Archivos para noviembre, 2017

Ingenuo

«Si no vivimos como pensamos, pronto empezaremos a pensar como vivimos».

Vale, pero para vivir como pienso yo, sería necesaria una distancia de confort con otros humanos de 3 Km.
Eso sin contar el dinero que me faltaría para llevar a cabo mi utopía.
Está bien ser optimista y positivo; pero Fulton es de una espantosa ingenuidad.

Olores

Me gusta el viento, desencadena una sensación de frescor en el olfato que lleva a mis pulmones una aromatizada añoranza de lo que fue, lo que es y lo que no será. Es renovación, esperanza y certeza. Huele a clorofila. Lo detecto cuando estoy de pie y detenido sobre la tierra pura y libre.

Mi nariz reconoce los nuevos aires y los entrañables.
Y los detestables.
Soy una bestia olisqueando el aire.
En mi nariz se crean aromas que puedo definir con precisión.
A veces no puedo definir la tristeza, concretarla. Me preocupa formando un nudo en la garganta e intento ignorarlo respirando como si nada pasara.

El olor de los sueños es el de un fruto ácido, como una naranja, con un toque dulce que me lleva a aspirar más profundo. Tiene la particularidad de cerrar mis párpados asolados. Arrastra las dudas, aunque no tiene fuerza para llevarse el dolor y la vergüenza de lo que soy y lo que no. Lo bueno que fue, lo que podría ser, lo que espero aún. Sucede cuando paseo por pequeñas y estrechas calles.

El olor de la nostalgia es de la leña vieja y quemada. Como un moho seco que calienta la nariz por dentro. Tiene la particularidad de girar mis ojos al suelo, buscando la intimidad del centro de la tierra para aislarme junto con los que murieron; yo, el pequeño Pablo incluido. Suele ocurrir cuando estoy cansado y sentado en un banco, fumando. Los suaves vientos del otoño, lo hacen más intenso; no lloro porque se secaron las lágrimas tiempos ha.

Hay un olor que se crea cuando abre sus piernas. Emana de su coño. Huele a excremento viejo y caliente. Es el olor del hastío, del engaño, de la mediocridad. Del desamor total. Tiene la particularidad de obligar a que los ojos huyan de ella, de su rostro marchito. Y de dejar que lo que está agonizando, muera de una puta vez.
Se crea en la cama, cuando la follo sin deseo, como una bestia que no tiene otra cosa que hacer más que llenar un agujero por una necesidad instintiva. Quiero que sepa que la jodo sin deseo, con desprecio.

El olor de la que amo evoca la crema de pastelería, es dulce, es azúcar y me hace sentir como un niño obsceno que acaricia una muñeca que siempre ha soñado. El olor de la que amo, cuando separa sus muslos, me hace salivar como un animal en celo y preguntarme hasta cuánto es posible amar sin estallar.

El olor de la infancia huele a calles viejas de deficientes alcantarillados y a pan viejo, y aun así recién hecho. Se filtraba por las ventanillas abiertas del coche que mi padre conducía.
«Yo recuerdo algo de aquí, yo estuve aquí hace mucho tiempo» pensaba.
Dejé de sentirlo a medida que crecía. Sin embargo, en el ocaso de la vida, ha resurgido y me pregunto si es la antesala de morir.

El olor del planeta, en el lugar deseado, cuando no necesitas conocer nada más huele a resina de pino, es caliente. Me envuelve durante unos segundos y me dice que yo seré en ese lugar una savia ambarina que gotea de una rama. Pronto… Cuando camino con esfuerzo.

El olor de la basura acre y ofensivo, es el de las calles que detesto. Aquellas que marcaron y marcan mi imposibilidad, las que me dicen que estoy prisionero. Da igual la colonia que use, nada es capaz de consolarme cuando me encuentro andando por la ciudad-vertedero y su fetidez casi me dobla en una náusea, en una desesperación.

El olor a óxido es el del odio y la frustración, es pesado y picante. Suelo presionar las fosas nasales para que no penetre; pero siempre llego tarde.
Es traidor.

Hay tantos olores que a veces vivo intranquilo por la incertidumbre de lo que tendré que respirar.
Es que hay días en los que soy más fuerte que otros. En los que me siento un tanto indefenso de mí mismo.
Y no quiero correr el riesgo de saber a qué huelo yo mismo.

 

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Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

Kyla Cole

En Telegramas de Iconoclasta.

Responsabilidades lógicas de la Vaga de País de Cataluña

Espero que con este asunto de la huelga general (Vaga de País) en Cataluña, para pedir la libertad de los encarcelados por el golpe de estado y traición a la constitución española, y a la mitad de la población que pasa de chorradas de repúblicas; hagan las cosas bien.
O sea, los organizadores deberían disponer de un seguro de responsabilidad civil para cubrir las muertes que se deriven de este paro, ya que las ambulancias, bomberos y otros elementos de auxilio, están o han estado inmovilizados y detenidos en las inmensas retenciones que provocan.
El deber de la policía sería identificar a los individuos/as que forman los grupos de presión o piquetes, para que respondan a las posteriores reclamaciones por muerte o daños en las que pudieran incurrir. Y eso no lo veo en las noticias, hablan con la peña exaltada; pero no les piden identificación.
No basta con el “pacifismo”, hay que tener responsabilidad.
No es suficiente consuelo que a los muertos los celebren como mártires, sobre todo, si no habían pedido morir por unos millonarios con ansia de poder que han sido encarcelados por este timo caprichoso de la independencia.
Estoy seguro de que esas grandes organizaciones independentistas que tienen tanto dinero lo tendrán previsto; y en la medida de lo posible dispondrán de medios económicos y seguros, para de alguna manera, indemnizar a los familiares de los muertos o quien quede con secuelas por falta de asistencia médica ante el corte de las vías de comunicación que son pagadas por todos los ciudadanos sean o no independentistas.
Porque los chalecos de fosforito que visten de uniforme los militantes de las “asociaciones culturales”, no curan una mierda.
Una cosa es aguantar a “pacifistas” con cierta paciencia y resignación; y otra muy distinta que te maten un padre o un hijo “festivamente”.
El que no permitan que los productos de primera necesidad puedan llegar a los comercios, es un mal menor; pero que no dure mucho.
Y si no, que le pregunten lo que opina de la jodía Vaga de País, a quien está esperando su pedido de Amazon.

