Posts etiquetados ‘razón’

Vivo como los gatos: entre los humanos y lo salvaje, sin merma de su condición de cazadores natos, sin dependencia humana alguna.
Así, razono las posibilidades y las imposibilidades las sueño.
Sólo que no soy gato y mis mundos son inconciliables y mi adaptabilidad gatuna es cada día más rígida.
Jamás he deseado ser buen hombre o ciudadano.
Cuando pierda el dominio de mi mente caeré en el mundo imposible.
El de la razón me da jaqueca.
Así que cuando enloquezca moriré en el acto, porque no seré de este planeta y su atmósfera irrespirable para mi naturaleza onírica.

Foto de Iconoclasta.

La bondad no es una virtud, sino la reflexión y el acto que surge de la inteligencia y la búsqueda o intuición de la justicia.
Esa justicia que degradaron y humillaron en códigos de leyes los gobiernos de las naciones del planeta Tierra, hasta convertirla en un puré corrupto de hipocresía para protección de la riqueza y sus poseedores.
Esa inteligencia que ha pervertido la sociedad hasta reducirla a un único mensaje electroquímico insectil; millones de veces chirriado por los millones de humanos-orugas.
La bondad es un acto medido, una emoción razonada.
Y no persigue recompensa.
Ser bondadoso indiscriminadamente es el mayor acto de injusticia para los que se la merecen; traicionarlos está muy lejos de la bondad, de la justicia y de la ética.
Sin embargo la superchería o ideología o religión, prostituye la bondad como método para alcanzar una santidad, un paraíso, un premio. Y exige ante todo, bondad hacia los líderes, amos y ricos (el perdón, respeto y obediencia a pesar de sus delitos y negligencias). Luego, hacia todos los seres humanos; excepto a los infieles cuando un gobierno decreta guerra.
No todo ser humano merece un acto de bondad.
En algún momento las grandes supercherías o ideologías o religiones del mundo pervirtieron la bondad amasando mansedumbre y fanatismo. Esta “bondad” es conocida como moral, un libro sagrado del buen ciudadano según los dogmas escritos a lo largo de la historia de la especie humana.
La bondad predicada por las más importantes supersticiones o religiones o ideologías del mundo es un mero trámite que da ciertos privilegios ante los dioses inventados por los líderes salvadores y redentores.
Una cartilla de cupones.
La bondad solo se da en anónimos seres humanos que viven el día a día sin mirar a nadie y hacen lo que deben cuando deben. Lo hacen según la razón y la justicia, sin exigir dinero, votos o fama. Sin exigir la fe en ellos.
Sin exigir el paraíso.
Luego se encienden un cigarrillo paseando a donde quiera que vayan hasta diluirse en el paisaje.

Iconoclasta

Yo y Mi razón reduc

Escribir es el más fascinante acto de egoísmo.
Todo deja de importar salvo el propio pensamiento. Cuando escribo solo existo Yo y solo existe Mi razón, mis ideas precisas y perfectas.
Impúdicas y sórdidas como los sueños de un enfermo mental.
La realidad que me rodea carece de importancia, porque la verdad la creo yo dentro de mi cerebro.
Las personas se convierten en cosas inferiores y sacrificables o utilizables en mis manos.
La moralidad es una hipocresía inconcebible en mi pensamiento y la ética es absolutamente despiadada.
Hay quien usa su habilidad literaria para alentar el intelecto, educar o emocionar. Bien por ellos, pero no son ejemplos que me gustan o me sienta tentado de seguir.
Yo soy otra cosa.
De hecho, no existe nada que me sirva de ejemplo.
Es fácil ser dios sabiendo plasmar precisa y claramente el pensamiento de forma tridimensional haciéndolo duradero, táctil e inviolable en el tiempo.
Escribir me eleva por encima de cualquier ser humano y cualquiera de las leyes humanas.
Soy absolutamente amado y envidiado.
Y nada ni nadie, puede impedir mi divinidad. Nadie…
Ninguna ley, ningún dictador, ninguna sociedad.
Siempre seré absolutamente libre e indomable, sea cual sea la situación. Los líderes de cualquier índole mueren en el mismo instante que nacen en mi ano; el excretor de miserias de todo tipo.
Mi vanidad es absolutamente impermeable a cualquier contaminación ajena a mi pensamiento hermético.
Acabo siempre concluyendo que todo está mal hecho (incluyendo humanos) porque no nací antes.
Y firmo mi pensamiento ajeno al mundo, con el humo de un cigarro cegando interesantemente mi ojo.
La ceniza ha caído sobre el papel y por tanto mi pensamiento, me gusta; da carisma. Soy perfecto hasta el final.

