Posts etiquetados ‘dios’

Estaba agonizando, Dios estaba casi muerto convulsionándose débilmente tirado entre dos coches. Las puntas de sus dedos estaban cárdenas como si la sangre se retirara hacia atrás, como si ya no quisiera regar la carne.

Que fuera Dios, lo supe porque lo decía una placa de identificación barata que se encontraba en el suelo prendida por la cadena de bolas, como la de los tapones de lavabo, de su cuello:

DIOS CREADOR TODOPODEROSO

RH: DIVINO. GRUPO: CÓSMICO

DOMICILIO: OMNIPRESENTE

—Tú no eres Dios, eres un fraude.

—Siempre lo has creído así, es tarde para convencerte. Eres mayor.

—Nunca me has visto, no me conoces.

—Soy Dios.

—Te mueres, no eres nada, ni nadie. Los dioses no pueden morir porque no existen. Es así de fácil.

—Deberías ser Dios, todo lo sabes.

—Yo no sé nada de mierda. Solo afirmo. ¿De qué estás muriendo?

—El cuerpo humano no soporta tanta divinidad, la sangre se seca por el calor de mi poder.

—Y una mierda. Eres el drogadicto que el martes me pidió un cigarro. Te has metido una sobredosis o bien el sida te está pudriendo.

—Estoy muriendo en este cuerpo. Si soy un drogadicto, alguien que muere, podrías ser más cordial.

—No estoy de humor para cordialidades. La piedad es una cuestión moral que no me afecta. No creo en Dios, ni siento amor por el prójimo. Solo hago lo necesario para que la vida sea cómoda. Y la muerte es tan vulgar como todo lo que me rodea.

— ¿Te quedas conmigo hasta que muera?

—No, tengo prisa.

—Verás a mis ángeles ayudándome a desprenderme de esta carne.

—Mira, si quieres te doy un cigarro y me largo. Me espera una tía buena en el motel y voy justo de tiempo.

No respondió nada. Sonrió, cerró los ojos y dejó de temblar como un maldito gato mojado. Quedó muerto.

Cuando lo toqué no había ningún exceso de calor por divinidad alguna en su piel.

Seguí mi camino tras escupir en su infecto pecho. Giré por la calle en la que se encontraba el motel y me crucé con tres tipos con alas en la espalda. Los tres muy altos y corpulentos, muy rubios. Toda esa mierda de nórdicos y modelos maricones que no me impresionan ni aunque sangren. Ni siquiera me hubiera fijado en ellos de no ser por el disfraz.

Di media vuelta y los alcancé.

—Vuestro amigo está entre aquellos dos coches.

—Gracias. Un vecino que lo conocía nos ha llamado al hospital. Nos ha dicho que se había caído y que un hombre le hacía compañía. Es usted muy amable —dijo uno de ellos sacándose la peluca para lucir una generosa calva bronceada.

—Un huevo —pensé.

—Es inofensivo. Está muy mal y se ha escapado del ala psiquiátrica con el ajetreo de una fiesta de pacientes —añadió otro de los ángeles, también quitándose la peluca que le hacía sudar copiosamente.

—Pues ahora es más inofensivo que nunca. Está muerto —respondí sin ningún tipo de teatralidad ni emoción.

—¡Pobre Enrique! Vaya día de cumpleaños ha tenido —se lamentó el tercer ángel.

—Estaba ya consumido por el sida y deliraba. Gracias de nuevo por acompañarlo en el final.

—Ya he conocido sus delirios. Me ha contado que vendrían unos ángeles a recogerlo. Yo iba a llamar a la policía cuando me he encontrado con ustedes —les mentí sin entusiasmo.

Les di un número de teléfono falso con prisa y volví a ponerme en camino hacia el motel Salto del Tigre.

En la recepción pregunté por Valeria Gutiérrez.

—En la 314 —respondió con desgana un tipo gordo y sudoroso.

—Has llegado un poco tarde —me dijo cuando entré la potente morena de larga melena rizada.

—Me ha entretenido Dios muriendo.

