Y ahora, al igual que la canción de lo malísimas que son las aspirinas y tan buenas la vacunas, la chusma debe memorizar otro nuevo dogma al ritmo de canción infantil, la del bozal. Estoy seguro de que todos los cabestros la han aprendido ya e incluso tatuado tras afeitarse el bello genital. A mí me gustaba el Barrio Sésamo no adulterado y pirateado, el de antes. Antes de que el nuevo y normal fascismo español del coronavirus le pudriera toda gracia que pudiera tener.
Crónica de la muerte del hombre como especie, una muerte premeditada.
Lo han conseguido, han sido feroces. Han eliminado al individuo y su intelectualidad. Han culminado el golpe de estado terrorista a la cultura, la libertad del pensamiento y la creatividad; una fiera extinción del individuo y su creatividad, sepultándolo bajo los despojos sensibleros, infantiloides y musicales de las masas de borregos. Sazonado todo ello con los memes de la ignorancia más chabacana. Todo empezó en el inicio de la década de los 70 del siglo pasado, con la formación y concentración de aquellas decenas de miles de colosales rebaños de reses humanas, constituidos por cientos de miles de humanos alucinados con la gran variedad de drogas que se pusieron de moda, follando en barro amasado con orina y mierda, trascendiendo espiritualmente ante banales grupos de rock y pop y charlatanes sectarios. Fue entonces cuando el poder advirtió el verdadero y simple espíritu gregario o grupal de las masas. Vio el potencial que ofrecía para su explotación y sacrificio. Y se sentaron las bases para formar una sociedad estabulada y pastoreada. Así dio comienzo una estrategia para convertir la mente de las masas humanas en un solo pensamiento y deseo insectil y maleable que, convertiría a hombres y mujeres en cabestros castrados y mansos, consumidores y votantes de unas democracias basadas en el voto estúpido o inculto. El bombardeo de banalidad y consumismo llevaría a la humanidad al actual (mayo 2021) grado de decadencia, gracias a su acusado carácter gregario y la inducción del pensamiento único con la fórmula magistral de drogas, alcohol, música, consumismo y sexo que eliminó de la faz de la tierra las consideraciones intelectuales de pasadas generaciones de autores, filósofos y científicos. Un nuevo oscurantismo estaba arrasando el intelecto colectivo, ya de por si muerto por un consumismo febril. Se adoctrinó contra el tabaco porque es un hábito reflexivo (a las empresas el cigarrillo les salía caro por el tiempo laboral perdido y porque el obrero recapacitaba en su esclavitud mientras fumaba cansado del abuso); y en paralelo se permitió que los coches envenenaran masivamente las ciudades (es tal el analfabetismo inducido que los borregos temen más al humo inocuo de un cigarrillo que al humo tóxico y letal de los coches). No se ilustraron las bebidas alcohólicas con fotos de accidentes de coches, hígados podridos, pobreza y violencia que el alcohol provoca, tal como se hizo con el tabaco. Y nadie vio la trampa, la hipocresía. Las borracheras de los hijos fueron toleradas en nombre del gran esfuerzo que era estudiar y luego el porro y su narcosis, la coca y su euforia… Básicamente se siguió la pauta de la extinta URSS, consistente en alcoholizar y por ello anestesiar al obrero asfixiado por una vida gris. Sin embargo, la heroína tuvo poco recorrido, porque en lugar de castrarlos mentalmente, los mataba y el poder perdía contribuyentes y ganado humano que explotar. Por supuesto, creaba zombis de comportamiento imprevisible y violento. Las ciudades no son metáfora alguna, son auténticos termiteros dominados por una casta de muy pocos individuos que rigen la colonia de millones de ciegas termitas, que se sacrifican sin ninguna utilidad a capricho de sus amos y dioses. Con la absoluta fe en la democracia: la más virulenta trampa contra la libertad y el hombre como especie creadora y libre. No existe peor gobierno que el