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El sol que ese superfluo y homosexual Dios creó aparece en el horizonte arrasando todo vestigio de noche y oscuridad. Como una lámpara de baja calidad, molesta los ojos y crea un nuevo día con el que iluminará el rostro de cientos de primates.
El sol arrasa el amor, el cariño, la sonrisa y el optimismo. Es como yo, pero sin cerebro, sin maldad, solo un aparato defectuoso de ese cabrón todopoderoso padre de un loco crucificado.
Yo arraso también la vida y la esperanza.
Me baño en su sangrienta aparición diaria como un desafío al imbécil creador, pero no puede arrasar mi maldad, mi odio, mi soledad, mi desesperación porque existen los primates. Mis ansias de descuartizar, matar y aniquilar cualquier vestigio de renovación planetaria.
El sol y su luz es para los primates, para que esos cobardes se olviden de su miedo enfermizo. De sus hipócritas sentimientos.
Como todo lo que hace dios, es una chapuza, y su sol de mierda solo crea espejismos en las mentes débiles y enfermas de la humanidad. No existe el amor y la bondad, solo el engaño de Dios. Y su pene acariciado por sus ángeles en un orgasmo eterno que lo hace idiota.
Amor es mi pene endurecido metiéndose en el ano de mi Dama Oscura, en su coño. El amor es mi mano golpeando su vulva y mis dedos castigando los pezones. El amor extremo es la sangre que mana de sus labios cuando se los muerdo y su melena negra y lisa como el zafiro entre mis puños sucios de sangre.
El amor es el desprecio que siento por ella cuando he eyaculado mi semen negro sobre y dentro de ella, cuando ya saciado me aparto a mi oscuridad y dejo que toda mi maravillosa maldad repose y se haga tan omnipresente que Dios tema que abra los ojos en ese momento.
Paseamos por las tristes y anodinas calles de los barrios bajos de la ciudad, ya bien pasadas la dos de la madrugada, cuando no hay más que borrachos y alguna puta mal vestida que vomita semen y pelos de una polla sucia apoyándose sin elegancia en el poste de una farola estropeada.
En una privada oscura, un policía parece dormir dentro de su coche patrulla, está estirado. Me acerco a la ventanilla con sigilo. La Dama Oscura se acaricia su siempre húmeda vagina que apenas cubre una falda de cuero negro muy ceñida. Qué cuerpo tiene…
En realidad no duerme, una puta está comiéndole su corrupto rabo, abro la puerta del vehículo y sacando el cuchillo de entre mis omoplatos siempre ensangrentados, les acuchillo los ojos, las manos, el cuello, los genitales… Le amputo los cojones y a ella le corto los dos pezones que se los pego en los ojos abiertos al policía. He colgado los testículos en el espejo retrovisor, junto con el rosario y me guardo una bolsa con marihuana que tiene en el salpicadero.
Han gritado como puercos en la matanza, pero en la noche, los primates son más cobardes que en el día. Nadie ha abierto una sola ventana, ni una sola luz se ha encendido.
La luneta delantera se ha opacado de sangre, los bajos del coche sangran.
Es una puta gran obra.
Seguimos nuestro camino sucios de sangre, la Dama Oscura se ha untado las ingles con la sangre ya espesa de los muertos. Un rito de adoración a mí.
Las ratas corren sigilosas y los perros dejan de ladrar cuando me reconocen, quisieran no existir ante la maldad pura. Los perros y las ratas son más listas que los primates.
Observo el cielo repleto de estrellas, me gusta, son frías como yo. No quiero que salga el sol, quiero que sea una noche eterna y se congele el planeta lentamente entre el llanto y el miedo de los primates.
Pasamos frente a una casa con ventanas oxidadas, con los vidrios rotos y unas cortinas grises por la mierda, antes eran blancas. El techo está lleno de basura, latas, botellas, hierros viejos y algún neumático junto con unos alambres llenos de ropa tendida. Un perro se asoma desde el tejado vecino, nos observa con sus tristes ojos hambrientos y enfermos y vuelve a desaparecer entre la miseria allí también amontonada.
Una de las ventanas, a la derecha de la puerta de entrada, tiene un papel pegado al vidrio que dice: «Este es un hogar católico».
Y yo creo en Dios, es más, lo conozco, por eso siento tanto odio por él y su obra.
Se me ocurre que podríamos ver llegar el amanecer con alguno de esos seres que habitan esa católica casa, si llega alguno vivo, claro. Quedan poco menos de cuatro horas para que salga el sol.
Dios quiere que ellos sean unos mártires, porque la mísera puerta de hierro se ha abierto con solo correr la maneta a un lado.
La Dama Oscura sonríe maravillosamente malvada, cuando pasa por la puerta, acariciando mi paquete con malicia.
Vuelvo a desenfundar mi cuchillo de entre los músculos de mi espalda y la casa se impregna de olor a carne y sangre podrida, mezclándose con el olor a fritos rancios y frijoles hervidos.
En el salón duermen dos primates en un sofá cama plegable.
En una habitación pequeña duermen un viejo y una vieja, los abuelos.
En otro dormitorio, al que se accede a través de una cocina que contiene un par de fogones y un retorcido comal, se encuentra el matrimonio y un bebé en una cuna vieja, una de sus patas la forman un par de latas vacías de leche en polvo.
La Dama Oscura, da media vuelta en la cocina y vuelve al salón. Yo entro en la habitación del matrimonio. En apenas unos segundos se escuchan voces viejas, lo que despierta al matrimonio y a los niños.
Cuando el hombre se pone en pie para encender la luz de la habitación, se encuentra con mi mano en el interruptor.
— ¡Qué chingaos…!
Le golpeo la sien con el puño en forma de mazo y se me queda mirando fijamente sin comprender, luego se le escapa un vómito y se desploma en el suelo.
Es un hombre bajo y chaparro, muy corpulento, de pelo negro y piel muy oscura, solo viste un calzón de algodón que le viene demasiado pequeño. Se ha orinado, cosa normal ante una fuerte conmoción cerebral.
La mujer, una tetona gorda que apenas puede moverse, muestra sus muslos gordos y oscuros antes de levantarse y gritar; pero se detiene en seco con lágrimas en los ojos.
—Ni se te ocurra gritar, primate, o mato primero a tu hijo ¬—le amenazo tomando la cabeza del bebé y haciendo girar mi mano en ella, como si le retorciera el cuello.
Dejo que el bebé descanse cabeza abajo, lo tengo agarrado por el tobillo y cuelga de mi mano como un muñeco roto.
— ¡Señor, así se va morir. Se morirá! Démelo, juro que no gritaré.
Se lo lanzo a la cama y lo toma en el aire.
La idiota me entiende y se queda sentada en la cama hipando por no llorar abiertamente.
La Dama Oscura llega con la cara sucia de sangre y del brazo trae a una mujer más vieja que las piedras, llora y se lamenta sin dientes, con su pelo corto y escaso, canoso y despeinado que contrasta con su piel de color bronce.
El marido se está reponiendo e intenta ponerse en pie.
¬—Tráete a uno de los niños, mi Oscura, vamos a tener que convencerlos de que esto no es una broma.
El marido se ha puesto de rodillas, nos mira a mí, a su madre, a su esposa y a su niño y parece comprender por fin que hay gente de más. El cuchillo en el casi dorado cuello de su vieja madre, le mantiene la boca cerrada y su coraje de macho, metido en el culo.
Nos tenemos que apretar un poco en esa pequeña estancia cuando la Dama Oscura llega con un niño de diez años. Se mantiene aparentemente tranquilo gracias a la daga que amenaza su oído y que le ha herido aunque no se dé cuenta, porque la sangre reciente tiene la misma temperatura que la piel.
— ¡Ha matado a mi Pepe, le ha cortado el cuello! —lloriquea la vieja babeando.
La abuela desestabiliza un poco el estado de ánimo de los primates y le debo cortar el cuello. Sus viejas rodillas se doblan y sale muy poca sangre de su cuello abierto, es decir, comparando la hemorragia con un primate adulto o joven, aún así hay que ir con cuidado para no resbalar entre la sangre. Muere emitiendo unos gorgoteo que llenan los ojos de lágrimas del niño y un llanto quedo. Cuando saco el viejo cadáver empujándolo con un pie hacia la cocina, el hombre se lanza hacia a mí y lo freno sujetando su cabeza con una mano, con la otra mano, doy un certero tajo en su bajo vientre muy cerca del pubis. Su mona grita con el bebé en brazos.
El niño se esconde tras su madre y mi Dama Oscura sujeta las manos del marido colocándose a su espalda para que no pueda llevarlas a la herida.
Yo enciendo un cigarro observando casi aburrido lo de siempre: sus intestinos se derraman lentamente en sus pies, los humanos y los cerdos tienen unas tripas muy parecidas.
Mi Dama Oscura deja que caiga en el suelo, a un lado de la cama, y le corta el cuello en redondo para asegurarse de que no nos molestará. El suelo es un charco rojo y resbaladizo, que apesta a mierda y sangre.
A mí me gusta, y a cualquier fotógrafo le encantaría hacer una toma fotográfica de este inmenso drama que estoy creando en apenas ocho metros cuadrados.
Pasan las tres de la madrugada, queda poco para el amanecer, pero este asunto del tiempo es relativo, para mí pasa a velocidad de vértigo, para estos primates es toda una vida.
El sufrimiento y el horror te da veinte años de vida por cada minuto.
Yo ofrezco la vida eterna sin necesidad que nadie me rece, ni rinda culto.
— ¿Qué les hemos hecho, somos pobres no tenemos nada? No le hemos hecho daño a nadie—lloriquea la mujer con el bebé en brazos, que llora.
— Mi bebé necesita comer, por Dios.
—Dale de comer y que se calle.
La Dama Oscura se acerca hasta la mujer y le mete la mano por el escote de la camiseta holgada que viste. La madre intenta zafarse de la mano, pero la Dama le da una fuerte bofetada que provoca que el bebé se le caiga de los brazos a la cama. La primate ha entendido y la Dama Oscura toma unos de sus gruesos pechos y se lo lleva a la boca.
Durante el tiempo necesario para que mi polla se encabrite y se ponga dura, la observo mamar la leche de la mona. La muy pornográfica deja que la leche se le escurra de los labios para bajar por su blusa roja abierta hasta casi el ombligo. Sus pezones se marcan rotundos en la tela y deseo follar y matar en este mismo instante como el drogadicto necesita la aguja en la vena.
Observa mi dureza patente en la tela del pantalón y acompaña la cabeza del bebé al pecho para que mame.
Una vez ha callado la criatura, solo escucho el sonido irritante de su succión.
—Por el amor de Dios, dejen que mi Jorge vaya con su hermana.
Amor de Dios…
Invado su mente, sus ojos parecen morir, no enfocan, sin dejar de dar de mamar a su hijo, se saca las bragas dificultosamente y mete sus oscuros y gordos dedos en la peluda vagina, los dedos chapotean. Presiono más su mente y sus ojos lagrimean de terror e incomprensión, llevando la contra a su boca que gime de placer.
La Dama Oscura se ha arrodillado ante mi bragueta y ha sacado el pene, que se lleva a la boca. Me muerde el glande y siento el dolor extenderse por los cojones. Le agarro la cabellera y la empujo hasta que se traga todo el rabo. El vómito sale por entre mi pene, a presión, ensuciando mi pubis.
— ¿Amor de Dios, dices mona? ¬—le grito provocando que su masturbación sea cada vez más frenética, por lo que cada vez gime con más fuerza —. La virgen, dios, los santos y los ángeles solo tienen una función: entretenerse con vosotros. Tú rezas a la virgen o a dios y ellos te pagan con enfermedad y pobreza. Dios se ríe y envía a sus ángeles para hacerse cargo de vuestras almas, que son los ladrillos que mantienen a flote el cielo, ese vasto reino sagrado donde Dios es masturbado por las bocas de sus querubines. Sin vuestras almas, el cielo sería un lugar tan vulgar como cualquier ciudad.
Empujo al pequeño Jorge, hacia su madre.
¬—Lámele el coño, ayuda a tu madre a correrse.
El pequeño se resiste. La Dama Oscura lo toma por el cogote y le planta la cara en la vagina de su madre que se mea de placer.
—Chúpaselo, cariño, o nuestro 666 te matará.
Y el niño con torpeza comienza a pasar la lengua por la raja y los dedos que se mueven febriles en la consecución del placer que yo impongo.
—Vírgenes y santos no existen, son solo figuras de control para aleccionaros a ser «buenos». Lo que Dios y los ángeles desean. Hacer de vosotros unos ladrillos sumisos para mantener su reino seguro y alto.
La Dama Oscura acaricia los genitales del pequeño Jorge y parece que la cosa mejora. El pequeño primate se tranquiliza.
—Yo no soy así, mi reino es un infierno oscuro y húmedo. Tallado en las rocas más profundas del planeta. Vuestras almas forman la población del dolor. Todo ese daño y esa maldad que sufrís eternamente crea la degradación de la obra de Dios, su planeta tiembla y se pliega en sí mismo cuando el dolor de tantas almas es insostenible para el magma y la atmósfera. Es algo que solo me satisface a mí. Desearás ser un ladrillo en el cielo que un ser que piensa y siente en el infierno; pero mi voluntad es ésta. Y si Dios o tu Guadalupe no estuvieran masturbándose con sus asexuados ángeles, hubieran intentado ayudaros. Tu hijo muerto estará entre tus brazos la eternidad y lo amamantarás con dolor y sin darle consuelo. No descansarás jamás.
Detengo mi arenga para encenderme otro cigarrillo. El tabaco es lo único bueno que inventó ese Dios retrasado.
La madre se está corriendo, sus piernas se convulsionan con un orgasmo que yo prolongo hasta llevarla al bestialismo. Golpea a su hijo apartándolo de su coño para meterse la mano entera en la vagina. Su bebé está muerto, asfixiado bajo su cuerpo. Hace unos minutos lo ha dejado en la cama para acariciarse y pellizcar sus pezones que ahora sangran heridos. Mientras gemía como una puta actriz porno, sus bruscos movimientos han llevado al bebé bajo sus nalgas y lo ha aplastado y asfixiado con cada arremetida de placer que le estallaba en el coño.
—Y ahora que ya lo sabes todo, te voy a reventar la cabeza con el crucifijo bajo el que duermes y ahora te corres. Dios estará orgulloso de ti, solo que no va llevarte a Mariconilandia.
A través de la pared puedo escuchar los cuchicheos de la casa vecina, no se atreven ni a llamar a la policía. Presiento sus oídos pegados a la pared y sus oraciones para que a ellos no les pase lo mismo. Para que el mal no entre en su católico hogar.
Telefonean a otros amigos y toda la colonia sabe que alguien está siendo masacrado muy cerca de ellos. La cobardía se extiende por todas las casas como un repugnante y sucio manto de silencio.
Tomo el crucifijo que cuelga medio metro por encima de la cabeza de la madre que ahora acuna a su bebé muerto aún con la vagina dilatada y húmeda. Cuando dejo de invadir las mentes, todo el horror y el miedo hacen de una pesadilla la realidad. No hay piedad al despertar.
Le golpeo el cráneo con el crucifijo, pero es una porquería barata que se hace pedazos sin herirla.
Así que le arranco el bebé de los brazos tomándolo por los pies y estrello la pequeña cabeza en su cara. La golpeo dos veces más, pero no hay un daño masivo, el cráneo del bebé es aún demasiado flexible, su cuerpo inerte y vacío de vida, se vacía también de sangre sin presión por la nariz, la boca, los ojos y los oídos.
La Dama Oscura me observa sin pestañear.
Desentierro mi puñal de mi carne y apuñalo a la primate con un rugido que inquieta a todos los seres vivos animados y vegetales. Apuñalo el fofo vientre de la mona, la cara, el pecho, el vientre y el cuello hasta que deja de respirar. Es tanta la sangre que la he de apartar de mis ojos porque me ciega.
En el universo el único sonido que existe es mi resuello, mi respiración acelerada, ávida y furiosa.
El primate Jorge se encuentra en estado de shock, su cerebro no toma en cuenta lo que sus ojos ven. Parece mirar más allá de nosotros. Como si ya estuviera en el infierno.
Pero esto es solo un ensayo que apenas muestra nada del dolor que sufrirá en la eternidad.
La Dama Oscura lo toma de la mano y se dirigen al salón. Yo los sigo reteniendo mis ganas de descuartizar lo que queda. Quiero recibir al sol como Dios se merece.
—Espérame en la cocina, mi Negro Dios, quiero prepararte una sorpresa.
—Te espero, mi Oscura Sangre ¬—le digo hundiendo mis dedos en su vagina para sentir toda esa humedad que le empapa los muslos.
Le rebanaría el cuello llevado por el deseo. No sabe el peligro que corre… Tal vez sí. Es infinitamente cruel por ser humana.
Me fumo un cigarro de maría envuelto en un trozo de papel de periódico viejo. No vale una mierda, sabe mal, pero es peor estar entre los primates, así que me lo acabo sudando y con el penetrante olor de las sangre y los cadáveres en mi nariz.
—¡Ven, mi Dios! Es para ti, para nos.
Encima del sofá cama, está la niña, la hermana de Jorge.
Tiene trece años, su mente es tan simple como la de su madre, no tiene futuro alguno, nada que destacar en su vida con ese cerebro, como su hermano, ambos se convertirán en adultos anodinos y cobardes que apenas tendrán utilidad para nadie, salvo para malvivir con más hijos de los que pueden mantener. No vivirán tanto tiempo, ni siquiera poco tiempo.
No siempre me llena matar primates tan poco valiosos, de vez en cuando tengo que buscar monos importantes en la sociedad, pero para un amanecer, cualquier cosa me vale.
La Dama Oscura ha atado a la niña, desnuda, los brazos pegados a lo largo del tronco, las piernas rectas, el monte de Venus aún tierno y poco peludo, me hace salivar y pienso en penetrarla y reventarla con mi pene embistiéndola una y otra y otra y otra vez… Hasta aplastarle los intestinos.
Ha usado cuerda de esparto fina para rodear su tronco e inmovilizar los brazos, ha llegado hasta la base de los pechos obligando a que luzcan rectos y verticales. Hay tres ataduras en sus piernas: a la altura de los muslos, en las rodillas y en los tobillos.
En la boca le ha incrustado una naranja, su cuello está tenso por la tensión de la apertura de la mandíbula y la inmovilidad.
Como guinda, entre los muslos, pegada a la vagina, ha insertado una imagen de plástico de la virgen de Guadalupe.
—La concha en la concha —me dice sonriendo, señalándose el coño que muestra subiendo la falda para excitarme.
Por lo visto, para poder trabajar tranquila, ha golpeado la cabeza de Jorge con el mazo de un molcajete, del cuero cabelludo del niño ha manado bastante sangre, pero está vivo.
—Es una preciosidad lo que has hecho con esta mona. La vamos a exponer ahora mismo para que el amanecer la ilumine también. Y todos sepan que el sol no tiene mi poder.
Extraigo de nuevo mi cuchillo, y giro el cuerpo de la niña, hasta que queda boca abajo, suavemente inserto la punta del puñal en la base del cráneo y le corto la médula, muere en una décima de segundo, sin apenas sangrar, quiero que se vea limpia. Virginal, que dirían algunos idiotas.
La Dama Oscura se acerca con una escoba y le arranca el cepillo, yo sujeto el palo encima de la espalda de la niña y ella lo ata con más cuerda en tres alturas para darle rigidez.
Así, una vez rígida, la sacamos a la calle y la apoyamos al lado de la ventana, donde tienen el letrerito que dice que es un hogar católico.
La Dama Oscura, vuelve a meterse en la casa y aparece con la virgen de plástico en la mano.
—Se le había caído.
Y se la coloca de nuevo entre los muslos.
Con un pintalabios rojo, da color a sus pezones, le pinta los labios y dibuja una flecha en su vientre, desde el ombligo al pubis, que obliga a seguir mirando hasta su coño, donde mantiene a su virgen protectora.
Dejamos así a la niña, a la vista de todos.
Mi vanidad no conoce límites. Quiero que lo vea toda la humanidad. De hecho, ya lo están viendo los vecinos de la casa de enfrente, sus cortinas se agitan y sus voces no son tan inaudibles como ellos se creen.
—Voy a llamar a la policía, Fátima.
—Ni se te ocurra, Sergio, vamos a dormir, eso no es asunto nuestro.
Los miro directamente a los ojos antes de volver a entrar en la casa que hemos hecho nuestra, siento su terror atravesar el vidrio de sus ventanas y puertas cerradas.
Jorge ha abierto los ojos mientras comemos unos huevos revueltos con longaniza, le he tirado en el suelo algo de comida, pero no ha hecho caso.
Son las seis treinta de la madrugada, en unos minutos saldrá el sol.
El niño se ha escondido bajo el sofá, en principio ha querido ir a la habitación de los abuelos, pero olía mal por el viejo.
Salimos al patio de la casa, donde hay una lavadora protegida por una funda y unas toscas escaleras que llevan al tejado.
Llevo al niño colgado de mi brazo, lo ha abandonado cualquier ánimo y voluntad. A veces los primates más jóvenes se colapsan como conejos bajo los faros de un carro en la noche.
La Dama Oscura sube delante de mí con el único fin de mostrarme su coño y sus labios vaginales brillantes por ese moco sexual que lamo y lamo sin cansancio.
Una vez arriba, el caos de hierros oxidados, botellas de plástico y vidrio y algunos neumáticos consigue enfurecerme, no me gusta vivir o estar entre mierda. Así que doy una patada a una caja de botellas de refresco de vidrio y caen a la calle formando un gran alboroto.
Los coches comienzan a circular con frecuencia y algunos primates caminan rápido, sin querer mirar hacia arriba, donde estamos.
El sol aparecerá tras una antena parabólica del tamaño de un cerdo de grande que es, salvo por eso, pocas construcciones superan los dos pisos, hay un horizonte razonablemente despejado.
La Dama Oscura saca su daga de la espalda, la lleva metida en la cinturilla de la falda.
—Yo sacrifico y tú te bañas en la luz del puerco Dios, mi Negro Amo.
De cada una de las cuatro esquinas que tiene el terrado, sin baranda, hay un pilar que sobresale medio metro del suelo y del cual salen como raíces secas y podridas las varillas de acero de un metro de altura. Lo hacen así con la esperanza de ganar dinero un día para poder levantar otra planta, pero todas las casas llevan así decenas de años y esas feas varillas de hormigón son ostentosos testimonios retorcidos del fracaso de la vida.
Los tinacos de cemento viejo y desconchado, dan un efecto de decrepitud que me hace sentir bien. Siempre que observo la humana miseria y la pobreza, me siento bien; porque parece que es una parte del infierno.
De mi reino.
El cielo se está tornando rojo, los primeros rayos de un sol que aún está escondido hacen el drama de Dios cada día.
Pegado al pilar del vértice que mira al este, he apilado un par de cajas de refresco para llegar a lo alto de las varillas. Tomo al niño en brazos y lo alzo por encima de mi cabeza. Sigue roto, sin emoción, sin decir nada, sin mover un solo músculo. Su alma ya está en el infierno. No hay ángeles porque es demasiado pronto, están durmiendo la mona de una orgía que practican a diario con su Dios.
Apoyo la espalda del niño en las varillas y tiro de sus brazos para que se claven, lo justo para que se mantenga ahí quieto. Deja ir un gemido con una bocanada de sangre que ha inundado sus pulmones. No morirá por esto.
Mi Dama Oscura será quien lo ejecute.
—Tú sabes cuando hacerlo, mi Deseo Oscuro.
Como toda respuesta, se sube a las cajas apiladas con la daga en la mano.
Yo me coloco bajo la cabeza del niño, que expulsa pequeñas bocanadas de saliva rosada.
Ya asoma el borde del sol por el horizonte haciendo una sombra negra de la antena parabólica, la luz empieza a bañar el mundo con fuerza y siento un insano deseo de apuñalar al sol.
Hay un momento en el que el cielo empieza a cambiar del rojo al azul, un instante que dura unos segundos. Ha llegado.
La Dama Oscura corta la garganta de Jorge, y su sangre me baña chorreando desde su abundante pelo oscuro.
Siento la calidez de la sangre, su viscosidad y lanzo un rugido que mueve los edificios. Cuatro primates desde la calzada de la calle, dos de ellos hembras, observan mi amanecer con la boca abierta, con los ojos desencajados de terror. Me siento más dios que nunca observando su cobardía a través de una catarata de sangre en mis ojos.
Cuando el rojo del cielo ha desaparecido, cuando la noche ha dejado de sangrar, tampoco queda sangre en el cuerpo del joven primate.
No me limpio, dejaré que la sangre se coagule en mi piel, me gusta el olor de la sangre corrompida y muerta.
La Dama me besa, se restriega contra mí ensuciándose a su vez.
Nos bajamos del tejado a tiempo de observar bajando las escaleras, que un ángel madrugador intenta tomar en brazos los restos del primate. Busca su alma, pero hace horas que abandonó su cuerpo. Como un estúpido canto de gallo, así suena el lamento del ángel en la madrugada.
Al fin y al cabo son como gallinas, tienen plumas y un carácter estúpido.
Tiro la bolsita con marihuana en el salón de la casa y salimos dejando la puerta abierta, sucios de sangre.
Muchos de todos estos monos, sufrirán remordimientos de conciencia, se verán como lo cobardes y ratas que son. Los que no ayudaron, los que ignoraron el dolor y el terror de sus amigos y vecinos necesitarán razones para explicar lo que hicieron, lo que no hicieron. Porque si no las encuentran, tendrán que pensar que mañana les haré lo mismo. Y los quiero engañados e ignorantes.
Esta familia de primates, se alimentaban del mísero sueldo de albañil del padre, todo el mundo lo sabe en la colonia, pero a pesar de conocerlos de toda la vida, cuando la policía encuentre la bolsa de marihuana, concluirán que han sido ejecutados por un asunto de drogas. Y todos los subnormales de sus amigos, vecinos y familiares, tendrán una explicación del porque han muerto todos. Lo creerán porque sus cerebros son lerdos e imperfectos, porque son a imagen y semejanza de Dios.
Respirarán razonablemente tranquilos porque nada tienen que ver ellos con la droga.
Es tan fácil conducir a los retrasados mentales de los primates adonde me propongo…
A pesar de conocerse toda la vida, de saber hasta en que momento se aparean, se maravillarán de que al final, era una familia de delincuentes.
Así funcionará.
Nadie pensará que Yo quise demostrarle a un sol arrasador, que yo extermino la vida de día y de noche, que arraso con todos los seres que me proponga sean cuales sean.
Dios y su sol, no pueden superar mi odio. El sol no borra mi ira, no aplaca mi odio, no calienta mi alma gélida y destructiva.
Y Dios solo puede rezar y simular que está contrito.
Sagrado hipócrita…
Unos metros más adelante se abre una brecha en el suelo y bajamos al infierno, a mi fresca y húmeda cueva.
Levanto la falda de mi Dama Oscura y meto mis dedos ensangrentados en su ano, ella se separa los glúteos para que entren más y siento un fluido fresco y viscoso derramarse por mi glande.
La voy a joder a salvo de la cochina luz del sol, a salvo del calor, a salvo de las miradas envidiosas de Dios, a salvo de cualquier injerencia de los divinos maricones.
Siempre sangriento: 666