—¿Sabes? Cuando ayer nos conocimos, a los pocos minutos me enamoró ese sarcasmo tuyo tan cruel —decía acercándose hasta que me besó la boca.

—Y a mí me la pone dura tus tetas y tu boca. La mamas bien, fijo.

—Puedes estar seguro, Sr. 666 —respondió sensualmente acariciando mi escarificado tatuaje.

La desnudé y la obligué a que se metiera la polla en la boca agarrando un mechón de su cabello con el puño.

No le gustaron mis modos.

—No soy una puta ¿eh? Podrías ser amable.

—Ni con Dios si existiera.

Le pegué un puñetazo en la mandíbula y quedó aturdida. La desnudé de cintura para abajo, la obligué a apoyar los brazos en la cama y tras separarle las piernas con las mías, le rasgué el ano penetrándola.

Unos segundos antes de eyacular entre sus excrementos, le hundí el filo del cuchillo en el cuello hasta que las vértebras frenaron el avance.

Me quedé en la habitación de ese asqueroso motel observando con amabilidad y cordialidad como se vaciaba de sangre. Mi pene aún sufría espasmos por el orgasmo cuando la hermosa Valeria dejó de hacer ruidos líquidos intentando respirar.

Me limpié la mierda pegada en el glande con las sábanas y me largué de allí.

Al recepcionista le saqué un ojo.

A la mierda la educación y la amabilidad.

Ya os contaré más cosas de urbanidad, buenos modos y piedad.

Siempre sangriento: 666.

Iconoclasta

¿Y si su alma reside en su vagina? Es lo que pienso cuando acoge mi pene.

Toda esa cálida, resbaladiza y vertiginosa humedad…

Inacabable, insalvable…

La mía, mi alma, habita y se crea en mis cojones. Lo sé porque me la extrae y me deja vacío; mi bálano palpitante y exhausto es la prueba de un morir, de un no saber si soy humano o un bruto sin alma.

Su alma, ergo su coño, es voraz. Es mi basílica pagana e idólatra.

Y mi pene es el pecador reincidente que busca obsesivamente su absolución.

Yo solo me abandono con los brazos en cruz y mi polla escarificada para que me arranque de nuevo el alma en una pornográfica penitencia.

Iconoclasta

Una puerta se cierra y otra se abre

Publicado: 24 diciembre, 2011 en Terror
Etiquetas:, ,

Una puerta se abre y otra se cierra.

Menuda mierda… No creo que haya una sola puerta buena.

La que se abre muestra a alguien muerto y da miedo, me mira ferozmente con sus ojos en blanco, con su cabello lacio enmarcando una cara demasiado oscura con una boca en forma de “o”, una mueca furiosa de odio y asesinato. Todo lo que hay más allá de su cara es oscuridad.

Me da pánico su mudo grito, su dedo que me señala.

¿Hay otra puerta? Ofrezco tres meses de vida. ¿Es suficiente para comprar una nueva puerta?

Se cierra la puerta y se abre otra. Durante ese instante he sentido como Dios me arrebata ese tiempo de vida. Me ha dolido en el corazón, no he podido respirar.

La puerta abierta da a un lugar hermoso, una montaña de suaves laderas poblada de altos abetos con una cima nevada.

Heidi podría estar allá arriba.

Hay una casa de madera y dos coches aparcados. Un perro me ladra contento moviendo la cola. Está bien, me gusta.

Avanzo hacia ese paraíso aplastándome la nariz contra el vidrio invisible que hay en el umbral. Es infranqueable.

El perro gira la cabeza mirándome con curiosidad y yo lo observo a través de la mancha de sangre.

Dios se ríe. Yo diría que se está revolcando de risa.

Bueno, no importa, aún tengo vida.

Es un macabro monopoly este juego de puertas.

¿Hay otra puerta? Ofrezco otros tres meses de vida.

Antes de cerrarse la puerta un hombre alegre y contento que aparece de algún lugar de la oscuridad que me envuelve, pasa por la puerta. Tiene más suerte que yo y corre hacia la casa con el perro jugueteando a su alrededor. Es un santo varón: no fuma.