elegido por una masa humana ignorante y miedosa, decadente y pueril. Así se explica como unos pocos con repugnancia, hemos llegado a ver a esos millones de aplaudidores cobardes, mansos y analfabetos de las genocidas dictaduras “democráticas” que han emergido tras la infección de las ciudades por medio del coronavirus. El proceso de castración emocional e intelectual de la humanidad ha sido lento, ya que las logias o castas de poderosos debieron esperar pacientemente a que murieran los grandes filósofos, escritores y científicos que eran el referente de la cultura a nivel planetario, quienes abogaban con naturalidad y sin dogmas por la libertad advirtiendo del fraude de la democracia. Esperar que se extinguieran los intelectuales tenía dos objetivos: no tener excusa para aplastar/censurar con más banalidad e idiocia los programas divulgativos de cultura que eran habituales: entrevistas semanales con escritores, filósofos, biólogos, físicos, médicos, realizadores de cine, pintores, historiadores, etc… Y el otro objetivo: los políticos son seres surgidos de los mismos miasmas que la sociedad, con idéntico analfabetismo, con idéntico adocenamiento; pero nacidos en familias de poder económico y político. Esos políticos analfabetos, tenían que permanecer en la sombra mientras un erudito de libre pensamiento aún respirase para no quedar en evidencia. El cine se prostituyó hacia las nuevas doctrinas de la mansedumbre (el exacerbado pacifismo que consiste en pura pasividad y abulia) y el mono pensamiento. El cine para adultos junto a la divulgación cultural en forma de programas televisivos, ha sido censurado para que la edad intelectual de la población insectil humana no supere los cinco o seis años (Marvel y Disney más concretamente). Actualmente apenas hay diferencia de poder entre las grandes multinacionales, las dueñas de las redes sociales y los políticos. El mundo empresarial, su dinero, quita y pone políticos y es quien dicta las tendencias que han de seguir las masas en cuanto a consumismo y conducta social. El lugar de la cultura y la ciencia se ha usurpado por empresarios millonarios actuando con su retórica de iluminados, como sacerdotes ante un público ansiando comprar sus productos, líderes sectarios de absurdos radicalismos y falsas causas ecologistas o sociales que se han creado para llenar con paja los cerebros vacíos de los superficiales y maleables habitantes de las naciones. Y lo mismo con la literatura, incluso algunos títulos de libros del siglo pasado, han sido descatalogados para mantener las librerías llenas de la actual bazofia con la que se adultera el escaso espíritu de los insectos. La divulgación cultural fue empujada, arrastrada al arcén con una invasión de música rock psicodélica en los 70, en los 80 eclosionaron los videoclips musicales que coparon las emisiones televisivas y crearon un sinfín de estilos musicales con el propósito de que cada intérprete y autor pudieran hacer su videoclip. Cuando llegó internet, los videos de caídas y accidentes ridículos, fueron ocupando el espacio de los videoclips que ya comenzaban a saturar las pocas neuronas de la chusma. Y claro, los videojuegos se convirtieron en los juguetes de la infancia. Juguetes que evolucionaron hacia la realidad aumentada que la gente juega por la calle como si tuviera (de hecho la tiene) una grave deficiencia mental. Mientras tanto la informática invadió como otro virus los hogares y se formaron las redes sociales. En paralelo surgieron los programas basura televisivos, los reality show; una forma de voyerismo blanco para ir a dormir con el cerebro abotargado por la repetitiva visión de los monstruos absolutamente estúpidos y anodinos, parásitos que ganaban dinero exhibiendo su imbecilidad y analfabetismo como una forma de vida desenfadada y divertida. Las redes sociales mientras tanto ganaban a velocidad lumínica millones de adeptos. Los únicos programas divulgativos