 

Iconoclasta

Estoy tan acostumbrado a la vida, que no soy consciente de ella, me muevo y deambulo como un animal, tal vez peor. Busco coños con mi glande henchido y empapado; es una antena eficaz que detecta hembras a las que metérsela.

Busco coños, porque no sé que otra cosa me pueda interesar.

Soy como un viejo animal que hace siempre lo mismo, que olisquea el culo de una hembra e intenta beneficiársela por el culo por el primer agujero que encuentre.

Es importante el concepto de agujero, porque eso lo hace todo más fácil. No se puede ser inconsciente y a la vez exigente. Son antítesis.

No importa.

Respiro y no pongo interés en ello. Me alimento sin alegría, la muerte es algo que ya vendrá.

No tengo nada ni nadie.

Asesino lo que está cerca, sé matar lo vivo y los espejismos: emociones humanas que ya no son emociones de tan vulgares, son puro sedimento calcáreo en mi cerebro.

Está bien, no es bueno ni malo, es así.

Tal vez el animal tenga conciencia de adonde va.

Yo la tuve un día.

Los demás, los otros,  los que me rodean ríen, sienten y aman todo  lo que está cerca de ellos, todo lo que un día se cruzó en su vida.

A mí me la pela, todo fueron errores que cometí inconscientemente. O tal vez a conciencia, pero ya no importa, soy uno con la basura: Om.

Yo no lo entiendo, no entiendo de esas cosas de amor y amistad. No me sirve de ejemplo tanto cariño y tanto amor. Voy por libre, soy extranjero en el planeta.

Es un hecho que los humanos se amen y hagan amigos y familia y toda esa mierda difícil y complicada. No me afecta.

Sigo en movimiento inconscientemente como la mano que lleva el tenedor a la boca. O el movimiento de mis nalgas al violar a una hembra.

De la misma forma que meo, cago o me corro.

Solo soy consciente de que fumo, no necesito ninguna conciencia más.

La capacidad para la inconsciencia se adquiere con el tiempo, a menudo cuando vas a morir, un poco antes en mi caso; pero nunca es tarde si la inconsciencia es buena.

Apenas me doy cuenta de que aplasto un cuerpo bajo las ruedas de mi coche. Apenas me doy cuenta de que no importo, de que soy molesto, de que soy bulto.

Y está bien, inconscientemente, me importan poco esos hechos.