Le ha debido de comer la polla a Dios.

Es una putada.

Caigo de rodillas al suelo, es como si una mano me exprimiera el corazón. Y por primera vez en muchos años lloro por un dolor físico. Creo que no se ha llevado tres meses de vida; me ha quitado al menos siete.

Dios es un ladrón.

Se abre otra puerta y observo con desconfianza su lento movimiento.

Un niño me mira y me acerca sus manos para que las tome. Se encuentra en una playa solitaria. Hay un mar tranquilo que impregna mi nariz de olor a sal y arena. El sonido de las olas me relaja y calma el dolor del tiempo de vida que Dios me ha robado.

Parece un buen lugar.

El niño debe tener unos siete años. Su piel es muy blanca, su pelo negro está sucio de arena. Sus ojos son oscuros como una broma de mal gusto en esa tez tan pálida.

¿Cómo puede ser tan blanca la piel bajo el sol? Y pienso en un cadáver al observar sus manos arrugadas e hinchadas como si llevara horas en el agua. Sin embargo está seco.

—Ven conmigo, es una bonita playa.

Dudo en cruzar la puerta porque su voz está llena de dolor, habla entrecortadamente, con pesar. Con un respirar fatigado. La voz es ronca.

No hay nadie más en la playa y el ruido tranquilizador de las olas ha cesado. Esa puerta se ha quedado sin sonido.

Dios no hace bien las cosas.

—¡Ven! —me vuelve a decir con urgencia.

Sus dientes están rotos, su lengua llagada.

Un escalofrío baja desde mi corazón a la polla y me la hace pequeña. Da media vuelta agitando sus manos descoordinadamente, haciendo ademán de ser seguido.

Toda su pequeña espalda es un hervidero de cangrejos que anidan en profundas llagas. Cangrejos sucios que chascan sus pinzas manchadas de sangre y tejido.

El niño llega al agua y da media vuelta para mirarme de nuevo a los ojos.

Abre la boca para gritarme algo; pero sus ojos se abren con sorpresa cuando se le desliza desde el interior de su boca una morena negra como la muerte dilatando y deformando su cara, cuando el animal cae al agua, de la boca del niño sale una gran bocanada de sangre. Se lava la cara con el agua rosada que moja sus pies, cierra los ojos y vuelve hasta el umbral de la puerta.

Con el mismo gesto de la primera vez y sin recordarme, lleva sus manos hacia mí.

Pienso en el eterno dolor y que la inocencia no libra a nadie de la tortura y la maldad. La inocencia es campo abonado para los hijos de puta.

Confirmo que Dios es un degenerado, una mente poderosamente narcotizada.

Cierro la puerta de una patada y no con malhumor, sino con una inquietud de pesadilla. Lo malo es que no sueño.

Yo estaba trabajando hace un rato, tal vez una hora, en un taller de electromecánica. Reparando el motor un millón de mi vida, con el cigarro colgando de mi belfo y las manos sucias de polvo y grasa vieja. Meditaba con calmada fatalidad que estaría toda mi vida reparando motores, hasta que los dedos se desprendieran de las manos cansados de hacer siempre lo mismo.

Dios me arrancó de allí, hace una hora, tal vez una eternidad.

Echo de menos los motores. No me gustan las puertas, no me gusta la carpintería.

—¡Has sido elegido para El Juego De Las Puertas Alternativas A Mundos Exóticos Para Desencantados De La Vida Que Les Ha Tocado Padecer! —dijo con su atronadora voz de subnormal ricachón.

—Vaya porquería de nombre tiene el dichoso juego —dije en voz alta hace unos minutos.

Solo un Dios con todo el tiempo del mundo podría inventar semejante juego con un nombre tan maratoniano.

Un Dios imbécil.

Aún tengo las manos sucias y tabaco en el bolsillo.

Dios dijo algo así como: “cretino” y yo respondí que me la chupara. No soy bueno con la cuestión de la humildad y la obediencia. No me deslumbra nadie.

He encendido un cigarrillo y Dios no me lo ha apagado.

