Las altas nevadas montañas hoy parecen vacas, caballos e incluso orcas recostadas al sol luciendo su pelaje blanco y negro. Apaciblemente somnolientas. Y el sol un gato que las lame acicalando sus pelajes. La locura es buena, es el germen para de la imaginación. Los cuerdos humanos tienen la más triste vida de la fauna del planeta y hacen de su cordura un vasto manto de grisentería que se extiende a todos los objetos, seres y sus ánimos. Donde hay vacas, caballos u orcas sólo ven deshielo… ¡Qué vida tan plana y monocromática la de la cordura! Y entre esos animales pintos tendidos al sol, hay pequeños y grandes cadáveres de seres que murieron y reciben su aliento de paz. Hay una misericordia manifiesta en ello. Una tierna piedad. El invierno es la estación más larga para la vida. Es razonable que las nevadas montañas se relajen en un hermoso alto el hielo.
Aleatoriamente puede surgir un día de invierno en el que el frío deja de susurrarme al oído: “Te voy a matar, te voy a matar. No permitiré que la sangre llegue donde debe y morirás. Te mataré.”. Y hoy guarda silencio el muy astuto, sabe que también se aproxima su muerte y experimenta, como yo, la fatiga de vivir. Los sabañones de las articulaciones de los dedos y bajo el filo de las uñas duelen menos. Soy un poco menos tullido y no pesa la vergüenza de caminar lenta y torpemente. La sangre se calienta dando elasticidad a los tejidos y un poco de calidez a los huesos y al alma que protegen dentro de sí. No es que esté bien, es menos malo. Y superada la supervivencia se abre un resquicio para la ternura y el amor. E igual que en los inicios del otoño, como un óleo extendiéndose dentro del pecho, la melancolía vuelve. Pienso en la calidez de la piel amada y deseo con urgencia acariciarla con dedos y labios. Contarle que estoy ileso en mi lucha contra el frío, que aún soy fuerte. Quiero que se sienta orgullosa de mí a pesar de que no me engaño, sólo soy un mierda cansado. Y ahora, el frío comienza de nuevo a susurrarme la muerte. Le hacen coro espectral las crujientes lamentaciones de quebradizas y desnudas ramas que agita con su aire helado. Se acabó la tregua. Relego el amor al tuétano de mis huesos, junto al alma si no ha muerto. Cierro el puño a pesar de que se rasga con irritante escozor la piel y camino de nuevo con la humillante torpeza que me hace hostil a todo. No voy a morir sonriendo con resignación de mierda.
Los gélidos y grises días de invierno deben ser registrados en la memoria mediante documentos gráficos, como fotos y dibujos y sus correspondientes reflexiones como prueba irrefutable de que has estado allí, que has deambulado sin morir por el páramo y el bosque a pesar del clima que predican. Has de acumular todos los documentos posibles que acrediten que eres un ser humano puro, íntegro. Atesorarlos como trofeos al valor y la determinación, como en los atávicos tiempos en los que el ser humano era capaz de sobrevivir sin un cochino estado/dios de mierda ladrón y asesino, que estropeó la especie humana seleccionando a los especímenes mansos y cobardes para poblar de contribuyentes y votantes sus granjas/ciudades de explotación humana ganadera. Lo que provocó la práctica extinción de los seres humanos puros, valientes e independientes. Debes recordar con tus memorias que jamás te has estabulado en casa por las homilías y bajo la protección del estado/dios ladrón y asesino. Y que ante todo no eres una de los miles de millones de reses humanas castradas de valor e independencia por el estado/dios ladrón y asesino. Cuando te digan que eres como todos los demás, un gusano más entre miles de millones, admirarás con vanidad tus triunfos y absoluta independencia del estado/dios ladrón y asesino. La actual especie humana que puebla las granjas de estabulación o ciudades de todo el planeta ha sido castrada desde tiempos inmemoriales y nacen emasculados de coraje y capacidad de esfuerzo; una selección ganadera/veterinaria que el dios/estado ladrón y asesino, que aún hoy día prosigue para crear