Inconscientemente me doy cuenta de que no hay amor, de que no hay posibilidades de ello.

Sin pena me doy cuenta de la esterilidad de mis cojones.

Tener hijos nunca ha sido algo que me preocupara. Seguramente, inconscientemente los hubiera matado, o se la metería a mi hija hasta que sus intestinos infantiles se pudrieran por los hematomas de mis embestidas.

Apenas me doy cuenta de que los días pasan, no sé si es ayer o mañana.

Apenas soy consciente de mi erección, es habitual.

Apenas soy consciente de que me acaricio rítmicamente la dureza que palpita viva como una infección.

Apenas me doy cuenta de que he eyaculado, el semen tiene la temperatura de la piel de mi vientre.

El templado semen da paz, como un baño relajante de mí mismo.

Apenas me doy cuenta de que mis ojos se cierran en la penumbra de las cortinas cerradas, de que entro en un narcótico sopor donde no soy consciente de que estoy solo.

Y está bien.

Está tan bien como la sangre que mana del cuello de la puta cocainómana con nariz de boxeadora. Apenas me doy cuenta de que  le hago un corte rápido e indoloro con la navaja de afeitar en el cuello, cuando está concentrada en chuparme la polla con los cuarenta euros que le he dado aún en la mano. Quiere que me corra rápido y poder hacer diez mamadas esta noche y llevarse una pasta.

Siente la cálida humedad de la sangre que le gotea por el mentón, se palpa el cuello y me pregunta que he hecho, si soy un hijo puta y esas cosas. La saco del coche de una patada y camina torpemente sobre unos tacones monstruosamente altos, para caer al suelo, con la mano en el cuello intentando detener toda esa sangre que se escapa. El hilo del tanga lo lleva metido en el coño, profundamente. Y sueño que es un cable de acero y con ello, partirla en dos en vertical.

El dinero está sucio de sangre en sus manos. Y mis cojones también, están llenos de su sangre.

Paso las ruedas por sus piernas, pero no  está lo suficientemente muerta como para no sentir dolor.

Oigo risas de borrachos.

No sé donde voy, no importa.

Inconscientemente sabré que hacer.

Asesinar es otra vulgaridad, otro acto que se lleva a cabo de forma inconsciente. Yo debería haber clavado a Cristo en la cruz, hubiera hecho un buen trabajo. Con profesionalidad.

¿Eyaculó Cristo en la cruz cuando escupió la vida por la boca entre sangre y vinagre?

Seguro que lo hizo inconscientemente, como yo.

Somos parecidos, al fin y al cabo.

Es un hecho, otro de tantos.

Deambulo inconscientemente, ya llegará la muerte, no importa.

Soy un inconsciente.

No puede hacer daño, a mí no.

Iconoclasta

Noticia del jueves, 24/10/2013:
En un aldea de Afganistán, a principios de esta semana han aparecido los cuerpos decapitados de una pareja de novios; tanto él, como ella, no tenían aún veinte años.
Lo hicieron los propios familiares, seguramente asesorados por algún sacerdote, porque es pecado tener relaciones sin estar casados.
Por supuesto, los cuerpos no los han enterrado porque han cometido ese pecado atroz y no se lo merecen.
Un yemení, seguramente no será castigado tras quemar a su hija porque la sorprendió chateando con un chico por el móvil.

Solo en países poblados por retrasados mentales se dan este tipo de casos.
Al igual que los pueblos caníbales o antropófagos (simios casi humanos con tal deficiencia mental que les es imposible usar la inteligencia para cazar animales más inteligentes que ellos y por lo tanto se tienen que comer a sus paisanos porque es lo fácil), los musulmanes radicales como afganos y yemenís (y hay la hostia puta de países iguales a ellos), son pueblos que están llamados a ser sometidos por razas mucho más superiores a ellos, en inteligencia, fuerza y valor.
Es bueno que se maten entre ellos y que los drones (los aviones dirigidos por control remoto) funcionen tan bien, porque para liquidar a una nación o pueblo de tarados, es mejor hacerlo con poco dinero.
Se necesitan limpiezas étnicas selectivas, bien llevadas, con justicia. No sería nada reprobable, lanzar bombas en esos países hasta que no quede nada y a los supervivientes, que se les ponga a trabajar como esclavos en alguna granja de cerdos o pollos. Vamos, que solo limpien mierda.
Si los habitantes de estos países y tribus se extendieran, se podrían cruzar con razas más inteligentes (medianamente inteligentes como mucho) y estropear la genética. Todos estos musulmanes radicales (al igual que los pueblos caníbales), se han desarrollado en una endogamia milenaria.
Han follado tanto padres con hijas, entre hermanos, entre hijo y madre, entre abuelos, tíos, primos y sobrinos, que sus cerebros son un mousse de mierda. Hasta tal punto, que comen donde cagan (cosa que ningún animal hace). Una cosa es la diversidad cultural, y otra tener que soportar que existan monos y los llamen humanos, consumiendo agua, comida, cagando y ensuciando.
Hay pueblos y culturas llamadas a la extinción porque ocupan espacio y recursos que podrían beneficiar a otras gentes. Las razas superiores tienen un deber y éste consiste en hacer una selección natural, ya que estos simios no tienen más predadores naturales que ellos mismos; pero se follan a sus madres y vuelta a nacer idiotas. Es un bucle sin fin.
Una vez sometidos los monos, se usan los recursos naturales que sus patéticos cerebros no han sido capaces de entender.
La historia demuestra que es el único camino para que la raza humana alcance y se mantenga en una buena clasificación en el planeta entre el resto de seres vivos.
Cualquier otra consideración es tirar margaritas a los cerdos.

Iconoclasta

Monto los dedos de la mano el uno sobre el otro en un ejercicio de elasticidad, coordinación y habilidad para formar una figura que no sirve para nada; me recuerda una caracola rota y duele un poco. Duele la hostia puta.
A según que edades, no hay que hacer este tipo de ejercicios. No es extraño que los dedos se hayan roto. Los huesos han rasgado la piel, pero no sale sangre; solo un polvo amarillento que se acumula en un montoncito encima de la página del cuaderno donde escribo.
Soy una momia que no debería haber sido expuesta al aire.
Conservo la mano derecha porque aún tengo locura que contar: «Padre, ahora sí te amo. Te perdono mi primer sufrimiento en la cruz. Las humillaciones que me hiciste pasar».
La vida se acaba cuando no queda ya nada que romperse.
Cuando me quito la ropa, en el pantalón hay piel pegada de mis nalgas, una calcomanía macabra que me recuerda que es hora de acostarse cómodamente en un ataúd y esperar que alguien cierre y selle la tapa.
Mirar parte de mi culo pegado en el pantalón es un aviso como el de los dedos frágiles de la izquierda mano.
Me sentaré a la diestra de Dios, y esta vez sonreiré.
Han eclosionado huevos en mi reseco tuétano, oscuras cucarachitas de nerviosas antenas salen por los extremos de la falanges rotas y se detienen curiosas para examinar las palabras de la degeneración escritas en el papel, para después ocultarse deprisa entre las mangas de mi camisa.
«Si una vez busqué el perdón de los hombres, hoy ejecuto su destrucción desde la más sórdida y mediocre existencia, nadie creerá en nosotros, Padre. ¿Lo hago bien? Bendíceme Dios mío.»
Supongo que la piel, la externa (la interior, el alma, es un cuero viejo y duro), tiene algo más de sustancia que la tinta seca que asusta a la humanidad.
Las cucarachas pueden elegir lo que comen como yo elegí: mi Santo Padre me dio a escoger entre redimir de nuevo o castigar e ignorar el dolor. Elegí lo segundo y sonrió.
No me puedo quejar, hubo un tiempo en el que violaba, asesinaba y desmembraba mujeres y niñas. Cuando disfrutas, la vida corre a velocidad super lumínica. Ahora me descompongo para llegar a Mi Padre sin la humillación de una crucifixión que no sirvió para nada.
En un mundo de idiotas y cobardes me he hecho mi propio y discreto espacio y paraíso (uno aprende de los errores si no es demasiado imbécil).
Si pagas tus impuestos y consigues hacer creer que trabajas hasta el desfallecimiento por unas miserables monedas, puedes follar y asesinar todo lo que quieras y jamás pensarán que eres un predador; o un Jesucristo en su segunda venida.
Solo hay que ser cuidadoso a la hora de dejar el cadáver, si puede ser, que no lo encuentren. Ni a mí cerca de ellos.
Me he rascado, siento comezón en mi costado izquierdo, cerca del corazón (esas cicatrices son eternas). Se ha levantado la piel de las costillas y la carne. Un trozo de pulmón negro ha salido formando un globito que se hincha y deshincha con cada inspiración y expiración.
Lo cierto es que hay más expiraciones que inspiraciones. Se nota que ya no se airea bien la sangre: una oruga ha salido royendo la ampolla pulmonar en busca de un aire más rico en oxígeno y con menos locura.
Es fácil llamar a esto locura cuando no se entiende la degeneración y la degradación divina.
La oruga se arrastra por mi costado para caer al suelo y con sorprendente agilidad, llega hasta el cadáver de la pequeña Lourdes de ocho años, se arrastra por su pierna izquierda y llega a su sexo impúber y macilento por la muerte de dos días para alojarse en su raja ensangrentada por la impía dureza de mi falo. Se toma un tiempo de diez minutos para hacerse mariposa y desplegar sus negras alas mojadas, esperando que este aire infecto las pueda secar.
Ha preferido hacerse crisálida en un cadáver apestoso antes que en el cuerpo del Hijo de Dios. Mi Santo Padre tampoco es infalible.
Me levanto y dando una patada al coño infantil, aplasto a la mariposa de la muerte.
No tengo porque sacar el cadáver de aquí antes de que mi Padre me llame de nuevo a su lado. No me gusta el olor de lo podrido aunque sea yo la causa; pero no molesta. Será un muerto testimonio, como todos los de la biblia.
De la fosa izquierda de mi nariz se escurre una baba rojiza y espumosa que cae en el diario, encima de la frase: «Los he matado con tanto placer, Padre mío, que mi pene incircunciso no descansa de una erección eterna».
Padre me apoya en cada acto de asesinato, en cada descuartizamiento.
Quemé un millón de judíos.
Ojalá hubieran sido aquellos que me apedrearon y me arrastraron hasta el bueno de Pilatos, que los despreciaba.
Lancé trescientos mil niños vivos a los hornos crematorios, yo era un soldado alemán que creía en su trabajo. Y me ascendieron a cabo del servicio médico donde arranqué más de diez mil penes circuncisos.
«Me gustaba especialmente ver a las preñadas judías a través de la pantalla de rayos X, y me fumaba cigarros mirando el feto, pensando en cómo se achicharraba en la barriga de su madre. Te lo debo a ti, Padre Mío. Te doy gracias por esta segunda oportunidad».
Metí cosas en los coños judíos deseando impúdicamente la venganza de aquellos hijos de puta que me asesinaron en Jerusalén.
Y se creían que mi segunda venida sería para dar nuevas esperanzas…
Idiotas.
Mi parusía ocurrió hace más de cien años, nadie lo supo. Mi Padre me dijo: Esta vez no sufrirás, gozarás, Hijo Mío. No hay que redimir, hay que castigar.
Nací en el seno de una mediocre e ignorante familia, y muy pronto, al cumplir los catorce, violé a mi madre con el pene de mi padre; se lo seccioné limpiamente mientras dormía y como hiciera dos mil años atrás, le di paz espiritual a mamá y la penetré con el pequeño pene mientras le hacía una gran herida en su seno izquierdo para arrancarle el corazón y ahogar a su marido con él.
Yo no la follé, me daban asco sus negros muslos ennegrecidos en las grasientas ingles. Su raja estaba casi siempre abierta por el peso de una barriga repugnante.
Disfruté más masacrando a mis padres que convirtiendo el agua en vino o caminando por encima del mar.
Durante decenas de años he matado todos los seres que he podido, viviendo en la oscuridad, en la ignorancia de la humanidad. No he sido líder, solo una bestia que acecha y mata.
Matar niños es la burla, venganza y escarmiento por aquella estupidez que una vez mi Padre me hizo decir: Dejad que los niños se acerquen a mí.
«Santifiqué su muerte hundiendo los dedos en su sexo virgen y pinté la cruz en sus pechos apenas desarrollados con la sangre de su virgo roto. Luego le abrí la garganta con mis dientes. Llené un cáliz bendecido con su sangre, con su vida».
Yo he dicho ya cientos y cientos de veces: Dejad que raje a vuestros hijos y después os quemaré vivos a los padres.
Ahora muero ya agotado, cien años y pico son demasiados, incluso para Jesucristo resucitado.
Mis apóstoles son las ratas que alimento en el sótano de la casa. Les lanzo pequeños trozos de carne de pecadores para que coman, para que aprecien el amargo sabor de la humanidad.
Me acerco hasta el coño de la niña. Es sexo sin vello, me pregunto si a su edad pensaba que un día su vagina se tornaría peluda, que tendría tetas. Seguramente estaba a punto de pensar en esas cosas.
Le arranqué los ojos con un cuchillo sucio y mal afilado de cocina, no sé si gritaba por el dolor o por la violación, estaba demasiado ocupado derramando mi semen sagrado en ella.
Aparto a la mariposa que se debate en agonía medio aplastada entre sus pocos desarrollados labios mayores y metiendo el dedo en la llaga de mi costado para mortificarme, la lamo.
El sabor de la orina no es peor que el vinagre en los labios cuando estás muriendo en la Cruz.
Me sangra la lengua, está a punto de caer. Mi Padre no deja que mi degeneración física duela demasiado, solo un poco; pero no puede controlar la ponzoña que he acumulado a lo largo de estos años en mi mente prodigiosa y ejecutora de los más letales milagros.
Escribo: «La pequeña Lourdes es mi última víctima y la ofrezco en sacrificio a Dios, mi Padre. Me siento bañado por el Espíritu Santo. Me ha pedido cientos de veces en su cautiverio,que no le hiciera daño. He llorado con ella, porque he sentido su horror en mi propia carne».
Cierro el cuaderno con toda mi vida detallada, para que la humanidad sepa que se llevó a cabo la Segunda Venida. Y que el anticristo era solo un cuento de las mentes drogadas de mis apóstoles ignorantes.
A los ignorantes los has de alimentar con mentiras para que funcionen como quieres.
Morticia, la rata más vieja y gorda (está conmigo desde mi adolescencia) muerde el dedo pulgar de mi pie derecho porque ya está muerto. No me molesta, además, pretendo dejar un cuerpo completamente abominable para que se joda la humanidad entera.
Una luz blanca inunda esta casa en ruinas de suelo sucio y mugriento. Los rostros de tantos seres que he asesinado lloran en un sufrimiento eterno: reviven su tortura y muerte eternamente.
Mi Padre sabe ser impactante.
Morticia se lleva mi uña a lo oscuro y se la come sentada sobre sus patas traseras, observando como la luz me lleva al trono de la diestra de Dios Todopoderoso. Observando atentamente como mis brazos y piernas se desgajan como ramas podridas de mi tronco.
Había anotado en el cuaderno, escribiendo sobre la baba rojiza que se desliza de mi nariz corrupta: «Volveré si Mi Padre lo pide, y cuando me lleve por tercera vez a su diestra en el Cielo, os arrastraré a todos al infierno, judíos y hombres de mierda.»
El cardenal Juan Bautista, recogerá mi diario por un mandato de Dios y será incluido en la biblia como el libro llamado Verdadero Testamento, a continuación del Nuevo.
El cuerpo de Lourdes será embalsamado y ocupará un lugar preferente en el Vaticano, para que todos sepan que se cumplió la parusía y que el apocalipsis solo era una colección de postales infantiles comparadas con lo que Yo Jesucristo , he ejecutado en el nombre de Dios Padre, del Espíritu Santo y de Mí Mismo en un misterio que no es tal.
Soy libre, soy Dios y soy Espíritu. Me llevo la sangre de la humanidad como un sabor dulce en el paladar y en el alma.
No sé si volveré de nuevo; pero no lo deseéis jamás.
Una última anotación, antes de que se desprenda mi mano derecha:
«Ego no os absolveré jamás, jamás existió el perdón, judíos».

