Archivos para septiembre, 2020

Va a llover y es bueno. Aunque no sea un buen detergente, la lluvia consigue arrastrar con cierto alivio la horrible pátina de cobardía y mezquindad que me salpica desde los otros, los ajenos. Los que no quiero, los que desprecio, los que odio.
Que mal cáncer los mate, ese que una mascarilla no puede evitar.
Va a llover y no será lluvia radiactiva, ni tan siquiera ácida.
La humanidad tiene una suerte que no se merece, como la de los idiotas.
Lloverá pronto porque los colores del planeta son mates y saturados.
El verano está muriendo, todo concuerda.
Es perfecto, aunque no del todo satisfactorio.
Imagino millones de humanos mirando al cielo con el cuello y la boca abierta, inmovilizada por una enfermedad neurológica, por envenenamiento o por clavos en la quijada.
E imagino la lluvia ahogándolos, lenta y temible.
Ellos lloran sin posibilidad de salvación y a medida que sus pulmones se anegan escupen el agua que les vuelve a entrar, y así hasta morir.
A medida que se aproximan las pesadas nubes, mi humor mejora.
Debería haber un día mundial de la lluvia justiciera y reparadora.
Y que a los muertos no se les ponga nombre.
Lo que nace anodino, anodino es su cadáver.

Generaciones cobardes

Publicado: 7 septiembre, 2020 en Sin categoría
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“Más de ocho millones de alumnos comienzan a partir de esta semana un curso escolar en el que no podrán darse abrazos, ni jugar al balón, ni compartir el bocadillo. Tras medio año sin pisar un aula, los padres volverán a llevar estos días a sus hijos al colegio con incertidumbre y temor al contagio por Covid-19.”
Menudo drama de mierda. Pobrecillos…
El miedo a un resfriado del coronavirus supera con mucho al del cáncer genital, e incluso a la leucemia galopante.
Lo que deben temer es que sus padres y profesores les contagien esa tremenda cobardía que ha permitido el robo de la libertad durante meses y el uso de una mascarilla que debilita y enferma y hace res a quien la lleva.
Ocho millones es mucho, son varias generaciones que van a transmitir el virus de la cobardía y la mezquindad. Ocho millones son los suficientes como para estropear todo un grupo autóctono humano para siempre.
Porque cuando se reproduzcan, tendrán otros pequeños mamones cobardes que empezarán su desarrollo con ese germen de la mezquindad como parte de su genética.
Bueno, a mí me suda la polla; es por este vicio de escribir sobre la gran miseria humana que inevitablemente ha llevado a una decadencia vergonzosa e indigna.
Que se jodan y se resfríen.

Imagen que contiene pasto, pista, exterior, foto

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Se le ha roto la voz y no ha podido decirle que lo quiere.

Cuando se rompe el amor, se quebrantan todos los huesos del cuerpo.

La voz es el hueso más débil y quebrada la voz, en lugar de sonido se escupen las astillas que hay dentro del cuerpo y la sangre.

Tampoco lo ha podido odiar; pero no es por el quebranto.

Es indiferencia.

De hecho lleva meses con todos los huesos rotos; pero al negarle un cariño, el dolor ha llegado en tromba. Como si hubiera despertado de una anestesia en mitad de una operación.

No hubo un golpe fuerte, no hubo engaños, insultos o discusiones.

Simplemente un día no le gustó como comía.

Y otro día no le gustó su voz, era inconsistente.

Y luego no le gustó su integración tan perfecta en una sociedad apestada.

No soportaba su optimismo fácil.

Su vocabulario correcto, sus afirmaciones abiertas a negaciones si la mayoría así lo dictaba.

Su sexo aséptico que ya no hacía agua en su coño.

No la mojaba…

Se preguntó si alguna vez lo amó.

Los huesos rotos no son causados por el desamor. Si no por esos seis áridos años perdidos.

– Te quiero, cielo –le dijo en el vagón de metro, preparado para apearse en la próxima estación.

Hacían el mismo horario, en lugares distintos. Dos paradas más adelante, Eva se apearía para empezar otra jornada en la oficina.

Sentía a Juan como un amigo del instituto, alguien a quien no hay más remedio que soportar si no quieres ofenderlo.

Le negó el beso que intentó darle y no le devolvió el “te quiero”.

Juan sonrió nervioso.

Cuando las puertas del vagón se abrieron dijo apresuradamente:

– ¿Quedamos en el centro a las siete?

Ella lo miró y no supo qué decirle.

Las puertas se cerraron y Juan fue absorbido por la masa de carne que se dirigía presurosa a las escaleras mecánicas de salida.

¿Cómo decirle a sus padres y suegros que ya no lo quería por ninguna razón especial? ¿Cómo decirles que Juan era el prototipo de la mediocridad y que ella se equivocó y lo ha pagado con seis años de hastío?

Pero no puede explicarse cómo Juan no ha hecho mención a su indiferencia, cualquier hombre se daría cuenta de su quebranto.

No necesitaba más presión, no quería dar explicaciones y que la sometieran a examen de conciencia y consejos de psicólogos para gente depresiva.

No se apeó en la estación de su oficina.

Llegó al final de la línea que finalizaba en una estación de trenes.

