Posts etiquetados ‘maldad’

Recitad  rápido, sin piedad, que apenas sea audible, en un susurro seseante.

Aunque no respiréis, me da igual…

Entrecortado de ira.

Entreverado de odio y asco, de la más pura aberración.

Y vuestros deseos se cumplirán…

YO os lo juro.

Os arrancaré los pulmones, cuando todo se cumpla. Cuando ejecute todos y cada uno de los horrores que me son rogados.

Lindas noches, monos míos, no quedara nada de vosotros al final de esta salmodia.

Una simple y usual declaración de intenciones, tampoco se crea nadie que es un asqueroso Credo, como los maricones ángeles se inventaron para Dios.

Que duerma y muera, que ya no despierte.

Que sus riquezas se conviertan en tumores, que sus hígados estallen y envenenen sus venas.

Que sus hijos nazcan con la piel del revés y su dolor no cese nunca.

Primate mío, te aseguro que te cantaré la nana de la peste negra.

Que se arruinen, que coman los excrementos que yo defeque en la calle y se les caigan los dientes con hemorragias imparables.

Que sus testículos queden vacíos y sus úteros secos como odres de vino.

Que en la noche lloren sangre y sus muertos sufran ante ellos.

Primate mío, te prometo que la bondad no la verás jamás, solo mi rabo sucio en tu boca.

Que sus noches todas sean de horror. Que se odien entre sí, como toda su vida han envidiado.

Que sus ojos se cristalicen y se rompan.

Que cien deficientes mentales violen y preñen a sus hijas, que sus hijos no puedan cagar sin rechinar los dientes por el dolor.

Primates míos, adoro a vuestros hijos porque son y serán fuente de vuestro dolor.

Que tosan su vida entre sangre y mocos, que el café de las mañas se haga asfalto. Amargo como la hiel.

Que su vida sea el infierno y yo lo vea.

Que los fantasmas de la noche les arranquen las uñas.

Primates míos, morid sin cariño ni consuelo, sabiendo que todo lo que desciende o viene de vosotros, será aniquilado. No habrá ni un solo gen vuestro en toda la capa de la tierra.

Que sufran en las noches ante un futuro de sed y sequía, que solo se cumplan sus más podridos sueños.

Que hablen los muertos sus penas en una letanía eterna y cansina en sus oídos.

Que el llanto de la desgracia sea el sonido de sus noches.

Primates mías, abrid las piernas, que vuestra menstruación sea el alimento de vuestros hijos. Y el mío.

Que sus sueños sean mortales y les llenen la piel de bultos y sus cerebros se ahoguen en sangre.

Que sus perros se mueran encogiendo los belfos de dolor, lanzando locas dentelladas al aire.

Primates míos, venid a mi comunión: ¿Quién será el primero que beba mi semen negro?

Los pájaros vuelan haciendo el picado de la muerte.

Están tan vacíos de vida como corrupto es Su pensamiento.

Que se mueran, que se mueran los ponzoñosos amantes el uno en los brazos del otro, antes de que sus labios puedan rozarse, antes que puedan darse los ansiados besos.

Que se mueran y se pudran.

Perdida la gracia de la divinidad del Dios cabrón, que irrumpan vuestros odiados seres en la inhóspita vereda de un bosque negro como boca de apestado; donde el coro de los niños cantores muertos, lanzan serpentinas de intestinos humanos llenos de mierda a los que inician su viaje al dolor eterno.

El camino al calvario está lleno de cristales rotos, una pendiente por la que sus hijos se dejan caer sajando su abdomen y dejando resbaladizos restos de sí mismos.

Mirad las sonrisas que se abren en sus vientres, es la gracia de mi Señor Oscuro.

Es hora de sufrir… Más.

Deseo cada noche vuestra plena de sufrimientos, hasta que pidáis muerte como el hambriento pide pan.

Os espera la aterradora nada. No es liberadora, es el tormento definitivo, la suma de los miedos de toda la humanidad.

Soñaréis todas las muertes y todos los dolores. Los cigarros se hacen hierros al rojo en los labios.

No seréis privados del miedo.

Os arrancaréis los ojos para no ver y las cuerdas vocales con garfios para no gritar; porque sentiréis terror de vuestros propios alaridos.

Yo te prometo, odiado mío, que a tu mujer le haré tanto daño en el ano, que morderá sus propios dedos y se los arrancará. Con sus muñones ensangrentados se hará el orgasmo más grande que en su vida hubiera podido imaginar.

Malditos trasgos y duendes de la noche, que portan agujas afiladas en los meatos de sus penes y el dolor los enloquece como a los animales rabiosos.

Pequeños trasgos que hieden a muerte y animal podrido. Acompañarán los sueños de vuestros niños.

Y malditos vuestros bebés que yacen lívidos y congestionados de sangre en sus cunas, con los puñitos cerrados.

¿Quién dijo que algo o alguien podía estar a salvo del dolor y la muerte?

Es hora de sufrir, los que disfrutáis de riqueza y los que sois pobres.

Los que sois bondadosos y los que sois idiotas.

Pudríos, primates, si podéis. Porque de sufrir no os libráis.

Éste es mi deseo, que le ruego a mi Señor Oscuro.

Recitad esto hasta que sangréis por los ojos y las encías, y se cumplirá.

No lo dudéis.

Es hora de sufrir de pagar el tributo de sangre por vuestra existencia apestosa.

Siempre sangriento: 666

Iconoclasta

Nueve grados de temperatura es frío, pero no lo suficiente para que se congelen y queden como feas estatuas, quietos con su último latido presionando contra la ropa helada, con la boca abierta exhalando el aire en forma de inmóvil voluta; lo que quiera que hiciesen décimas de segundo antes de morir.

Todo lo malo se preserva y perdura; como si este asqueroso planeta deseara estar atiborrado de necedad.

No hay un calor suficientemente potente para que deseque a los niños (son peligrosos, se harán adultos), a los hombres y a las mujeres.

El planeta es una mierda (como todo lo que se deja al azar resulta) y si tuviera creador, su forma sería la de una sucia botella de cerveza medio llena de miserias fermentadas.

Dios es una puta cerveza con restos agrios. Yo tiro a Dios a la basura tantas veces… Y no se acaba el hijo puta.

Me hago una paja y derramo el semen en la botella (lo que entre, porque la tengo demasiado gorda para una botella tan pequeña) para que se lo beban los indigentes, los hambrientos, los borrachos y los niños que de todo quieren.

No existe el buen frío o el buen calor. La sensación térmica de millones de idiotas coreando sus estúpidos deseos y esperanzas, creyendo que en otra vida todo irá mejor, es desesperanzadora.

Vivo en un rango de temperaturas que no mata a nadie. Es la uniformidad perfecta y eterna, un presidio perpetuo. Tengo miedo que la muerte sea una extensión de esta porquería.

No mola. No me gusta así.

Solo acepto el calor de mi pluma, es el único consuelo en la soledad.

Cuando fluye la tinta, el plumín atempera los recuerdos gélidos y abrasadores en un color que esplende vívido en el papel. Podría dar vida a lo que está muerto por congelación y por desecación; pero no hay muertos así.

Los muertos mueren a manos de vulgares y de su propio organismo, de una vejez injustamente larga. Solo doy gracias a que al final, después de una eternidad, mueren.

YO soy Dios y no esa sucia botella de cerveza color mierda.

Yo tengo forma de polla para hacer sentir mal al cosmos. Derramo mi esperma con la certeza y seguridad de que no colaborará en la creación de nuevos imbéciles. Quisiera agotar el semen de mis cojones, pero soy como Diosbotellacerveza: no se acaba nunca lo que llena mis huevos.

Ser Dios es devastador para la moral, demasiados deseos y poca capacidad de actuar. Hay una importante dosis de decepción ahí.

La humanidad se reproduce como los roedores y no hay velocidad suficiente para superar la ratonil reproducción. Me harían falta veinte dioses más y tal vez en este siglo acabaríamos con la plaga. Enviaríamos con potentes refrigeradores temperaturas cercanas al cero absoluto y jugaríamos a los bolos con los seres congelados.

Romperlos… Romperlo todo  en mil pedazos.

O con enormes calefactores desecaríamos grandes zonas superpobladas del planeta, para luego soplarlos alegremente y ver como se deshacen y son llevadas sus pieles por el viento.

La jodida realidad es que soy un dios con toda la mediocridad que conlleva lo sagrado: no puedo congelar ni desecar a nadie en un instante.

Y no hace ni frío ni calor, estoy metido en una transparencia aséptica y mi organismo no se sobresalta por nada. Tal vez por ello, los enfermos me dan hambre causada por el aburrimiento.

Soy el misantropóstata del universo y ésta es mi voluntad (estoy seguro de que alguno la hará suya por alguna cuestión de fe; hay mucho cerebro podrido necesitado de dogmas):

No dejéis que los niños se acerquen a mí.

No honraré a mi madre porque su coño está ennegrecido y aún así tiene esperanzas. No honraré a mi padre porque tiene la polla tan pequeña como el cerebro.

No respetaré a los muertos porque algo estropearon. Vivieron demasiado tiempo.

Santificaré las fiestas derramando mi esperma en el polvo y modelaré un feto muerto.

Me amaré a mí mismo sobre todos los demás, tanto que se sentirán perros.

No mataré, solo eliminaré, limpiaré lo sucio y degradado, son demasiados restos enterrados y al aire.

No robaré porque no soporto tocar lo que otro ha tenido entre sus manos, soy higiénico. No me gustan las cosas de ocasión.

No necesito los bienes ajenos, los pueden enterrar a todos con sus asquerosas joyas y relojes.

No tomaré el nombre de dios en vano, porque es vano y no tiene nombre.

Congelar y desecar seres no es un pensamiento impuro, se puede pensar, se debe hacer si hay posibilidad de ello.

No levantaré falsos testimonios ni mentiré, solo diré la puta verdad. Lo que hay, lo que sois.

Mis pensamientos y mis deseos no son impuros, comportan la pureza absoluta con la esperanza de un mundo mejor: vacío. No hay nada en mi pensamiento que sea obsceno, solo mi rabo lo puede ser en la boca de una bella mujer.

No… Las temperaturas mediocres no me ponen de buen humor.

No se acaba nunca lo molesto, no hay esperanza de un mundo gélido o abrasador.

La temperatura está mal regulada.

El termostato está fabricado por un idiota: por Dios.

Queda la esperanza de que el esperma en la cerveza se haga arsénico.

Y mueran los necesarios, todos.

Que mueran un millón de veces y dejen espacio a mi pensamiento. A mí y a mi feto moldeado con tierra y semen.

Han de morir más y rápidamente. Y si no puede ser: ¿no podrían permanecer callados en su madrigueras?

Señalaré a quien de ellas puede salir para que me la chupe y me ayude a rellenar el envase de cerveza color mierda. Para que así pueda estar en vosotros y congelaros de alguna forma desde dentro, o envenenaros.

Hace una temperatura ideal para la vida y no tengo consuelo.

Me cago en Dios y en mi imposibilidad de dominar la temperatura de todo el universo.

Ego semper impío..

Iconoclasta

Necesito pensar que la lluvia, la que me hipnotiza llevándome a lo más profundo de mí con más fuerza que la heroína o el opio y me da un indefinido consuelo a una indefinida melancolía, no es solo agua.

Debo pensar para evitar una irritación cerebral, que la lluvia es el vapor condensado de los cadáveres, de millones de muertos. Entre esas gotas hay partículas de seres que un día amé y hoy echo de menos.

Sé que también forma parte de la lluvia mi sudor, mis lágrimas y mis esperanzas diluidas en la orina; pero puedo discriminar cada gota por su forma y emoción. Sé que gota específica vale la pena observar y escuchar, dejarse mojar por ella… Soy selectivo.

No hay gotas malas, o demasiado malas, porque los fracasos y la mala gente no se hacen lluvia, lo dice la religión: los buenos al cielo, los malos al fondo de la tierra, al infierno. Me dejo llevar por una inocencia estúpida de vez en cuando, es una pequeña licencia de hombre adulto: me permito ejercer una ignorancia pueril cuando llueve.

No puede hacer daño.

Nunca rozo las gotas que corren por las ventanas (ya sé que llueve por fuera, es necesario abrir la ventana para ello) porque son frías como los cadáveres que un día fueron. Simplemente me acerco y un tenue vaho, como un amor muerto seguramente, empaña la superficie y oculta mi reflejo. Está bien ser oculto y secreto.

No trasciendo, desparezco por cualquier concepto, no me engaño demasiado.

Las gotas repiquetean en los cristales de la ventana y sin apenas esforzarme imagino que me saludan. Cuando arrecia la lluvia, se forman ríos verticales de irregulares trazados que relajan mis párpados de placer al imaginar que vienen a por mí mis muertos, los que amé.

— ¡Vamos! Ya has vivido demasiado, no hay nada que aprender o descubrir. Se te ve cansado. Es hora de descansar con nosotros —hay mucha ternura y cariño en como lo dicen, siempre la hubo. No es novedad.

Siento hacerme agua, mis entrañas se diluyen con una nostálgica sensación de pérdida, de que algo llega al final. Dentro de mí, en mis intestinos, en mis testículos encogidos se forma un frente de bajas presiones de llantos.

Mis tripas se hacen lluvia por las implacables imposibilidades.

Porque las gotas solo caen y se transforman en vapor, no se hacen abrazos, besos ni carne.

Todo ha sido una gran mentira: la resurrección, la vida en otro lugar, el cielo y la bondad…

Puta mierda.

Los que un día amamos, no volverán, serán gotas de lluvia.

Y a pesar de la verdad, yo me voy con ellos, tienen razón. Hay viajes largos y la vida se hace interminable. Con la experiencia acumulada la razón dicta que para llegar al mismo destino: la muerte, es mejor ahorrarse dolores. No es necesario sufrir más si no hay nada que ganar ya.