Menudo detalle…

Aún está en mi cerebro la imagen del niño de la playa con su espalda repleta de cangrejos que chascan sus pinzas: clac, clac clad… Obscena como la espalda de un sapo llena de huevos. La negra serpiente escurriéndose de su boca…

Es mejor vomitar, aunque no es mi decisión, es cosa del estómago. Mi cigarrillo ha caído entre el vómito.

Me siento afortunado de ganar dinero para tener siempre una cajetilla en el bolsillo y enciendo otro.

Me lo fumo entero, sin decir nada. Tampoco tengo demasiadas ganas de hablar y menos con un Dios mierdoso.

—¿Quieres otra puerta? —me ofrece Jesucristo mostrándome sus perforadas y sangrantes manos.

—¿Y a ti qué te pasa? ¿Te quedaste con la primera puerta que abriste?

Cristo mira hacia el techo (si es que lo hay) y como un niño malcriado grita:

—¡Papaaaa…!

Un chorro de luz del tamaño de la torre Eiffel lo eleva sacándolo de mi campo de visión.

—¿Qué pasa si no quiero ninguna puerta?

—Te traeré y crearé todos los motores del universo hasta que mueras reparándolos sin descanso.

Dios es un cochino explotador.

En el taller (debe estar aquí cerca camuflado tras lo negro que me rodea) gritan mi nombre. Se preguntan donde puedo estar: es hora de comer.

Y yo me pregunto sin demasiado interés que pasará con mi esposa, mis tres hijos y mi amante.

Creo que no voy a volver a ver a nadie conocido en las próximas eternidades o ratos que me quedan de vida. No importa demasiado, me parece todo un craso error: no debería haber sido mecánico, no debería haberme casado, no debería haber tenido hijos y no debería haberme buscado a una puta con la mierda que cobro.

Si lo pienso bien, cualquier puerta por mala que sea me irá bien; seguro que me deja en otro lugar, en otro tiempo o la puta dimensión que sea.

Cuando Dios te abduce, nunca te devuelve al mismo lugar como hacen los extraterrestres, eso es bueno. Y por otro lado no me gusta la idea de que me sonden analmente aunque me den besos sagrados en el cogote.

Debo llevar como mínimo seis meses de vida tirados a la basura. Si todo fuera bien llegaría a los ochenta años de vida. Me quedan cincuenta años por vender a cambio de otras puertas. No tengo más remedio que jugar.

Son demasiadas puertas, puede ser cansado. Monótono…

Otra vez.

Llevo un destornillador en el bolsillo, si las cosas salen peor de lo que van ahora, me lo clavo en el cuello.

¿Qué pasará cuando tenga ganas de cagar y mear?

Estas cosas me preocupan. Soy higiénico.

—Tres meses más de vida por otra puerta.

Y ahora caigo hecho un ovillo de dolor sujetándome las entrañas, creo que se ha cobrado directamente del hígado.

La puerta se abre, en ella se encuentra mi hijo, el pequeño. Está subido en el alféizar de la ventana, tiene cuatro años y quiere alcanzar el molinillo de viento barato que se encuentra en la pared lateral.

Va a caer.

Y caerá desde el quinto piso en el que vivimos. No pienso asistir al entierro de mi hijo, hay mejores momentos en los que aparecer de nuevo. Bastante mierda es la vida como para meterse en una alcantarilla por gusto propio. Se me han ido a la basura directamente tres meses de vida.

Quiero que cierren la puerta

—¿No quieres salvar a tu hijo? Aún estás a tiempo — dice Dios con su voz de ricachón pretencioso.

Le clavaría el destornillador en los ojos si se hiciera corpóreo, no me gusta que me hablen en ese tono.

No puedo cerrar la puerta y tengo que ver con morbosa fascinación como al pequeño le falla un pie, pierde el equilibrio y cae al vacío, su manita se aferra a una maceta; no sirve de nada, la maceta cae con él y no la suelta de la mano. En la caída su cabeza da contra el alfeizar de una ventana dos pisos más abajo y muere con la cabecita deshecha. Su sangre queda suspendida en el aire mientras cae con sus ojos mirando al vacío. Su mano suelta la maceta. Cuando choca contra el suelo, todos sus huesos se rompen, rebota.

