
– No las mires, están lejos. Tan lejos que deberías tener la edad del universo para llegar a la más brillante. Si insistes, tu mente quedará congelada, allá, en una de esas estrellas.
– Mirar el cielo me da paz, no intento llegar.
– Alguien dijo que se ve lo que se observa y se observa lo que ya está en la mente.
– Bobadas incomprensibles. En mi mente está todo, lo que jamás he visto ni veré, lo posible y lo inasequible, lo observado, intuido y adivinado. Y tú también, un Pepito Grillo que se encarga de guardarme de mí mismo.
– Yo no existo, solo soy tu paranoia.
– No importa, si te observo, si te escucho y te hablo; eres en mi mente. Lo digo yo. ¿O soy algunos? Cuando muramos, tú no dejarás cadáver. Quisiera ser paranoia, no quiero que duela.
– Cuando llegue el momento, me coloco detrás de los ojos y tú te haces paranoia.
– Me parece bien… Miraba las estrellas pensando en como sería besarla en el espacio, sin un solo sonido, sin voz alguna.
– La amas tanto que quieres que desaparezca La Tierra para quedarte solo con ella.
– Sí. Solo ella y yo, como si fuéramos un amor cuántico capaz de atravesar planetas y atisbar agujeros negros y sus vergüenzas, que tanto esconden.
– Sigue soñando, yo te sujeto.
– Gracias, no tardaré. Cuida del cuerpo, aún nos tiene que contener un tiempo más, no mucho; pero es mejor que estemos cómodos mientras existamos.
– Descuida, soy una paranoia eficiente. Bésala cuanto puedas allá arriba, o allá en lo profundo del cosmos silencioso. Ámala hasta la desintegración.
– Claro… En unos eones vuelvo.
– ¡Ja! Muy gracioso.

Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.