Iconoclasta

Una vez afirmó ante su mujer y su hijo e hija, que la sociedad estaba haciendo de él, el sociópata perfecto. Ellos rieron porque había un sarcasmo divertido. Es difícil discernir entre frustración e ironía si no se es viejo y perspicaz.

Demasiado trabajo y poco dinero. Demasiado esfuerzo para que otros treparan a sus espaldas para parasitar su sudor. Demasiadas obligaciones que no le dejaban espacio ni para el pensamiento.

Es un error cargar a una mente imaginativa con la monotonía y el abuso que imponen las instituciones y la vida en sociedad como una dosis de droga que se da a la chusma. El alcohol cumple su cometido.

Hay cosas que se acumulan como los índices de radiactividad.

Se despierta, caga y fuma, toma un café y fuma, toma sus bolsas de basura y fuma, sale hacia el trabajo, no fuma en el metro porque no hay lugar donde esconderse de tanta carne. Fuma en el trabajo a pesar de que está prohibido, ahí hay lugares, cagaderos donde fumar.

Un mando sin cerebro le da órdenes, él obedece pensando que es un tarado y que un día lo va a matar. Aún así se da cuenta, de que hay tantos idiotas, tantos que ponen sus huevos en su espalda y le hacen asemejar un sapo, que no los podría matar aunque naciera cien veces.

Abandona su trabajo, se mete en la sala de máquinas y fuma. Y sueña con ser malo, con dar una buena lección al mundo de mierda.

Llega a casa, la mujer aún está trabajando, sus cojones huelen a orina rancia y no se ducha. Más que nada para molestar a los demás, para que su olor de macho y cabrón ofenda el olfato de los otros.

Cuando se sienta en el sillón con un vaso de refresco y un cigarro, el vapor de sus genitales sube a su nariz y se siente muy salvaje. Son cosas instintivas. Sus sobacos huelen y a pesar de que ofenden a su esposa, no se lava.

Es una discusión sempiterna.

Por otra parte ha obedecido ya suficientes órdenes todos “los putos días de su puta vida”.

“Tiene sus prontos, pero es un buen hombre, un buen trabajador”, comenta a veces su esposa con amigas o con su madre las veces que se caga en dios o en la virgen.

Es lo mismo que decir que es un borrego al que se le permite balar de vez en cuando. Él no es un hombre bueno y afable; es un predador en esencia. Su dolor de cabeza lo confirma.

Se lleva las manos a las sienes, siente las venas irritadas y los huesos del cráneo como si se hundieran para presionarle el cerebro. Hay un tumor pulsando, aunque no lo sabe a ciencia cierta se lo imagina; siente una pelota dentro del cerebro y a veces se mueve en él.

Justo en el centro de su frente hay una presión que ningún analgésico puede aliviar y conecta directamente con su vientre, a menudo siente ganas de cagar; pero sus intestinos no tienen mierda en esos momentos.

Suena el teléfono:

—Diga —responde malhumorado porque se ha tenido que levantar del sillón.

—Papá, me tienes que venir a recoger al gimnasio a las diez.

 —Allí estaré —dice al tiempo que cuelga el teléfono.

—Coño. Me cago en dios… —no exclama, solo recita suavemente, con los dientes apretados.

Está molesto porque tendrá que bajar al parking a las nueve y media, sin haber cenado y meterse en el coche durante veinte minutos para ir a buscar a su hija, a Saray que tiene dieciséis años.

No es por cansancio, es por aburrimiento.

Enciende el televisor y escoge una película de ciencia ficción, donde los personajes están muy lejos, en lugares oscuros y sin vida donde un fallo es muerte segura. Aquí, donde él se encuentra un fallo es solo un acto más de monotonía que no trasciende.

Acaba la película y se dirige al coche.

Camino del gimnasio fuma de nuevo, a veces escupe sangre de lo irritadas que tiene las cuerdas vocales, no se da cuenta de que en la manga de su camisa hay unas gotas. Su cabello está apelmazado, cosa que ha visto y no ha reparado, más que nada para demostrar que no es un padre feliz de tener que ir a buscar a su hija cada dos putos días al gimnasio.

Está realmente cansado.

Cuando Saray sale del gimnasio, la observa como si fuera una extraña: un mallón negro delata una vagina abultada y su camiseta corta deja al descubierto un vientre plano y un ombligo con un piercing. Su hija parece tener veinticinco años.

Recuerda un pasaje de la biblia que citaban en un libro que leyó hace unos años, tal vez ayer porque el tiempo parece no transcurrir: “Ninguno de vosotros se acercará a un pariente para descubrir su desnudez. Yo Yahveh”.

Su hija no le gusta, le parece simplemente algo aburrido que ha salido de él, no le aporta ningún estímulo sexual su coño marcado o sus tetas que se mueven aún agitadas por la fatiga del spining.

—Hola papá —le saluda con un beso al sentarse a su lado.

—Hola —le responde encendiendo un cigarro.

Escupe y se le escapa la mucosidad.

—Qué asco… Deja ya de fumar un poco.

No le hace caso.

Cuando llegan a casa, acciona el mando de la puerta. El tiempo de bajar los tres pisos del garaje le ha pasado en blanco, son tantas veces que lo ha hecho, que no registra nada su cerebro de ese instante.

Cuando Saray se apea del coche, la observa subirse el mallón y ajustándolo más a su piel.

Se dirige a ella, la empuja contra el capó del coche y le mete la mano entre las piernas.

— ¿Qué haces? Esto no es una broma.

—Nada es una broma, Saray —le responde con desgana, rompiéndole de un tirón en la cintura la malla de gimnasia.

Un tanga rojo cubre escasamente su vagina. Ella le da una bofetada y él le devuelve un fuerte golpe en la sien con la almohadilla del puño. Su hija lo mira con los ojos abiertos de par en par, en el derecho se ha formado un feo derrame y de su boca cae un fino hilo de baba. Se derrumba encima del capó del coche.

Él la penetra sin quitarle el tanga. Se extraña ante la estrechez de su vagina, requiere un esfuerzo y le duele un poco el pene al penetrarla, no está acostumbrado. Ni siquiera le ha dado por culo a su mujer. De pronto siente que cede y todo su pene entra raudo de una vez, la sangre del himen rasgado corre por sus testículos. No es tan sugerente follarse a una virgen, la sangre molesta e irrita el glande con el continuo roce que exige la cópula.

Está a punto de eyacular, levanta la camiseta y descubre los perfectos pechos juveniles, le gusta como se agitan. Son iguales que los de su madre cuando era joven.

Se corre sin gemir, sin espasmos.

Sin limpiarse de sangre, se abrocha el pantalón, abre la puerta de su asiento y saca de debajo del asiento la barra antirrobo.

Golpea la cabeza de su hija hasta que el pelo se confunde con el cerebro.

Respira hondo, no hay furia y observa a su hija muerta como un problema resuelto y una lección a esta puta ciudad. Le preocupa la policía y piensa en como será la vida en la cárcel. O en un manicomio.

No quería matarla, y menos follarla; pero ha considerado que su vida necesita un cambio, le gusta imaginar lo que pensarán sus amigos y jefes, qué comentarán con la policía sobre el gran trabajador que era y lo que sin embargo, cometió. Se les pondrá la piel de gallina de pensar que ellos también podrían haber muerto en sus manos, por su simple capricho. “Era un hombre que pagaba puntual el seguro del coche”.

Cuando matas a tu propia familia, demuestras el desprecio más grande, el más obsceno.

Es así como lo ha decidido y lo ha hecho, es así como funciona de verdad y definitivamente, rompiendo todo vínculo de buen hombre y afable. No hay que ser muy listo ni muy desalmado para matar a nadie, basta con estar asqueado y aburrido.

Se siente bien porque ha hecho lo que debía, lo justo.

Sube a su casa, al quinto piso, cuando entra su mujer se está duchando.

Carlos, su hijo, no ha llegado, debe estar de camino de la universidad, tal vez se ha metido en un bar con sus compañeros a tomar una cerveza. Suele llegar a las diez, tiene veintiún años.

Entra en el baño.

—Hola Olga.

—Hola cariño, ahora salgo.

Está orinando y se observa la polla sucia de sangre con tranquilidad.

— ¿Otra vez estás fumando?

—Sí, coño.

— ¿Qué hace Saray?

—Se está cambiando de ropa en su cuarto.

Se le ocurre que podría follarse a la madre de su hija por el culo. Se dirige al cuarto y la espera tendido en la cama, no se preocupa de que la ceniza caiga en las sábanas.

— ¿Aún no te has cambiado? —le pregunta extrañada Olga al entrar en el cuarto.

—No, voy a salir dentro de poco —dice levantándose.

Se acerca a su esposa por la espalda en el momento que se envuelve la cabeza con la toalla y la lanza a la cama boca abajo para cubrirla con su cuerpo.

—Elías, que Saray puede entrar.

—Saray está muerta.

— ¿Qué has dicho?

Se saca el pene por encima del elástico del calzoncillo e intenta penetrar el ano de su mujer, pero no puede porque ella no deja de moverse y es virgen por el culo. Demasiado estrecho.

—Que me dejes, cabrón.

Olga se da la vuelta y le araña las mejillas.

Elías toma la lámpara de acero de la mesita de noche y le golpea la boca sin que Olga cese de gritar. Y la sigue golpeando hasta que las piezas dentales de la mujer saltan al suelo y a las sábanas. Hasta que la policía entra derribando la puerta de la vivienda, porque un vecino ha visto el cuerpo de Saray encima del capó del coche y ha dado el aviso.

Cuando los agentes separan los dos cuerpos, Olga tose escupiendo los dientes y las muelas, su mandíbula está deshecha. Un par de bomberos la cargan en una camilla y se la llevan a toda prisa.

— ¿Cómo puede haber hecho esto? —le dice el policía que le coloca las esposas.

—Lo dije, estaban fabricando al sociópata perfecto.

—Tú has visto demasiadas películas, hijo puta —responde el otro agente que lo encañona con el arma.

———-

Soy el fracaso de los psiquiatras, la vergüenza de mis padres, la decepción de mi hijo, el terror de mi esposa. En el centro de mi frente hay una presión que las drogas de los médicos no pueden aliviar, aunque yo les digo que sí, que ya no me duele.

Las sienes me laten irritadas donde tengo las cicatrices de los electrodos con los que me descargan electricidad para que me someta a ellos.

No conseguirán jamás que me someta de nuevo a nada de lo que han creado.

No importa el dolor que causo o he causado. No importa que le duela al puto Jesucristo si existiera. Mataría a mi esposa si pudiera y si resucitara el coño de mi hija, lo volvería a follar.

Mi sonrisa ha muerto, ya ni puedo ser cínico. No puedo esconder el desprecio que siento y el desencanto de vivir. Ya no puedo disimular mi hostilidad y peligrosidad. Los enfermeros me tratan con miedo y eso me proporciona erecciones.

Ayer violé a una vieja de noventa años del pabellón  de Alzheimer, me escapé tras la inyección sedante que pensaban me dejaba imbécil; pero soy listo. La vieja se lo dejó hacer todo, cuando me encontraron encima de ella, ya la había inundado de semen.

No quiero ser feliz.

No me interesa volver a aquella mierda. Aquí tengo pesadillas y experimento con algunas drogas que mi mente se escapa a lugares peores donde todo es maravillosamente desconocido y hostil. No existe la monotonía, la cotidianidad.

Podéis descargar vuestras electricidades en mis sienes; partirme los dientes con esas descargas a pesar del protector.

¿No os dais cuenta, tarados, que me faltan todas las muelas?

Las he destruido yo mismo apretando las mandíbulas cada noche al dormir, a lo largo de mi vida de mierda. Por asco, por desprecio, por una ira cancerígena que me hacía dormir tenso como la polla con la que violo.

Porque sabía que me quedaba por vivir años y años de lo mismo.

Pero rompí el conjuro.

Soy mejor matando que trabajando.

Y me alimentan igual.

Tal vez, y solo es una posibilidad, una par de minutos a lo largo de mi vida he llegado a sentirme contento a pesar de toda esa gentuza que he conocido y que pensaba que aún tenía que conocer.

Fijo la vista en un punto de las paredes alicatadas de blanco de este sanatorio y aunque cruce un humano mi campo de visión, no lo identifico, aunque lo haya conocido. La gente son cosas que se mueven.

Moribles… Matables… Violables…

He aprendido a ignorar a toda bestia viviente.

Y no me voy a dejar robar esta habilidad por muchas descargas que me deis en el cerebro, hijoputas.

Que alguien como yo haya conseguido vivir en esta sociedad y entres sus individuos, muestra una astucia en mí que no es habitual en ningún otro ser.

Si mi hija salió de mis cojones, tenía derecho a ser el primero en desvirgarla, no es malo a mis ojos (parafraseando al puto Yahveh de los judíos y cristianos).

Han pasado dos años y aún no me han doblegado. Soy tenaz.

Cuando todo el mundo pensaba que era un hombre integrado, estable y buen vecino, les enseñé una buena lección. Ahora que se metan todos sus juicios erróneos y su cultura de mierda por el culo.

Yo lo decía y pensaban los infelices que era una broma: “conmigo están creando el sociópata perfecto”.

———-

Han pasado cinco años y he aprendido de nuevo a ser astuto. Ahora me muestro cordial y sonrío. Los mediocres confían en mí, los títulos de medicina se rifan en una tómbola montada en un barrizal.

Me van a dar el alta, bajo vigilancia, claro. Y una paga hasta que me encuentren o encuentre trabajo.