Conforme las gotas resbalan y de algún sitio llega algún tintineo metálico provocado por las gotas amadas como un cántico de esperanza, camino con los ojos cerrados por una estrecha carretera bordeada de enormes plátanos que forman un túnel con sus copas. El agua resbala por sus hojas y ramas para mojarme cálida y serenamente, íntimamente en soledad.

Y se está bien sin ir a ningún sitio, solo camino.

No hay nada que lograr o vencer ya, solo se trata de llegar sin prisas, pensando que la lluvia son gotas de agua de personas buenas que murieron. Uno necesita engañarse en un mundo hostil.

En una vida hostil.

En un planeta de selvática envidia.

El humo del cigarrillo me sigue en la densa atmósfera; camino cómodo, camino suave. Camino contento arropado por la buena lluvia.

Los amores son tan sutiles y desprotegidos que nunca se hacen lluvia, simplemente se deshilachan como pequeñas nubes sometidas al viento. Se hacen jirones sin más peso que un recuerdo o lamento inaudible.

Hay muchos amores, hay amor hasta debajo de las piedras (lo esconden los malos). Pero con la lluvia solo me preocupan aquellos irrepetibles, los que están ligados a mis amados muertos. Padres y madres se convierten en amigos cuando ya no los necesitamos y simplemente los queremos. Da miedo que toda esa potente emoción sea un simple jirón de vapor, hay que ser cuidadoso, estarse quieto para que el aire no lo rompa cuando llueve.

Pobres amores que no pueden llover una vez muertos…

Mi sombrero en mi pecho por su muerte eterna.

Cuando llueve, al igual que cuando sueño, no tengo una pierna que no funciona.

Podría ser que sueño que llueve. O tal vez cuando sueño, llueve. O tal vez sea que la melancolía es tan densa que crea una surrealidad de la realidad.

No es difícil de entender, solo son opciones que dan todas el mismo resultado, como la muerte es el resultado de la vida.

Si la lluvia es agua de buenos y amados muertos. Los malos se convierten en piedras, en hierro, en minerales. En materiales innobles que serán golpeados, aplastados, triturados, o fundidos. Los malos (porque los hay) son tan densos que no tienen imaginación, no vuelan. Son piedras.

No llueven, son plomos.

Los malos no pueden ser etéreos y sutiles.

Son inconfundibles a mis ojos: tengo la mala suerte de distinguir las hipocresías todas, las envidias y las decepciones y sé que caen pesadas al suelo.

Y me hacen daño en los pies al caer.

Demasiados golpes, al igual que los cigarrillos pueden devenir en cáncer. Pues ya tengo mi cáncer en mi pierna. Hace años que comenzó a formarse, la lluvia me ha ido salvando; cuando estoy a punto de ser absolutamente derrotado, llegan mis muertos, llegan los buenos repicando en la plancha de los coches, en los techos de las casas, en las ventanas… Forman sus pequeños ríos hipnóticos en los vidrios y todo está bien, yo viajo por esos ríos de la bondad. Por el camino flanqueado de enormes y tupidos árboles.

Siempre me dejo mojar, aunque me resfríe.

Peligro es mi apellido.

No soy dado a las ilusiones; pero como no me emborracho ni me drogo, me dejo llevar por pequeñas delicias que no provocan cáncer para variar.

Dicen que hay lluvia ácida y radiactiva, yo no lo creo. Lo que pasa es que las pieles de los mediocres es demasiado cobarde y sensible a todo aquello que es sencillo, limpio y puro.

Cuando cesa la lluvia mis últimas gotas de ilusión y paz se van con el resto de la bondad llovida a la cloaca.

Deseo que no tarde en llover, las largas temporadas de sequía y calor se comen mi hueso como si una plaga de insectos anidara en la médula.

Como las vacas en las viejas películas de vaqueros, oleré el aire en busca de lluvia cuando el sol aparezca nocivo, cabrón y desecante en el cielo.

La lluvia es un estigma para los pusilánimes y ahí radica mi perverso placer entre toda esta melancolía.

El fin no varía, lo importante son los medios para llegar, el destino no guarda secretos. Las conclusiones sin lluvia son más duras, son simplemente vulgares.

Nacemos para ser agua o minerales.

Cesando la lluvia los árboles que flanquean el camino se hacen pequeños, el sol levanta vapor de la tierra mojada, huele bien durante un segundo. Siempre huele bien la bondad y el amor evaporados.

Yo también siento que me seco.

Tomo una piedra, la lanzo contra la ventana de una casa abandonada y rompo un vidrio para que no corra por él la lluvia. Para que no se hagan ríos de bondades y melancolías.

Si pudiera, solo permitiría que lloviera sobre mí y a mi alrededor.

Quiero ser único en mi melancolía, en mi amor, en mis recuerdos.

Que nadie comparta mis gotas, mis muertos.

Enciendo un cigarro para calmar el ansia de esta sequedad. Sé que seré mineral, porque no puedo ser bondadoso ni ofrecer cariño más que ejerciendo la imaginación. Es necesario creer en el ser humano y respetarlo a todo tiempo para ser lluvia.

Yo solo hago de la vida y solo durante unos minutos, un cuento de hadas que no existen.

Yo seré uranio.

Iconoclasta

Solo las mujeres pueden parir; pero los antinacimientos (partos de ausencia y desesperanza) no conocen sexo ni biología. Los momentos de dar a luz y antinacer se diferencian en someros detalles durante las primeras horas. Cambia una cosa: el final en un antinacimiento nunca será feliz. Es tan duro y tan doloroso que no se olvida jamás. Son losas pesadas con la que nos carga la puta vida en el pecho para que no podamos respirar.

Porque cuando alguien que amamos muere, muere solo él, no morimos con él; ni siquiera románticamente una parte de nosotros. Nos quedamos embarazados de dolor y pena; los que quedamos apesadumbrados, antiparimos.

Padecemos el antinacimiento.

No basta con despedirse, con sentirlo. Hay que sufrir largo y tendido, mierda de vida…

Me cago en dios…

Aunque no son muchos los antinacimientos: la gente no suele amar; solo se siente desolada con vacuidad y dramática pompa, solo cumple un ritual de mierda sin más trascendencia que una lágrima farisea.

La mujer al parir respira, exhala repetida y rápidamente la respiración. Grita de dolor y de repente se calma ante un final feliz, ante lo esperado.

El antinacimiento provoca una respiración lenta, abrimos la boca para captar un aire que nos roba un invisible puñetazo en el abdomen. Es un aire que necesitamos en esos momentos porque lleva la esencia de nuestros muertos. Y parece que mueren aún más cuando perdemos el aliento.

El corazón se para durante un segundo varias veces por hora, en el parto se acelera.

Son diferencias que uno se calla para no parecer derrotista, para no parecer dramáticamente herido; pero piensas sin poderlo evitar en la vida y en la muerte, y al final gana la muerte por puntos, nos roba mucho más aire y sangre que un nacimiento.

Tras la apnea del antinacimiento, no hay alegría ni descanso, no hay sudor, cansancio, ni unas lágrimas felices. Tras los intentos por aspirar grandes bocanadas de aire, queda la tristeza perfecta, la descomunal desolación que día a día provoca un vacío en el corazón. A veces no late pensando en quien murió.

Y deja secuelas como el molesto dolor que ataca sorpresivamente a lo largo de toda la vida, como un vértigo que no podemos controlar. Nos detenemos para tomar aire ante el abismo de algo que no volverá, que está irremisiblemente muerto.

Cuesta dios y ayuda sonreír cuando llevas ya unos cuantos antipartos.

Si has amado lo suficiente, claro. No todo el mundo tiene la desgracia de “gozar” de un antinacimiento.

Otra vez a antiparir, antinacer… Esto es una mierda…

Estas apneas durante la consciencia y las punzadas en el corazón y el vientre, es mi antinacimiento sin final feliz.

Lo acojo como mi prueba de cariño, de capacidad de amar, me jodo por ella. Si la amé es sus caricias, la amaré en su miedo y dolor.

Es un brindis y mi homenaje a un ronroneo dulce, unos ojos que se convertían en ranuras negras sobre fondo dorado, unas patas pequeñas y de fino pelaje carey que buscaban mi cara cuando estaba cubierta por una capucha. Un maullido casi infantil en demanda de una caricia. Una lengua pequeña y rasposa que aportaba una ternura de tal magnitud a mi piel, que me hacía dudar de que en mi vida hubieran ocurrido cosas malas. Se revolvía en el suelo para que acariciara su barriga. Pedía cosas posibles, bonitas, sencillas y hermosas. Nunca quise que hablara, no quería nada de humanidad en ella.

Era todo tan sencillo, tan hermoso en su simplicidad…

Es normal, es otro de los síntomas del antinacimiento: las manos se crispan involuntariamente con la absoluta certeza de que tras el antiparto (cuando pasan los años y se apilan los dolores) no volveré a experimentar ese tacto tan suave para el alma. No volverá jamás la suavidad de ese inocente cariño.

No quiero pensar en su miedo, tristeza, dolor y agonía, porque me retuerzo de pena y remordimientos.

Es duro cuando muere un humano; es espantosamente doloroso. Lo sé de la misma forma que conozco la enfermedad; pero cuando muere tu animal, tu amigo; muere la más pura inocencia, es la quintaesencia de lo puro. En ellos no hay bondad ni maldad, su naturaleza es perfecta y equilibrada.

No carecen, no necesitan y sienten.

Con el antinacimiento se desvanece toda esperanza de ternura sorprendente a lo largo del día.

No hay consuelo alguno en el antinacimiento y soy culpable de no haberla protegido suficiente. Yo sabía que en el mundo hay seres humanos y por ello: envidia y maldad.

Mi gata no tenía herramientas ni medios para saber que alguien la maltrataría, la robaría de su hogar o la mataría por capricho, por asco, por aburrimiento, por ignorancia; pero sobre todo por envidia. Hay perros y gatos más guapos que sus hijos, mejor alimentados, mejor educados, más inteligentes que ellos mismos. Es esto lo que desconocen los gatos, los perros y todos nuestros amigos irracionales cuando son pequeños. Y lo que es peor: cuando crecen mantienen intacta su idiosincrasia.

Y son siempre pequeños, cálidos, dulces…

No pueden entender ni creer que haya tanta mierda en el cerebro de los humanos.

No degeneran como el hombre.

No hay suficientes muertes ni guerras, no muere el prójimo en la necesaria cantidad para consolar mi antiparto. Falta algo más de dinamismo en la humanidad para que se renueve sangre idiota.

Para vengar la muerte de mi amiga.

Y no quiero consuelo, quiero joderme y cultivar la ira, aunque el cáncer me coma las entrañas.

Yo conozco a la mierda del ser humano y sé que mi gata no se tendría que haber separado de mis brazos. Mi antinacimiento es mi penitencia por ella, por lo que sufrió, porque me amaba y quedó solita ante los humanos.

Le falté cuando me necesitaba soy un traidor de mierda a su cariño.

Ojalá me muera.

Cago sangre por ella apretando los dientes.

La dejé libre lo que creía que serían unos instantes. Soy un hijoputa porque lo sabía, porque conociéndoos, la dejé a vuestro alcance.

Ya no habrá pasitos ligeros encima de las sábanas, el ronroneo de algo que te ama como fondo a nuestras respiraciones. No habrá un pequeño cuerpo cálido que respira tranquilo y feliz. Porque ellos son felices con nosotros, lo sabe cualquiera que no sea un subnormal endogámico que mata animales.

Llega un momento en la vida en el que dudas que puedas soportar otro antinacer.

Se suman los dolores, se apilan el uno encima del otro y cuando te das cuenta, llegas a la conclusión de que no hay esperanza para la inocencia.

Todo muere, todo es agredido por los que viven demasiado tiempo.

¿Por qué viven tantos años los idiotas y tan poco mis amigos animales?

El antinacer de mi gata es la reafirmación de la extinción de la ternura y el cariño. La absoluta certeza de que habrá un final en el que la envidia, la ignorancia y la imbecilidad, vencerán.

Han vencido los cerdos por enésima vez.

Si murieran sus hijos, yo albergaría esperanzas y mi antinacimiento sería menos doloroso.

A Xibalba también le debo mis engaños y mis fantasías sobre la ternura, el cariño y la inocencia. Ella también me hacía sonreír y recordar que aún puedo ser cariñoso. Con su muerte vuelvo a ser la bestia sin ningún tipo de escrúpulos que soy en esencia; y volveré a girar las cabezas de los bebés para matarlos por el simple capricho de sentir sus vértebras crujir.

Los antinacimientos, si no son buenos para mí, tampoco lo son para la humanidad.

Mi gata tenía tanto que enseñaros, envidiosos anormales…

Aprendo de nuevo a dormir antinaciendo, intentando anestesiar el dolor de mi cabeza e intentando no pensar en las tiernas caricias que no volverán.

Ya no sentiré miedo a abrazar ese cuerpo tan pequeño y romperlo de cariño. Hay miedos hermosos.

Joder…

Yo no quiero más antinacimientos, estoy harto.

Estoy cansado de tanta mierda.

Por Xibalba. Enero 2011 – Abril 2013.

Iconoclasta

666 en Bangkok

Publicado: 8 mayo, 2012 en Terror
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Pasear por Bangkok y sus feos barrios humildes es una delicia si no tienes miedo a nada ni a nadie. Hay tanto tarado y enfermo que no encuentras un humano sano en varios kilómetros cuadrados, es decir, en todo Bangkok. Esto que os voy a contar es de hace apenas un mes; en uno de mis múltiples viajes intentando hacer daño allá donde me sea posible.