humanos válidos para la explotación, con el objetivo de que en muy próximas generaciones nacerán con la capacidad intelectual mermada, listos para que sus seleccionados y pequeños cerebros sean llenados con las consignas fascistas homosexuales climáticas y sanitarias de la Agenda 2030 y sus mandamientos de amar y pagar al amo/presidente/dios/caudillo sin rechistar. Pasarás de ser humano a insecto si no tienes tus triunfos y certezas imbatibles contra las doctrinas, salmos y mandamientos ganaderos que degradan la especie humana para enriquecer al estado/dios endogámico. Ladrón y asesino. Ladrón y asesino… Los seres de la naturaleza viven bajo el frío aliento de la muerte. Se enfrentan al planeta sin un estado/dios ladrón y asesino que les predique normas o decretos. Nacieron con su instinto operativo para la vida. Y a los humanos, en las escuelas, destrozan y pervierten sus capacidades de supervivencia y libertad, con la esperanza de que un día, del coño de una madre surja un insecto mamífero. El estado/dios ladrón y asesino ha destruido al ser humano. Ladrón y asesino. Ladrón y asesino…
Lleva varias semanas luciendo muy por encima de todas las flores y altas hierbas, rozando las ramas de un árbol. Soportando las gélidas noches. No he podido evitar admirar a la bella guerrera. Temo el día que desfallezca mustia ante el impío invierno. Y luego muerta. Seca. ¡Qué valentía y fortaleza! Yo ya estaría muerto en la intemperie invernal de la primera noche de mi “floración”. No adorna nada, es libre y salvaje. Y ese orgullo hemoglobínico y pasional que luce… Ha subido majestuosa, tan alto por encima de todas las flores, que era difícil capturarla y así muriera tristemente en un florero. Tal vez haya algún ser humano honesto que admire la vida y no la ha raptado para decorar su guarida vertical. Nunca ha sido necesaria la navidad para que surgiera la nobleza. Es una cuestión de ética personal e intransferible. Naces mal o naces bien. Si naces bien, con la capacidad de sentir ternura y admiración por las vidas menudas tan valientes que mueren luchando, sin recostarse en nada ni nadie. En el silencio más triste que existe. Pienso en la fuerza de los menudos seres, su determinación para vivir y me siento tan mediocre… Viven sin acumular posesiones, a piel y pelaje descubierto. No sé si al cerrar la mano en su tallo y clavarme sus espinas, le daría más fuerza para resistir la embestida del frío. Temo envenenarla con mi sangre insanamente caliente. Luce tan soberbia en su extraordinaria altura que me evoca al buen Juan Salvador Gaviota, ya asesinado por una humanidad, una globalidad cobarde y adocenada. Encajonada en sus pocilgas-ciudades. Mirarla en contraluz con el cielo, ofrece el espejismo de un ángel de terciopelo sangre. Como las bravas águilas ofrecen sus vientres dorados a nosotros deslumbrados. Y el rocío… La han comido a besos durante la fría y oscura noche, como un amor prohibido.
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Esta noche ha caído la primera gran helada del otoño. Y he pensado en ella. He temido.
He encontrado a la pode-rosa un poco cansada, combada por su batalla contra la escarcha. Gritaba en rojo su agotadora supervivencia contra el arrollador invierno. No miraba directa al cielo como ayer. Pobre…
Y luce sanguíneamente hermosa, como si le dijera al invierno: ¿Eso es todo lo que puedes hacer? Aún le queda agua en sus labios-pétalos.
Mi guerrera… Pero la suerte está echada, el invierno ya no cesará hasta borrar el último color cálido. Qué tragedias, qué brutal la batalla por la vida de los pequeños seres. ¡Cómo no admirarlos! Cómo no llorar su gesta indómita, su muerte heroica. Su vida desnuda. Sin posesiones. Sin legados. Porque vivir es vivir, no se vive “para…”. Se vive y punto. La muerte cabe en todos los cuerpos, por muy pequeños que sean. Es una puta. Y cuando estés vencida, no se lo diré a nadie que pueda sentenciar con hipócrita “sabiduría” de borracho: “Es ley de vida”. Esa ley de la que huye y teme el humano mezquino.