Ahora mataré a mi hijo, mataré lo que quede de mi esposa y me volverán a encerrar y los volveré a engañar, porque los idiotas no aprenden nunca.

Odio al universo entero con una cordial sonrisa.

Soy la justicia que jamás existió.

Iconoclasta

El calendario muestra que es marzo. Los días están cuadriculados en una hoja vulgar, amarillenta y quemada por el tiempo.

El tiempo lo ensucia y enturbia todo. El tiempo es algo en lo que no confío, simplemente estoy en él sin poder haber decidido.

El tiempo y yo somos la desesperación de muchos seres.

Los números son espantosamente grandes. Hay fases lunares en el margen derecho y los sábados y domingos figuran en rojo. Un diseño de lo más anodino.

El mes de marzo no sirve absolutamente para nada, lleva años aquí. Hay más meses debajo, pero me da grima tocar las sucias hojas.

Tal vez por ello no he arrancado la hoja, porque tanta ordinariez hace más elegante y espectacular la foto de la que pende. Pon un poco de mierda a los pies de una cosa bella y ésta destacará aún más. No soy decorador, pero cuando ves porquería, cualquier cosa que no lo sea, se hace agradable.

No limpio el espejo para eso mismo, para adorarme cada mañana, soy lo que resalta entre la mierda. Aunque no sé si el óxido que salpica la superficie es de mi piel o se ha desprendido el ahumado del cristal.

La foto es un dibujo de una chica pin-up con un flequillo enrollado encima de las cejas y un moño muy elaborado tras la nuca, su cabello está sujeto con un pañuelo morado de hacer tarea doméstica. Unos shorts vaqueros muy cortos, dejan ver sus muslos cubiertos por unas medias de malla. Viste una blusa granate anudada bajo los pechos dejando su abdomen desnudo. Sus pechos, ocultos y apenas visibles entre el escote, se adivinan pesados y rotundos.

A veces salen cucarachas tras la foto.

Su agresivo pecho me pone la polla dura todos los días.

Es una joya de los años cincuenta del siglo pasado, aunque estéticamente es deplorable tener semejante cosa en tu dormitorio, frente a la cama. Yo la prefiero a una virgen maría, un crucifijo o la playmate del mes actual que parece una subnormal a la que le han arreglado todo el cuerpo con plástico y retocado la raja del coño hasta parecer infantil.

Hay muchos hombres que desean coños lisos e impolutos, que les recuerden los de sus hijas cuando eran niñas.

La pin-up es una mujer joven de grandes ojos oscuros desmesuradamente abiertos, podría masturbarme con sus enormes y espesas pestañas. Su cabello es rojizo.

La sonrisa es candorosa y pícara, denota sorpresa y su mano refuerza esta cualidad apoyándose con infantil sorpresa en la mejilla derecha. Su rostro está graciosamente sucio por alguna tarea doméstica que estaba realizando cuando el dibujante la creó. También lo está el brazo que cuelga: exhibe manchas de grasa que contrastan con la mano larga y de dedos delgados, cuyas uñas están pintadas de color rosa, como el rubor de sus mejillas.

A menudo arrastro la piel de mi glande hasta casi desgarrarla imaginando que esas uñas se hunden en mi meato.

Su sonrisa deja claro que sabe que su coño y sus tetas pueden enloquecer a un hombre como yo.

Su boca entreabierta, tiene unos rollizos labios explosivamente rojos y dejan entrever unos redondeados dientes blancos que contrastarían (de hecho lo hacen) con el púrpura de mi glande henchido de sangre.

Me he hecho tantas pajas con ella…

No la miro cuando me la meneo, ya la tengo en mi mente y cometo cosas con ella que de existir, se suicidaría.

Cuando estás solo aprendes a buscarte compañía que no sea humana. Se descubren tesoros, que de estar acompañado, pasarían desapercibidos.

El calendario se encontraba en la cocina cuando hace más de diez años alquilé este apartamento. Un día, tras masturbarme ante ella tomando un café en la cocina, decidí que sería más cómodo tenerla en la habitación, así que la clavé en la pared que queda frente a mi cama.

Tengo un gusto patético para la decoración y no tengo ayuda con ello, nadie viene a mi casa.

No es culpa de nadie, soy perezoso para relacionarme.

La madrugada trae ruidos a los que estoy acostumbrado, pequeños crujidos y voces lejanas. Alguna cucaracha se remueve inquieta tras la foto dándole vida a la pin-up y otras corren entre los platos sucios de la cocina, no las oigo; pero sé que si ahora encendiera la luz de la cocina, las vería correr para esconderse entre las juntas de los armarios y los azulejos.

Precioso…

Pero es sobre todo en la madrugada cuando la observo fumando, con los ojos irritados por un exceso de humo.

Su blusa anudada por encima del ombligo contiene los pechos haciendo resaltar su potencia y peso.

Deshago el nudo y un pecho parece saltar furioso, está coronado con una gran areola del color del café con leche. La acaricio hasta que el pezón se contrae. Su boca entreabierta y sus labios de rojo sangre dejan escapar una exhalación entrecortada.

Es el gemido reprimido de una pin-up sonriente e inocente. Creada para ser sensual sin ser sexual. Algo entre lo tierno y lo obsceno, mierda hipócrita para ser más exactos.

A mí me gusta arrancar la ternura y la inocencia como la piel de un conejo muerto y dejar que las cucarachas devoren esas virtudes de mierda.

La picardía no puede ser graciosa ni hacer sentir bien a un hombre como yo.

La sordidez de mis deseos es tan desmesurada y oscura, que lo pudre todo.

Como todo lo pudre el tiempo.

Esta imagen y sus tonos pastel, es tan real como la vacuidad de mi vida, así de palpable. Solo trabajo, violo, como y duermo.

No tengo inquietudes intelectuales, ni ideal alguno.

Y no aspiro a mantener una familia.

Ni amo ni soy amado. Me basta follar, sea violando, pagando o gratis por alguna de esas raras razones que le parezco atractivo a una mujer.

Y está bien, soy un predador, mi única ley es la naturaleza, la mía propia. Si mi instinto me dice que es el momento de follar, violo. Si no puedo violar pago y entonces a la puta la deshago a golpes. Si consigo conquistar a la mujer, se arrepentirá toda su vida de haber venido conmigo porque el hematoma de mi patada en su vientre no se curará en meses.

Tal vez amaría a la chica pin-up, hasta me permitiría meterle el rabo entre las tetas para que mi semen se acumulara en el hueco de su perfecto cuello, bajo la nuez.

Y meterle una botella en el coño.

Metérsela… No existe momento más tierno y cálido como el instante en el que mi polla es arropada por su vagina.

Siento su humedad abrazando y pringando mi pene. Sus contracciones, el pulso de su útero… Su flujo se extiende tibio por el vello de mis cojones.

Y ella con su pañuelo morado, exhibiendo sin descanso su candorosa y pueril sonrisa.

Aunque le golpee los ojos cuando la jodo cubriéndola con mi cuerpo, aunque le mastique los pezones hasta quedar bañada en sangre; sonríe.

Ella piensa que el mundo es mejor, que no hay monstruos. No acaba de entender que dentro de sus pantalones dibujados, hay un clítoris grande como una perla que palpita indecentemente hambriento. No puede creer con su sonrisa, que de su coño se pueda desprender una humedad densa y olorosa que yo puedo detectar, y me llevará a que la penetre hasta perforar sus intestinos.

Es una putada para ella que la crearan con una pícara sonrisa, de esas que dicen: provoco, mirad pero no tocad. No soy puta.

No puede imaginar que si me provoca una mujer, le desgarro el coño en su optimista mundo de mierda.

Por muchos colores pastel con la que la hayan pintado.

A veces sus pantalones, más que de grasa parecen manchados de sangre.

No sé si los sueños traspasan alguna dimensión y se hacen realidad en alguna otra. Si fuera así, quiero ir ahí, donde la sangre mana y el dolor hace explotar el corazón con un placer inenarrable.

Separo mis piernas y oprimo el pubis para que mi polla erecta luzca enorme ante los ojos de la pin-up. Y sé que yo también sonrío, la diferencia es que soy pura hostilidad y si se la metiera, le arrancaría los ojos para verla sufrir mientras me corro.

¿Los dibujos tienen miedo? Tengo que aclarar mi vista frotándome los ojos, porque la chica Pin-up parece temblar; asoman unas antenas negras por encima de su cabeza.

Es la cucaracha y me molesta, me resta concentración. Le pego un manotazo a la fotografía y la cucaracha cruje aplastándose con un ruido a patata frita rota. La sombra de mi pene en la pared es más grande. Me gusta ver mi animalidad.

A veces pierdo la calma. Muchas veces…

Desde hace unos días a la chica pin-up se le ha torcido la sonrisa. No es aberración de mis ojos, ni el papel se está descomponiendo. Es real.

En su blusa han aparecido manchas más oscuras justo donde están los pezones que le desgarro noche sí y noche también.

Hoy el rímel de sus ojos se ha corrido. Decididamente ha llorado.

Me gusta más así, las mujeres me gustan más llorando que gozando.

Soy un asesino, violador y un ser abyecto; pero no padezco alucinaciones: la chica Pin-up ha perdido ya por fin todo asomo de picardía e inocencia.

Se ha ido a una dimensión donde yo no estoy. Como si su creador hubiera hecho algo por ella, ha debido modificar el dibujo desde allá, Mundo Feliz, donde seres como yo no existen.

En la mano del brazo sucio que cuelga, hay una navaja de afeitar con el filo mellado y oxidada, como la que conservo en el lavabo; con ella corté las tetas de la primera chica con la que follé.

El cuello de la Pin-up está abierto de oreja a oreja y la mano que está apoyada en su mejilla, ahora está crispada y hunde las uñas en la piel hiriéndola.

Sus rodillas se han juntado cansadas y sus pechos parecen haberse hundido por la falta de sangre. Es una muñeca rota, casi sin color.

Da un poco de pena que algo tan inocente se haya suicidado. Me hubiera gustado verlo…

Sé que no se puede suicidar un dibujo, nadie me creería. Así que mi vida seguirá transcurriendo como siempre, sin preocuparme por ello.

La cuestión es que me importa una mierda que alguien me crea o no. Me basta con lo que sé. Y lo único que veo, es a la chica que ya no sonríe, que de su mano pende una navaja sucia de su propia sangre y su cuello es una grotesca sonrisa demente por donde se ha derramado toda la sangre que pudiera tener. Son los hechos, soy bueno en mi trabajo, examinando las pruebas; a menudo, las de mis propios delitos.

El tiempo lo pervierte todo y Gepetto prefiere matar a su muñeco para que no sufra.

Hija de puta…

Arranco la hoja de la pared y la arrugo lanzándola al suelo.

Me visto, son las tres de la madrugada, tomo mi pistola y mi placa de policía, voy a buscar a una mujer a la que hacer sufrir y violar, el orden me la pela.

Sólo sé que mi instinto me lo pide.

Y estoy furioso porque mi chica Pin-up me ha abandonado. Alguien ha de pagar y no será un dibujo. Ninguna mujer podrá escapar a la otra dimensión si no está clavada en la pared de mi habitación.

Iconoclasta

Amistad dum-dum

Publicado: 6 mayo, 2011 en Terror
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Amistad dum-dum

Por Iconoclasta

Se ha separado de su pareja y no soporta la idea de tener que volver a verla; ni por el bien de su hijo.

Por el bien de su hijo, no quiere ser un hipócrita. No quiere saber nada de ella, de la misma forma que ella no lo quiere de él.

No se divorciaron por un juego. Hubo dolor y tiempo de angustia. Discusiones eternas y dolorosas. Durante ese tiempo todos los buenos momentos se convirtieron en un error. Algo que incluso avergüenza esa etapa de la vida, como un fracaso constante en la respiración diaria.

No puede quedar amistad, ni siquiera una sonrisa ante la persona de la que te has separado. Es ilógico, es cobarde, es hipócrita.

Se pregunta cómo pueden existir parejas separadas que se hablen como si nada hubiera ocurrido. Separados que incluso se dan un beso casto al encontrarse, como un matrimonio falso y cobarde.

Ni en nombre del  hijo ni del padre ni del espíritu santo. No es viable esa amistad.

Sólo cobardes y falsos pueden mantener esa relación.

Siente náuseas de saber que existen.

Piensa en seres tarados, pusilánimes hasta en la intimidad consigo mismos.

Siente repulsión al verla. Ella ni le mira a los ojos.

A su hijo le dice a menudo que su madre es una imbécil. Seguro que la madre dice lo mismo de él.

Es lo auténticamente bueno de romper una relación, ya no hay que mentir más, no es necesario la media mentira, las verdades encubiertas.

Ahora la puta verdad sale de sus bocas como balas dum-dum, destrozando el más mínimo recuerdo de lo que algún día pudo parecer amor.

Balas dum-dum, balas con un corte en forma de cruz en la punta que se expanden y deforman. El agujero de salida destroza y astilla todo lo que encuentra. Como el amor, entra fino como un estilete y sale arrancando trozos de corazón. En la convención de Ginebra se prohibió su uso por la brutalidad de las heridas. A él nadie le prohíbe nada.

Él ha hecho una cruz invertida en ellas. No es religioso, sólo quiere confundir.

Odia los matrimonios fracasados que son amigos. Odia a su compañero de trabajo y odia a la mujer que se folla.

No puede imaginarse siendo amigo de su ex-esposa de la misma forma que nadie puede adivinar cuánto cuerpo humano destrozará una bala dum-dum.

Las mismas que carga su rifle.

Se encuentra en el tejado de una caseta abandonada de jardinería, en un parque que es punto de encuentro para muchas parejas separadas que cambian su turno de estar con los hijos.

Los niños corren por el parque delante de un hombre o una mujer, por lo general, demasiado serios para disfrutar del paseo. Apenas se saludan los padres cuando se encuentran, apenas se acercan; son los niños los que caminan hacia ellos; como rehenes de intercambio.

Es fácil localizar a las parejas fracasadas. Es bueno que sea así, no es bueno que se saluden y que parezcan amigos.

Cuando su hijo era pequeño, en ese mismo parque lo recogía y lo devolvía a su madre. Sólo un saludo sin cortesía alguna en un susurro. No era incómodo, era sinceridad en estado puro.

El hijo no era excusa para un comportamiento hipócrita. Cobarde.

Las parejas taradas que mantienen una relación de amistad, brillan con luz propia. Se les puede ver paseando juntos, a una distancia prudencial. Con una sonrisa idiota en el rostro, orgullosos de su madurez y ejemplo de mierda y cobardía para su ridículos hijos que corretean a su alrededor.

De vez en cuando toman un café, e incluso se besan castamente cuando se encuentran.

Arcadio, se aparta de la mira teléscopica de su rifle y vomita.

Cuando te comportas con valor y sinceridad, cuando has llegado a ese punto de coherencia con quien un día conviviste es lógico sentir náuseas por esos “amigos” felices que comparten una amena charla. Toda su apestosa amistad es una ofensa. Un insulto a su inteligencia.