que han sobrevivido son los reportajes de vida animal a las horas en las que los termiteros bajan su actividad metabólica, como la siesta tras la comida. Y se desarrollaron las performances de los gurús de youtube (falso periodismo inhibidor de la cultura y la dignidad) con monstruos extraídos de los excrementos de la sociedad: putas de lujo y putas de calle, vividores estafadores, aristócratas rancios y arruinados, falsos médicos, falsos actores, falsos cocineros, falsos cantantes, malos políticos olvidadizos y en los últimos quince meses (a fecha de la redacción de este ensayo) la ingesta doctrinal del coronavirus o Covid 19. No se puede obviar el absoluto y apabullante adoctrinamiento sobre el uso del humillante e insalubre bozal o mascarilla contra el coronavirus, la necesidad de vacunarse aunque cause en “pocos casos” la muerte y saber que antes no estabas protegido porque las aspirinas son venenosas y que la libertad es lo que menos que te conviene porque es enfermedad. Veinticuatros horas al días, siete días a la semana sin descanso. En televisión, internet y los teléfonos. Con la adjudicación a cada ciudadano de un teléfono inteligente, han modificado el lenguaje pervirtiéndolo hacia lo más básico y popular para que el analfabetismo del termitero fuera capaz de entender y asimilar los dogmas. Un lenguaje puramente funcional para una sociedad formada por hormigas que van y vienen y se reproducen sin pudor alguno para mayor gloria de los analfabetos poderosos de dinero. Coche y casa de propiedad son las consignas de triunfo social de las masas, a pesar de que muchos morirán antes de ser dueños de una casa por la que se han hipotecado más allá de la vida; es literal. Los que fracasan en el logro de ambos objetivos, en el teléfono móvil encuentran las suficientes razones y argumentos para no sentirse fracasados y acceden a pornografía gratis que combina muy bien con la borrachera y la narcosis para olvidar que son unos fracasados. La aniquilación del individuo (el que crea arte y pensamiento, así como conocimientos científicos) se ha hecho realidad de una forma tan definitiva y con tanta habilidad que los propios insectos que alimentan el poder, no son capaces de verse a si mismos como realmente son. Es el gran triunfo del fascismo de la nueva y normal decadencia y cobardía: que un bicho o insecto llegue a creer que es un individuo con capacidad lectora, con libre albedrío y obediente hasta la emasculación. Los logros de un individuo son parasitados por un controlado y numeroso grupo de hormigas robando una autoría de algo que jamás hubieran conseguido sin la existencia de ese único e irrepetible ser humano. Mientras ejercían el oscurantismo (control absoluto y censura de la cultura) en escuelas, televisión, prensa y puestos de trabajo, ponían el pie sobre la cabeza de cualquier intelectual que pudiera destacar y afirmara que la creatividad y el intelecto no se encuentra en un hormiguero, si no en cada cerebro humano con inquietudes humanísticas. Que la colectivización es esclavitud del pensamiento y convierte al hombre en un animal sin otro fin que la ganadería: su explotación y sacrificio. Los intelectuales o libres pensadores que murieron desde la década de los 70 del siglo pasado, hasta la entrada del presente siglo XXI; no tendrían continuación alguna. Alea jacta est. El fraude que constituye la democracia desvelado con las voces tranquilas entre humo de cigarrillos en tertulias y entrevistas de los intelectuales, quedó silenciado. Y por tanto la libertad del individuo se convirtió en enfermedad y rechazo social. En el actual neofacismo solo se permite la existencia dentro de un enjambre si no eres millonario. La victoria del fascismo de la insectil sociedad y su cobardía y mansedumbre, explotó como triunfo en Marzo del 2020 (tras haber infectado a la población con el coronavirus y su pánico) sometiendo una población acobardada, su supervivencia