Y no le importó demasiado el destino del tren.

Ni la felicidad, solo quiere romper el mismo día, quitarse de encima esa pegajosa capa de mediocridad con que la pringa Juan, la oficina y la ciudad.

Pasaron los años tan rápidos que olvidó el rostro de Juan, incluso no estaba segura de recordar bien los rostros de sus padres. Ni de sus hermanos.

En algún lugar del mundo, empezó una vida que pasaba rápida, que a veces la dejaba sin aliento. Y sin querer apretaba sus muslos para contener una cálida humedad que su vagina rezumaba al evocar el sexo con Jayden.

Desde su coche patrulla de guarda forestal, observaba a los grandes canguros dormitar sobre la semidesértica llanura.

Hizo una foto para su hijo. Tyler y sus once años recién cumplidos… Nunca cansan o provocan indiferencia, siempre se admiran los otros seres vivos, los libres y salvajes.

Se siente orgullosa no haber en aquella lejana parada de metro, de haber tomado aquel tren de desconocido destino. Y luego un taxi y un avión y otro y otro…

Y llegó un día que dejó de sentir su piel pringosa de mediocridad.

Y no hubo más quebranto.

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

He soñado con mi madre que, tras hacerme una de sus bromas de niñez, me daba el beso más tierno que desde mi infancia no he sentido jamás.
Hasta anoche que la soñé.
Pobre madre muerta…
Duelen tanto los seres que amas, vivos o muertos.
Pobre de mí, un patético viejo soñando a su madre.
He pedido morir para no salir de ese momento de absoluta y desesperante belleza.
No quiero vivir más estas tristezas.
Me niego a despertar a las cuatro de la madrugada y fumar para que el ardiente humo evapore todas esas lágrimas que inundan el corazón, los pulmones, el vientre…
Una hemorragia imparable de tristeza.
Y sin embargo, deja los ojos secos como tierra al sol.
Su rostro sonriente se acerca a mi mejilla para besarme con esa poderosa dulzura. Y adquiero la certeza de que no la quería tanto como ella me quería a mí. Y así, a la tristeza se suma la vergüenza de ser un miserable.
Debería haberla besado con esa dulzura arrasadora.
Nunca pude imaginarla muerta.
Estoy cansado de soñar tristezas, es hora de morir de una vez por todas. Aunque deje de existir, sin posibilidad alguna de encuentros con mis amados seres en el más allá o en otras dimensiones.
Solo basta con que cese esta hemorragia que me ahoga por dentro.
He despertado repentinamente, rompiendo esa perturbadora y bella fantasía, una mentira más de mi mente tarada.
Madre… Solo gente especial que besa con tanto cariño, puede aparecer viva en los sueños.
Yo no podría, mama. Tu hijo es un mediocre.
Tu hijo es un mierda que te quiere y recuerda con toda su podrida y miserable alma.
¿Qué se rompió mientras me dabas vida en tu vientre para que tu ternura no entrara en mi sangre en suficiente cantidad?
Si supieras de la dolorosa tristeza de un beso que ya no sentiré, de un niño que hace décadas murió absorbido por mí. Yo me asesiné a mí mismo y luego moriste.
Y ahora solo me quedan tus oníricas ternuras, como si estuviera maldito con semejante bendición.
No debería estar vivo.
Debería estar muerto como ellos.
Mis muertos, mis pobres muertos…

Iconoclasta

Con este asunto del pavor al resfriado del coronavirus, hay padres que no quieren que sus hijos acudan al colegio.
Y la ministra de educación del Nuevo y Normal Fascismo Español, ha dicho que se tomarán medidas contra esas madres y padres miedosos.
Dejando aparte la indignidad de este pánico histérico y fácil que lleva a entrar en histeria a lo más cobarde de esta decadente sociedad; tengo que decir que: una puta mierda.
Ningún fascista asqueroso me va a decir cómo, cuándo y dónde voy a educar a mi hijo.
Es mi hijo y yo mando y ordeno en lo referente a su formación; cualquier otra injerencia es motivo justificado de violencia.
Que los dictadores del gobierno español y toda su banda de perros rabiosos follen más para tener hijos a los que adoctrinar y castrar. En definitiva: si los niños y niñas han salido de sus coños y pollas, que hagan lo que quieran con ellos.
Y si los genitales no les funcionan, que le compren niños y niñas a su amo y amigo: el gobierno chino; que tiene superávit de esas cosas, ya que al final los sobrantes acaban sirviendo de abono en los arrozales.
Por lo demás, en mi hijo solo mando yo. Y mando muy bien y soy más inteligente y sabio que cualquier hijoputa fascista del gobierno español.
Hace unos meses, esta tipa también dijo (por la polémica de adoctrinar a la infancia en la escuela sobre lo bueno, ventajoso y sano que es ser transexual): “Los hijos no son de los padres”, queriendo así, zanjar la polémica. Solo le faltó decretarlo en el BOE.
Bien, pues si a ella no le ha salido ningún niño del coño, que calle la hitleriana y no diga más estupideces fascistas. Y si los ha tenido, que use el cerebro en lugar del culo para pensar lo que dice.
Porque a mi hijo no lo educa ni dios si existiera.