Archivos para enero, 2018

De verdad un presidente Puigdemont telemático

O sea, que claman los sectarios por un Puigdemont, un presidente o un funcionario que sin aparecer en su lugar de trabajo cobre su grandiosa nómina y con plena impunidad para saquear las arcas públicas o cometer cualquier tipo de negligencia u omisión de su trabajo. A salvo de cualquier pena legal.
¿Trabajará desde un locutorio belga o desde un hotel de cinco estrellas con una «modelo» flamenca de lujo como “consellera”?
Yo también hubiera querido ser un obrero “telemático”.
Además, soy más guapo, adorno con más clase la pantalla.
Y soy listo como una ardilla.
Margaritas a los cerdos…

 

Natassia Malthe

En Telegramas de Iconoclasta.

Una mañana hermosa pequeña

Es una mañana preciosa, fría como mi pensamiento; que no es precioso.
Solo eficaz.
La niebla es alta y hace velo en el rostro de las montañas.
El sol luce blanco y relajado, sin presiones sobre mis hombros y ojos. Tanto, que una luna llena de gris plata se dibuja nítida en pleno día, suavizada como la piel del melocotón.
Nadie lo puede estropear, ninguna palabra, ninguna presencia. Está tan lejos la belleza, tan inalcanzable…
No deseo tocarla, me conformo con que me cubra.
El sol y la luna no parecen fuerzas antagónicas. Simplemente charlan sobre mi cabeza, mirando distraídamente el planeta. Como si la batalla planetaria fuera un trabajo y ahora descansan los dos operarios fumando un cigarrillo en el patio.
A mí no me miran, no me mira nadie. Ni lo quiero, soy un animal oculto que no deja que su animalidad y humanidad puedan ser detectadas.
Solo soy árbol de raíces incómodas e irritadas, de savia roja como la sangre oxigenada de ira.
A veces todo es perfecto, el decorado…
Tal vez debería anotar este día como efemérides, recordar que un día la luna y el sol se tomaron un café sentados en una mesa cálidamente desdibujada por una fría bruma.
Fría como mi pensamiento que jamás se toma un café charlando con la bondad si la tuviera.

 

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Iconoclasta
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Caídas

—Y si vas a caer ¿por qué no paras?
—Porque entonces, siempre debería detenerme. Y no quiero, la inmovilidad lo daña todo.
—Puedes morir (podemos).
—Ocurrirá inevitablemente. Es el final, siempre morimos.
—Yo lo decía por tener algo de tranquilidad.
—Muertos estaremos tranquilos, la muerte es quietud. Mientras tanto, caigamos. No tenemos otra cosa que hacer mientras se nos acaba la vida.
—Es lógico, aunque un tanto temerario. La cuestión del dolor es importante.
—No seamos tan cobardes. Caer y levantarse hace el tiempo más rápido y ameno. ¿O quieres morir frustrado?
— ¿En un sillón frente a un televisor? Eso es pudrirse antes de morir.
—Entonces, sigamos cayendo y deja de tocar los cojones.
—Yo solo quería filosofar, tener un pensamiento trascendente.
—Bueno, entre caída y caída, siempre hay tiempo para un orgasmo. Eso sí que es trascender. Deja las chorradas metafísicas para los que no caen, tienen tiempo.
—Sea como sea, jodemos o nos joden.
—C’est la vie!