y alimento a los designios de políticos analfabetos nacidos de familias ricas. Una sociedad cuyos insectos llegaron a creer con ferviente anhelo que sus amos políticos los alimentarían quedándose en casa y conservarían sus valiosas propiedades como casa y coche. Que salvarían sus vidas de un resfriado si se quedaban encarcelados en el hogar aplaudiendo el fascismo y su genocidio. Y fueron millones y millones de hormigas pensando lo mismo, respirando lo mismo: su propio aire viciado y gastado inhalado cientos de veces al día que les hacía el cerebro más lerdo y los pulmones más débiles. Y enfermizos. En todas las naciones del planeta se libró una guerra entre políticos: quien sería el mayor y más temible tirano. Entre la población: quien sería el más obediente y aplaudía con más fuerza. Ya nadie se acuerda de los bebés de la talidomida cuando aparece una vacuna en menos de un año. Y si se acuerdan, es para decirte que ahora solo muere algún desgraciado raramente por trombos; pero que vale la pena que mueras por el bien de las hormigas y su imbecilidad y cobardía. Es de película de terror que todas aquellas entrevistas en blanco y negro a Borges, Josep Pla, Cela, García Márquez, Dalí, Cortázar, Onetti, Vargas Llosa, Severo Ochoa, Carpentier, Benedetti, etc… Un día sean borradas, para que ya nadie las pueda ver en youtube; para que nadie ose pensar, ser libre, ser individuo único, irrepetible e imprescindible. Es de película de terror cómo se ha pervertido la educación, incluso a niveles biológicos, para confundir a la infancia y que no acaben de saber si son mujeres u hombres. Si su futuro dependerá de si tienen pene o vagina y si deben transformar sus genitales y anatomía. Bajo la prohibición de la tauromaquia por razones animalistas humanitarias, subyace la cobardía y la envidia. Que un hombre de setenta kilos se enfrente a un toro de casi seiscientos y asuma el riesgo de morir para crear una emoción en el público, es algo que no pueden soportar las generaciones adoctrinadas por el fascismo de la cobardía: el miedo a la lucha, a la violencia más primigenia. Reses se sacrifican cientos de miles cada día en el planeta. Que un toro tenga el privilegio de luchar contra su enemigo, es algo que admirar. Admirar a ambos. Es tan solo una anécdota de tantas sobre la evangelización de la globalidad: todos igual de pobres, igual de ignorantes. Han creado al cobarde perfecto con la cultura del miedo enmascarada de ecología y animalismo. Esos insectos que a lo sumo se atan a un seguro arnés para dejarse caer unos metros al vacío y gritan con euforia infantil su valor, son una pequeña muestra de la cobardía sembrada entre la población y que ha dado generosos frutos. Es lógico que las hormigas se quedaran en casa quietas, sin una sola protesta ante la prohibición de realizar sus más elementales actividades de supervivencia como encontrar comida. Dejaron sus vidas y las de sus hijos, de forma absurda y alienante en manos de unos dictadores. Se repite sin hornos de cremación (por ahora), el borreguismo judío del Tercer Reich. Una proclama como: ¡Quédate en casa! (cabestro). Sesenta años atrás y con el nivel cultural veinte veces superior al actual, no se hubiera obedecido. Ernest Hemingway se hubiera reído de semejante basura cobarde. Ahora que se ha demostrado que el ser humano no es más que una hormiga y se ha prohibido y penalizado el individualismo (lo que hizo evolucionar al hombre y le dio más años de vida y conocimiento), todo irá a peor. El miedo de los bichos a una gripe es tal que, prefieren sacrificar el alimento de sus hijos quedándose en casa aprendiendo que hace más pupa una aspirina que una vacuna. Ya no hay eruditos, solo sacerdotes oscurantistas que evangelizan el miedo y la pasividad, el analfabetismo y la enfermedad que es la libertad. Sé corrupto y cobarde tendría que ser el lema de la nueva logia sectaria del poder surgida con el coronavirus.