 

 

ic666 firma

Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

Dura

Me la pones dura.
Dura hasta la desesperación.
Es difícil ser solo romántico al besarte.
Es imposible no atacar violentamente tu boca y llevar la mano a tu coño.
Y oprimirlo.
Hasta que se te escape un jadeo en mi propia boca.
Me duele de dura.
Me dueles ahí abajo, mi puta hermosa.
Las palabras de amor se convierten en una espesa baba con la que empapo tus pezones duros y mis dedos separan tus labios secretos con precisión.
Y en el secreto de nosotros mismos, te susurro que te la quiero meter, furcia de mi alma. Que descubras mi glande con un movimiento brusco por los cien euros de razón que te he pagado.
Por los cien euros de corazón que te he dejado en la mesita, junto a tus bragas mojadas.
No soy religioso, no creo en dioses; pero si me arrodillo ante tus muslos para hundir la lengua en tu coño, me siento inmaculado por el lascivo y viscoso maná que lame mi lengua hambrienta.
Mi semen hierve y presiona en los testículos como un sacrificio a tu Vagina Divina.
No puedo gestionar ni conciliar razonablemente todo este amor y la dureza obscena de mi pene y el filamento viscoso que de él se desprende para prenderse en tu piel como un tentáculo translúcido.
No puedo conciliar lo divino con lo carnal y al metértela eres mi puta santa de coño líquido.
Así que cuando te confieso que, cuando te digo que la tengo dura; no hay banalidad en ello.
Ni simpatía.
Ni siquiera amor.
Es orgánico.
Es deseo animal y atávico. Y beso tus muslos mojados de mi propia leche con la devoción de un cristiano que besa los clavos de Cristo en sus pies.
La tengo dura. Me la pones dura, mi puta santa. Soy un cerebro fragmentado.
El precio de tus servicios arruina mi razón. Aunque la perdí en el mismo instante que tu lengua rozó la mía.
Me duele de dura amor.
Haz algo, otra vez.
ic666 firma
Iconoclasta

Los colibríes no tienen alas

Publicado: 2 febrero, 2012 en Reflexiones
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Si fuera tan fácil no infectarse del pensamiento ajeno…

Ojalá fuera sordo para no oír los sonidos de los labios secos de la chusma que pretende saber, que cree ser inteligente. Que todo lo sabe de mierda.

Hay que esforzarse mucho para luchar contra la razón. Y aún así la razón a veces me salva y la uso contra la amorfa y estéril realidad.

Hay un colibrí quieto en el aire, flotando ingrávido; aparece en mi ventana ostentando su gracia. Con rápidos movimientos de su cuerpo sin alas aparece y desaparece asegurándome que no es una ilusión. Se mueve por la magia, porque tiene el poder de flotar. No tiene un retrocohete en su espalda, no hay sonido de reacción, ni olor de queroseno quemado. No tiene casco ni gafas de piloto. Solo pía.

Dicen esos, los ajenos a mí, que tiene alas.

No me lo creo.

El pensamiento de los otros alega una velocidad tan alta en su batir de alas, que las hace invisibles. Tienen alas, repiten.

No les creo, no les hago caso.

Hay que ser más listo y explicar lo invisible. Joder la gracia.

Y la gracia no está en el vientre de una virgen infectada por un semen divino. Los dioses no nacen de un vientre humano, por una vagina impoluta de himen cerrado.

La gracia está en que los colibríes no tienen alas.

Yo solo veo que flota.

Lo racional me da la razón: lo que no veo no existe. Y sus alas no existen.

No vuela: flota frente a mí y mi gata lo observa fijamente. Mi gata no se cuestiona la razón, solo observa y se maravilla con sus pupilas amarillas fijas en esa posible presa que flota. Como yo.

Puedo ser tan racional como todos esos capullos encargados de elevar la gracia de una penetración divina y joder mi sueño de un colibrí flotando. No me sale de los cojones hacerlo.

Algún imbécil de ponzoñosa envidia perdió el tiempo buscando sus alas. Tal vez, mató a varios colibríes para dar explicación lo que él no podía hacer. A lo que él no podía flotar.

Y extendió frente al público las pequeñas alas muertas del colibrí que no volaba.

Sé que no hay mucha magia; pero no tengo prisa alguna en descubrirlo.

El hombre que está muriendo no quiere más información del cuando, no le apetece, no le estimula saber que muere. Ni cuando.

Un colibrí que se mantiene en el aire es un espejismo hermoso, es una verdad absoluta. Nadie tiene que matarlo, nadie tiene que estrangularlo para exhibir sus alas a la razón, a la verdad. A una verdad infame de irisados colores de mediocridad.

El amor es como el vuelo de un colibrí: si se racionaliza se mata.

Lo real es la podredumbre de los envidiosos que buscan la razón y la verdad por encima de todo. Por su frustración. Sus cerebros con alas y su amor de tarjeta de crédito es lo que tienen, es lo que son.

No hay alas de colibrí, solo mi fantasía poderosa y racional.

Si no veo sus alas, es que no existen. Que se metan este supositorio de racionalidad.

Iconoclasta

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