El filo de la sonrisa

Alguien no entiende bien las cosas.
Entonces la navaja corta el abdomen y las vísceras se salen del cuerpo. Las manos intentan retenerlas, que no caigan, que no toquen la tierra. En ese instante, un certero tajo en el cuello acaba con cualquier esperanza de sonreír sinceramente algún día.
Alguien tiene que hacerlo.
Lo cierto es que no debería estar en este planeta; y si no hubiera vida en ninguna parte del cosmos; entonces no debería estar vivo.
Sonreír es mucho más difícil que llorar. Y además, son escasas las oportunidades de hacerlo.
De ahí que en el cine se hagan más dramas que comedias.
De ahí que dure más el miedo y el dolor de morir que la dicha de nacer.
De ahí que no pueda sonreír ni provocar sonrisas. He nacido para crear dolor y miedo que combatan las hipócritas felicidades. Y después la muerte. No importa, es un trabajo como otro cualquiera.
Lo intentan, ellas y ellos quieren reír de verdad; pero la sombra de la frustración se adivina en sus encías como la fiebre de la imposibilidad.
Es mejor no intentar reír, hay gente como yo que sin pretenderlo lo sabe todo.
Nacemos algunos con el don de la certeza. No existe duda alguna en mi pensamiento, al menos que sea mínimamente trascendente.
Ese don hace las infancias infelices y de la madurez, la libertad tan ansiada.
Y los intestinos se deslizan en cascada entre sus dedos crispados.
¿O tal vez autonomía? Porque el concepto de libertad cambia según lo que se piensa en un momento determinado.
Cuando corto la carne, no sé si soy libre o soy esclavo del filo hiriente que cauteriza las malas sonrisas.
La libertad es como un animal salvaje que apenas se deja ver más que un segundo.
En cualquier caso, la libertad no es sonreír, es lo contrario: no tener que humillarse ante nada ni ante nadie. La sonrisa esconde tanta humillación que me avergüenzan las ajenas.
La libertad no provoca sonrisas ni pretende crear felicidad.
La libertad es esto que cometo impunemente: saber y juzgar.
Sin que importe el resultado, a veces pueden parecer simpáticos los culpables y repugnantes lo inocentes; pero me importa lo mismo que la colilla que dejo caer al suelo de la forma más espontánea.
No mato para juzgar, asesino para evitar repeticiones, no tener que ver de nuevo lo mismo en el mismo rostro.
El mundo es un pañuelo, hay demasiadas probabilidades en la vida de cruzarte con la misma persona
Es una forma de evitar tanta monotonía.
No hay prejuicio, no importa quienes son y lo que podrían haber hecho; solo es un juicio sumario y breve a cada mirada, sonrisa o tristeza con las que me cruzo inevitablemente.
Los que ríen demasiado sin ser necesario, arrastran el estigma de la indignidad y simplemente es mejor morir que vivir humillado.
Yo pongo las cosas en su sitio. A los muertos donde deben estar: en la tierra desangrándose con el rostro contraído de miedo y dolor.
Es algo que no puedo evitar.
Por ello la soledad es descanso y paz.
Porque cuando estás solo no matas. No hay esa necesidad.
Nací solitario entre la muchedumbre.
Soy la auténtica prueba de un error de nacimiento.
Os juzgo, os he juzgado a los vivos y muertos. Apenas recuerdo siete miradas hermosas y diez palabras emocionantes en toda mi vida.
Este balance vital es una tragedia que me ayuda a no sonreír, ni siquiera a quien podría salvarme la vida. Mi descontento me hace enemigo de todos.
Sin vehemencia, sin pasión. Cuando los destripo, no sonrío, ni hay odio.
Solo hay control y objetivo: no repetir la misma miseria en un mismo rostro.
A quien amo, no mato; pero mi sabiduría y su conclusión, no me permiten vivir con quien amo, sería inviable mi vida y la suya.
Vivo en una constante ansiedad de amar y un control férreo de mi naturaleza.
Así, la sonrisa es un acto banal que traiciona la sabiduría acumulada.
Ergo me traiciona a mí.
Pudiera ser que algún día, pudiera ser detenido, es posible que ocurra antes de que muera; pero no es preocupante, no hay diferencia alguna, ya estoy en una prisión.
Una prisión dentro de otra prisión, es prisión. No se eleva al cuadrado.
Tengo muchos rostros de falsas sonrisas flotando en mi cerebro, y ya he consumido el ochenta por ciento de vida.
Será una vida plena acabe donde acabe.

 

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Shae Snow

En Telegramas de Iconoclasta.

Ingenuidad y mentira

«El éxito no es la clave de la felicidad. La felicidad es la clave del éxito. Si aprecias lo que haces, tendrás éxito.»

Albert Schweitzer.

 

Mentira. Pura ingenuidad, pura oratoria de beato para consolar y regalar los oídos y ojos de sus lectores.

Amo lo que hago, pero no tendré éxito jamás. Ni lo considero.

Me basta y me llena con ejercer obscenamente mi vanidad.

¿Éxito? No en este planeta, ni en este tiempo.

No nací ayer.

Y la felicidad es un estado de idiocia, un trastorno como otro cualquiera.

Idiotas por kilo

El kilo de idiota nunca pasará de unos céntimos, sea lechal, adulto o añojo.
Hay tantos que incluso se regalan piezas enteras para aliviar las cámaras frigoríficas.
Yo, aunque cueste más dinero, prefiero la de cerdo (el de cuatro patas) o la de ternera.
Esto me lleva a una duda: ¿Si se consume carne de idiota en coma, se puede considerar comida vegetariana o vegana? Es por lo del estado vegetativo.
La cuestión es que una buena temporada para consumir idiota, porque se han cebado bien y su carne es jugosa.
Aún así, me da asco, soy escrupuloso y un tanto sibarita, yo no como cualquier cosa por muy barata que sea.

Un tiro de gracia

Lo mejor de las fiestas de bondad navideña es hoy, el último día: reyes.
Heme aquí para clavar el puñal en la nuca de los que sufren. ¡Ja!
El descabello…
La montaña estaba tranquila a la mañana, no hay luces ni gente, es igual que siempre, en todo momento. Los jabalíes y otras bestias cagan en el camino y no se nota que hayan comido cosas raras.
La tarde, ya de noche, ha dejado las calles vacías y las bolas y campanas de luces, cuelgan tristes como los cojones de dios o los de un líder; como un mudo arrebato que llama al final, así se mecen por una perezosa brisa.
El ganado se ha quedado en sus casas, intentando ser felices viendo a sus hijos abrir regalos y jugar con ellos; pero no lo consiguen. Están cansados de derrochar lo que no tienen, les acosa el ridículo de una sensiblería farisea de la que han hecho gala estos días. No encuentran ahora la razón de tanta mierda. Cerebros meramente funcionales que se sobrecargan ante lo que no saben definir; pero intuyen.
Los asientos de los cafés están libres, vacíos; como si fuera yo un superviviente que se siente así de bien. Por un momento me hago la ilusión de que no existen, no están.
Espero que no salgan de sus madrigueras, incubando esa depresión formada de hipocresías y banales excesos que han cometido porque así lo ha establecido alguien por ellos.
No importa, pronto les darán otro momento para que se vean obligados a disfrutar: el carnaval.
Mientras tanto, que se jodan.
Sí, lo sé, la empatía es algo que no considero.
Una carencia que no me molesta, una buena deficiencia.
Asumo mi naturaleza misántropa y despótica.
Me ha tocado ser el malo.
Alguien tenía que serlo.
No sé si reír o reír.

Inoportunos llantos