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Escribir a mano con tinta y papel no tardará mucho en ser delito ya que el estado/dios instaurado a nivel mundial mediante el coronavirus, no puede controlar estos escritos que no se realizan electrónicamente.
Hasta que por decreto de necesidad y virtud obligue a implantar en las recién nacidas crías humanas un dispositivo cerebral de seguimiento para controlar semejantes actos de libertad e individualismo como escribir fuera de las alambradas electrónicos de la actual fascismo estalinismo homosexual, sanitario, agenda 2030 y nazi sanitario o woke.
El estado/dios teme y odia la libertad de escribir sin conexiones porque no puede pervertir, censurar o eliminar contenidos analógicos de anónimos seres humanos.
Se caga de miedo de que haya y vuelen papeles por el mundo que critiquen a sus jerarcas nazis y doctrinas homosexuales nazi-islámicas de destrucción de libertad, inteligencia y conocimiento.
Escribir con tinta y papel va a ser muy difícil de realizar o aprender por las futuras generaciones. La digitalización salvaje del estado/dios es un oscurantismo que devuelve al analfabetismo y servilismo medievales a las castas parias obreras y pobres.
Todo fascismo arrasa con el conocimiento y el valor.

Foto de Iconoclasta.

Escribo cosas directas, certeras e hirientes con los justos e imprescindibles ornamentos necesarios para dar interés al texto.
Escribo con la misma intensidad que follo, lenta e impíamente para aplastar toda voluntad y remilgo en pro de la consecución del placer.
Ya ha habido demasiado dolor.
Ahora el dolor lo doy yo y lo tomo de quien elegí con la misma precisión y voluntad que escribo lo que nadie quiere leer.
Negando la gracia humana de la bondad, la que queda en ella y en mí si alguna vez la tuvimos
Escribo como follo, destruyéndome.
Destruyéndonos…
Y al igual que al joder soy animal en celo, me deslizo como bestia de deseo e ira con palabras sucias de mellados y oxidados filos por el papel.
Como desgarro la piel que jodo.
Sin más finalidad que la destrucción de todo aquello que nos quisieron inculcar robando nuestra infancia y juventud.
Mi rabo es mi pluma y mi pluma apuñala ojos que leen sin acabar de comprender.
Mi amor es la más bella del mundo y su coño sabe a azufre, he desgastado su piel lamiéndola y escribiendo los versos cardenalicios de la catedral del dolor y la vejación.
Soy un cerdo hociqueando en el coño de mi crucificado amor y denigrándome en el papel sin pudor, sin importar nada más que mi mortificación, para no tener ya nada que perder y arrasar con todo lo que han podrido y eternizan.
Lo malo lo hago mejor que nadie.
Quiero que mi diosa crucificada sienta el gozo de tener un macho a la medida de su hambre e irreverencia.
Entre escribir y follar, sólo varía que no firmo mi acta con mi leche rezumando de su maltratado coño que me enloquece y embrutece.
Escribo ante la cruz de mi puta diosa y el dolor brota formando las palabras necesarias para maldecir al mundo y su humanidad imbécil que surgió de un accidente genético que nunca debió ocurrir.
Y mi amor crucificado le saca la lengua a dios diciéndole que soy suyo y mis palabras en realidad, son su obra.

Foto de Iconoclasta.