La maceta no rebota, simplemente se rompe dejando un borrón de tierra negra y un geranio hecho pedazos.

Todo es sangre en su cara. Pobre hijo mío…

Si lo amara más, me clavaría ahora mismo el destornillador; pero estas alturas no voy a ser hipócrita y el Dios idiota este, dicen por ahí que lo sabe todo. Así que no me voy a hacer el padre santurrón y sensiblero.

Mi hijo, uno de mis errores, ha salido de la ecuación de mi vida: un fallo menos en el que pensar. Me pregunto de donde me sale este ingenio para crear metáforas tan cientifistas. Soy un mecánico demasiado simple. Eso debe ser a que he cambiado de aires y mi intelecto se desarrolla como es debido. No siento presión ni prejuicio alguno.

A más peso más veloz la caída. ¿Cómo reaccionará el cuerpo de mi amante o de mi mujer al caer como el pequeño David desde la ventana?

Me da igual.

La puerta se ha cerrado en el momento en el que mi esposa grita ante el cuerpo roto de nuestro hijo, lleva falda y no tiene cuidado cuando se lanza al suelo para abrazar a David o lo que queda de él. Lleva las bragas de blonda blanca, no tiene la regla y se ve con total claridad el vello negro.

Esta puerta me ha regalado una buena erección. Tengo esperanzas de que la próxima sea mejor.

—Tres meses más de vida por otra puerta. Vamos allá.

Odio el momento de pagar. Ahora alardea de homosexual deidad, arrancándome la vida de los testículos. Mi erección desaparece dejando un dolor que huele a óxido en mis narices.

La puerta se abre: hay una mujer arrodillada con los pechos desnudos y prietos entre sus brazos, se acaricia el sexo de forma extraña con los dedos. El clítoris lo masajea por los lados deslizando los dedos corazón y anular de la mano derecha. Con la izquierda tensa el monte de Venus para descubrirlo bien.

No puede acariciarlo presionando porque del centro sale una gruesa espina negra.

—Quítamela, me duele.

Acerca los dedos a la espina y la mueve para que observe lo que ocurre. Y cuando la toca, se hunde hacia dentro, se retrae. Su cuerpo se arquea de dolor y sus enormes tetas caen a los lados, pesadas, con los pezones aún duros. Intenta contener un grito de dolor pero le es imposible y las venas de su cuello se inflan peligrosamente.

—Se hunde hasta dentro, esta puta espina se me hunde en las entrañas cada vez que la toco.

Separa más sus rodillas y me muestra su vagina abierta, poderosa y hermosa. Rosada y húmeda, quiero meter mi lengua, mis dedos y mi polla ahí.

La púa vuelve a emerger por el clítoris y su vagina derrama una gran cantidad de sangre. Está pálida.

—No es la menstruación, hijo, es el dolor punzante de un placer que tu padre nunca me dio. Dámelo tú.

Es mi madre. Lo sé por la voz, porque nunca la había visto tan desnuda y tan joven.

Se abalanza hacia mis rodillas, baja la cremallera de mi bragueta y con dificultad saca mi pene erecto. Se lo lleva a la boca y mama de él como si bebiera. Mis rodillas flaquean , no sé que hace pero eyaculo en su boca en cuestión de segundos. Mi madre es buena de veras mamando.

Y yo un tanto precoz.

—No puedo tocarme mi cosita, necesito sentirlo. Ahora quítame esto del coño. Tu padre murió por fin, no es justo que ahora me salga este pincho.

Dios ríe con malicia, como una tosecita disimulada mientras acabo de sacudir el semen residual entre sus tetas.

—No puedo quitarte eso, no traigo alicates.

—¡Serás el responsable de mi desangrado, hijo de puta!

Presiona con fiereza su clítoris, la púa atraviesa su uña antes de retraerse y cuando separa los labios de su vulva, la sangre salpica mi pantalón.

Doy un paso atrás y la puerta se cierra.