Para empezar os diré que me gustan mucho las mujeres bien formadas, me refiero a que sean mujeres maduras y voluptuosas, porque cuando me las tiro son las que de verdad disfrutan de la dolorosa penetración a la que las someto.

Si alguna vez habéis estado en Bangkok en una temporada casi otoñal para nosotros, os habréis dado cuenta de que la temperatura es agradable en un primer instante, y cuando uno lleva caminando apenas cinco minutos, unos chorros de sudor le dan al cabello ese aspecto mojado que tanto gusta a los que se engominan cotidianamente. Lo peor es que acompaña una sensación de suciedad, como si esa humedad se te pegara viscosamente en la piel pringándote y te resbalan las gotas desde la cara al pecho, y siguen bajando de tal forma que si tu ropa es holgada y no llevas calzoncillos, las gotas llegan hasta el mismísimo pene excitándolo de un modo salvaje y nada discreto. Pues así iba yo con mi polla bien tiesa y elegante creando un llamativo bulto en el pantalón.

Supongo que mi pene era el encargado en esos momentos de llevar el mando y el cerebro se dejaba llevar con esa holgazanería producto del bochornazo. Estos asiáticos no deben tener sangre en las venas, porque no sudan. No mojan sus camisas. Aunque tampoco tienen un torso como el mío.

Así que las únicas mujeres que veo son putas sidosas y enfermas de cualquier otra cosa, a muchas jóvenes les faltaban piezas dentales y no me gustaban. No eran discretas, las putas no son discretas en ningún lado.

Llevan escrito “puta” en la frente.

Así que en esa estrecha calle atestada de gente y puestos ambulantes de comida ya venenosa, sentí el roce en un brazo de unos pechos pequeños y duros. Era una mujer joven, de una delgadez extrema producto del hambre; iba del brazo de su madre cuyos brazos estaban llagados. A pesar de tener escasamente los cuarenta años aparentaba los sesenta. Las manos escamadas por la soriasis y su boca de encías sangrantes me sonrieron por unos segundos cuando las miré.

Era pleno mediodía y a través de las oscuras nubes el sol intentaba rasgar esa opacidad y el relumbrón me hacía entrecerrar los ojos. Así, con esta climatología yo me encontraba un poco lerdo y tardé casi tres segundos en reaccionar. Di media vuelta y le dije a la madre que me quería follar a su hija a la vez que le pasaba un apretado rollo de billetes. La madre cogió la mano de su hija y me la cedió señalándome una asquerosa casa con dos viejas putas desdentadas sentadas en esos bancos de eskay de la entrada. Olía a opio con sólo mirar hacia allí.

Para llegar, pasamos frente a uno de esos puestos ambulantes tirando por el suelo un canasto lleno de mangos, el idiota del vendedor me llamó hijo puta y me detuve frente a él, con la chica cogida de mi mano y llorando. Esperaba que el jodido oriental siguiera hablándome, que me alzara de nuevo la voz. Después de un segundo interminable para él, en el que se arrepintió de haberme hablado, comenzó a recoger su mierda de frutos y yo entré en la pensión. La mujercita lloraba y gritaba en dirección a su madre, no quería venir conmigo; pegué un violento tirón de su brazo, trastabilló y le di un golpe con la mano plana en la nuca. Algunas voces rieron ante el llanto de la chica, su madre se había sentado frente a uno de esos carritos de carnes de ave cocidas y comía algo con el dinero que le había dado por su hija. Con la mano le decía que se callara y que me siguiera sin rechistar.

El tipo de la pensión me guiñó un ojo cuando le pagué la habitación. Una de esas viejas putas me propuso que la dejara subir con nosotros para hacer una escena tortillera. La aparté de un empujón y se golpeó la cabeza con un extintor, sonó su cabeza con un tono doloroso del que me sentí orgulloso.

Apenas cerré tras de nosotros la puerta de la habitación, saqué un ácido y lo corté en cuatro partes, una de ellas se lo di a la chica con un vaso de agua. No quería tomar la pastilla así que levanté la mano para cruzarle la cara, el lenguaje de la violencia es universal y perfectamente claro. Llorando se llevó la pastilla y el vaso a la boca.

Extendí una colcha encima de la pequeña mesa frente a la única ventana, la cogí en brazos y la tumbé en ella. Me la follaría de pie. Además su cuerpo oriental era tan menudo, que no sabía si aguantaría mis embestidas. Follándola conmigo encima temía que la aplastaría y no podría verle la cara y sus tetas, ver el dolor y los pechos erizados, hace que mi eyaculación sea más aparatosa. Su entrepierna olía a meados y a mierda, llené una palangana con agua y le froté el culo y el coño con la esponja mojada de agua fría y jabón.

El ácido hizo su efecto y dejó de llorar, relajó las piernas y sentí como su vagina se distendía y se excitaba con mi repetido masaje. Entrecerró los ojos ya más relajada.

Os juro que nunca me había tirado a una mujercita oriental tan drogada.

Básicamente para mí los hombres y mujeres más jóvenes son objeto de tortura y malos tratos para crear en un futuro predadores, gente tan maltratada que luego no sientan reparo alguno en asesinar y violar a su vez y que equilibren así, este exceso de nacimientos, los humanos sois como ratas, que folláis y folláis para al final tener que comeros a vuestras propias crías para que no os devoren ellas.

Le estaba pasando la lengua desde el culo a su escondido y pequeño clítoris y la sentí jadear tímidamente. Se tocó las pequeñas tetas y sus pezones se habían endurecido.

Cuando toqué uno de ellos al tiempo que la preparaba para la penetración hurgándole la vagina con el dedo, suspiró desinhibidamente.

Era muy pequeña respecto a mi tamaño, respecto a mi edad milenaria y respecto a mi poder. Si se comportaba bien no la degollaría.

Su pubis estaba poblado de un vello lacio y suave del cual de vez en cuando tiraba obligándola a que alzara la cintura provocadoramente.

Sudaba y se mordía el labio inferior con los ojos cerrados. Le costaba un poco respirar, imagino que la dosis de ácido, a pesar de ser una cuarta parte, debía ser aún grande para su peso corporal.

Alcé sus piernas para situar su vagina a la altura de mi pubis y la penetré. Se quejó y frunció el ceño cuando comencé a bombearla; pero en pocos segundos se volvió a relajar y noté como resbalaba desde su ano a mis testículos, la sangre de su himen desgarrado.

Volvía otra vez a suspirar tímidamente y tocarse los pezones con las puntas de los dedos. Sus piernas tan pequeñas y delgadas no me acababan de excitar, pero sí su pequeño coño tan dilatado por mi pene. Al cabo de unos minutos, ella, asombrosamente frágil y pequeña comenzó a tener las convulsiones del clímax. Yo me corrí dentro de ella, rugiendo y dejando caer mi saliva en su pubis. El semen le chorreaba coño abajo. Se sujetaba la vagina con ambas manos mientras su hombros aún se agitaban con espasmos de uno o varios orgasmos.

Se quedó adormecida y yo aproveché para limpiarme la polla de sangre y semen.

Cuando salí del lavabo, al verla allí en la mesa con las piernas abiertas y el sexo manchado de sangre me volví a excitar y me hice una paja. El semen se deslizó perezosamente por mi puño y lo sacudí contra el suelo. Me puse los pantalones y la camisa y la despejé de su sopor narcótico dándole una hostia en los labios, se le reventó uno. Se puso las bragas aún adormecida y el feo y raído vestido, por el cual se veían sus pequeñas tetas a través de la sisa.

Cuando salimos a la calle, caminaba con dificultad intentado sin poder juntar las piernas.

Se sentó al lado de su madre y ésta me preguntó si me lo había pasado bien, le contesté con un puñetazo en la cara que le alcanzó también medio ojo derecho y le volví a soltar otro fajo de ese puto dinero.

Los que miraban sonreían entendiendo y sin extrañeza. Yo seguí mi camino y comenzó a llover de una forma intempestuosa, cosa que agradecí deseando que una inundación ahogara a todo ese barrio entero.

Me quedé más tranquilo que dios. A propósito, Santo Tomás estuvo presente durante todo el coito, rezando y rogándole a Dios que hiciera algo por evitar aquello. Pero no le hice mucho caso a pesar de sus santurronas lágrimas. Son cosas que sólo yo puedo ver.

Llamadme lo que queráis, porque lo soy. Soy lo más malvado de vuestro mundo. Y soy muy tramposo porque… ¿Qué es mejor: follarla y darle un montón de dinero; o acaso dejar que muera de hambre al lado de su madre muerta, con el vientre hinchado y los ojos vidriosos?

Le he dado tiempo de vida, le he dado salud, y comida.

¿Os escandaliza? Pues no debería, porque yo soy un anti-dios; y ningún primate de entre vosotros es Dios, ni siquiera un querubín en proyecto. Y hacéis cosas peores.

Gilipollas… Os debería visitar en vuestras casas y arrancaros los cojones retorciendo el escroto.

¿Os acordáis del jeque árabe que compra niñas para su harén y las revienta con su polla? No es una mierda de dios, ni siquiera un jodido ángel. Es sólo un puto y repugnante primate.

¿Y las mujeres de esas tribus africanas que dan a sus pequeñas hijas en matrimonio a un cuarentón que las matará a palos en pocos meses?

Muchos hacéis bien en ir a esas procesiones a castigaros; primero os masturbáis con lo que os he contado y cuando habéis purgado vuestros pecados con unos latigazos y una borrachera, ya no os acordáis de toda la mierda que queda en la trastienda. Ni de los millonarios que compran niños y que muchos de esos hombrecitos y mujercitas, no saldrán del antro en el que han entrado. Los humanos no sois tan buenos como pensáis y os creéis íntimamente. Vuestra hipocresía hace daño a los pequeños que no están protegidos. Mucho más que mi maldad.

Y todo al final se justifica: si es un jeque el que lo hace es por su religión. Si es el negro se debe a su tradición.

Y a quien fotografía niños desnudos; a ese, sí que hay que condenarlo a muerte ¿verdad? ¿Tal vez porque no lo hace en nombre de Dios? Sois unos mierdas, fariseos. Deberíais cortarle los cojones al puto pederasta y quemar en la hoguera al follador musulmán.

Pero aún puedo ser muy cruel, en mi reino los crueles disfrutamos con los hipócritas como vosotros.

Si un día me encuentro de tan buen humor como ahora, os contaré lo que le hice a una vieja abuela que castigaba continuamente sus nietos por decir mentiras. Me gustó mucho más que tirarme a esa pequeña oriental.

Ya os contaré. Sé muchas cosas.

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666 y el filo de la navaja

Publicado: 2 diciembre, 2011 en Terror
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Paso el dedo por el filo de la navaja…

Es infame la precisión con la que corta. La sangre se va de casa en cuanto abres la puerta. La sangre no ve la luz y está tan llena de vida… Qué injusto fue el Creador encerrándola en el cuerpo. Tantos glóbulos, tantas plaquetas, tantos anticuerpos. Las tripas…

La ponzoña está en la oscuridad, en mi corazón si tuviera.

YO no tengo sangre.

Y pienso en la libertad y en los miles de intestinos humanos que deberían correr hacia la luz.

¡Corred, corred! Desparramaos dulcemente, víboras ciegas y tontas. Naced del vientre y la sangre, de una placenta de dolor.

Deseo la libertad de las vísceras primates. Soy el Comandante Sangre de un camposanto que nadie quiere aún reconocer.

El final no está cerca, ni lejos; el final soy yo a cada segundo. Vuestras tripas serán libres.

El filo en la vagina de mi Dama Oscura es una amenaza que la excita, su clítoris se endurece a pesar del peligro insalvable. No le daré libertad, solo un placer que la esclavizará a mí. A mi polla desgarradora. Está condenada…

Vosotros no.

Soy vuestro líder revolucionario en contra de la dictadura de un Dios idiota y superfluo.

El filo de preciso corte de la navaja es el recto y sutil camino hacia la libertad. Y os haré libres a todos, sin excepción. Hombres, mujeres y niños desparramaréis vuestras tripas al son de un himno sin música.

Y resbalaré entre vuestros restos pisando esas serpientes repletas de inmundicia.

El filo… Lo infame es lo que tenéis dentro.

Adoro el lirismo… Soy bueno declamando.

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666 y los niños pobres

Publicado: 5 octubre, 2011 en Terror
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Si no estás atento, morirás. Y no porque tengas buenos reflejos te salvarás; porque jamás podrías esquivar mi embestida.

Has de estar atento a la variación de la frecuencia del sonido y el enmudecimiento de algunos animales.

Has de estar atento a la sutil bajada de temperatura en el ambiente.

Y es por eso que mueren unos más pronto que otros.

Los que están más cercanos al mundo animal e irracional, al del instinto, tienen más oportunidades de detectarme: los niños.

El motor del Aston-Martin ruge intranquilo e impaciente esperando que el semáforo cambie a verde; y espero porque hay coches delante, no me importaría pasarlo en rojo y provocar un accidente que decapitara a seis primates.

Esperamos bajo la sombra de un árbol plantado en la mediana ajardinada de la avenida.

La calle que la cruza es pequeña y estrecha, no hay tráfico y menos cuando el sol cae tan a plomo en el maldito mediodía. Dos coches están delante de nosotros y mi Dama Oscura se ha subido la falda dejando desnudo su rasurado sexo, separa los labios para que el chorro de aire acondicionado le enfríe su siempre hirviente coño.

Tomo con la mano su vagina y presiono, ella responde mojándome. Yo ensucio el pantalón con mi fluido denso. Ella acaricia la gota que coincide justo con mi sobredimensionado glande.

Nací para el placer y para dar muerte. Mi polla es enorme; pero carezco del instinto de la reproducción. De hecho, soy todo lo contrario.