Los hay que no se fijan en esos detalles; pero Arcadio no puede sustraerse a ellos. Se siente infectado. Su repulsión es innata.

Su hijo ha crecido, ya no va a buscarlo al parque, no tiene que soportar a su ex. A la que tuvo que dar por el divorcio hasta la polla, como él dice a menudo.

El calor y la humedad no mejoran su humor, la hiedra que cubre las paredes de la caseta y las ramas de un árbol que lo cubren a él y al techo, provocan un sudor que irrita los párpados.

Miguel aparece nítido en la mira telescópica, se ha situado al lado de una fuente donde los que corren y van en bicicleta se detienen para beber o mojarse la cabeza. Mira su reloj con aire relajado, una rutina semanal.

Arcadio rememora las largas y aburridas charlas en las que su compañero de oficina le explica lo feliz de su separación. La profunda amistad que había quedado entre él y su ex-mujer. Le detallaba cada lunes sus paseos por el parque y los más variados chismes que compartía con Vicky. Jamás decía “mi ex”, siempre se refería a su mujer por el nombre; como si fuera conocida de todo el mundo. Como si todos compartieran su amistad de mierda con ella.

Y sus perfectos hijos que quieren a su padre y madre por igual…

Posiblemente les dio de mamar con la polla por demostrar su infinito amor, pensaba Arcadio cuando Miguel le contaba cosas de infinita ternura, que a pesar de la separación eran unos padres ejemplares de mierda.

Eso no es armonía, es idiotez. Si se llevan tan bien, si todo es tan perfecto ¿por qué se separaron?

¿A quién quieren convencer estos idiotas?

El dedo índice acaricia el gatillo, se asegura de que el trípode del cañón siga firme. Se enciende un cigarro escondiéndose más entre las ramas y vomita. Es un problema el vómito, podría ser una prueba biológica. Si de una gota de sangre sacan tanta información, por un vómito podrían adivinar hasta su saldo bancario y los pelos que tiene en el culo.

Se ríe con la boca manchada de vómito y traga el humo con avidez, que sabe mucho mejor que los miasmas que aún se encuentran en su boca.

Quedan diez minutos para que se encuentre la “happy family”, son tan perfectos que sus horarios son invariables. Lleva más de dos meses controlándolos.

Su automóvil está a su espalda, en un garaje público de pago. Nadie lo ha visto salir ni dirigirse al parque, una de las ventanas de ventilación del garaje da directamente al muro del jardín del parque. No ha tenido que caminar entre viejos, niños, matrimonios fracasados y deportistas urbanos con su equipo de exterminación de parejas perfectas.

Un guardia municipal camina perezosamente por las sendas del parque, tal vez presta demasiada atención a la vegetación porque su trabajo es de tal monotonía, las caras son tan conocidas y el ambiente tan tranquilo, que su trabajo constituye un serio desafío a su desarrollo intelectual.

Nunca pasa nada, eso es bueno y también malo. Malo para la ilusión, lo plano siempre resulta un horizonte sin misterio ni aliciente.

Algún ratero con poca ambición roba de vez en cuando alguna bolsa demasiado lejos de su dueña (por lo general mujeres que llevan a sus hijos a la zona de juegos infantil) y algún anciano que se queda dormido y al que hay que despertar para que no se se seque más al sol.

Son las seis de la tarde, es otoño pero el calor sigue atormentando incluso en las sombras. Pasa frente a la caseta abandonada de los jardineros. Desde la gran crisis son empresas de servicios las que gestionan el mantenimiento del parque y la caseta era para trabajadores del ayuntamiento. Nadie quiere gastar dinero en esa especie de barraca. Las camionetas de los jardineros ya tienen todo lo necesario.

Un fuerte olor a vómito llama su atención, algo nuevo. Algo no usual, hace tiempo que no aparecen borrachos y drogadictos por el parque. La caseta está pegada al muro de dos metros que delimita el parque, tras ella hay un garaje público de pago. Si el vómito es reciente, posiblemente el borracho haya entrado en el parque cuando se encontraba haciendo la ronda por la zona oeste.

Se interna entre los setos para atisbar la parte trasera de la caseta. El olor a vómito es fuerte aunque no localiza de donde proviene. El suelo está limpio de restos de borrachera. Una gota con algún alimento sólido cae sobre su uniforme, en el brazo izquierdo. Cuando dirige la vista arriba, puede ver las punteras de unas botas militares asomando por el techado y una estalactita de vómito deprendiéndose para formar otra gota que caerá.

Arcadio ha escuchado un ruido de pisadas cerca y ha visto al guardia acercarse a la caseta. Aún tiene el instinto entrenado. Tres años en los servicios especiales del ejército dejan huella. Legionario paracaidista y luego COE (Cuerpo de Operaciones Especiales). Le gustan las armas, le hubiera gustado entrar en guerra; pero todo se limitó a indefensos entrenamientos.

A pesar de la limitación de venta de armas, hizo muchas amistades durante su periodo militar voluntario y ha tenido siempre acceso a armas y entrenamiento en galerías de tiro de los cuerpos de seguridad o en campos de tiro particulares.

En su cintura lleva una navaja multiusos de acampada, abre la hoja de corte y recoge los pies para arrodillarse en posición de ataque.

El guardia ha escuchado movimiento en el techo y los pies han desaparecido. Va a tener que hacer bajar a un borracho de ahí arriba. Se arrepiente de haber despreciado la tranquilidad y la monotonía.

Eleva un pie para afianzarse en el ficus y poder ver quien está ahí arriba.

Cuando se eleva por encima de las ramas, a unos centímetros de la caseta, apenas puede vislumbrar una figura de un hombre con chandal negro, y un rifle enorme en cuyo cañón hay un trípode. No puede preguntarle que está haciendo ahí arriba, porque una navaja se ha clavado en su cuello, gusto en la glotis. Ha sido como recibir un puñetazo y morirse asfixiado sin poder pedir ayuda. Cuando intenta pronuciar algo, de su boca solo sale sangre.

Arcadio lo agarra fuertemente por la nuca para poder hacer más grande el corte, el hombre apenas hace un solo gesto de defensa. Ha sido demasiado rápido, sorpresivo.

Durante su entrenamiento de supervivencia, usó esta técnica para cazar conejos y pájaros para alimentarse durante aquella larga semana en la sierra. La inmovilidad y la repentina acción siempre dan como resultado una muerte instantánea.

La cosa se ha complicado, porque quedan tres o cuatro minutos para que Miguel se encuentre con Vicky, su ex-mujer, y le entregue los niños para el fin de semana.

Observa la senda del parque y al no ver a nadie paseando cerca deja que el cuerpo del guardia caiga.

Queda enredado entre las ramas cabeza abajo, con pequeñas convulsiones de agonía. Desde el camino, nadie podrá ver el cuerpo. Se vuelve a tender de nuevo en el techo y lleva un ojo a la mira telescópica. Miguel mira hacia su derecha con una sonrisa, ha visto a su ex y sus dos hijos. El pequeño tiene cuatro años, el mayor trece.

El guardia lanza sus últimos estertores y muere agitando las ramas del ficus, como un viento de muerte que provoca el susurro que llama a muertos en las hojas.

Vicky aparece en su campo de visión. Los niños tras abrazar a su padre, corren de un lado a otro y molestan a los padres que hablan seguramente, de esa amistad tan bonita que hará crecer a sus hijos sanos y emocionalmente equilibrados.

El walkie-talkie del guardia emite un ruido de acoplamiento.

-Agente Fernández, acuda al extremo este del parque, una mujer de unos setenta años ha caído y necesita ayuda, se encuentra frente a la entrada de la avenida Unión. Hay personas atendiéndola. La ambulancia ha sido avisada. Comience a hacer el atestado.

Arcadio blasfema, salta del tejado para coger la radio del guardia.

-Recibido, voy para allá.

-Informe del estado de la mujer y notifique sus datos, por favor.

-Así, lo haré. Corto.

Arcadio apaga la radio y vuelve a tomar su posición en el tejado de la caseta.

Aún siguen cerca de la fuente.

Se concentra, ralentiza su respiración y tensa el primer tiempo del gatillo. El idiota de Miguel le ha contado mil veces como se llama el niño mayor y el pequeño, no se acuerda. No tiene interés en ello.

Como cuando cazaba conejos, espera que asome una pequeña cabeza. Apenas aparece un cuerpo de niño que tira de los pantalones de Miguel, Arcadio dispara y si el guardia estuviera vivo, hubiera escuchado algo parecido a un esputo. El silenciador es práctico para disparar en los parques.

Posiblemente, tras impactar en la espalda ¿del hijo menor? La bala hiere levemente al padre en una pierna. Pierde mucha fuerza la bala cuando se ha deformado y arrastrado tanto hueso y tejido.

Una gran mancha que ocupa parte de los testículos aparece en los pantalones claros de Miguel.

Ha ocurrido tan rápido que su cara expresa sorpresa. Es ese instante en el que el cerebro no puede entender nada y sólo queda observar alrededor para entender que algo ha ocurrido.

Desde esos cuatrocientos metros los gritos de angustia y dolor de padres y gente que está cercana, llegan como un rumor.

El niño, el menor yace en el suelo boca arriba con el pecho deformado y de un cráter enorme sale una gran cantidad de sangre. Sus pies tiemblan y la madre se agacha para cogerlo en brazos.

Miguel hace lo mismo y entre los dos elevan el cuerpo del pequeño.

El hermano mayor está junto a su madre, con la cara compungida de miedo se aferra a su falda.

Arcadio conoce bien esos muslos. Los ha lamido hasta llegar al coño que esconden, los ha pellizcado mientras el gran ejemplo de madre comprensiva y tolerante le gritaba que le metiera la lengua en su puto coño. Miguel nunca sabrá que se ha follado a su ex, incluso antes de que se divorciara de ella, desde hace poco más de cuatro años concretamente.

Tampoco sabrá que la boca que ahora le besa amistosamente la mejilla, apesta a su semen. Esa misma mañana le ha hecho su última mamada sin saberlo.

Si Miguel sobreviviera y se enterara de que se ha follado a su mujer durante más de cuatro años ¿sería comprensivo? ¿Seguirían tomando el mal café de máquina a la hora del desayuno en la oficina?

Tampoco sabrá que el pequeño de los hijos, no es suyo. El de cuatro años es su propio hijo. Como dice Arcadio es un hijo accidental, no tendrían que haberlo tenido, pero un fallo lo tiene cualquiera. Y como hijo meramente funcional que es, no le importa demasiado. Le importa el dolor que por medio de su muerte inflije a esos idiotas tan comprensivos y armoniosos.

Le sigue sin importar un bledo como se llama.

Elije cuidadosamente el blanco y suena otro escupitajo. La bala entra por el omoplato del hermano mayor y sale arrancando el corazón. Esto ocurre con demasiada rapidez, no puede apreciarse. Son cosas que sabe porque ha visto cientos de horas de filmaciones para estudiantes de medicina forense. Muchas pruebas de balística se realizan discretamente sobre cadáveres humanos y cerdos. Él prefiere las filmaciones con cuerpos humanos. Los cerdos no tienen ninguna gracia ni aportan conocimiento alguno.

El niño tardará en morir lo que tarde en secarse su cerebro de sangre y ante un impacto de bala como ese, ocurrirá en cuestión de segundos. Es demasiado pequeño para tener conciencia de que muere.

Cuando cae el hermano mayor, los gritos se elevan de potencia ahora la gente corre en desbandada buscando las salidas del parque. El felizmente matrimonio separado, no sabe como tratar la muerte brutal de sus hijos y ahora Miguel, tiene el inerte cuerpo del mayor abrazado a su pecho y lo mece con las piernas colgando abrazado a su pecho.

Vicky ha dejado al menor en el suelo y le practica una inútil respiración artificial. Los labios ensangrentados de Vicky están preciosos y Arcadio acaricia por encima del pantalón la molesta erección que le provoca. Además, ha podido ver el tanga blanco translúcido que tanto le gusta. Le gusta esa mancha oscura que se forma en el triángulo cuando ella tiene ganas de ser follada.

La cabeza está bien, será impactante.

Espera el momento oportuno. Su amante está metiendo aire en la ensangrentada boca de su hijo y en ese momento apunta a la sien.

El retroceso del arma le hace sentir bien y le dice adiós a la bala que el mismo marcó con una cruz profunda en la punta.

Apenas distingue lo que ocurre, desde que ha apretado el gatillo; la cabeza ha desaparecido.

Con la mira busca el lugar donde yace ahora su ex-amante y feliz divorciada. En la sien aparece un pequeño agujero, pero su pelo se eleva de forma extraña en el otro hemisferio de la cabeza. Un trozo de cráneo ha quedado levantado y la masa gris ensucia el suelo a unos centímetros de ella. No respira en absoluto. Ni siquiera hay movimiento reflejo en ninguna de sus extremidades. Su falda ha quedado levantada impúdicamente mostrando su sexo otrora hambriento y húmedo.

Miguel grita como un poseso, se ha arrodillado en el suelo y camina de rodillas de un cuerpo a otro. Nadie aparece, es más, los últimos rezagados están saliendo por las puertas del parque.

Está solo, completamente solo. Solo con su amiga muerta y con sus amados hijos convertidos en hamburguesa.

Durante unos segundos, Arcadio se pregunta si era necesario ese castigo, tal vez ha sido excesivo. Y vuelve a evocar los putos monólogos de Miguel, sus continuas alabanzas a sus hijos. Rememora la ilusión del idiota al anunciar a  toda la oficina, que era viernes y tenía que recoger a sus hijos. Como si a alguien le importara.

Apunta directamente al esternón y se acabó al instante el llanto y el lamento. Ni para morir ha cambiado su cara de imbécil, sigue siendo el mismo subnormal de mirada idiota. Los hay que no consiguen acopiar dignidad ni para morir.

Cae de cara al suelo y por entre su traje de fino tejido de primavera, asoma un trozo de columna vertebral.

Sus hombros se agitan en un vano intento por levantar la cara de la tierra, pero dura muy poco.

Arcadio se ha concentrado tanto, que no ha visto los coches de policía y cuerpos especiales que entraban por el parque.Tal vez hayan visto su último disparo.

Seguramente lo han localizado, aunque no hay que ser muy listo para reconocer la posición de un francotirador dada la posición y agrupamiento de los cuerpos.

Enciende la radio del guardia.

-Estamos a doscientos metros de la caseta de jardineros, podemos apreciar movimiento en el tejado, pero las ramas de un árbol lo cubren, no hay blanco seguro.

Se gira a la izquierda y puede ver a través de la mira a un par de policías con casco y gafas, son GEOS que se acercan agazapados entre la vegetación del jardín.

Apunta a uno de los cascos y dispara.

-Han herido a Jaime -dice la voz angustiada del compañero-. Dispara con silenciador.