Es muy ilustrativo y esclarecedor para entender la sociedad actual, el asunto del peso de los objetos de escritura. Hay mucho afeminamiento en machos y hembras juzgando el “peso” de una pluma, bolígrafo o lápiz.
¿Cómo es posible que sientan fatiga por algo que pesa unos gramos y además se apoya en el papel? ¿Cómo es posible cansarse con una pluma “pesada”?
Las sociedades del coronavirus obedientes del encarcelamiento (“yo me quedo en casa”), el bozal nazi (mascarilla) y la vacuna que no vacuna; se ha degradado tanto y le tiene tanto horror al mínimo esfuerzo, que no se debe escribir de ella sin insultarla u ofenderla con todas las palabras posibles.
Esta sociedad es un monstruo deforme construido con millones de cuerpos humanos grapados entre sí que, enfermo y con el cerebro podrido, se arrastra mezquino a los pies de su amo, el telepredicador más publicitado. Siguiendo con ciega devoción los miedos y consignas del psicópata pervertido que ha votado.
Y todo ocurre en “democracia”, donde enfermos mentales dementes como Hitler son mayoritariamente votados secularmente.
Los cobardes exhiben con orgullo su mezquindad y así hacen de la cobardía, inmovilidad e infantilismo, virtudes cívicas como el votar.
Esta degradación es la que lleva a las mayorías a votar a alguien tan infame y degradado como ellas. Necesitan un amo igual para seguir haciendo virtud de sus indignidades.
Se quejan de que el bolígrafo pesa y ni siquiera saben sujetarlo. Algunos llevan al extremo del plumín las puntas de los dedos y no ven una mierda de lo que escriben, otros rodean con el pulgar el bolígrafo como cuando la profesora les enseñaba a escribir las primeras letras, otros doblan la muñeca tanto que parecen sufrir parálisis cerebral. Pareciera que quieren demostrar con orgullo que padecen alguna enfermedad cerebral o una tara intelectual que les impide la coordinación motriz instintiva y lógica para tomar un objeto de escritura y escribir de una forma sencilla y natural.
La incapacidad intelectual y su incultura es otra de esas indignidades transmutadas en orgullosa virtud.
Forman una reata de asnos con el rabo enhiesto de una injustificada vanidad.
Socialmente, por mucho que cacareen los politicastros contra la violencia, yo afirmo que nunca ha sido tan necesaria en las ciudades como en esta tercera década del siglo XXI.

Foto de Iconoclasta.

Escribo lentamente para no desangrarme también rápidamente (como los segundos pasan) y así tener tiempo para describir lo que padezco y siento.
Cuanto más rabio, más adrenalina, la presión arterial sube y la sangre brota en obscenos borbotones casi negros por nariz, lagrimales y entre uña y carne.
Sí, todo la hostia puta de sórdido.
Así que sin apretar, lenta y sedosamente derramo en el papel mi hastío y la mezquindad humana que me pringa la piel como un mal hongo.
Hay un motivo de amor y miles de millones de odio, indiferencia absoluta por sus vidas cuando me siento bienhumorado. Como ellos la sienten por la mía, no soy especial.
Es lógico, incluso legal, sentirse agraviado por toda esa caterva de mezquinos, gritones y malolientes.
Comprendo que los dibujantes de cómics crearan primero al villano que desea destruir a la humanidad, y luego al super héroe para hacer feliz a la chusma lectora. El dibujante busca lo mismo que yo escribiendo: aniquilar la mezquina humanidad, cáncer de sí misma.
Es inevitable que casi todo mi cerebro piense en ella. Y esa pequeñísima parte de mi seso, la que controla por ejemplo, el cagar o las náuseas, piensa además en esos miles de millones sin rostro; en su erradicación como primer sueño o deseo vehemente.
Es más fácil odiar que amar. Es la razón de que el odio exija tan poco cerebro para ser gestionado.
El amor es una galaxia inabarcable en el espacio profundo que precisa la inmensa mayoría de mis neuronas para gestionarlo.
El deseo es una bestia voraz de conexiones sinápticas y quema neuronas como una tostadora averiada el pan.
Pensando en ella no sufro hemorragias, pero me desoriento en su cosmogonía y cosmología. O en la inmediatez de un “te amo” irrefrenable. Sí que pierdo el control de la realidad soñando con ella, amándola desbocadamente. Y por ello, para proteger mi integridad mental, acabo de nuevo en la casilla de salida odiando. Pero no con furia, sino fríamente. Tomando un café entrecerrando los ojos por el humo del tabaco; observando a la humanidad e incinerándola sin ningún tipo de alegría, como quien realiza su mal pagado trabajo diario. Meditando sobre el espacio que nos dejaría la extinción, su silencio y cadencia temporal.
No los necesito. Ni siquiera en mi imaginación desbordada cabe otro ser, algo ajeno a ella.
Al final te tengo a ti ocupando todo mi pensamiento y al resto del planeta para ubicarme en un lugar concreto para sobrevivir, cosa imposible en tu infinita esencia.
No debería odiar, con la indiferencia bastaría; pero no soy budista o un beato religioso y requiero cometer excesos para liberar la presión de tu posesión.