La zona ajardinada da acomodo a unos trece o catorce cachorros de primates miserables que venden sus miserias por diez pesos y por menos si el conductor está dispuesto a regatear.

El niño que se encuentra ahora ofreciendo sus obleas insípidas al conductor del primer vehículo, es de piel genéticamente oscura e higiénicamente lleno de excrementos de todo tipo. Desde aquí huelo su hedor y su sangre enferma, ese crío tiene una leucemia que nadie ha detectado. Conozco la muerte y la miseria mejor que ese Dios maricón al que rezáis.

— ¡Obleas a nosotros! —dice entre risas mi Dama Oscura.

¡Qué ironía, hostia puta!

Si el niño hubiera tenido más experiencia, hubiera observado la anómala y repentina quietud de las ramas de los árboles. Si el niño no estuviera amenazado por su amo, habría notado la hostilidad que emana a nuestro alrededor.

Si no tuviera hambre y sed por llevar ya siete horas entre los coches ofreciendo su mierda de dulces, no se habría acercado a MÍ. A Nos.

Cuando los dos primeros coches han negado las hostias al niño y se dirige a nosotros, se asombra ante la fastuosa línea del Aston.

Saco por la ventanilla un billete de cien pesos y el miserable primate acelera el paso con sus manos llenas de tiras de obleas.

—Cinco obleas por treinta pesos —me ofrece el pequeño primate de pelo negro aplastado en las sienes y los dedos llenos de costras.

A los primeros coches se las ha ofrecido por diez pesos.

Como estoy sentado y no puedo sacar el puñal que llevo metido entre los omoplatos, le coloco el cañón de mi Deserte Eagle en la boca y disparo.

La sangre me salpica y un trozo de mandíbula reposa ahora frente al coño de la Dama Oscura, como una broma macabra sobre un infantil y póstumo cunillingus.

La muerte tiene una de las sexualidades más impactantes. Es cabrona.

El cuerpo del niño desaparece de mi campo de visión y asomándome por la ventanilla dejo caer el billete en lo que queda de su cabeza.

Es uno de esos países en los que es fácil matar. La verdad es que mato sin problemas en cualquier parte del planeta; pero aquí es especialmente aburrido. Es tan habitual la muerte que a nadie espanta demasiado.

Los dos coches detenidos delante de nosotros se han puesto en marcha tras el disparo y los de atrás desearían poder dar marcha atrás con la suficiente rapidez para alejarse de nosotros.

El vehículo que está pegado al nuestro es una camioneta Ford Lobo y su ocupante es un tipo con sombrero de alas dobladas al estilo cowboy, camisa blanca ajustadísima con florecitas a la altura del pecho y unas gafas de sol tan grandes como el parabrisas de su vehículo. Desde el disparo apenas han pasado diez segundos e intenta salir del interior con las llaves en la mano.

Ya tiene medio cuerpo fuera cuando la Dama Oscura clava su estilete entre dos costillas superiores del lado izquierdo y corta hacia el esternón. Es un corte preciso y letal, ya que atañe directamente al pulmón y al corazón del primate. Esto no es una escuela, no se aprende. Yo se lo enseñé de un modo completamente filantrópico.

Recuerdo pasar mi glande por sus costillas antes de metérselo en la boca. Presionaba y le dejaba un rastro húmedo allá donde era letal clavar el acero. Ella se estremecía deseando que presionara así en su vulva de grandes labios.

La observo caminando tranquilamente hacia el último vehículo, en el que la conductora está tan asombrada, que en lugar de salir se mantiene inmóvil en el asiento aferrando con fuerza el volante con ambas manos. Sus tres hijos lloran en el asiento de atrás de un chevy salido de un desguace.

Disparo a los tres niños al pecho y a la madre en la sien, el coche se tiñe de rojo por dentro y por las lunas resbalan restos de primate y ropa. Enseguida puedo detectar el aroma insano de la sangre de primate.

Ningún animal descuartizado huele tan mal como un primate.

Escuchando los pulmones de los cuatro primates luchar por tomar aire, observo al cowboy morir bajo la mano de la Dama Oscura; la mancha roja que se extiende por su camisa ha empezado en el pecho y como una riada, antes de caer al suelo, ya se le agolpa la sangre en el cinturón. Amo a mi Dama por encima de toda la sangre y la muerte vertidas en este infecto planeta.

El resto de niños vendedores corren hacia sus cajas para guardar sus productos y escapar de la muerte. Un par de primates de mediana altura, que visten sucias sudaderas con capucha se acercan a los niños y los hacen sentar al lado de sus cajas llenas de golosinas e inútiles cosas, no se pueden ir. Ellos son los amos y no han dado permiso para que se muevan de su puesto de trabajo.

Un coche que se aproxima, frena con un chirrido de neumáticos y da media vuelta al observarme de pie ante la puerta abierta del utilitario y a la Dama Oscura sacudir con el pie el cuerpo del primate con gafas de pie y clavarle en la nuca el estilete. Por lo visto no se acababa de decidir a morir.

—¡Eh, idiotas! Vosotros no sois de la zona, esto pertenece a Don Armando. ¿Sois de la costa, verdad? —el del bigote se acerca alzando una vieja automática del 45.

Su amigo espera junto a los niños.

La Dama Oscura se acerca a mí, separa las piernas, levanta la falda y deja al descubierto su sexo. Con el puñal se acaricia el vértice superior de la vagina dejando un irregular dibujo de sangre en el pubis.

El moreno primate llega hasta nosotros y presiona encima de mi corazón el cañón de su arma observando con su mirada cerduna como la Dama Oscura se acaricia con el filo del estilete.

—¡Eres una linda puta! A ti no te mato ahora, serás el regalo de Don Armando; pero te puedes despedir del güero de mierda.

No soporto que un primate analfabeto me hable así, no soporto que me miren y siento naúseas cuando un mono y tan oscuro como éste, me toca.

Levanto rápidamente el brazo izquierdo y saco de entre mis omoplatos el puñal que llevo enterrado en la carne. Lo clavo con fuerza en sus genitales al tiempo que levanto el brazo que empuña el arma. Dejo el puñal clavado en su polla, apoyo el cañón de mi pistola en su muñeca y disparo. Con ello se pulveriza el hueso, y es fácil desprender la mano del brazo. Pego un pequeño tirón y me quedo con su arma y su mano. La mano la tiro dentro del coche para que jueguen con ella los tres niños muertos si pueden.

La Dama Oscura se agacha para abrir el pantalón del primate a punto de desvanecerse en el suelo y ver la herida del cuchillo.

—¡Tú! Mono de mierda, ven aquí o acabo de reventarle la cabeza a tu compañero.

No es habitual que se escapen los idiotas a los que voy a matar, mi voz no es melodiosa, ni amable. Es pura muerte, y tal vez por ello obedecen. Se dan cuenta los primates cuando van a morir, cuando es imposible alejarse de algo como yo. Sus instintos se cuajan de miedo y su voluntad se convierte en un mar de lágrimas por lo que nunca llegarán a ser.

Duda durante un momento y por fin deja caer la pistola en el suelo, junto a uno de los niños mendigos. Se acerca a nosotros descubriendo la capucha de su sudadera verde y grasienta.

La Dama Oscura ha descubierto la herida en los genitales del mono: el glande ha quedado partido en dos pedazos y el escroto rasgado deja asomar un testículo.

Hay poca sangre y se ve con claridad.

—No lo mates aún, mi Dama.

Ella me mira y acaricia el glande destrozado y se lleva los dedos ensangrentados a los labios. Mi erección es poderosa y me acaricio el pene por encima de la ropa, con mi natural obscenidad.

El mono tendido en el suelo balbucea algo ininteligible y mueve continuamente su muñón. Duele tanto el hueso reventado que poco le importan sus cojones.

Su compañero se ha detenido a un metro de nosotros, a pesar de lo sucio, se ve que tiene el cabello rubio y los ojos oscuros. Es un ejemplar de unos veinte años. El que se muere desangrado tal vez tenga quince años más. Sin embargo, el brillo de sus ojos, (de ambos) no da más que unos catorce años mentales.

—Sácale el puñal a tu compañero —le ordena la Dama Oscura mirándolo desde su posición arrodillada.

Ella sujeta los genitales con las manos para que el sucio mono rubio tire del estilete y no se lleve el trozo de glande.

El mono herido grita de dolor al sentir la presión de las manos ahí abajo y su amigo vomita manchándole los pantalones.

Son más limpias las matanzas de cerdos.

—¿Sabes que vas a morir aunque nos obedezcas, verdad? Hoy no verás como se pone el sol. No verás tal vez ni correr diez minutos en el reloj. Te odio por ser hombre, por ser mono, por ser sucio, por ser cobarde. Te odio como nadie puede hacerlo. No dejaré de ti ni el alma.

Cuando se agacha para empuñar el cuchillo, llora sin pudor alguno y durante un segundo se sujeta las sienes por un dolor. Es mi presión, es mi voluntad rasgando su red neuronal.

La ira crece en mí alimentada y avivada por las lágrimas de los primates.

Los niños pobres lloran sentados en la hierba, lloran en silencio porque alguien es más malo que sus amos. Huelen la maldad como yo huelo la mierda que hay pegada en sus pieles.

Por fin arranca el cuchillo, ha salido fácilmente.

—Límpialo con la lengua. El filo también.

Y lo lame. Se corta la lengua sin quejarse.

Se ha meado encima.

El moribundo a su vez, ha lanzado un grito atroz. Y no parece que acabe nunca.

Meto la mano en su boca y aferro su maxilar superior para arrastrarlo por el suelo hacia el bordillo de la acera. Elevo su cabeza y la golpeo contra el borde de granito. La parte posterior del cráneo se revienta con el primer golpe y ahora además de gritar sus piernas se convulsionan, haciendo que sus ensangrentados genitales se agiten ridículos en su pubis. Con cada grito que lanza mi ira crece.

Ya no sé cuantas veces le he golpeado, en algún momento dejó de moverse y ahora su cerebro está deshecho entre el bordillo y la calzada.

No soporto los gritos de los primates, no soporto tocarlos y cuando eso ocurre no existe fuerza en el universo que pueda mantener mi control.

La Dama Oscura posa una mano en mi espalda.

—No le queda ya ni alma, mi Dios. Deja el cadáver, deja el mono que ya no respira.

Los niños lloran, lanzan chillidos de pánico sin atreverse a mover de allá donde sus amos los obligaron a quedarse.

Hay miradas desde las casas, tras las ventanas. Cobardes monos que observan la muerte y callan rezando a su patética virgen y dios para que mis ojos no miren los suyos. La policía no aparece y hacen bien si no quieren morir.

Enciende un cigarro y me lo pone en los labios, sus manos acarician mis genitales en un masaje que me tranquiliza. Un grueso hilo de baba me cae de la boca y noto una tranquilizadora humedad en el pecho.

Se acerca al sucio primate que se frota las manos ensangrentadas. Con su fino estilete, le empuja en la zona lumbar para que camine hacia el grupo de niños que lloran ahora en silencio. A pesar de que la Dama y el insignificante hampón se acercan a ellos, no despegan su mirada de mí, de mi cara sucia de sangre, de los hilos de baba que se descuelgan de mis labios. De mi inmenso pecho expandiéndose para llenarse de este apestoso y caluroso aire. De mis ojos que prometen el tormento absoluto que aniquila el corazón y la mente al mismo tiempo. No hay tiempo para pensar, sólo existe el dolor.

Y los pequeños lo saben mejor que nadie, su instinto está aún a flor de piel en sus pequeños cerebros. Aún no se han hecho las callosidades en los sesos que los hacen idiotas.

Aspiro fuertes bocanadas de humo, admiro a mi Dama a través de la niebla suavemente narcótica.

—¡Atención, niños! Este señor no es nada. Está muerto. Solo pertenecéis a un único ser y es Él. Él decide vuestro momento de morir, a él le debéis terror y obediencia absoluta —les habla suavemente, y me señala a mí, como si les contara un cuento infantil, al mismo tiempo y situándose a la espalda del joven, le rebana el cuello al tiempo que tira hacia ella de su pelo sucio.

La sangre brota como un sifón y ensucia las ropas y caras de los niños, que ahora no gritan, gimen como pequeños cachorros de perro ante la desmesurada muestra de violencia.

Mi Dama es fuerte y aún aguanta el pesado cuerpo inerte por los pelos. Cuando la sangre deja de manar con fuerza, lo deja caer al suelo. Se derrumba como una serpiente con el espinazo roto.

Me he sosegado, mi visión del pútrido planeta que ese dios idiota creó en siete días de mierda, ya no es sanguínea. He recuperado mi visión y la sangre que cubre las piernas de mi Dama, como si de una menstruación se tratara, me provocan una poderosa erección. Voy hacia ella y sin girarse, sabiendo que estoy cerca, eleva su falda y me ofrece sus nalgas.

La penetro ante los niños pobres y miserables, entre sus nalgas encuentro su agujero infinito y húmedo y mi pene se desliza forzando una vagina que me adora.

Bombeando en su coño, provocando que sus ojos se entornen de placer, les hablo a los niños pobres. Les aviso, les comunico que su vida depende de mi humor. La Dama Oscura se hace un ligero corte en el pubis para desahogar toda la presión que le estoy metiendo por el coño. La sangre caliente riega su clítoris enorme que sobresale por entre los labios como un pequeño pene. Yo lo toco y lo castigo sin cuidado.

—Vais a sufrir, este terror que estáis sintiendo, os preparará para vuestra edad adulta, nada podrá ser peor que lo que veis, que mi voz. En parte agradeceréis mi presencia, en parte la aborreceréis porque temeréis a lo largo de vuestra vida encontraros conmigo. Seré la guillotina a punto de caer sobre vuestro cuello. No lo olvidaréis.