Aunque la chupe bien, no quiero estar tan cerca de mi madre durante toda la vida o lo que me queda de ella.

—Tres meses por otra puerta.

No sé, pero me parece que cada vez es más avaricioso Dios. Se me ha escapado un vómito de sangre a presión, este dolor no es de tres meses. Conocí a un amigo con cáncer de pulmón y cuando vomitó sangre así, duró dos días. En definitiva, aquello era como dar treinta años de golpe.

La puerta se abre.

Y yo me siento cansado, la sangre baja por el esófago dejando sabor a hierro viejo en mi boca.

Hay un viejo árbol de retorcidas ramas en un páramo de amarillas y raquíticas hierbas, su tronco está lleno de tumores, excreciones redondeadas como los bubones que aparecen en las axilas e ingles de los infectados por la peste bubónica.

Está solo y no se queja, sus ramas se mecen tranquilas con la brisa. Su copa forma una sombra que me quita el aliento ante su tamaño y frescura.

Cruzo la puerta desnudándome, no hace excesivo calor; pero mi piel necesita aire fresco. Aire nuevo.

Cada tumor es una cara que conozco, pero sus bocas están selladas, solo sus ojos se mueven.

El único sonido es el de las miles de hojas que el viento acaricia.

No ha sido una buena vida la mía, cada persona que ha estado cerca de mí ha sido un tumor, algo que no debería estar. Una enfermedad.

Mi indiferencia no es una opción, me parieron así. No soy culpable.

Dios cierra la puerta tras de mí, ya no hay oscuridad allá atrás. Escucho sordos aplausos de público tras la puerta.

Me siento cansado.

De mi pene caen unas gotitas de sangre, a lo mejor son los restos de la mamada que me ha hecho mi madre. No importa.

Descanso fumando un cigarro con la espalda apoyada en el tronco mientras el sol corre a ocultarse. Cuando el cielo adquiere un tono anaranjado ya he descansado, me pongo en pie y acuchillo con el destornillador cada uno de los tumores del tronco. Los destrozo haciendo círculos con el destornillador hundido. Los tumores con los rostros de mis hijos son los últimos que despedazo, no era mi intención; tal vez he empezado por los más bajos. No hay ninguna lectura psicológica que hacer de ello.

Ha medida que avanza la oscuridad la savia negra que mana de los tumores parece sangre.

El árbol baja sus ramas, estaba cansado también. Se ha relajado, se ha sanado.

La noche se cierra completamente y todos los errores se han borrado de mi cabeza; por primera vez en mi vida quedo dormido sin darme cuenta. Sin pesar, sin pensar.

Despierto cubierto por las ramas del viejo árbol, él me ha protegido del frío de la noche. Él tiene tan poca piedad como yo, ha sido tan indiferente a la mediocridad como yo. Ambos hemos vivido con tumores, con decepciones.

Somos viejos amigos.

No existe nada alrededor que se deba hacer, paso el día comiendo pequeños insectos que reptan por su tronco y bebo el rocío que ha caído de sus ramas recogido en un cuenco que he tejido con sus hojas.

Nunca he necesitado de nadie, me han necesitado a mí.

Y ha sido deshonesto por mi parte crear tantos lazos de cariño y amor a mi alrededor. Ellos lo exigían y yo no podía pasarme la vida negando a tantos seres. Hice lo que pude…

Ya no me acuerdo de sus rostros, y no hablo con el viejo árbol, no pronuncio ni una sola palabra. Quiero olvidar que un día hablé.

El sol se pone de nuevo, es hora de dejar de existir, de olvidar más aún que un día estuve entre ellos, con ellos. De dormir…

Mi primer día con el árbol no ha ido mal, hemos sido buenos compañeros, no nos hemos molestado demasiado.

Aunque sé que el árbol es como yo, a medida que han ido pasando las horas, sus ramas se han crispado, no se han relajado como ayer cuando destrocé los tumores.

Creo que lo irrito y me parece bien. Me parece lógico.

El árbol es más fuerte que yo y ya no me necesita. Sus ramas no me arropan a la hora de dormir, me asfixian con dulzura y mis ojos desorbitados y lacrimosos por la falta de oxígeno observan las estrellas creando nebulosos y difusos brillos.

