No sé por qué; pero me resulta más fácil pronunciar malevolencia que benevolencia. Será que benevolencia ya está en desuso y no tiene sentido pronunciarla, ni siquiera como ejercicio de logopedia. Además, el narco estado español le ha decretado a la Real Academia Española que borre eso de benevolencia y a servilismo le añada la definición que se ha quedado huérfana de voz. A mí me parecía la extinta benevolencia, la más escalofriante palabra porque con suma facilidad se puede articular la b como una p (por error o malicia); cosa que me haría escupir aterrorizado ante la inefable posibilidad de semejante cosa en mi boca. Sí, servilismo es más fácil de articular que benevolencia. Y en este momento, servilismo surge por los labios suave e inevitablemente a cada instante. Aun así, insisto: la reina sigue siendo malevolencia, su primera sílaba es tan voluptuosa y refrescante…
Temo que ante tantas palabras que escribo el papel se rasgue como los muros erigidos sobre cimientos podridos, como en los que se asienta el mundo que inevitable y aciagamente habito. Tengo tantas pesadillas que escribir, que temo desangrarme por los dedos. Y tantos sentimientos… Amarte ocupa toda la onírica fascinación e inspiración. Las melancolías son sinfonías compuestas con los bellos momentos que no importa si ocurrieron o los imaginaste. Todo sueño tiene una razón de ser. La añoranza de lo ocurrido o sus posibilidades es una banda sonora de desidiosa tristeza. Podría arañar las palabras con las uñas en un muro y nadie las entenderá, y mucho menos la angustiosa gravedad y urgencia del pensamiento vertido. Se epatarán con repugnancia por los trozos de uñas ensangrentadas. Y en juicio sumario seré ejecutado in situ por terrorismo biológico ante la mirada cobarde que se ajusta correcta y obsesivamente un bozal nazi sobre la nariz. Derramarse en palabras, en actos… Entiendo a los borrachos y yonquis: no soportan la realidad que son. Y ahí radica el peligro suicida de que se derramen las palabras en el papel. No es popular. Y tienes que ser un adulto formado o llegarás a viejo con la sonrisa de una piadosa virgen renacentista. No es digno. Se me derraman en el papel las emociones como el agua liberada de una presa cubre la tierra devastadoramente. Incluso las más bellas ideas duelen en la punta de los dedos por la velocidad y presión conque son vertidas a la pluma. El papel absorbe lo espiritual y lo hace tangible dándole así trascendencia y durabilidad. Y como no tiene tripas no se pudrirá. Escribo agua y cadáveres flotando. Luego me doy cuenta de que podría ser sed y vida; pero las palabras se derraman así, con un fatalismo y sinceridad no apta para esos yonquis y borrachos evocados hace miles de neuronas muertas, unas líneas arriba. Escribo el polvo y sus torbellinos girando en los páramos, son mágicos. El astuto viento no se puede llevar lo que guardas en el bolsillo. Porque de eso se trata, guardar ese tesoro que derramaste en la cartera o en un bolsillo y, en algún momento de tristeza vital, desplegarlo y releerlo; conjurando una angustia sin necesidad de dios y el diablo. Soy yo escribiendo, mi propia esperanza e higiene. Derramas el mundo en el papel y parece extraño que alguien viva fuera de tu pensamiento, porque si el mundo existe es porque yo lo escribo. Y así, derramas mapas y tierras que no tienes tiempo de conocer. Si el ser humano no naciera en cautividad no tendría tiempo para el turismo. Así se derrama una verdad humillante y lastimosa para la especie de lo banal y el adocenamiento insectil: la humanidad ha perdido su esencia luchadora, su amor propio como lo pierden las putas. Y yo, derramándome banalmente en el