Resulta que ahora, los proveedores de música por suscripción deciden por ti lo que debes y no debes oír. Y así buscas una canción de Eminem como Rabbit run y ves que está etiquetada como “clean” (limpiada). Y escuchas la canción a saltos, porque enmudecen las palabras que ellos consideran mal sonantes. O bien, pueden marcarlas como editadas, para que sepas que no es lo que el autor creó, y lo que tiempo atrás compraste como una banda sonora de una película, en este caso 8 Millas lo han convertido en mierda. Como escribí como motivo de baja a la compañía censora y suministradora de música adulterada: “Nadie me dice lo que debo oír y mucho menos si pago una suscripción”. Y se pueden meter sus listas personalizadas de canciones y su gran oferta musical por el culo; no voy a pagar (al menos voluntariamente) ni un solo céntimo al fascismo y su censura de mierda. Una vez fuera de Spotify, busqué las mismas canciones en Amazon music, y me di cuenta de que todo está podrido, corrupto, manipulado. Así que cancelé la suscripción y muy graciosos ellos, hicieron saltar un banner que decía: ¿Seguro que entre 70 millones de canciones no hay nada que te guste? Es muy bueno… Me hizo reír. Supongo que están tan habituados al fascismo, que no se dan cuenta de que ellos son la misma basura. Como si no existiera censura de mierda. Es el peor momento que cualquiera con inquietudes artísticas o de libertad, pudiera vivir. Es el fin de la libertad y la inteligencia. Pues mira por donde, que me cago en Dios y en toda esa pandilla de hijos de puta que controlan la nueva y normal moralidad de mierda y su lenguaje. Pedazos de mierda… Menos mal que no me censuro a mí mismo, como está tan de moda en los nuevos fariseos y puritanos fascistas. Es que soy alérgico a la moralidad puta; me salen pollas por la piel (perdón quería decir ampollas).
“Quién no escribió un poema huyendo de la soledad. Quién a los quince años no dejó su cuerpo abrazar. Y quién cuando la vida se apaga y las manos tiemblan ya, quién no buscó ese recuerdo de una barca naufragar.”
Siempre me ha intrigado esa manía, ese deseo desaforado de la especie humana por cantar y bailar. No creo que haya arte en estas cosas, salvo para algunos y raros genios de tales aficiones. Quiero decir que de modo general se puede decir que cantar y bailar no es una disciplina humanística. Es simplemente instinto. Un largo, aburrido y alcohólico ritual de apareamiento. Salvo en los cantantes y bailarines que cobran una pasta por sus espectáculos, no he visto a nadie que no estuviera borracho cantando y bailando. Yo no tengo paciencia para tantos preámbulos, me gusta más follar con naturalidad, sin histerias, prejuicios, sobrio y con esposas. Cuando una tipa le hace un perreo a su macho bailongo, a mi acertada y verdadera forma de ver, pierde un tiempo precioso que podría emplear en hacerle una buena mamada. Porque tras tanto perreo y bailoteo, las mamadas no son tan intensas: las chicas están cansadas y a menudo deben dejar el trabajo para tomar aire. Y dan ganas de “Insert coin” en la oreja tres o cuatro veces para que reanude el ritmo. Y conste que me gusta la música, pago cada mes rigurosamente mi espotifai para asegurarme de que no aparecerá ni una sola canción reguetonera en mis listas de reproducción. Me preocupa mucho que por un error pudiera sonar alguna de esas deplorables canciones. Pareciera que por lo aquí expuesto, en las cuestiones del follar pudiera parecer de carácter cerebral, incluso intelectual. Que nadie se fíe, soy muy sucio. Soy más del chapoteo obsceno, jadeo, insulto y esas lógicas blasfemias al correrme que, de la danza y la musicalidad. Y no me puedo quejar, afortunadamente hasta la fecha, no he tenido que hacer el ridículo durante horas para follar o hacer madre a una maciza (carita sonriente ruborizada).