No importa, morir no es tan malo.

Hay estrellas rojas, verdes, azules y anaranjadas. Es un buen decorado, una forma elegante de largarse de aquí.

No siento una especial necesidad de respirar.

No es nada malo morir.

Una puerta se cierra, ninguna se abre.

Por fin…

Iconoclasta

Safe Creative #1112230791753

El sueño de mediodía

Publicado: 15 septiembre, 2011 en Absurdo
Etiquetas:, ,

El sueño del mediodía vence a Dios. Es un buen momento para masturbarse.

A MÍ también. Tenemos alguna cosa en común.

¿En qué piensa Dios cuando se masturba?

Sé positivamente que no tiene mi poderosa imaginación o no hubiera creado esto.

Aunque para los creyentes y los patriotas está bien. No necesitan gran cosa porque un cerebro estéril no crea inquietudes.

No son creativos y no pueden imaginar a Dios haciéndose una paja en su paraíso, en su cielo o en su universo paranoico.

He comido bien. Estoy caliente…

Yo me masturbo ante la resistencia del ano que se opone a mi lengua.

Puedo masturbarme con la dureza del excremento que empujo con mi pene.

Me deshago en semen ante la imagen de ella sujetando su vientre presionado por mí. Dentro y profundamente…

Dios siempre come bien, tiene que estar muy caliente aunque sus perversiones son infinita e inescrutablemente peores.

Me imagino lamiendo su regla, revolcándome en los meados que se le escapan por orgasmos de indecente e inusitada intensidad.

Pero Dios no. Dios se masturba ante el reventado sexo infantil.

Dios nos envía su poderoso semen regurgitado sobre los podridos pechos que se pudren de cáncer.

Dios se la menea soñando con invadir un coño lleno de pus y miseria.

Dios penetra por el culo al niño de color negro ceniza que no tiene carne bajo la piel.

Dios sueña con meter su aséptica, sagrada y pequeña polla en la boca del muerto sin piernas ni intestinos.

A Dios lo tendrían que incinerar en una pira alimentada de excrementos. Por malsano; ser creador no es excusa para masturbarse con tanta miseria. Hay que tener estilo, clase, ética…

Y sobre todo, no hay que aburrir.

Dios es un degenerado que castra a sus creaciones, solo sueña con llenar agujeros que previamente ha corrompido.

Tengo sueño y YO y Dios nos masturbamos al tiempo.

Pero yo follo lo que me ama porque amo.

Él sueña que folla toda esa miseria porque su puta creación no es más que el reflejo de su mente enferma.

Dios no ama, simplemente ignora mientras su pene lanza un semen transparente y sin fuerza. Tiene que chascar los dedos para crear, no disfruta con ello. Está aburrido. Su aparato reproductor no sirve y no sabe como arreglarlo.

El Gran Creador…

Dios se hace una paja ante la virgen que pare un niño con su himen intacto.

YO me la casco ante el himen sangrante que ha ensuciado mi pene.

Cuando hemos comido, cuando nuestras barrigas están llenas, llega el sopor y con ello las ganas de sexo. YO y Dios somos iguales.

El sueño de mediodía llega para Mí, para Dios y para los otros.

Él extiende su sexo podrido, su imaginación corrupta por todos los que en él creen.

YO solo gozo y pienso que siente envidia de mí, y en algún rincón de su podrido ser todopoderoso, debe sentir asco de si mismo.

Dios creó el mar, la tierra, el cielo, los animales y los hombres; pero algo no fue bien, algo falló en su cerebro blando, en todo ese poder mal administrado.

Es lo que tiene el azar: crea dioses con una limitada imaginación que practican un extraño sexo.

No comió bien, su digestión se hizo pesada, ergo sus masturbaciones fueron aberrantes.

Pesadillas…

Tengo sueño. Tengo mucho sueño.

Y estoy caliente.

Como Dios; pero con más gracia, con más placer.

Haciendo menos daño.

Iconoclasta

Safe Creative #1109150064968