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Yo no lo pedí, me cansa. Me preocupa el asunto de la locura porque el amor es tragedia, caminar es agotador y odiar se ha convertido en monotonía.
La vida es demasiado larga.
A veces pienso en un momento de delirio, que el humo incinera el pensamiento y me convierte en simple carne.
Me equivoco, lo aviva y lo lleva a los pulmones para que intoxique la sangre y el pensamiento se extienda como un moco por toda la piel.

Monseñor Puigdemont

El oficio más triste. Dic 2016. Sant Joan Ab. Fuji

Los terneros, separados de los adultos, duermen juntos en el prado templado por el sol de mediodía como en una guardería humana.
En algún momento alguno se incorpora y hociquea a su madre en un costado. Ésta le lame los ojos y el hocico. El pequeño mete la cabeza entre sus patas buscando la teta. Buscando el cariño que toda cría necesita, sea vaca o humana. Buscando amparo en este gigantesco mundo.
Siento una profunda tristeza, como una herida sangrante en la emoción de la ternura; el triste final. Terneros y madres morirán sin oportunidad de defenderse, sin oportunidad de tener una vida completa.
Ser ganadero es el oficio más duro, el más triste.
Vivir cada día con esos seres tan llenos de emociones. Todos los días ver y experimentar esas necesidades de cariño, de crecimiento que los humanos también sienten. Relajarse observando su sencilla placidez: como se tumban al sol en silencio cuando han comido, como si todo estuviera bien y por lo tanto, nada que decir.
Todas esas vidas que se cargarán en un camión y luego matarán.
Tantos meses compartiendo sus días…
No podría, no tendría valor para ser ganadero.
No puedo cruzar un prado y pensar solamente que viven en paz, que son seres hermosos.
Hay una tragedia escrita como una ley. E inquebrantable.
Han de morir, en unos meses.
A veces las saludo porque me observan cuando paso frente a ellas. Les digo: “¡Hola guapas, buenos días!” si no hay nadie cerca.
E intento no pensar en lo que ocurrirá, no quiero que puedan intuir mi tristeza.
Todos morimos; pero no con la absoluta certeza de la inmediatez, la norma y la indefensión.
Sobre todo, la inocencia. No lo imaginan, lo sé por sus miradas tranquilas, por sus mugidos perezosos y plácidos. Porque los pequeños a veces juegan entre ellos y se vuelven a tumbar en la hierba cansados. Juntos, como amigos de clase.
Son muy pequeñitos para que alguien les diga la verdad. Las verdades no deben decirse jamás; solo hacen daño y corrompen la alegría.
Yo no podría matar a mis amigos.
Pobres hombres y mujeres que deben hacerlo.
“¡Adiós bonitas, hasta mañana!” me despido de ellas con la alegría más triste del mundo.
La belleza de la montaña encierra una tragedia que colapsa la alegría.
La belleza es un animal venenoso de atractivos colores.
Es como si hubiera una norma que dijera que siempre es un buen momento para la pena y para morir.
No hay belleza sin dolor.
A veces siento un cansancio vital, como si no quisiera saber más, ver más.
Ya lo he vivido todo.

 

ic666 firma
Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

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Existen los creadores y tras ellos, aparecen los perfeccionadores.
Estos últimos son los que se mortifican por no haber sido capaces de crear y dedican todos sus esfuerzos por mejorar una creación ajena.
El creador solo busca la paz sacando de su cerebro, de una forma clara y precisa, esa idea que pulsa como un tumor en su cráneo.
Cuando lo ha conseguido llega el descanso y cierto temor a que se desarrolle un nuevo tumor.
El perfeccionador mantiene siempre constantes su esfuerzo y envidia para superar al creador; pero no hallará consuelo y desaparecerá vencido por el anonimato.
Las molestias que sufre el creador en su cerebro, las sufre el perfeccionador en el culo.
Y así llegamos al yutup y sus videos para hacer la vida mejor con sus lemas: “Deberías probar…”, “Deberías hacer…”; donde unas manos ágiles y veloces hacen alguna estupidez con algo sacado de la basura o con golosinas baratas para hacer otra golosina más empalagosa aún.
Esto es un ejemplo de lo que llegan a sufrir los perfeccionadores por no haber sido creadores: llegan al ridículo por medio de la desesperación de su impotencia creadora.

Cromatófobo

La monocromía grisácea me da paz y serenidad. Los colores y su brillantez dispersan mis pensamientos y se tornan volátiles y erráticos.
Banales.
Y es lógico, cuanto más me adentro en mí, más oscuridad.
En lo oscuro reside el temor y lo ignoto.
Y el conocimiento insoslayable.
Soy gris y temible en un mundo de color. Me temo a mí mismo. Me frustro continuamente.
Mi cromatofobia es un síntoma de mi alergia a lo superficial.
Algo crónico y degenerativo.

Gemma Ward

En Telegramas de Iconoclasta.