papel, soy otra muestra de la ausencia de pureza humana y degradación. Lo que no debería haber nacido de haberse hecho las cosas bien: con valor, denuedo y determinación. Se me derrama dolor y la aspirina; pero la aspirina no surte efecto. No es inusual. No puedo escribir claramente felicidad; pero se me derrama en el papel una diosa y mi desesperación por ella. Escribo soledad; pero no es perfecto, hay interferencias y pienso en la jaula de Faraday y su aislamiento. Follarla ante todos dentro del cercado enrejado y conectado a tierra, a salvo de sus lujuriosas interferencias de envidia de allá afuera. Un exhibicionismo irreverencial y un voyerismo sudoroso de dientes apretados. Cuando escribo hijo, también pobre. ¿Cómo pude entregarlo a este lugar y tiempo? Lamento lo que un día derramará en el papel. Como yo. Escribo nubes y su incertidumbre, un destino no manifiesto. Tampoco es necesario ser nube para ignorar hacia dónde te arrastra la vida o la entropía atmosférica. Las nubes tienen la forma graciosa del vapor y no pueden morir más de lo que ya están. Los animales morimos sólo una vez y se acaba el movimiento que sólo podemos demostrar andando. Escribo Kafka y la incapacidad, un proceso mediocre y como en todos los procesos, un sangrado de mediocridades que nadie entiende; salvo los que derramamos palabras y le damos con demasiada generosidad un sentido que no se merece. Derramar palabras es llenar espacios en blanco… Escribo generosidad y su injusticia. Escribo espejo y rotura como definición. Tiene sentido aunque no pueda parecer lógico. Ese reflejo es una mierda, y la escribo. A veces me siento tentado de masticar los pedazos rotos del espejo y hacerme un autorretrato de sonrisa sangrienta. Escribo muerte y nada. Me gustaría que la aspirina, inusualmente surtiera efecto. No me gusta que la muerte duela. En cambio, al miedo no le tengo miedo. Con lógico se me derrama con indecencia y en grandes letras deformes mediocridad, monotonía. Porque la imaginación es la ausencia de la terrible previsibilidad. Escribo esperanza y ya es tarde. Escribo adiós y te seguiré soñando a pesar del espejo roto y los cimientos podridos. Escribo pluma y majestad. Y escribo mi nombre y lejano, una luz que se extingue en el espacio.
No creo en mi alma, soy más del cerebro. Lo cual, me hace irremediablemente mortal porque sólo las almas se reciclan en otra dimensión, en otro cuerpo, en algún paraíso, en el infierno o cuelgan como invisibles materias oscuras en el cosmos esperando algo que no llegará nunca. Tampoco creo en vuestras almas. El vapor que desprende un cadáver carece de identidad. Lo sé por el humo del tabaco que no habla y porque he visto muertos; como los seres que quise y se pudrieron sin más. Es importante la palabra adecuada para que defina el preciso pensamiento. La exacta tristeza. El silencio define la ausencia de todo. Un silencio es una muerte. Una palabra exhalada o escrita es un pedazo de vida, tal vez de una longitud de dos segundos a lo sumo. El vapor es un silencio sin boca ni manos, mi cerebro seco exactamente. No es algo malo, tan solo es una tragedia más de nuestra tangibilidad. Y el amor es la necesaria ilusión para desear la opacidad de la carne. Aunque también el odio… Pero mientras somos sólidos podemos elegir. Cada cual usa su carne según sus posibilidades, según su peso. Según defina con exactitud o ambigüedad la comprensión de lo que le rodea. Tengo un millón de razones para odiar antes de ser vapor. Y sólo una para amar: tú. Elijo el amor contigo y, tal vez, un día hacerme vapor deshilachándome con un pequeño calor entre tus dedos y en tu cabello cuando cubre mi rostro aislándome en ti.