Pensé que llegaría un momento en la vida en el que me sintiera medianamente bien. Y cuando de nuevo escuchara Speed of Sound de Coldplay unos años más adelante, me reconociera de nuevo como un hombre pleno. Bueno… al menos vivo y con el cuerpo más o menos completo. Tal vez alguna frecuencia de la música y la letra de aquella canción produjo una sorprendente reacción eléctrica en mi cerebro en el momento preciso. Una reacción de fuerza y ánimo contra todo pronóstico. Me reconozco ahora que escucho la canción, cuando han pasado dieciséis años. Y he recordado con melancolía a aquel hombre más joven al que se quería comer la muerte trepando venenosa por una pierna dolorosamente rota… Y por ella, se asomó a los pulmones, se extendió por los huesos, se hizo pus en la sangre, secó las venas y creó carne muerta. Y a pesar de toda aquella andanada de dolor y miedo, escuchando a Coldplay en una de aquellas infinitas mañanas rotas, postrado en un sillón con la pierna enterrada en yeso hasta la ingle y palpitando malignamente, tuvo una certeza de futuro: que muerto él sería yo el que ahora, escuchando de nuevo la canción, lo evocara con ternura. Pablo el Muerto: lamento que pasaras aquel año de mierda. Tantos días perdidos… No sabré en qué momento moriré, el próximo que podría tomar el relevo de la vida será Pablo el Viejo; el decidirá si mi vida y muerte le habrán servido de algo. Estoy condenado a vivir y morir, vivir y morir, vivirdolermorir… Es eufórico vivir y por tanto morir a la velocidad de la luz cuando has experimentado la lenta y degenerativa velocidad del dolor. Sísifo se entretenía con una piedra y podía subir empinadas cuestas. Yo tengo un buen equipo de música y mi canción es muy bonita. Seguramente al viejo Pablo, le encantará un día escuchar la velocidad del sonido, la que yo escucho ahora para él como hizo mi antepasado Pablo el Roto nacido en San Valentín del 2005. Nunca se sabe cuándo acabará definitivamente la canción; pero no tenemos otra cosa que hacer. Tal vez sea por culpa del esperanzador título de la canción y un ritmo ligero y tranquilizador para un tullido con la soga al cuello que, desearía correr a esa velocidad del sonido en lugar de la del dolor. Si la canción no acaba antes, Pablo Viejo, espero que la disfrutes y que la poca vida que te queda, sea más velocidad que dolor, más música que rugido. Cuando muera yo, toma el mando, no pises el freno.
Demasiada filosofía, teología, política, precisión y detalle en una película, al igual que la iteración de escenas, conducen al bostezo. Estoy experimentado en ello, en el aburrimiento. Y cuanto más tardas en leer un libro, tan malo es. Muchos críticos, por lo visto, pueden llegar a leer hasta treinta páginas por minuto; de ahí el gran éxito de muchos autores y sus cosas. La velocidad lectora de los críticos: ¿se paga o es espontánea? Con la música no ocurre lo mismo, es mucho más fácil, tan solo requiere repetir la canción siete u ocho veces al día durante cinco semanas para que se convierta en super éxito. Bueno, las novelitas de Harry Potter, escapan a esta norma, son un híbrido de los críticos de gran velocidad lectora y una cancioncilla cientos de veces repetida. Parecen música encuadernada, coño. Precioso…
Beethoven… ¿En qué estaría pensando este hombre cuando decidió componer el Himno a la Alegría (o crear una música para la Oda a la Alegría?) ¿Era cuestión de sexo o dinero ese ataque de inspiración dichosa? Porque no veo más razones para ser feliz como la idiota de la perdiz. Tal vez, la suerte de ser sordo y no tener que escuchar a los imbéciles continuamente lo hacía un tanto optimista. No sé… Cuanto más viejo soy, más dudo de los más elevados sentimientos humanos y acepto como dogma lo carnal y lo material sin pudor alguno. Seré el más cabrón del cementerio.
Como decía la canción de Miguel Bosé, Bravo muchachos: “Seremos fuertes luchando hasta la muerte venidos de un puro invierno”. Bravo por Miguel Bosé y la gente que plantó cara y cojones a la ignominia que el fascismo del coronavirus, ha infectado toda decencia y valor. Bravo por ellos que sin bozal, muestran sus dientes a los cobardes.
“Sabes que las amapolas son altas, altas, altas naciste patito ¿Qué puedes hacer? Sabes que las amapolas son altas, altas, altas. Y eres pequeño, y eres pequeño…”