El pequeño de trece años y el mayor del grupo, parece ser el más valiente y me mira directamente a los ojos, desafiándome. Yo continúo follando a mi Dama. Sin perder el ritmo disparo mi Desert Eagle en su desnudo torso. La bala hace desaparecer su hombro y su cuerpo sale despedido fuera de la zona ajardinada. El brazo izquierdo pende ahora de un pellejo de piel y nervios y durante un hermoso y largo minuto, respira forzadamente, hasta que se vacía de sangre.

Y muere el pequeño primate.

Cuando sus pequeñas costillas cesan en su movimiento, mi semen resbala de la vagina de la Dama fundiéndose con la sangre. Con el pene erecto y goteando esperma, me pongo frente a ellos. Sus ojos están inmensamente abiertos y no son conscientes de las lágrimas que riegan sus rostros.

—Cuando alguien os mire como ha hecho Miguelito conmigo, lo debéis de matar como yo acabo de hacer. Sois unos muertos de hambre y no tenéis nada que perder. Matad a vuestros padres borrachos, dadle una buena paliza a vuestra madre sumisa, le encantará. Tú, Arsenio —el más pequeño de todos, de unos seis años— estás predestinado a morir por la diabetes en poco más de cinco años, no te doy la fecha exacta porque no puedes saber más que yo. Tus padres nunca te llevarán a un médico para curarte de todas esas llagas que te salen en la boca. Ni siquiera tendrán dinero para la insulina. Te quedarás ciego, te amputarán miembros y morirás.

Saben que digo la verdad, Arsenio mira sus manos y entre ellas caen las lágrimas. Está tan sucio que quedan marcados los regueros que provocan.

La Dama Oscura los obliga a ponerse en pie y desnudarse de cintura para arriba. Un coche patrulla de policía que circula por la travesía se detiene a cincuenta metros de nosotros, los once niños los miran con los ojos llenos de esperanza cuando bajan del coche y se acercan con las manos encima de las fundas de sus automáticas.

Soy mortal a cualquier distancia y disparo a sus gafas de sol. Sus cráneos se abren con una nebulosa roja por la parte posterior de su cabeza. Os aseguro que se han vaciado de masa encefálica en una décima de segundo. Sus brazos se elevan como si saludaran a la muerte por la potencia de los disparos y caen al suelo convertidos en dos monigotes. Son tranquilos hasta para morir en esta parte del mundo.

Los niños rompen a llorar de nuevo, a Axel de ocho años le doy un fuerte puñetazo en la mandíbula y se la disloco. Es la única forma de que las crías de primate presten una máxina atención: provocar el dolor.

Sus pequeños y oscuros ojos se han amoratado en el acto, los incisivos y el colmillo inferiores, se han quedado colgando de la encía. No tiene fuerza para llorar. El silencio es absoluto. Los vecinos continúan espiando cobardemente a través de las ventanas de sus pisos de mierda. Disparo a una ventana en la que he observado movimiento en las cortinas y al instante en el que el vidrio se rompe, en la cortina se forma una aparatosa mancha de sangre. Hay gritos y una mujer pide auxilio histérica, he matado a su padre, un vago de sesenta años tan cobarde como ella.

Clavo el puñal justo en el esternón de Axel, está quieto ya que se encuentra en estado de shock, cuando siento el hueso en la punta de acero, dejo de empujar y corto hacia abajo. Su dolor es inenarrable y me alimento con ello. Cuando llego al ombligo, acabo mi obra haciendo una línea horizontal cruzando la vertical: una cruz invertida para que Dios se joda.

La Dama Oscura capta la idea y en poco menos de diez minutos, hemos marcado a los once niños. Serán nuestros involuntarios apóstoles del dolor.

El temor que han vivido, los convertirá en perros salvajes y antes de que cumplan los dieciséis años, ya habrá matado cada uno a más de treinta personas. Todos salvo Paco de nueve años que morirá dentro de dos días por la infección de la herida (es débil). Y Salvador de ocho años, al que he destripado y dejado sus pulmones colgando como mantos de carne rosada en su torso.

Ningún primate de mierda tiene derecho a maltratar a los niños o esclavizarlos, y si lo hacen es porque me aburre hacer siempre lo mismo. Tengo otras cosas que hacer.

Niños pobres… Los habéis creado vosotros, los mantenéis; pero sois tan putrefactos en vuestra maldita hipocresía, tan cobardes, que jamás erradicaréis la miseria infantil.

Y yo mataré todo lo que se mueva, mataré todo lo que sea grande o pequeño, infantil o viejo. Embarazadas y vírgenes.

Mi Dama Oscura se arrodilla y saca mi miembro aún empapado en semen, bajo los pulmones de Salvadorcito que gotean sangre en nuestras ropas, ante las miradas ya casi desfallecidas de los pequeños.

Mi semen resbala de su boca por el cuello y yo relincho como el mejor de los sementales andaluces.

No existe la virgen, pequeños. Ni Dios os ayudará.

Subimos al Aston Martin y pasamos por encima de los cadáveres de los policías.

Vamos a comer unas enchiladas, tenemos hambre.

 

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666 y la violencia de género

Publicado: 30 junio, 2011 en Terror
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Menos mal que en mi cueva no da el sol, nunca.

Jamás.

Las rocas se mantienen frescas, el tabaco es más aromático y mis recuerdos más vívidos. De hecho mi memoria no falla en ningún instante, como mi pene… Como mi sed de mal. Sólo pretendía hacerme más asequible a vosotros; un poco más cercano.

Mi pene permanece tranquilo en el fresco trono de piedra, pero durará poco, mi Dama Oscura está excitada porque le cuento algunas historias, y se toca. Coge la mano de unos de mis crueles para que le acaricie frente a mí, con su vagina abierta. Y poco a poco me excita…

El cruel, como buen malvado que es, excitado, le pellizca un pezón. Y mi Dama Oscura le arranca los ojos. Y me hace reír. Mi carcajada resuena en todas las rocas y los crueles se hacen un ovillo protegiéndose de mi agresividad. De mi maldad.

Me acuerdo de aquella muejer maltratada en la calle. Yo estaba buscando una mujer a la que convertir en ninfómana; vereís, la mejor forma de provocar destrozos matrimoniales y de parejas, es crear a una mujer tan sedienta de sexo que destruirá familias y hombres y mujeres.

Pero para convertirlas en ninfómanas se requiere un proceso sexual un tanto aburrido, sin violencia. Y eso me aburre un poco. Pero un día de estos ya os lo contaré, para que luego vayáis a joder con vuestras parejas, excitados y sudados.

Ahora os contaré de una mujer, (una primate) que me llamó la atención cuando su marido en mitad de la calle le dio un puñetazo en un pecho. Cuando cayó al suelo y él la levanto a tirones de cabello. A mí me gustó, me llenó; pero había algo en aquel mono, que me molestaba. Se creía más malvado que yo, más macho. Y ahí se equivocaba.

—Levántate hijaputa —le decía a su rechoncha mujer.

Debería rondar los cincuenta años, como él. Él era un tío bajito y delgado. Muy delgado, con una voz muy potente, de muy macho. Muy borracho. De muy muerto ahora…

No me importa una mierda los motivos. Los seguí ilusionados y aún oía a la primate pedirle perdón, que no la pegara más. Que no se pasaría con el gasto durante el resto de la semana.

—Paco, por el amor de Dios, no me pegues más.

Y él decía continuamente: «Malaputa, malaputa, malaputa…» Y de vez en cuando la golpeaba en la nuca con la mano abierta.

Un viento suave y fresco refrescaba mi frente sudada y de vez en cuando se me cerraban los ojos con placer. De ese refrescante aire; de ese dolor inhumano que infligiría con total impunidad. Con mi desmesurado poder.

Los seguí hasta su bloque de mil apartamentos, un bloque de incultos y pobres primates. Olía a fritanga de mierda, el olor se extendía de las mil cocinas como una muestra de la primate miseria. De adocenamiento revenido.

Y me metí tras ellos en el portal, ni me miraron porque a mí no me dio la gana.

Observé el piso que marcaron en el ascensor y subí más rápido que la máquina. Él abría la puerta del apartamento empujando a la mona adentro para darle una buena paliza, yo me acerqué raudo y los empujé a los dos. Al mono le di un puñetazo en la mandíbula y se la saqué de su articulación, se le quedó torcida y me miraba completamente aturdido. Ella comenzó a lanzar un grito y le destrocé los labios de un puñetazo. Quedó tendida en el suelo mostrándome sus bragas grandes y bastas. Metí la mano y exprimí su culo. Delante de su mono. Es un plus que les ofrezco a los amantes.

Como quiera que el mono intentara hablar, así con desmesurada fuerza su maxilar inferior desencajado y acabé de separarlo abriendo su boca salvajemente a la vez que extraía la mandíbula hacia fuera, un fuerte crujido y el primate sacó toda clase de líquidos por la nariz.

A la mujer le di una fuerte patada en el exterior de un muslo para que fuera espabilando.

Me acerqué mucho a sus ojos cerdos y le dije:

– De morir hoy, no te libras, mono de mierda.

Deberías ver lo gracioso que quedaba con los ojos abiertos y la mandíbula desencajada, cuando se movía por el dolor, la quijada se balanceaba de un modo que seguramente era doloroso. Es que me parto el rabo.

Por cierto, se me ha puesto duro como el acero y le indico con el dedo a mi Dama Oscura que venga y me lo chupe.

Tiene una boca…

Oigo un rumor y tras una cortina encuentro a un ángel, un enviado del jodido dios para intentar arreglar este matrimonio; para salvarles la vida.

Agarro al querubín por los cojones:

– Dile al maricón de tu jefe, que ha fallado, lo arreglaré yo. Y son míos. Estos monos me pertenecen, maricón.

El ángel mira con lágrimas en los ojos al mono y a la mona.

Le doy una patada en el culo para que aligere y se va cantando no se qué mierda clásica (Haendl) con su angelical voz.

Precioso de verdad; pero si vuelve lo descuartizo.

Agarro al marido por la cintura después de haberle roto un par de costillas a patadas y lo ato con su propio cinturón al radiador del pequeño y oscuro comedor. Un comedor deprimente con una sola ventana que deja las paredes interiores en penumbra, así que enciendo las luces y mejora un poco el ambiente.

Le separo las piernas sin preocuparme por los brazos, los cuales al doblarlos en sentido contrario a su articulación, le he reventado los codos. No los puede mover y he tenido que sacudirle de hostias para que no se me durmiera. Hostias como las que da dios, sólo que las mías son putas. ¿Entendeís?: Hostias putas.

Soy lo que rima con joya de ingenioso.

Silbando felizmente a los Rolling y su famosa Angie, saco mi navaja Laglioli de acero inoxidable pulido y clavo la hoja profundamente en su muslo, muy cerca de sus cojones, hago correr el filo unos cuantos centímetros hasta que un chorro de sangre a presión salta a borbotones rítmicos con cada latido de su miserable y cobarde corazón.

Con mi cinturón le practico un torniquete hasta que sangra justo lo que necesito para que se muera poco a poco; sin perderse nada del espectáculo.

Podría haber invadido su mente para que no sintiera dolor, pero no mola.

Desnudo a su mujer delante de él tras haberla despejado con ligeras palmadas en la cara.

Parece sumida en un marasmo intenso y queda desnuda y quieta, inmóvil.

Yo me desnudo también y la obligo a arrodillarse delante de mí. Le apoyo el pulgar en la barbilla para que abra la boca, le meto mi pene en la boca y muevo la pelvis. Mi mano le indica que ha de mover la boca y chupármela. Nos hemos colocado de perfil a su marido para que capte todo el detalle.

Mi pene se ha inflamado como si le hubieran metido aire a presión y su boca se llena.

En un momento dado, sale de su sopor y vomita al darse cuenta de lo que tiene en su boca.

Yo es que me parto.

Pues no es delicada la mona… Seguro que nunca le ha comido el rabo a su asqueroso macho.

La navaja amenaza su garganta y mi mano muy cerca de los ojos de su marido masajea su vagina seca, así que meto los dedos a ver si así corre un poco más de flujo. Ella no reacciona, continúa forcejeando con sus tetas gordas bamboleándose.

He visto cierto odio en los ojos de su marido, odio hacia a mí. A mí ni el puto dios me mira así.

Hay una grapadora en un estante de una librería, así que estiro de uno de sus párpados hasta pegarlo a la ceja y de un fuerte golpe le clavo una grapa. Hago lo mismo con el otro ojo. Y le dejo gritar porque me pone.

Le pego otra hostia a la mujer porque se resiste y mira a su marido con pena. Como si le quisiera, como si temiera por la vida de su verdugo…

Siento un odio ciego.

La planto encima de la mesa del comedor y la penetro sin miramientos, su coño está tan seco que me da un placer extremo, no hay lubricación por su parte y mi glande se frota contra unas paredes elásticas pero ásperas y disfruto. Y disfruto con el dolor y el asco de ella. Disfruto apretando sus pezones hasta el punto de cortarles la circulación.

Y el marido apenas se mueve, la sangre continúa saltando rítmicamente de su muslo y yo resbalo en ella.

Decido invadir la mente de la mujer para que él vea que ella disfruta de un verdadero macho. Me meto en su mente con brutalidad y allí huele mal, así que me tapo la nariz y comienzo a excitar su lóbulo derecho con mis poderosas ondas mentales. Mi otra mano amasa su vagina entera, mi mano exprime su vulva y se va deslizando por su interior, al cabo de unos segundos mis dedos están manchados de una baba fuerte, densa. Ella misma se ha acostado de lado en la mesa con una pierna en alto ofreciéndome su coño mojado. Meto mi polla y resbala suave allí, sus ojos lloran pero sus labios lanzan gemidos de placer, el marido llora sangre mientras la ve chuparse sus dedos con una lujuria intensa.