Es aterrador para la libertad y la inteligencia que en los títulos de los anuncios de películas en la televisión, se censure la palabra “puta” tachando la t y la a con borrones. El fascismo avanza imparable, como el de Franco, como cuando yo iba a aquel puto colegio de recios y severos profesores de mierda. ¿A qué puritano fariseo puede ofender “puta” o cualquier otra palabra? Las palabras existen porque son necesarias, todas; para describir, definir, entender y expresar. Si tienes miedo a la palabra, eres un mierda, un pobre animal al que sacrificar y evitar el sufrimiento de la inteligencia, del saber y el valor. Quieren los fascistas puritanos crear de nuevo la oscuridad, el miedo servil y analfabeto a la palabra. Quieren cobardes puritanitos obedientes, de palabras melifluas susurrantes en la mezquindad de sus hogares, de sus establos. Es la época más oscura que he vivido, mucho más que el franquismo de mi infancia; donde aún no sabía calibrar lo que ocurría en aquella España putrefacta de oscurantismo, torturas y asesinatos. Malditos nazis meapilas maricones hijos de puta… Tachad esto. Los Ponzoñosos Señores del Oscurantismo… Se debe iniciar una guerra mundial de nuevo y que se vacíe el planeta de millones de seres humanos analfabetos, indolentes, censores y mansos con ínfulas de tolerante intelectualidad farisea. Si una palabra es perseguida y erradicada, incluso como recurso literario, las ideas merecerán pronto la condena de muerte de su autor. El neonazismo ha surgido con fuerza inusitada y venenosa gracias al terrorismo de los estados que infectaron a su población con el resfriado del coronavirus. Y ha hecho de millones de adultos, niños atemorizados y retrasados mentales Se debe observar como Google, el omnipresente y poderoso guardián del nuevo nazismo “democrático” trabaja la búsqueda de un título como la novela Memoria de mis putas tristes, de Gabriel García Márquez.
Si se escribe el inicio del título, Google autocompleta y te lleva, ocultando la palabra “putas” con “p”, a los resultados de la novela de forma automática. Pero si escribes la palabra “putas”, debes hacer “enter” para obtener resultados, porque como se ve, te viene a decir muy serio él, que la palabra “puta” está prohibida y si quieres buscarla lo hagas tú solito, que él es demasiado nazi:
¿La RAE, ministerios de cultura e igualdad, editoriales y profesores de escuela y universidad van a censurar el título de la novela? ¿Llegarán a un acuerdo nazi para que solo se llame “memoria de mis p tristes”? ¿Cuándo comenzará la cremación de libros como predijo Ray Bradbury en Fahrenheit 451? Ahora solo basta con modificar el archivo informático en pocos minutos. Y por esta razón que teman las librerías de libros de ocasión, esas sí que arderán más pronto que tarde. La censura del neonazismo “democrático” se extiende como la diarrea de un perro por las aceras de las ciudades y en todos los ámbitos de la población, incluso en la intimidad de las casas. Vamos a ver como gestiona la censura nazi una corrompida institución cultural prostituida sin rubor al neonazismo “democrático”, la RAE (Real Academia Española), y cómo trata en su diccionario de ideología nazi el término “puta”:
Cuando en el cole, con cuidado de que no nos viera el profesor, buscábamos “puta”, en nuestro diccionario, nos enviaba a buscar “prostituta” o “meretriz”, que se definían como “mujer que comercia con su cuerpo”. Y ahora veamos que dice un diccionario que no está aún prostituido a la ideología neonazi “democrática” como el diccionario Larousse:
Os deberían enseñar, niñas y niños, que las palabras no se comen a nadie, no son monstruos. Tan solo definen, califican y nombran cosas para comunicarlas con claridad por vía oral y escrita. Y así crear con ellas conceptos que puedas guardar en tu mente con mayor facilidad, el sistema mnemotécnico por antonomasia para la historia y la expresión. Porque si no existiera la palabra nazismo, no sabríamos como llamar a esos profesores, ministros, presidentes, sacerdotes, padres y madres que os roban y falsifican el conocimiento. Si os roban una palabra, os roban una idea; por tanto, niñas y niños, escuchad a vuestros profesores, al gobierno y a vuestros padres para no hacerles caso. No les creáis jamás, no aprendáis su basura farisea nazi. Desconfiad de ellos, incluso de vuestros padres, que seguramente ya estarán infectados de la censura del neonazismo que surgió como una lepra en marzo del 2020, cuando los gobiernos nos infectaron de coronavirus, y con ello, a millones de personas de mezquindad, cobardía, indolencia, servidumbre y mansedumbre (apuntadlas en una libreta, porque estas palabras pronto las eliminarán de los diccionarios también).