En ese mismo instante se corta la comunicación, el segundo policía está ahora oculto en algún lugar, seguramente en posición. No han tardado en comprender que son espiados por radio.

Arcadio salta de la caseta, y se estira en el suelo, muy cerca de los setos que dan al camino, dejando un escaso ángulo de visión.

Apenas se siente animado de correr y escapar. Se arrastra hasta alejarse una decena de metros de la caseta, pronto llegarán desde el muro para poder abatirlo desde una posición segura.

Todo se ha acabado, ha sido como follar, después de largo tiempo de esperar el gran momento, se siente ahíto, satisfecho de todo punto.

Piensa que morir ahora es digno, que morir ahora e irse sin que nadie pueda castigarle y reprocharle lo que ha hecho sería otra estocada a toda esa felicidad que reina entre los idiotas.

Que sepan que no hay castigo ni penas contra el crimen. Que un día ellos morirán rodeados de su felicidad y nadie los vengará, ni habrá justicia.

Que sepan que hay miles de proyectiles calibre Amistad dum-dum para equilibrar tanta mediocridad.

De una sobaquera oculta bajo la sudadera negra saca un pequeño revólver del calibre 22, una pequeña bala que no provoca más daños que los necesarios y que no le desfiguraría la cara ni ninguna otra parte del cuerpo.

Apoya el cañón encima del corazón y dispara.

Su muerte es casi dulce, la bala no sale, la bala se aloja en el corazón y lo detiene. Sin apenas sangre.

Y su último pensamiento son los cuerpos muertos, los litros de sangre derramada y la sonrisa satisfecha de que han dejado de existir.

Un último pensamiento: el calibre 22 suele utilizarse para matar a las reses en los mataderos. Bueno, nadie es perfecto.

Ya no habrán más lunes ni conversaciones idiotas sobre la necesidad de fomentar la amistad entre una pareja separada.

Los muertos no se saludan ni se dan besos de mierda si se han divorciado.

Iconoclasta

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Vida anal

Publicado: 20 marzo, 2011 en Terror
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Sujeta firmemente la cuchilla de afeitar y practica un profundo corte en el brazo. La carne se abre perezosa, como una sonrisa cansada. Como una especie de vulva estéril que se llena de sangre hasta rebosar.

No tiene tabaco con que distraerse.

No es un corte indoloro, como no es indolora la penetración anal.

Es más elegante el corte profundo y devastador en el brazo que mearse por un exceso de presión en la próstata. Es cuestión de disciplina mental.

Aunque con el tiempo, de la sodomización se extrae placer. Y muchas veces un pene sucio de mierda; pero no acaba de ver elitismo alguno en el esfínter herniado.

Del brazo, de ese profundo corte no sale excremento alguno, lo cual ya no aporta visión de mierda. Lo cual denota cierta elegancia.

Del brazo mana vida pura. Hay tal exceso de presión que es necesario liberar sangre. Hay poca sangre y mucho tiempo. La vida puede ser subjetivamente corta o larga. Todo depende de lo profundo del corte.

Como ocurre con la sodomización: puede ser placentera o dolorosa.

La vida es anal.

Es el corolario perfecto.

Y cuando se es tan fuerte como él, la vida no es fácil.

Porque te rompes.

Si eres fuerte no hay otra opción que partirse.

Los débiles por ser poco agraciados genéticamente por un cerebro lerdo y conformista, se doblan. Se pliegan multitud de veces sobre si mismos. Y así caben en cualquier parte, en cualquier cajón.

Y se almacenan sus ideas baratas y anodinas en el mismo vertedero donde ha acabado el papel que se ha usado para limpiar el pene sodomizador lleno de mierda.

En la punta de la polla que lo avasalla, está la foto de su hijo.

Y en los labios de su exmujer hay mierda.

No basta esa sangre que brota. No duele, ha de derramarse más. Se siente tan fuerte y con tanta energía que no encuentra cosas importantes que romper. No vale la pena destruir nada de lo que su vista enfoca, no satisface suficiente la idea de la destrucción.

Sin embargo es inevitable una ira cancerígena.

Sangre y destrucción.

¿Qué puede perder?

Cuando no queda nada no hay miedo y mucha ira. Mucho rencor.

Es delicioso sentirse libre de prejuicios y moralidades. Sentirse tan desgraciado que no importa nada.

Coloca un cd en el reproductor, pero lo ha manchado de sangre, el aparato dice que no hay disco.

Lo lanza con un grito inhumano contra el suelo y todos esos pedazos lo sumen en un breve éxtasis. Y durante ese instante de paz, todo se llena de mierda otra vez. Su cerebro ha perdido cualquier tipo de imagen o recuerdo tranquilizador.

La vida se le ha metido por el culo y le duele.

Su furia crece con un ritmo cardíaco enloquecedor. Su pene está duro; pero no es deseo sexual, solo la presión de una vida que se siente enclaustrada en un cuerpo incapaz de hacer el suficiente daño.

El dinero es importante como la sangre y cuando no hay dinero, queda la ira. El dinero es vida, el dinero es anal.

El trabajo es un pene que sodomiza y al final da cierto placer.

Ha perdido el trabajo, ha perdido el dinero. Ha perdido el placer.

La vida es anal y ahora huele a mierda.

Como le debe oler el coño a su mujer que lo ha abandonado y ahora la folla un cerdo de pene mierdoso.

Quisiera poder clavar los dedos en las paredes y derribar edificios llenos de seres humanos. De cualquier raza, sexo o condición. La ira no es racista ni clasista.

Hacer algo trascendente.

El dolor es lo que más fácilmente trasciende.

El humano es como los perros: recuerda el dolor y su comportamiento se condiciona en torno a galleta-castigo.

Se cubre con fuerza la herida del brazo con cinta adhesiva que sirvió para precintar en su momento cajas de cartón llenas de papel higiénico.

Es uno de esos días en los que las asociaciones de ideas parecen revelaciones.

La mierda conduce a la basura y la sangre derramada se limpia con un papel cuyo destino es disolverse en más porquería.

Es cuestión de cortar algo más doloroso. El pezón izquierdo cae al suelo y se caga en dios. No tiene cuidado alguno con la cuchilla y se corta los dedos índice y pulgar; pero eso no duele nada.

El pecho bañado en sangre alivia la presión con más fuerza, es mucho más efectivo. Se viste unos vaqueros y una camiseta oscura y sale a la calle a ofender e incomodar a los doblados y plegados.

La sangre empapa la ropa y la chusma no se fija en él hasta que su rostro suda con una palidez cerúlea.

Cuando las gotitas de sangre que caen de su ropaje forman ya un rastro tan obvio como las cagadas de los perros y la basura en las esquinas de las calles, los débiles no ven otra cosa que un hombre drogado, enfermo, loco…

No ven la mierda que ha salido de sus anos y que se encuentra en la punta del bálano de sus amos sodomitas.

No vale la pena matar ni destruir; pero tamopoco hay otra cosa mejor que hacer.

No tiene trabajo, no tiene placer, no puede comprar amor en ninguna parte. Las buenas putas exigen demasiado. Los hijos son caros.

Le tiene que proponer a su hijo que se fotografíe desnudo para colgar sus fotos en internet, es una forma de ganar dinero como otra cualquiera.

Al final todo es prostitución.

Es mejor morir ofendiendo. Es la única forma de ser contundente, claro y dejar un recuerdo.

La cuchilla baila en sus dedos nerviosos. Cortando.

Sirenas… Se aproximan. Son cantos de idiotez: policías que no tienen más utilidad que gastar recursos sin ningún fin.

Como los médicos que no curan. Hay gente que no merece ser curada.

Como jueces y magistrados masturbándose ante el testimonio de una violación.

El hombre está cansado, piensa que camina; pero ha apoyado la espalda en un árbol y percibe la orina de los perros por encima de los gases quemados del tráfico.

Alguien le pregunta si se encuentra bien.

Dice que sí, que salvo un asco infinito que le pudre la sangre que deja manar, todo está bien. Y salvo por el hecho de que perdió el trabajo y ya ha agotado la prestación de desempleo.

El dinero hace la felicidad, compra amor, compra vida, compra comida.

Sin dinero la vida es más anal que nunca y duele el pene que presiona en el intestino grueso.

Se arranca la cinta del brazo ante el murmullo de asco y asombro del grupo de gente que lo observa casi con miedo. Temen más a la insania que lo que la sangre pudiera llevar de enfermedades.

Su hijo le guarda el rencor de meses de malhumor, de meses sin dinero. No quiere a su hijo de la misma forma que él no lo quiere ahora.

La sangre que mana es espesa como un moco.

El dinero compra amor y compra cariños. Compra hijos.

Tal vez el que folla a su mujer también folle al hijo. La vida es anal y cuando el pequeño se dé cuenta de que caga sangre, será tarde.

Le dejará en herencia su cuchilla para que se corte la carne cuando sea necesario. Porque cuando su culo se dilate hasta lo máximo, necesitará drenar el exceso de vida.

El hombre-castigo jadea jalando de los últimos centimetros de cinta y la sangre brota con más alegría cuando se abre la herida para que entre la luz en su cuerpo. Es todo tan oscuro…

La horrible sonrisa se muestra obscena y dolorosa en el antebrazo y ahora parece una vagina tumefacta, ya infectada. Duele con solo mirar.

La policía se aproxima abriéndose paso entre la gente. El calor evapora la sangre y deja restos que huelen. El calor del planeta pudre la vida, textualmente.

Una mujer histérica se desmaya, aunque no es verdad, sólo miente para llamar la atención, alguien la sujeta para que no caiga al suelo y apenas la hacen caso, porque el hombre-castigo está levantando la camiseta para mostrar su estigma.

Donde hubo un pezón, se ha formado una costra de tela y carne. Y cuando la tela se despega, el ruido a tejido rasgado y arrancado parece subir por encima del bullicio ambiental y los vulgares que están en primera fila, se lleven las manos a los pechos como si fueran sus pezones los seccionados.

Y siguen mirando.

A través de su nebulosa visión puede ver un par de uniformes avanzando entre la chusma que lo observa. La mujer desmayada ya está en pie de nuevo porque nadie le hace puto caso.

El hombre-castigo avanza hacia ella y con parte de la cuchilla clavada en su dedos, le corta profundamente la mejilla, desde el ojo derecho hasta el maxilar inferior, hundiéndola con fuerza, sintiendo como el metal araña el hueso.

No se desmaya la mujer, solo grita como un animal. Y el resto de animales se separa de él, salen de su ensimismamiento para entrar de lleno en la dimensión del pánico. La mujer cae al suelo sujetando el tejido de su cara y derramando vida que huele a mierda. O eso es lo que el olfato del hombre le hace creer.

Se aleja con paso presuroso de los policías que ahora corren hacia él gritándole que se detenga. La chusma le ha abierto un pasadizo, temen a la casi imperciptible cuchilla que corta los dedos del loco y la carne que está próxima.

Nadie debería temer a una cuchilla tan pequeña, pero la cobardía abunda tanto como la estupidez y así, un pequeño trozo de metal inmoviliza a los idiotas como conejos frente a los focos de los coches.

Les grita a los policías que no tiene dinero para tabaco, que necesita fumar y corriendo se corta el pezón que queda. Ante ellos que le apuntan con las armas.

Y esos mastines del poder sudan ante el pecho que sangra y ante la insania, no disparan, no hay razón para matar. Desafortunadamente.

Tal vez sea porque con menos sangre se pesa menos y se gana por tanto en velocidad. El hombre-castigo consigue arrancar a sus piernas fuerza para correr, la suficiente para que pueda alejarse de los perros que lo intentan cazar. Aunque corriera a seis match, nunca se alejaría lo suficiente. Piensa que es una tontería, porque no tiene dinero ni para combustible.

Cruza la calle sin mirar y un coche lo golpea. Cae con un trallazo de dolor y el hombro dislocado es un suave dolor. Lo que duele infinito es jadear y que se muevan las heridas de su pecho. Pronto se romperá del todo y se habrá acabado la historia.

Los policías le siguen ordenando que se detenga. Han pedido por radio una ambulancia y otro par de coches patrulla se unen a la persecución e intentan mantenerse cerca del hombre-castigo.

Es una persecución imbécil y sin sentido, si los policías no fueran tan idiotas como sus amos, lo habrían apresado ya. Pero tienen miedo: sangra mucho, está demasiado alienado. Los idiotas temen que la locura se pueda contagiar. El resto de borregos observa a prudente distancia. Memorizan actos y detalles para luego contar como testigos de primera lo ocurrido en sus casas, a los amigos en el bar o en el trabajo.

Ahora corre por una calle cuesta abajo, ha perdido un zapato y ha pisado con un pie desnudo una mierda de perro, cosa que le da asco y lo enfurece. Al pasar casi rozando a un hombre que intenta dejarle vía libre corta su cuello con la cuchilla sin llegar a profundizar demasiado. Ni siquiera gravemente, es una cuchilla solamente.

Hay hombres que parecen muy fuertes, que tienen apariencia de curtidos y de ser valientes. Pero éste grita como una rata herida, está tan asustado que piensa que el corte es profundo. Debería asustarle la posibilidad de contagio de imbecilidad por una cuchilla que ha cortado demasiado en tan pocas horas.

La policía piensa que es suficiente, que es mejor disparar y matar, por otro lado están cansados de correr y trabajar.

Los primeros disparos llegan cuando atraviesa un desierto tramo de calle cerrada al público por obras. Las balas pasan muy lejos del hombre-castigo. Es difícil matar cuando no se está acostumbrado a ello.

Le gustaría comprar, antes de morir, un cajetilla de tabaco; siente curiosidad por saber si el humo del tabaco le saldría por las heridas del pecho. Y por otro lado, está un poco nervioso. Se podría sentar a fumar un par de cigarros en cualquier banco mientras los policías le disparan e intentan acertarle.

Ahora, a la par que los policías, corre personal sanitario. Le empieza a recordar las películas cómicas mudas.

Suena un alto por enésima vez y un estampido.

Ahora no pueden disparar, hay demasiada gente en la rambla.

No es que quiera hacer daño, pero hay tanta carne junta que la cuchilla entre sus dedos siempre encuentra algo que cortar.

Un ciudadano valiente lo empuja y lo hace caer al suelo, intenta mantenerlo ahí con los pies, como si fuera un animal hasta que lleguen los policías y le den una galleta como premio. El hombre-castigo consigue cortar los tendones de su empeine derecho y cae el colaboracionista muy cerca de él. Le corta un ojo por error al intentar cortar el cuello.

Se levanta de nuevo, no se había dado cuenta de lo cansado que estaba. El hecho de elevarse lo hace jadear. Su brazo es una bomba de presión. Su pecho es un ardor que se extiende desde las heridas de los pezones hasta las mismísimas ingles.

Los cuerpos le protegen la vida, no pueden disparar muy a su pesar.