Y se toca su clítoris embutido en grasa mientras la follo…

Se da la vuelta, porque tiene el coño tan mojado que no nota ya el roce de mi pene. Y abre sus nalgas ofreciéndome su ano oscuro. Yo escupo en él y la penetro con una violencia salvaje, ella tensa la espalda y parece querer separarse de mí, la tomo por la cadera y empujo con fuerza. Mi polla resbala entre su culo ensangrentado. Y empiezan sus jadeos sincronizados con mis embestidas.

El marido parece próximo a perder el sentido, así que le saco la polla a la mona, y le reviento la nariz, el masivo derrame alcanza los ojos que han perdido el blanco.

Y la vuelvo a penetrar con mi pene ensangrentado, su culo está tan irritado que me excita hasta la eyaculación.

Y empujo su mente…

Y mis cojones se contraen, el semen está siendo bombeado al pene, y ella siente toda esa presión. Sus ojos tristes y aterrados, me miran profundamente cuando se lleva mi glande a la boca, pasando la lengua por él, succionándolo de rodillas ante mí, ante el Maldito.

Y me acaricia los cojones sin que su cerebro pueda evitarlo; me lleva hasta su verdugo y cuando la primera gota de semen le llega a la lengua, dirige el pene hacia la cara de su macho, y me corro en la cara del mono, en sus ensangrentados ojos, en su boca abierta y deforme. Y apenas se mueve, su sangre mana muy lenta ya.

Y le cuelgan hilos de blanco semen de su nariz.

Mi vientre se ha contraído tantas veces que me duele. Y mis piernas flaquean.

Ella con asco en los ojos limpia mi pene. Con la lengua.

Yo abandono su mente y vuelve a llorar, abrazándose a su cabrón de marido.

Le coloco la navaja en su mano y ella la mantiene obediente. La policía necesita huellas y entender lo que ha ocurrido sin prestar atención a los “desvaríos” de la primate.

Le penetro el culo sorpresivamente con cuatro de mis dedos y vuelve a sangrar. Grita llevándose las manos al ano destrozado. Y ensucio con su anal sangre los cojones de su puto marido. Para que metan a esta tarada en la cárcel.

Para que se pudra allí.

Acabo de escurrir la poca sangre que le queda a su verdugo introduciendo la mano en la herida del muslo y rasgándola más aún con un tirón seco.

Aúlla y acerco mi boca a la suya metiendo mi lengua en ella, sorbiendo su muerte. Convirtiéndome en muerte.

Tras vestirme y darle un golpe en el cogote a la mujer, como su marido le hacía, me largo cerrando la puerta suavemente.

—Mi Paco, mi Paco… ¿Qué te han hecho, mi vida? —la oigo con asco lamentarse, seguramente abrazando la muerta cabeza de su puto marido.

¿Sabéis lo que pretendía ese dios cabrón con ella?

La quería convertir en una mártir. Ese dios homosexual y folla-niños quería que ella cayera un día bajo el cuchillo de su mono macho.

Y les he jodido su puto plan de mierda.

Soy mejor que vuestro puto dios, al menos le he dado placer, le he dado más años de vida y más dignidad.

Pero sinceramente, estoy seguro de que no ha aprendido; estoy seguro de que un carcelero, día sí y día también la follará por el culo y le dará palizas, tremendas palizas. Pero no morirá pronto. Morirá vieja y apalizada.

No soy un ser bueno, soy un anti-dios.

Y mi Dama Oscura se está acariciando su sexo rasurado mientras mi pene palpita excitado en su boca.

Me voy a correr…

Ya os contaré más cosas otro día.

Secretos, secretitos…

Siempre sangriento: 666

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666 y el bebé no muerto

Publicado: 19 abril, 2011 en Terror
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Ha nacido muerto, el pequeño Pablo oscila como un muñeco de goma cabeza abajo cogido por los pies de la mano del médico, que acaba de sacudir sus nalgas a pesar de saber lo muy muerto que está.

El padre lo ha visto, sobre todo la mirada del médico. Y mira fíjamente el pequeño cuerpo sin vida. El no-padre no se encuentra en el planeta, está muy lejos. A millones de años luz del paritorio.

Es increíble como el silencio puede gritar tanto.

-¿Y mi niño? ¿Y mi niño? -pregunta la madre con las pocas fuerzas que le quedan; dando paz al alma al romper el silencio del dolor infinito.

De entre sus piernas flexionadas y separadas gotea una baba rojiza. Y algún cuajarón de sangre.

El bebé, el cadáver parece ser el centro del universo. Un péndulo de carne sucia de un parto oscuro, estéril.

El médico no quiere dar la noticia. Quiere estar en la planta de abajo tomando un café y riendo de tonterías con sus colegas.

La vida es extraña como raro es el cuerpo inerte del bebé. Su cordón umbilical oscila frente a su cara. Ya no le puede molestar.

La enfermera limpia compulsivamente la sangre de la mesa de partos. Tampoco quiere estar ahí. Cada compresa que empapa en la sangre, es un momento de escape de ese universo negro y sin salida alguna. Tan finito como marcan las paredes del quirófano.

Teme el Gran Grito de la Madre. Las madres que lloran por su bebé muerto emiten sonidos en frecuencia de ultra-pena y duele en el alma.

Alguien dice “Lo siento”.

Ha sido el médico, aunque no cree que haya sido su voz.

Tal vez haya hablado el bebé excusándose de su propia muerte.

La gente muere, los bebés deberían respirar, las madres sonreír llorando y los padres deberían estar nerviosos, temblorosos y pálidos por la emoción del parto.

-Rosi, llévalo a la tercera.

La tercera planta es la sala mortuoria. La morgue infantil. A Rosi no le gusta aquel conjunto de neveras pequeñitas como nichos de juguete.

La enfermera envuelve el cadáver en una manta pequeña con el nombre del hospital en sus extremos.

-¿Dónde se llevan a mi niño? -llora la madre.

A Rosi ahora no le importa la morgue infantil, solo quiere salir de ahí.

Ha elegido una manta de color azul. Hay mantas rosas y azules.

Faltan las de color negro, aunque pueda parecer cruel.

Da pena engañarse con una manta azul. Da dolor desenvolver una manta de color de vida con un muerto dentro. Es una macabra ilusión.

Los colores de vida no deberían envolver a la muerte.

El bebé muerto pesa infinito en los brazos y en el ánimo. El ascensor tarda horas en llegar y cuando abre sus puertas se encuentra con un par de médicos en prácticas riendo por alguno de sus chistes idiotas.

El pasillo de la tercera es tan largo como la vida. Ha de caminar más de doscientos metros girando siempre a la izquierda, siguiendo el contorno del enorme hospital pedriático.

Mueren pocos bebés y no se encuentra con nadie. No hay rumor de voces en esa planta. Es el inframundo de los pequeños.

El ruido de sus zuecos resuena en las paredes y la línea roja que guía hasta la recepción del depósito parece no tener fin.

-Soy muy pequeño, no me dejes allí. Es frío, lo sé.

Un escalofrío recorre su espina dorsal y una lágrima de nervios y temor cae sobre la manta azul.

El bebé ríe con un sonido hiriente y terrorífico. Se ríe de su propia broma malvada.

-Duele mucho morir, tú no eres mi mamá. ¿Por qué me llevas lejos de mamá? Tengo hambre. No lo hagas. ¿Y por qué nadie me da calor?

Las piernas de Rosi tiemblan, la puerta del depósito está a escasos treinta metros, a unos treinta y seis pasos.

La inocencia es más potente que la vida. La muerte se mea en la inocencia.

Se detiene y descubre la carita del bebé. Está amoratada, su cuerpo frío como las paredes que los rodean y sus ojos abiertos: enormes pupilas opacas por un velo violeta buscando una luz que no consiguen encontrar. Las escleróticas solo son unos pequeños resquicios que roban toda humanidad que pudiera quedar en su mirada.

Su cuerpo ya no es tan flexible, comienza a haber rigidez.

Los labios azulados intentan sonreír y sólo consiguen crear un instante de inenarrable terror.

Los brazos de Rosi flaquean.

-No me dejes caer. Aunque esté muerto. Llévame contigo, deja que me pudra con un humano calor.

Lo deja caer al suelo y la cabeza del bebé muerto golpea con fuerza contra el pavimento deslucido de vinilo. No se ha roto nada, los huesos son demasiado flexibles aún.

Lo recoge del suelo con el mismo cuidado que si estuviera vivo.

-No quiero más dolor, necesito que me lleves, que me cuides. He sufrido mucho en el vientre de mi madre -el bebé mueve la boca con dificultad, cerrando los ojos por el esfuerzo y apretando sus cárdenos deditos para formar un puño. Su aliento lanza un hedor de sangre corrupta que provoca un mareo en la enfermera.

Rosi intenta tranquilizarse, tiene que llegar al depósito y dejar allí al bebé. Sólo son unos pasos; pero teme la locura. Ahora el terror no viene del pecho oscuro del bebé que se expande y contrae en una enfermiza respiración que provoca un pitido de baja frecuencia que se mete directo en el cerebro para crear una vida imposible y horrenda.

Ahora el terror viene de una enfermedad, Rosi teme que algo se haya roto en su cerebro y provoque esta tremenda alucinación. Ella sabe que puede ocurrir. Un tumor que ha empezado a aplastar el cerebro. Un vaso capilar que revienta arrasando la cordura. Se dan esos casos.

Porque un bebé muerto que lamenta no vivir, no es real. No puede ser real, el mundo no funciona así. Es pecado que un bebé muerto siga sufriendo y no entienda que debe callar, que debe estar quieto. Alguien va a tener que dar una buena explicación por esto.

Se toma el pulso, se palpa la frente buscando fiebre.

Se aparta la negra mano del bebé del pecho que intenta desgarrar su escote porque tiene hambre. Unos obscenos dientes amarillos y rotos que aparecen por sus pequeñas encías sangrantes, asoman hambrientos.

Ante el rechazo, el bebé lanza un grito que se convierte en un llanto desesperado de hambre. Su baba tiene el color amarillento de la piel de los pequeños que mueren con hígados enfermos.

Rosi necesita ayuda, necesita dejar ese bebé del infierno en el único lugar que le corresponde en este edificio. En este lugar, en este planeta. No se le ocurre otro.

Corre perdiendo un zueco y lanzando el otro, los escasos metros que quedan hasta la puerta del depósito.

Cuando abre la puerta, un hombre y una mujer la esperan.

El bebé deja de llorar en ese mismo instante.

Sobre la mesa de autopsias, que se encuentra tras una mampara de grueso cristal, se encuentra el cuerpo destrozado de Abel, el forense.

Siente que su estómago se contrae hasta lanzar a presión la poca comida que le queda dentro.

-El bueno de Abel sufrió todo lo que un ser humano puede sufrir, no temas por él. Su alma está aquí, con nosotros. Se remueve de dolor y no olvida el sabor a mierda de sus propios intestinos, que le he metido en la boca mientras moría.

De la boca del forense sale un trozo de tripa grisáceo y de su vientre abierto asoma un amasijo de instrumental quirúrgico.

-Ese es nuestro pequeño Pablo. Si parece muerto, es porque lo está. En el infierno es algo habitual. Y ahora he aquí una sucursal del infierno –el hombre de camisa negra y pantalones de lino azul marino eleva los brazos para mostrar con teatralidad el lugar en el que se encuentran.

Su acento es incalificable, sus “s” son duras y cortantes. Sus “r” parecen ser arrancadas de lo más profundo. Podría ser alemán; pero Rosi distingue el acento nórdico de su abuelo.

No acaba de encontrar el color de sus ojos, predomina el negro, pero por alguna causa podría decir que también son azules. Y verdes. Y dorados.

Rosi consigue movilizar sus piernas y da media vuelta hacia la puerta para salir de allí. La mujer de melena negra y pantalones de licra negra ajustados como una piel, la agarra del cabello y tira de ella. Sus dedos rozan el pomo de la puerta y con tristeza se siente llevar hacia ese universo de dolor y cosas que no existen. No quiere estar con Abel, no quiere su cuerpo lleno de cosas metálicas.

No ha podido ver llegar el golpe, tenía los ojos cerrados. La mujer le ha dado con el revés de la mano en la boca. No oía sus propios gritos y ahora sus labios parecen latir y traga sangre como un jarabe de óxido hecho de latas viejas.

La sangre de su boca se escurre por la barbilla y un reguero baja por entre su escote.

-Puta primate… Si vuelves a gritar te cortaré las cuerdas vocales y no morirás por ello.

Con un bisturí corta los botones de la blusa y deja al descubierto el sujetador; lo corta de un tajo rápido entre los pechos y deja una fina herida en la piel de la enfermera.

-El bebé tiene hambre -dice el hombre que se acerca a ella con el niño en el brazo derecho. La mujer le sujeta los brazos desde su espalda.

El antebrazo derecho del hombre está adornado con una escarificación que nunca sana, que siempre desprende un icor que mantiene los tres “6” siempre húmedos. Pulsan como una herida llena de pus. Cuando acerca su rostro al suyo, siente una arcada de nuevo ante el insoportable hedor de su aliento. Cuando mete su lengua áspera e hiriente en su boca, cree que va a desvanecerse y su sexo se inunda de flujo. Con todo la repugnancia del mundo, desea ser penetrada.

-Métemela hasta dentro -susurra Rosi pensando que si la zorra morena no le inmovilizara los brazos, se clavaría sus propios dedos en su inundada vagina.

