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El amor no se pone a prueba al follar, sino en las mañanas; cuando los amantes se enfrentan en el desayuno y deben soportar o no los ritos que en casa de “papá y mamá” llevaban a cabo cada cual.
Si uno o ambos amantes se sienten preocupados o incómodos porque en el desayuno se come una magdalena en lugar de una tostada de pan o huevos fritos, tendrán la gran oportunidad para para abandonar una relación fallida. Que se sientan incómodos con los ritos del otro, que son mucho peores e ilógicos que los propios, se convertirá en un herpes que les comerá toda ilusión futura e incluso las pasadas por el desengaño.
Y en poco tiempo ni siquiera se correrán a gusto al follar.
Si siguen adelante con la relación malograda, extrañando aquellos entrañables desayunos en la casa donde crecieron, sólo llegarán a consolidar una sociedad mercantil e hipotecaria que será además y oportunamente medicación contra el terror a la soledad.
Puro interés mezquino.
Si los amantes, o uno de ellos, no son adultos independientes y creen en su infinita inmadurez que las banales costumbres y liturgias familiares son las “verdaderas”, cuando deban enfrentar una situación importante, literalmente se cagarán encima y deberán discutir si los consejos de una familia u otra son los mejores.
A esas alturas ya estarán muertos como amantes y cada cual follará con otro u otra ajena a su relación. Y estarán, eso sí, dentro del estándar de pareja modélica de cualquier pseudodemocracia o dictadura consumista elegida al azar.
Malvivirán entre dos coches e hipoteca, e irán a votar su mierda como todo matrimonio integrado en sociedad.
Sólo los mantendrá oficial y mezquinamente unidos “los hijos” y el consabido miedo a la soledad y luego, será el miedo a la vejez y no tener a nadie “en quien apoyarse”.
Es el gran triunfo evolutivo de las sociedades humanas estabuladas en ciudades: cobardía, ruindad y un infantilismo que como un cáncer han podrido la adultez.
Si algunos humanos añoran tanto en la adultez sus ritos y supersticiones familiares, que vuelvan a casa y no jodan a nadie con sus deseos de repetir e imponer lo que vivieron. Y a lo mejor, si prueban a follar con papá o mamá, encontrarán al fin lo que siempre habían buscado en el amor: armonía, ternura y un sexo seguro y comprensivo.
Y si dios existiera o hubiera existido, haría milenios que hubiera borrado su gran error, “su imagen y semejanza” del planeta.

Foto de Iconoclasta.

¡Qué imbecilidad! Puedo estar quieto y secreto durante horas disfrutando de mi pensamiento y su imaginación.
Estoy inmóvil observando el humo del tabaco durante horas sin asomo del temor mezquino y político-religioso de “estar perdiendo el tiempo”.
Ninguna especie animal siente perder el tiempo por simplemente existir. No nacen con deberes que cumplir, ni amos y gobiernos que cebar cada día más con la propia vida. Simplemente son y actúan en consecuencia.
Y yo.
O no actúan, sin complejos idiotas o filosofo-doctrinales.
No debo explicaciones a nadie, ni a dios si existiera, de mi quietud.
A nadie le importa una mierda lo que hago con mi vida o tiempo.
Sin embargo, los hay que deben obediencia al estado/dios que, sólo acepta la quietud de una res humana cuando apenas le queda un instante de vida, cuando agoniza y no tiene nada que ofrecer al estado/dios, sino gasto.
El criminal estado debe pagar por sus asesinatos lentos de “no perder el tiempo”, por ese control psicópata que ejerce contra la casta paria esclava o asalariada que pudre toda alegría y bienestar.
Todo atisbo de libertad.
El mal endémico de toda sociedad humana está en que no muere el que debe, no lo suficientemente rápido. Y así se reproduce y eterniza en aristocracias teo-políticas sin pausa, con miedo a perder sus endogámicos privilegios y las rentas que el tiempo de los esclavos les proporciona.
Así que si sientes perder el tiempo al no hacer nada, cuelga tu diploma de cabestro servil del año en el salón, para que todo el que te visite sepa qué eres por si le pudiera quedar alguna duda.
Mierda…

Foto de Iconoclasta.

El peso de la tinta en el papel es el de mi pensamiento.
Mi pensamiento denso y potente que grava y deforma las hojas haciendo de cada idea caligrafiada un movimiento tectónico que unas veces lo desgarra y otras lo dobla de dolor.
Y yo, impíamente, no dejo de escribir.
No puedo parar…

Foto de Iconoclasta.