Recapitulación: Cuando se prohíbe la palabra, prohíben lo que define. Los gobiernos totalitarios usan esta técnica de condicionamiento de la población, para en este caso decir que la palabra puta está prohibida porque no hay putas. En ninguna gloriosa dictadura existen putas ni corrupción y estamos ante el mejor gobierno del mundo mundial. La retórica nazi es repugnantemente farisea, de un puritanismo que, ahora sí, hiere de verdad la sensibilidad. Y el hecho es que las hay, putas y putos a patadas; y están gobernando y decretando, niños, vuestra ignorancia e indefensión; en definitiva, el oscurantismo.
¿Qué ocurriría si no tuviera pluma y papel para hacer de mi amor por ti algo táctil que no se esfumara como los segundos en la vida? Quiero hacer del amor que sufro por ti, algo como la energía que no se destruye y se transforma. Quiero dejar unas palabras que perduren, que el viento de otoño pueda arrastrar a ti como las hojas caídas. Como las bellas hojas muertas llenas de un color de paz y lujuria. Desde lo más adentro del planeta, lanzar estas palabras al viento con la infantil esperanza de que llegarán a tus manos. Llegarán arrugadas, sucias y viejas. Tan cansadas…; pero tus manos las alisarán, las limpiarán y tus ojos las emocionarán como pensamientos de amor que son. Y yo sentiré que se me derrama el alma bajo la piel como un llanto cálido. ¿Sabes una cosa, cielo? Las cosas obscenas que deseo hacerte, irán cerradas en un sobre lacrado con cera blanca. Blanca como lo que derramaría entre tus piernas, en tu vientre, en tu boca, en tus pechos y en tu piel toda. Serán palabras secretas y sucias que solo los amantes impúdicos pueden hacer suyas y sentir como amor en estado puro. Cuando rompas el sello, sé discreta, mi amor. Podrían oír los gemidos, oler los fluidos… Que el viento me lleve a ti, mi vida.
Si te digo que te amo y eres un ser superior, no son simples palabras.
No hay nada de simple en amar, es todo demasiado complicado.
No es simplemente complicado amar, entiéndeme. Es que en estos tiempos es un trabajo imposible: infinitas injerencias, horizontes artificiales, dolores y ausencias que se intercalan entre breves y escasos momentos de besos y caricias.
Los premios sucumben a los castigos, mi amor.
Vivir con angustia un decorado atroz y tú mi salvación.
Un sonido que me orienta en el sórdido caos es tu voz. Amarte hace de mis palabras un mensaje secreto y desesperado. Grabado a conciencia en el alma y en la piel.
Porque no puedo perder el tiempo en banalidades; la vida se acaba, cielo.
Mis palabras son la justa frecuencia del sentir en un cifrado íntimo.
No tiene gracia que una pertenencia dure para toda la vida. Ha de haber renovación.
Toda la vida viviendo lo mismo…
Toda la vida yo sin esperanza de que una mañana sea otro.
Hay quien se siente orgulloso de su reloj de toda la vida.
Yo no puedo.
Algo demasiado longevo indica que el tiempo ha pasado sin que ocurra nada. Y que hay cierta obsesión en el cuidado de las cosas y el personal.
Demasiada obsesión.
Nada cambia para muchos, igual que la historia humana: la misma envidia, la misma idiotez, la misma miseria, la misma esclavitud, la misma vanidad absolutamente injustificada: cerdos que ven belleza en el espejo…
Las mismas carencias nacidas de la cobardía.
Follar es feo decirlo, causa vergüenza; pero hacerlo no causa inquietud alguna. La palabra sigue causando estragos en la moral humana.
En la ignorante moral humana.
Hipocresías que se aceptan borreguilmente.