666 acerca el niño no muerto a los pechos de la enfermera y su corrupta boca hace presa en uno de sus pezones. Los pequeños incisivos amarillentos y rotos rasgan la piel y en los ojos de Rosi se ilumina la alarma de dolor. 666 masajea la vagina y las lágrimas parecen ahora bajar de su sexo.

La Dama Oscura ha dejado sus brazos libres para que sujete al bebé.

-Tú eres comida y piel, Rosi. Tú eres algo que odio. Me molesta que respires. No es personal, me ocurre con todas las criatura hablantes de ese puto dios creador de vida imbécil.

En el cerebro de Rosi hay un placer y un horror. El dolor es común a ambos. No sabía que eso pudiera sera así.

El dolor de su pezón desgarrado no tiene importancia alguna. Lo que importa es dar toda la sangre al pequeño no muerto.

Se siente madre, siente que ha de dar su vida por el pequeño y repugnante monstruo que jadea como un animal al sorberla.

La Dama Oscura se arrodilla ante 666 y bajando la cremallera del pantalón saca su pene para llevárselo a los labios. Él apresa su nuca con una mano, con la otra retira el prepucio para descubrir el glande que ahora ella acaricia con los dientes.

-Es nuestro pequeño, mi Dama Oscura. La vida se abre paso, los primates encuentran alimento tanto en la leche como en la sangre. Rosi, dale de comer al pequeño y yo te daré de comer a ti como a ella. Será el premio a tu instinto maternal. Tal vez luego abra tu vientre y te llene de pequeñas manitas de cadáveres que se guardan en este hermoso y fresco lugar.

Rosi no puede hablar, sólo sentir el terror que se esconde en cada una de las palabras. Lo que más la asusta es el odio que se le pega a la piel y le hace un velo casi negro en los ojos que todo oscurece.

Se abre la puerta.

-¡Abel! ¿Ha llegado Rosi con un bebé? Necesito ya el acta de defunción para que la firmen sus padres.

-Abel está muerto, doctor Pérez. Si acerca su oído a la pared aún podrá escuchar sus gritos de dolor. La agonía de un ser vivo queda enterrada en cada poro molecular de todas las materias. Sólo hay que prestar atención -dice ya con el puñal en su mano.

La Dama Oscura se ha sacado el pene de la boca y manteniéndolo como un micro en sus labios, observa la escena con sus enormes ojos oscuros entrecerrados.

Pérez se ha quedado mudo y se encuentra con la mirada de Rosi. Ésta le pide ayuda con la mirada, con más potencia que si lo hiciera con alaridos.

-No hay acta alguna, el pequeño Pablo está vivo, mucho más vivo que tú -666 de un salto se ha plantado frente a Pérez y le ha rajado la pared intestinal con el puñal.

El médico intenta sujetar sus intestinos, pero se le derraman entre los dedos como la arena seca del desierto.

666 se acerca a su cara moribunda.

-Has muerto tú antes que un bebé muerto. ¿No es increíble lo que puedo hacer?

Acto seguido, 666 le palmea las nalgas con fuerza con lo que a Pérez se le escapan las tripas que caen al suelo con un ruido húmedo, un chapoteo obsceno.

-¿Te gusta que te hagan esto? ¿No quieres llorar?

Perez ha caído al suelo, sobre sus propias vísceras. 666 clava el puñal en la nuca. El médico queda inmóvil como un muñeco sin pilas.

El pecho de Rosi es un óleo rojo y el bebé no deja de gruñir y mamar la sangre, su manita derecha se aferra al pezón, sus finas uñas se han hundido muy dentro de la mama. Rosi siente vaciarse de sangre y ya nada importa. Tal vez cuando muera, dejará de beberla.

Y el bebé mama su vida con una letanía incansable y monótona:

-Soy el hijo atroz de la humanidad. Soy lo que nunca debería haber nacido.

Lentamente cierra sus ojos muriendo al fin, dejando caer al bebé que se golpea contra un taburete de acero hundiendo su cráneo. Sus pequeños pulmones lanzan alaridos de dolor. La Dama Oscura se pone en pie y lo coge por un pie, elevándolo hasta que puede mirar directamente a sus ojos negros y muertos.

-¿Te duele mucho Pablito? Necesitas un buen sueño. Necesitas morir de verdad. Es una mala vida esta.

666 se acerca al bebé pisando el pecho de Rosi y escondiendo el puñal, clavándolo entre sus omoplatos.

Acaricia el cráneo hundido del bebé y cesa el llanto.

-Soy papá, mi pequeño. Ahora vamos a pasear un poco. Tienes que ver el lugar donde hubieras crecido, o al menos una pequeña parte, no tienes mucho tiempo de vida. Tus padres tienen que saber que no estás muerto. Y por ellos, muchos primates sabrán que nacen niños muertos que comen sangre y carne. Niños… Muertos como el futuro de la humanidad. No te amo, no te deseo, pequeño mono. ¿Recuerdas cómo mamá lloró cuando toqué su vientre en aquel ascensor del consultorio? Y tú moriste en ese momento, sólo faltaban unas horas para que nacieras. Su ombligo se tornó negro como carne podrida. Y mi maldad entró quemando toda vida y humanidad por ese cordón umbilical.

Sus dedos tiemblan por no hundirse en los ojos del niño, necesita todo el control para no aplastar los ojos que él mismo creó.

La Dama Oscura desabrocha su pantalón, está observando con excitación ese momento de peligro en el que el ser que más ama podría poner de manifiesto la pasión de su maldad infinita. Y se acaricia el vértice superior de su vagina, masajeando el clítoris suavemente. Conteniendo un placer que apenas puede frenar en sus labios.

666 no aplasta sus ojos, pero le arranca de un bocado los dedos índice y corazón de la manita derecha para luego escupirlos en la cara de la enfermera. No mana sangre de los muñones del pequeño; pero sus gritos de dolor son tan potentes que sus pequeñas cuerdas vocales se hieren y lanza pequeñas gotas de sangre.

666 coge una bata blanca de un armario de acero y le da otra a la Dama Oscura. Ella se ha prendido la identificación de la enfermera sin preocuparse en limpiarla de sangre. 666 no se ha colocado identificación alguna, simplemente se ha encendido un enorme Partagás.

Ambos salen besándose los labios con el bebé y su mantita azul cubriendo su cuerpo y ahogando un poco sus gritos.

Caminando por el largo pasillo dirección al ascensor, las paredes parecen doblarse para mantenerse a más distancia del mal.

-¿Vamos a ver a Lucinda y a Pedro? -son los padres de Pablo -Tú consuelas a la madre y yo al padre -el ascensor cierra sus puertas cuando han entrado y la Dama Oscura pulsa el botón del octavo piso.

En la sexta planta el ascensor se detiene e intenta entrar un enfermero empujando una silla de ruedas con una embarazada pálida y de ojos lagrimosos.

666 lanza una fuerte patada a la barriga de la mujer y lanza la silla, al enfermero y la embarazada contra la pared. Se cierra la puerta y el ascensor sigue subiendo ya hasta la planta de ingresos.

Conoce donde se encuentra la habitación de los padres de la misma forma que conoce donde se encuentra cada humano del planeta. A veces cree que le duele la cabeza  por un exceso de datos.

La Dama Oscura ostenta un resquicio de tristeza en su mirada observando los brazos amoratados e inquietos que asoman entre la manta que 666 lleva en brazos. A veces tiene breves abcesos de humanidad y 666 los siente como un dolor. No quiere que su Dama Oscura sienta ningún tipo de pena. Es el único ser al que protege de todo, incluso de sí mismo. Y él teme que un día no la pueda proteger de si mismo.

La abraza.

-Mi Dama, ésto no es vida, esto no se parece en nada a lo que podría un día crecer. Ni siquiera tendría la opción de ser más que un engendro del infierno. Ni bueno ni malo. No podría nunca elegir ni siquiera un pensamiento. Es nuestra bestia, una creación que solo cabe en nuestro infierno y sirve de condenación a los primates. Olvida que un día fuiste humana. Olvida que un día fuiste inferior.

666 la abraza y caminan juntos rumbo a otra masacre, a otra cosa que debe hacerse.

Viéndolos sin prestar demasiada atención, podría parecer un matrimonio con su hijo recién nacido en brazos. Sólo que la Dama Oscura es demasiado voluptuosa, no aparenta cansancio y el médico a pesar de la bata blanca, provoca desconfianza.

Tampoco puede ocultarse un fuerte olor a podredumbre a medida que avanzan y que provoca un escalofrío en la piel de la gente con la que se cruzan.

Cuando llegan a la habitación 869, Lucinda se encuentra bajo los efectos de la anestesia y Pedro dormita. Hay una atmósfera de tristeza y dolor densa como el gas iperita.

En las habitaciones donde se duerme con la muerte, huele especialmente mal.

666 aspira ese aroma con delectación, relamiéndose con una ostentosa sonrisa que hace el dolor más extremo aún. Que convierte en una absoluta burla la vida.

-Sobre esta roca edificaré mi iglesia, Pedro. Eso dijo ese Dios maricón. No me gustan los monos llamados Pedro, son especialmente santurrones. Especialmente becerros. Vengo a mostrarte a tu hijo, aún que está no muerto.

Pedro dirige la mirada a 666, es pleno mediodía pero las persianas están bajadas y se encuentran en la penumbra que crean las rendijas. En sus brazos, aquel hombre enorme y por alguna razón inabarcable por la mirada, le ha dejado un cuerpo animado que gruñe como una especie de alimaña moribunda. Sus manitas salen de la mantita reconociendo al padre y arañan dolorosamente sus labios. El hombre descubre su rostro y lanza un grito de horror; pero entre los ojos violáceos, los dientes amarillos y la negra sangre que mana de la herida de su cabeza consigue encontrar en él un vínculo de sangre. Es algo instintivo. Besa su rostro helado y siente sin asco el hedor de lo podrido.

La Dama Oscura le arranca de los brazos a Pablo. 666 le obliga a volver a sentarse y con el puñal hace un profundo corte en la ingle.

-Yo te vacío, Pedro. Vais a ser el horror inexplicable en un día vulgar. No hay razón alguna para ello. Y tampoco encuentro razón alguna para que hubiérais tenido una vida normal como padres con vuestro pequeño Pablo.

Pedro se deja matar cansado, asqueado, apenado, no le apetece vivir, aunque tampoco pone especial interés en morir. Su cara es una máscara que refleja nada.

-Lucinda, es tu hijo -la Dama Oscura le ha colocado desnudo al pequeño Pablo en el pecho. Lucinda despierta ante el inhumano helor de aquel cuerpo.

-¡Mamá, mamá! Dame calor con tu piel, tu hijo está frío. Tu hijo está muerto.

-Es mi Pablo -pronuncia la madre con una profunda debilidad, ebria de anestesia, cansancio y dolor.

-Ámalo ahora, os queda poco tiempo -musita en su oído la Dama Oscura, con un tono tan bajo que incluso la no respiración de Pablo dificulta el sonido que sale de sus labios.

666 ha escuchado casi con pena las palabras de la Dama Oscura, su escasa preocupación por su estado de ánimo se esfuma cuando con la fina daga que esconde en la parte interna de sus muslos, hiere los dos pulmones de Lucinda. La Dama Oscura es ahora pura maldad.

Pedro lanza un grueso chorro de sangre por su entrepierna, está muriendo a una gran velocidad. A medida que se siente más débil, gime con más fuerza. Lucinda aspira aire y expulsa sangre por labios y nariz.

Morirán ambos al tiempo, 666 es perfecto. Es la perfección maldita, como existe la perfección divina.

666 arranca del pecho de Lucinda al bebé no muerto.

El bebé gime.

-Creo en ti Padre Malvado, Rey de la No Vida, de la Inexistencia y de lo Profano e Inhumano. No me mates, no me dejes aquí. Dame vida, dame dolor. No dejes que mis ojos se cierren. Quiero vivir.

-¡Calla, mierdecilla! -dice con un siseo sobrecogedor 666.

Coloca el cuerpo de Pablo de espaldas contra la puerta, en el bolsillo superior de la bata, hay cuatro lápices. Usa uno para atravesar el pequeño pie derecho y clavarlo a la puerta.

El grito provoca el grito de sus no padres. Con el otro pie hace lo mismo.

Ahora el bebé golpea con su destrozada cabeza contra la puerta lanzando alaridos de dolor y miedo.

Con dos bolígrafos inmoviliza sus manos clavándolas también. Es un Cristo invertido.

Hunde su puñal bajo el esternón y corta hasta el ombligo. Las vísceras se desprenden para quedar colgadas ocultando el rostro del pequeño Pablo que aún grita. Practica ahora dos cortes uno del ombligo hacia las costillas derechas y otro hacia las izquierdas.

Abre ambos trozos de carne y da unos pasos atrás para observar su obra. Pedro y Lucinda exhalan sus últimos suspiros con las pupilas dilatadas reflejando a su hijo destrozado y maldito que aún pide la vida a su padre verdadero.

La Dama Oscura se coloca a la espalda de 666 y le abraza el pecho hundiendo sus manos bajo la camisa, acariciando sus pectorales que parecen abrasar sus manos por el calor del mismísimo infierno. Se moja y 666 sonríe ante la humedad del coño que tiene a su espalda.

La carne que cubría el pequeño pecho de Pablo forma ahora dos alas ensangrentadas, que parecen pender rotas. Un ángel del infierno en la tierra. Un ángel descuartizado.

La Dama Oscura hace un par de fotografías con el teléfono móvil.

-Lo subiré a Facebook en cuanto lleguemos a nuestra húmeda y oscura cueva.

666 sonríe. Lanza una poderosa carcajada que congestiona de horror los rostros de Lucinda y Pedro.

Así mueren, con el rostro distorsionado por la maldad pura.

-¿Crees que entenderán tu obra, mi Dios?