Se pregunta cuando oirá la gran explosión, cuanto tardará en llenarse de gas su apartamento, si será suficiente para que esa gran colmena donde vive, caiga al suelo con todos los idiotas dentro. Cuando el compresor de la nevera se conecte, se creará una pequeña chispa y entonces habrá dolor, y no precisamente anal.

Aunque dada la metáfora, tendrá que ser cuidadoso con la limpieza de su polla, porque será el suyo el pene lleno de mierda.

La vida es anal para unos y para otros es fálica.

La filosofía es una disciplina directamente relacionada con los genitales y el sistema excretor.

Le gustaría vivir para verlo, o al menos para sentir el estruendo. Morir sabiendo que se lleva a muchos con él es una ilusión como otra cualquiera.

La gente lo empuja, le entorpece la carrera y los policías están tan cerca que huele sus culos.

Cruza la calle y se salva de morir aplastado por un camión.

Por un momento se queda atónito cuando llega a la acera de enfrente, su ojo se ha cerrado, pero cuando se lleva la mano a la cara, no es cuestión de párpados. Es cuestión de que una bala que ha entrado por la parte posterior de su cráneo, ha salido llevándose el ojo y unos cuantos huesos.

Es increíble la de cosas que se pueden pensar en los escasos segundos que tarda uno en morir; él juraría que ha oído una tremenda explosión, que ha oído gritos y que hay cuerpos enterrados entre cascotes, cuerpos quemados.

Penes llenos de mierda limpios por el fuego purificador.

Pero sabe que su cerebro está hecho puré, que bien podría ser una alucinación.

Prefiere morir feliz.

Y no tiene tiempo a concluir si ha muerto feliz.

Ha muerto, que no es poco.

El policía ha gritado eufórico: “¡Le dí!”. Se acabó correr, se acabó el ejercicio.

Una gran explosión le borra la sonrisa de la cara.

El agente se pregunta con harta desgana que habrá ocurrido, rascándose distraídamente las nalgas.

Iconoclasta

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Diario de un imbécil

Publicado: 29 septiembre, 2010 en Terror
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No hay inteligencia en mí. Sólo tengo el poder de mi fuerza.

Por eso no entiendo, no consigo comprender lo complicado de vuestras mentes.

Me es imposible determinar el medio por el cual una conexión sináptica, en una micronésima de segundo, puede provocar en las redes neuronales de quien me observa la repulsión más absoluta. No es cuestión de fealdad, no hay motivo.

Supongo que ese mismo sistema límbico gobierna los instintos.

No soy inteligente, no soy simpático, ni tengo empatía alguna.

Pero soy peligroso como un virus, como una gangrena.

Yo creo que los inteligentes tienen cierto instinto que los pone sobre aviso y ven en mi lerda mirada de idiota, algo peligroso, algo a lo que no acercarse.

Pero cuando te miran así, es que están demasiado cerca.

A veces se me escapa una risa imbécil cuando corto la carótida de un ser inteligente. No sé, dijéramos que me siento superior cuando se desangra y yo no. Cuando lo último que ve es mi vida y lo último que ve son sus muertos párpados por dentro.

Los sistemas límbicos son extraños. Como extraño es que alguien pueda ver un neutrino que atraviesa la materia y no puedan ver el puñal que les secciona la yugular.

Matar está bien cuando no hay solución, la violencia es determinante en mi pensamiento consciente como salida a los complicados problemas que la vida me presenta.

Carezco de memoria, jamás podría memorizar una larga lista de teléfonos, me costó horrores aprender las tablas de multiplicar a pesar de mi empeño.

Cuando fallaba en la respuesta, una parte de mi córtex enviaba una señal de alarma que se traducía en un gesto de miedo que el profesor captaba al instante. Lo necesario para que su cerebro diera la orden de pegarme con la regla en la punta de los dedos. Me obligaban a mantener las puntas de los dedos de la mano izquierda unidas mirando hacia arriba.

Era listo aquel profesor hijo puta, sin responder ya sabía que iba a fallar y me pegaba.

Yo tenía pocos, tal vez diez años, y aún no podía dominar el dolor y el miedo. Siempre he sido retrasado.

Así que me dolía de cojones cada golpe y me aterrorizaba la hora de matemáticas.

Al cabo de ciento veintiséis golpes en dos meses, mi escaso cerebro consiguió memorizar lo necesario para salvar la integridad de mis uñas. Los estímulos de dolor es de las pocas cosas que puedo contabilizar y memorizar.

La segunda ley de Kirchoff dice: En un circuito eléctrico, la suma de caídas de tensión en un tramo que está entre dos derivaciones es igual a la suma de caídas de tensión de cualquier otro tramo que se establezca entre dichas derivaciones.

Yo no sé si es cierto, pero cuando una parte de mi cerebro es sometido a sobretensión, el resto de mi cerebro, incluyendo lo más primitivo y básico, también está sometido a ello.

Cumplí dieciséis años, no me acuerdo cuando, ni siquiera recuerdo si me regalaron algo. Mi memoria está hecha mierda. Pero de la cara del profesor no me olvidé. Ese día de mi cumpleaños y encuentro lógico que así fuera, fui al cine con mis padres que son aún más imbéciles que yo.

Y ese gran profesor se puso a mear en el urinario donde yo me encontraba, a mi siniestra (¿siniestra es izquierda? creo que sí). Ni me miró. Sacó la polla y se puso a mear.

Yo debería haberle dicho mi nombre, si se acordaba de mí, y como buen alumno, haber recordado mis tiempos de infancia y aprendizaje con él.

Pero al igual que las matemáticas, la educación es harto complicada. El perdón también requiere demasiada comprensión. Hay demasiados procesos cognitivos y de lógica. Cálculos de probabilidades a velocidades lumínicas. Demasiado para mi cerebro orgánico de sangre y tejido blando.

Mi cualidad más desarrollada es el odio. Un odio frío que me hace ser calculador. El único temblor es mi excitación sexual cuando voy a actuar en consecuencia a mi nula inteligencia. No es que se trate de una perversión, simplemente es un acto reflejo de mi desarrollado cerebro de reptil, una forma de demostrar mi fuerza y agresividad. En fin, marcar territorio. A veces meo en las esquinas de una forma espontánea.

Como el cortejo pre-nupcial de muchas especies, eso es simplemente mi erección, no vayáis a complicaros ahora con profundos análisis que a mí me sudan la polla.

En definitiva y coloquialmente, a mí se me pone dura cuando recurro a la bendita violencia.

Me costó mucho aprender sobre los binomios y polinomios, el cálculo trigonométrico de las corrientes trifásicas y su preciso desfase de raíz cuadrada de tres, me costó meses y meses de dominar.

Pero tengo un don para encontrar cosas con las que hacer pupa.

Llevaba en el bolsillo las llaves de casa. Yo aún estaba meando cuando mi cerebro idiota dio con la solución al problema.

También tuve suerte de que un hombre barbudo y con una barriga de embarazo de veinte meses, acabara de encontrarse la polla entre la grasa, se la sacudiera y saliera de los servicios meneando sus mantecas y dejándonos solos.

Le clavé una llave en el oído derecho, ya que se encontraba a mi siniestra. Soy diestro, por lo tanto di un giro aproximado de ochenta y cinco grados.

Me miro con los ojos enloquecidos meándose aún con el pene fuera de la bragueta y salpicándome. Un tipo con el pelo gris erizado, como un sargento de esos de las películas americanas y delgado como un esqueleto. Podía ver sus mandíbulas apretadas fuertemente por el dolor. Para hacer daño soy rápido. La llave se metió en su glotis doliendo, lo sé por la forma en que contrajo el cuello como medida de defensa instintiva ante la intrusión de un objeto extraño.

Los forenses distinguen perfectamente las heridas post-mortem de las que se dan en vida, ya que la carne queda agarrotada cuando uno muere tratando de evitar que todo ese acero te mate. Y aprietas hasta el culo para evitar que penetre el filo.

Es un acto instintivo, tan básico como mi cerebro.

Lo que me lleva a pensar que a la hora de morir, todos son idiotas.

Mal de muchos, consuelo de tontos.

Yo no busco consuelo, simplemente vivir tranquilo. Si no me joden, no jodo.

Bueno, si se trata de follar, es distinto, mi sexualidad es muy sana. A veces hasta aburrida de sencilla que es. Pero ellas gimen como auténticas zorras con mi «mediocre» sexualidad.

Una patada más y lo metí en uno de los habitáculos con puerta de los inodoros y lo inmovilicé hasta que lo sentí desfallecer, ya que se asfixiaba con su propia sangre.

Le metí la cabeza en el inodoro para que se acabara de vaciar y la sangre no saliera fuera, apoyé sus piernas en la mampara separadora para que se mantuviera en equilibrio y no se vieran los pies y salí de allí bloqueando antes el pestillo de la puerta.

Limpié las manchas de sangre de mis jeans Levis 501 (era mi regalo, ahora que recuerdo) y me los sequé con el seca manos eléctrico.

No me llevó más de cinco minutos y aún pude ver los tráileres de los próximos estrenos completos.

También me quedé con su cartera, que tiré vacía de dinero cuando salí del cine.

Cuando salí del cine, aún nadie sabía que había un muerto en los servicios.

Y esa fue la primera vez que maté.

Luego seguí estudiando y de vez en cuando iba a las discotecas para ligar. Supongo que mi mirada vacía y carente de inteligencia provocaba el morbo en las tías y éstas, cuando se emborrachan se follan lo que sea y cuanto más peligroso, mejor.

Nunca maté a ninguna.

Pero era mi territorio de caza, es una necesidad matar cuando tan solo tienes como recurso la fuerza, porque estás continuamente comparándote con los más inteligentes y uno se siente demasiado imbécil. Y con ello decae la autoestima.

Es necesario hacer algo para evitar hundirse. El movimiento se demuestra andando. En mi caso rajando.

La navaja de afeitar en mi mano era mi nexo de unión con el poco cerebro que tengo, mi neurona para no perder mi propia estima.

Entrar en los lavabos atiborrados de niñatos esnifando o vomitando era una auténtica odisea.

A veces éramos tantos, allí metidos, que nos meábamos en los pantalones.

Cuando les cortaba la femoral a la altura de la ingle, sentían en principio como un pinchazo, algo demasiado rápido y doloroso.

Hay muchos miembros y todos torpes en una discoteca de sábado noche. Así que nadie veía lo que pasaba hasta que resbalaban en sangre y el que se desangraba se dejaba caer en otro como si estuviera demasiado borracho.

La policía ni se preocupaba de buscar entre aquella multitud de testigos alguien con el cerebro lúcido como para acertar a decir su propio nombre.

Cuando llegué a matar así a treinta y cinco inteligentes de mierda, la presión de la policía se hizo demasiado fuerte. Fueron seis meses en los que me curtí más que unas alforjas y me conocí a mí mismo sin necesidad estúpidas disciplinas orientales, que siempre resultan aburridas a menos que se trate de aquella fábula del tercer ojo, el que le trepanan el cráneo a un crío tibetano para llenarle el agujero de hierbas y ver el aura de sus congéneres y convertirse en una especie de detector de mala hostia.

Con casi cuarenta años, puedo decir sin aparentar pedantería, que he matado a ciento setenta personas más inteligentes que yo.

Tengo un método para conocer a los más inteligentes. Es básico, pero efectivo.

Cualquiera es más inteligente que yo, así que por una mera cuestión de azar, los cazo.

Soy ingeniero en sistemas de envasado de alimentos, pero eso no quiere decir que me hiciera inteligente con la edad. Invertí el doble de tiempo que mis compañeros para poder sacar adelante la carrera.

Solo matar era mi forma de sentirme bien conmigo mismo y ponerla en práctica me daba cierta confianza necesaria para poder llevar una vida plena en un border line de mis características.

Mi hijo tiene ahora la edad que yo tenía cuando maté a mi primer listo.

Pero él es más inteligente. A veces tengo que apagarme un cigarro en la muñeca para no cortarle el cuello de un tajo mientras duerme.

Mi mujer es imbécil, no corre peligro.

Pero él… Sabe tanto ya, lee el libro y lo memoriza.

No tiene miedo a los castigos (ya no hay castigos corporales, pero no lo tendría si los hubiera).

Mi instinto es siniestro, me doy cuenta cuando soy una amenaza para el ser que más amo. Cuando me levanto durante la madrugada profunda, con la navaja de afeitar abierta entre mis dedos y dejo caer una gota de saliva en la frente de mi hijo con el filo a escasos milímetros de sus ojos, siento una náusea.

Mi instinto me dice que es mi propia sangre, que no se caza a la propia sangre.

Nene malo, me dice mi conciencia imbécil. Retiro la navaja de sus ojos con los ojos lagrimeándome de odio y lucha interior.

Apenas tengo pezones, los quemo por cada intento de matar a mi hijo.

Saber de alguien tan inteligente en mi territorio es algo que me está pudriendo.

Mi instinto a veces me da razones simples pero válidas para tomar una determinación de no matar. Pero no siempre será así.

Y no quiero despertar pisando la sangre coagulada, gelatinosa de mi hijo.

Es el único que me quiere.

Y además, cuando ayer destripé en el cuarto de calderas de la fábrica al operario de mantenimiento, sentí que me estaba desbocando. Ningún perro caga donde come, dicen.

Yo lo hice ayer.

Hay una teoría de psicólogos forenses, que dice que el asesino, cuando la presión de las muertes es muy grande, busca un medio inconsciente de equivocarse para que lo detengan, afirman que hay un nexo de unión entre cada humano y el resto de sus congéneres. Y crea una especie de remordimiento de conciencia.

Que no me jodan con retóricas facilonas.

Yo no quiero que me detengan. Sólo quiero apartar de mí a los más inteligentes, que me aíslen para que mi imbecilidad no me ofenda a mí mismo.

Sin embargo, cortar esos ojos que un día besé, esa carne que un día cuidé, va contra mi naturaleza. Soy un buen tío en general, alguien bueno con poco cerebro que ha tenido que forjarse un sitio en un mundo repleto de genios.

Nunca había probado en mí mismo el filo de la navaja con tanta profundidad.

Es desgarrador el dolor. Sobre todo cuando pillas un tendón y se retrae doliendo como si arrastrara la carne por dentro.

Esta ha sido la vida de un imbécil.

Punto y final. Sobre todo final.

Hijo mío, conserva este diario, no se lo des a nadie, nunca. Que no sepa nadie que el Asesino Incomprensible, era un imbécil. Guarda el secreto y esconde la navaja. Mancha el cúter de la caja de herramientas con sangre y me lo colocas en la mano.

Y si un día un hijo tuyo nace imbécil, le lees mi diario cada noche al acostarse y le colocas la navaja de su abuelito bajo la almohada, para que asesine al Ratoncito Pérez, que es muy listo robando dientes.

Pero no dejes que ser imbécil lo desanime.

Un beso de papá que a veces te odia. Que a veces te odió.

Ahora que me muero, me acuerdo de conjugar verbos, no te jode…

Iconoclasta

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