Libros
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El hombre sierpe.

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Sexo en el Sistema Solar

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No existe el año nuevo.