-No han de entender nada, mi Dama Oscura. Sólo han de temer. Sólo han de sentirse inútiles e incapaces de evitar el dolor y la tragedia. Cuanto más teman y menos entiendan, más sufrirán.

Ni matándolos a millones entenderían que ni a nuestros hijos, si los tuviéramos, amamos y que el acto de morir bajo nuestra voluntad es el premio a una vida que un Dios melífluo y homosexual dictó. Sólo nos debemos a nuestros placeres y a nuestros instintos. No entenderían que ellos son la parte tarada de una creación y nuestro alimento espiritual. Es demasiado complicado.

Ambos salen de la habitación, 666 ha metido los dedos entre los glúteos de la Dama Oscura y ésta siente su vagina inundarse.

Tal vez 666 no pueda ver la lágrima que se desliza rauda por el rostro de la Oscura, está encendiéndose otro Partagás número dos millones.

Siempre sangriento: 666

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666 La verdad de la Virgen María

Publicado: 19 abril, 2011 en Terror
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¿Qué ideas se le ocurrieron al bueno de San José ante el embarazo de su virgen esposa? ¿Por qué era virgen si estaba casada con un carpintero capaz de tallar sus fantasías sexuales más duras y grandes? Incluso a la medida; madera no faltaba en aquellos tiempos.

Desde luego, Dios tiene cojones, es un cerdo. Seguro que en aquel pueblucho de mierda vivirían mujeres solteras, niñas, viejas… Pero no, para dar por culo y joder, va Dios y se tira a una casada con penefobia (es mi única forma de entender la virginidad en una casada). Y la única forma de entender que José era un tarado sin valor ni dignidad. Porque si esa idiota reprimida hubiera sido mi mujer, le habría rasgado el coño en la primera cita y en la noche de bodas le peto el culo. Después le hubiera pegado tal paliza que me hubiera chupado la polla todas las mañanas al despertar hasta su muerte.

María no era para tanto, una mujer bajita regordeta y con unas tetas ridículas. Sucia y guarra como lo eran todas en aquella época. Se olían desde kilómetros sus coños sucios de menstruaciones añejas. El guasón de Dios la eligió por ese profundo asco que sentía por los penes, por ello es que fue elegida para dar a luz al Crucificado. Supe que algo tramaba por Belén el bueno de Dios porque, habían demasiados ángeles rondando por aquella aldea miserable, sucia y polvorienta. Así que me trasladé allí una temporada, devoré al coyote morador de una pequeña cueva situada en campo abierto un par de kilómetros colina abajo de Belén. Mis esclavas sexuales eran vecinas de aquella comarca, las que se movían hacia el riachuelo a lavar las ropas, a la fuente a recoger agua, las que acarreaban alimentos o leña por las sendas recalentadas por el sol. En tres semanas, violé y maté a más de treinta mujeres de las más variadas edades. También destripé a un par de legionarios romanos despistados y me quedé con aquellas bellas espadas. A uno lo mantuve consciente mientras a su amigo le arrancaba tiras de piel de los muslos y los pectorales. Cuando me cansé de jugar con aquellos primates recios y duros, les hice un pequeño corte en el cuello y me quedé sentado frente a ellos viendo como se iban apagando a medida que se vaciaban de sangre. Los cadáveres se apilaban en la zona más profunda de aquella madriguera creando un hedor que subía con el viento hasta la aldea. Seguramente desde entonces se identifica mi presencia con un olor a podredumbre, cosa que me place. La muerte de todos aquellos primates cuyos cadáveres se acumulaban en la cueva, fue achacada a un negro que deambulaba por la zona realizando pequeños trabajos en casas y campos. Lo lapidaron hasta morir y los machos del pueblo colgaron sus cojones en una estaca clavada en el suelo a la entrada del pueblo. Yo le acerté dos veces: en la cabeza y en la boca, además, sujeté una de sus piernas mientras le arrancaban los huevos con un cuchillo mal afilado. La madre de una niña de doce años a la que se la metí por todos los agujeros antes de decapitarla, le pegaba en la cara con el juguete de su hija, una especie de muñeca de paja. Todo un drama… Pero no siento piedad alguna por ningún primate, me dan asco.

Dios poseyó a un pastor de cabras de enorme rabo para tirarse a María y lo intuí cuando pasaba unos metros colina arriba; se dirigía a Belén. No me van las viejas pero; cuando se trata de hacer daño no hago ascos a nada; además, en aquellos tiempos y en esa región no había mucho donde elegir. En aquellos momentos estaba arrancando los dientes que le quedaban con unas tenazas, a la abuela de la pequeña primate que maté, quería meterle la polla en la boca y ahogarla. Pero le dejé caer una gigantesca piedra en la cara y dejé el cadáver al sol para que se pudriera; momentos después seguía los pasos del joven pastor.

Seguí al pastor hasta que se metió en la casita de barro del matrimonio carpintero, sin llamar, sin expresión. Sin mediar palabra alguna y ante un ángel del 6º Coro Celestial, el follador divino cogió por la cintura a María la guarra y la subió encima de la mesa. Levantó sus faldas y le arrancó el pañal que cubría su coño. María intentó gritar, pero el ángel susurró algo en su oído, y ella abrió sus piernas. Yo miraba la escena desde el ventanuco que daba al camino principal, justo al lado de la puerta de entrada y sentí el olor repugnante de su coño. El alado abrió su vestido y desnudó sus tetas, empezó a manosearlas con ritmo y fuerza en aquel pleno mediodía caluroso y casi primaveral de marzo. A medida que sus pezones se erizaban y se ponían duros, comenzó a emitir jadeos, a gemir como una perra. Siguiendo las Divinas Instrucciones, aquel pastor abrió la maloliente vulva sucia aún de menstruación y seca como un tasajo; se agachó y su lengua empezó a acariciar los labios, a humedecer aquel agujero cerrado en su coño. El ángel me miró directamente a los ojos, sin sorpresa, pero interrogante. Yo asentí, conforme a que no interferiría en ese asunto. El ángel presionó más los pechos de María y sus pezones parecían querer salir disparados de la presión de sangre que acumulaban, la carne fofa de las tetas se desparramaba por los perfectos dedos de aquel ser que comenzó a cantar un potente aria en loor a su Dios. Yo sé que si el querubín hubiera tenido pene, se lo hubiera metido en la boca a esa tarada mujer. Le doy gracias al maricón creador porque me hizo imperfecto y con pene. El coño de la María ya lucía brillante y húmedo por las babas del pastor y sus propios humores de excitación. Y el pastor la penetró de forma rotunda, sin más preámbulos. A María se le quedaron los ojos en blanco cuando sintió la polla en su piojoso coño y dio comienzo una letanía de gran dulzura:

– ¡Perro, cabrón, hijoputa, impotente, cerdo…!- le decía cariñosa al pastor.

Y aún tuvo suerte la virgen, porque en aquellos tiempos los primates follaban como animales, los machos se corrían en las hembras, se subían los pañales y volvían al trabajo dejándolas a ellas con el coño irritado y empastado en semen y porquería. María disfrutó como una guarra. Se notaba. Los que pasaban frente a la casa e intentaban acercarse, se apartaban alarmados cuando los miraba con mis ojos preñados de un sadismo inusitado. Yo les sonreía y los primates se marchaban acelerando el paso.

¿Y José? Como sabía que no la matarían, y eso me aburre; di la vuelta a la casa hasta llegar a la pared trasera, la zona del patio y donde el carpintero tenía montado el taller. Y allí estaba él, sentado en un tosco taburete de 3 patas, se sujetaba los cabellos desesperado escuchando las delicadezas que su mujer profería en la sala principal de la choza. Pensando en lo puta que era su santa… Salté el muro de adobe y me coloqué frente a él, bajo el techo sombreador de cañizo.

– ¿Se están tirando a tu mujer y no haces nada?

– Es Dios quien lo ordena.

– Si entras con la gubia y matas al pastor que se la está metiendo y a la puta de tu mujer; sujetaré al ángel y después lo decapitaré. Enviaremos su hermosa cabeza a Dios y podrás buscarte otra guarra para que te haga la comida, una que quiera dejarse follar.

– Dios me mataría y me enviaría al infierno.

– Te estás masturbando todos los días como un poseso, la zorra no te quiere. En el infierno, conmigo, estarías mejor- le mentí.

Pero no respondió, asió la garlopa y comenzó a arrancar virutas de un tarugo de madera que estaba sujeto en el banco. Los gritos y gemidos de placer y locura de la puta se oían claramente:

– ¡Así, perro! Métemela tanto que me salga por la boca, hijo puta, métela hasta el fondo para que Dios vea como su buena María es capaz de tragar toda esa polla. Revienta mi chocho.

El ángel elevó un agudo falsete que hizo vibrar el barro de las paredes, penetrante como un tumor en el cerebro. Dejé solo al miserable de José y volví por donde había venido para volver a admirar el milagro de la fecundación divina. El ángel aún seguía clavando sus dedos en las deformes tetas de María y sus uñas herían la lechosa piel y de entre sus uñas salía la sangre. Los pezones erizados se habían amoratado con la sangre que presionaba contra el tejido sin poder retornar. Estaban tan sensibles que podían sentir hasta el aleteo de una mosca. El pastor la penetraba sin contemplaciones, sus testículos, hinchados como los de un animal, gordos y pesados de leche golpeaban contra las nalgas de la virgen. El pubis de vello moreno y pegajoso de María se deformaba por la penetración de aquel enorme tronco de carne que bombeaba dentro y fuera continuamente; la sangre de su himen se deslizaba perezosa por su ano hasta formar un charco en la mesa. Sus ojos estaban en blanco, extasiados. ¡Qué puta…!

El placer de aquella primate me excitó, saqué mi pene de los calzones y del glande amoratado pendían hebras de fluido lubricante que hacían suave y placentero el roce de mi puño áspero. Mi puño se metía hasta el vientre pegando fuertes golpes hacia atrás, casi desgarrando el meato por la presión, en unos segundos me corrí y me santigüé con la mano llena de semen derramándolo por encima de mis ropas. El eunuco querubín me miraba fijamente y cerró los ojos mirando al cielo y extendiendo sus monstruosas y enormes alas blancas. Yo me reí potente como Dios y todos los animales callaron en aquella maldita aldea.

María no podía aguantar más y comenzó a jadear como una cerda pariendo, se corría con un agudo grito en «i» mordiéndose los labios hasta hacerlos sangrar, mientras gritaba:

– ¡Dame tu puta leche, hijo puta, tarado! ¡Ahógame, cabrón!

El ángel pellizcaba con más fuerza los pezones a la vez que tiraba de ellos hacia arriba, yo susurraba:

– ¡Arráncaselos! ¡Arráncaselos y que mame sangre el futuro nazareno!

El ángel me miraba fijamente luchando contra mis órdenes cuando el animal del pastor contrajo sus nalgas con el orgasmo, por el chocho ensangrentado de María manaba una leche mezclada con sangre pero; la tragó casi toda. Al pastor se le salió el pene con la excitación y por su glande enrojecido escupió gotas de semen que volaron hasta el vientre aún contraído de María, hasta sus pechos, manchando los dedos del ángel. La puta quedó desmayada, el pastor aturdido aún, se subió los calzones y salió de la choza sin decir nada; me lanzó una mirada avergonzado emprendiendo el camino de vuelta hacia donde quiera que hubiese venido. El eunuco alado no se marchó de la casa hasta haber limpiado el cuerpo de María y curado el coño reventado, lo masajeó con un aceite que sacó de su túnica. Ella abrió las piernas entre suspiros. Volví a la parte trasera de la casa para observar a José, trabajaba frenéticamente en una extraña silla. Salí del pueblo ya satisfecho, dispuesto a dirigirme a mi reino, a mi oscura y fresca cueva, a mi trono de piedra; echaba de menos los aullidos de mis condenados. Me desvié hacia la fuente para beber agua y allí se encontraba el primate follador, mojando su cuerpo, refrescándose tras la gran follada. Me daba asco aquel mono con ese rabo tan enorme, de repente sentí un odio infinito hacia aquel ser.

– Que Yaveh sea contigo. – le saludé.

– Amén. – respondió.

Cogí una piedra, le asesté un fuerte golpe en la mandíbula y lo abatí. Me puse a horcajadas sobre su pecho y deshice sus ojos aterrados con fuertes golpes. A pesar de que no se movía ya, seguí golpeando su cabeza hasta que sólo quedó la quijada inferior pegada a su cuello. Los sesos y huesos se mezclaron con la sangre y el polvo formando una masa que atrajo a todas las putas moscas de aquel repugnante y árido lugar. Corté su enorme pene y lo introduje en el agujero del caño de piedra de la fuente, quedó precioso. Se hizo muy popular aquella fuente entre las mujeres de la comarca. Bebí el agua que se escurría por aquella polla muerta sin ningún tipo de reparo.

Unas semanas más tarde hice una visita a los carpinteros de Belén; José había inventado la mecedora y se encontraba en ella fumando un canuto de hojas secas que le provocaba una risa lagrimosa. María cosía unos calzones descoloridos y sus labios se movían continuamente susurrando una letanía mecánica, monótona y cadenciosa. Guardaba unos momentos de silencio, acariciaba su coño metiendo la mano profundamente entre las piernas y volvía a rezar de nuevo.

Ahora todos podéis entender el porque de ese deseo esquizofrénico de Jesús por ser crucificado, pobre hombre, nació en un hogar de tarados; lo que me extraña es que no se cortara antes las venas. Dios creó para él un hogar podrido e insano, abocó a su espiritual hijo a la insania y a la locura.

Dios es un ser malo, creedme. A veces es peor que yo con sus mierdas de designios inescrutables. Ya os contaré más historias verdaderas en otro momento. Siempre sangriento: 666

Iconoclasta

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