Todo lo malo dura una eternidad.
Dios es una vaca desangrándose colgada de los ganchos de un matadero.
Y la felicidad es un estado de permanente idiocia.
La felicidad y la fe, a dúo; solo existen en cerebros planos, poco eficaces.
Cerebros longevos que eternizan lo mismo, los mismos días, las mismas palabras mal escritas, mal pensadas, mentirosas.
Siento asco por los insectos, si fuera gigante contrataría a una empresa de desinsectación para que eliminara esa minúscula ciudad de mi jardín y sus habitantes.
¿Cuánto tiempo llevo escribiendo?
No mucho, ha sido un pensamiento corto que ya ha muerto.
Cuando el pensamiento ha adquirido tres dimensiones, es cosa, es acto.
No me importa lo mucho que duran las palabras, porque no están pegadas a mí.
No las veo en mi cuerpo al despertar. No van prendidas de mi cuello o la muñeca. No he de subir en ellas para ir a un trabajo eterno de esclavo.
Y cuando las leo, no entiendo como puedo haber escrito eso.
Que las palabras duren largo tiempo, me parece bien.
Indiferente.
Pero mi larga vida no me es indiferente, ni la de ellos los ajenos. Los que no quiero.
Un escritor tituló su novela: La insoportable levedad del ser.
Los seres no son leves, duran millones de años, duran toda la vida.
De lo que realmente se trata es de la desquiciante longevidad de las cosas y los seres.
Breve es su placer y el mío, cuando agitando sus pechos contraídos y agitados, se convulsiona y se deja caer encima de mi pecho, jadeando: «Me corro, me corro…».
Si la felicidad existe, solo dura unos segundos.
El rey ha muerto. Bien, que siga muerto que no viva más, ya ha habido suficiente.
Por mucho que ames las palabras, el pensamiento final ha de ser lúcido. Hay que ser sincero con uno mismo, o se corre el riesgo de ser solo eso: palabras.
Hay que ser consciente de que las palabras solo sirven para saber el precio de la cosas y contar cuentos, mentiras e intrascendencias.
Hubo una carencia en el cerebro de un homínido que empujó a la humanidad hacia el lenguaje. Las palabras son el producto de una tara antiquísima.
Me muevo bien entre mentiras, las mías y las de otros.
Pero si quiero conocer la realidad, a lo último que recurriría es a leer u oír las palabras.
Solo necesito un ademán o una mirada para saber lo que miles de palabras mienten, no saben decir o se empeñan en engañarse a sí mismas.
Por definición, escribir debería ser lo mismo que mentir. En muchas ocasiones son mentiras sin más complicación o implicación que una distracción, mentiras bien construidas con musicalidad en las palabras, sin malicia. Son un regalo.
Pero miles de miles de páginas y buenas palabras sucumbirán con toda probabilidad a una mirada o un gesto.
No ocurre nada si no se ama, solo hay sufrimiento cuando no hay certeza.
Y en la naturaleza del ser humano, la caza, la recolección, el refugio y la reproducción son las habilidades imprescindibles; el amor ocupa el espacio del ocio. De tiempos en los que ya no hay miedo a que las bestias nos devoren.
Cuando hay certeza llega la urgencia por resolver el problema, por romper con cuentos y amabilidades.
Y cuando han pasado unas horas para asimilar la realidad y sus consecuencias futuras, llega la calma.
La calma es saber a si debes amar a alguien o no. Y ejecutar lo que se debe en cualquiera de los casos.
Con la palabra no habrá calma jamás. Porque no hablamos o escribimos a quien queremos, si no lo que queremos. Lo que queremos engañarnos consciente o inconscientemente.
La palabra no es mala, no es algo a erradicar, está ahí como una de las características del ser humano hay que aceptarla y asumir lo que de ella se pueda tras la observación de quien la escribe si es de nuestro interés sentimental.
Si no tiene interés sentimental, no hay problema, la palabra no importa que sea real o sincera, es arte o basura.