Adiós pode-rosa vuelvo a mi guarida cálida y protectora como un triste cobarde. ¡Bye, belleza!
Ya han llegado recién salidas de una fábrica de algún lugar desconocido del profundo cielo. Son perfectas. Fabricadas con precisas láminas cortadas con láser, se puede observar los estratos que les dan espesor. Diseñadas y cinceladas en el cielo con la precisión de un artista cirujano. Programadas como hermosas y altas amenazas. Carecen de la entropía voluble de las nubes cálidas. No hay sorpresas con ellas, están diseñadas para ser inconfundibles y de una mayor dureza; ya que cuando el viento las arrastra resisten el proceso típico que las banales nubes de verano no pueden combatir: el deshilachado. Y durante horas y grandes distancias mantienen su característica silueta endurecida con frío. Y por ello no son banales, advierten del infierno invernal. Otra vez… No se parecen a nada más que a sí mismas. No son moldeables como las nubes del calor con las que se puede jugar a dar formas. Con el frío no se juega, condenará quién vive y quien muere para la próxima primavera. Anuncian la nueva campaña de la lucha de todos los seres vivos por mantener el calor corporal, especialmente cruenta en alta montaña. Soportar tantos meses el cansancio del organismo por preservar el calor vital… Las nubes del frío silenciosas y agresivas inauguran ineluctable y oficialmente las nuevas olimpiadas de la vida y la muerte, como naves cargadas de aciagos presagios y desesperanzas inevitables.
No sé qué pensar y definir concretamente cuando de las selváticas montañas se elevan jirones de vapor hasta formar nubes que ascienden expandiéndose en una libertad celestial. Haciéndose una… El vapor envuelve las ruinas de una ermita y no puedo concluir si es un azar o las nubes buscando salvación. ¿Es el calor acumulado en la tierra el que forma el vapor? ¿O son almas que exhalan los cadáveres y la fronda seca del bosque que, al fin han aceptado la muerte al sentir sus restos ya siempre fríos? No creo en las almas, creo en los cerebros y sus cualidades, si las tuvieran. Como estilismo y retórica, volver a imaginar el vapor como alma y jugar con ella no puede hacer daño. El mundo humano está tan lleno de maldades que es inevitable que el pensamiento divague alejándose de la macabra realidad como las almas ascienden al cielo amando rasgadamente a sus montañas. Almas arrastrándose por las nemorosas laderas, perezosas caricias ascendentes sin prisas. Susurrándoles sus últimas confidencias antes de llegar al cielo y fundirse. Secretos… No tengo secretos, sólo vergüenzas pasadas que no puedo olvidar. Errores, defectos, ignorancias… Los secretos son cosas extraordinarias que por tu seguridad escondes escrupulosamente. Yo jamás he ostentado semejante poder. El amor no es secreto, es dramático porque los ideales son efímeras mariposas que mueren aplastadas por la esclavitud humana y su multitudinaria mediocridad, los pecados originales con los que nacen los pobres bebés en la civilización. Ahora estoy seguro de que el vapor son almas escapando de la esclavitud. Todo encaja en la contemplación solitaria y silenciosa, en el íntimo frío desapacible. El amor duele porque se define con las precisas palabras dolientes de esperas y ansias; si no se definiera sería un instinto. Soy el dios ignorado de la simplicidad, del minimalismo filológico. Del pensamiento rápido. Y afilado si pudiera ser. En una sola palabra cabe un universo. Si fuera vapor ascendería por su cuerpo susurrándole confidencias como hacen las nubes a sus bosques… Emergiendo de su monte de Venus, dejaría parte de mí en su piel, como ella con sus uñas trazaba líneas quebradas en mi pecho cabalgándome. Jadeando… Extendería un rocío cálido en su vientre y difuminaría con mi niebla las endurecidas cimas de sus vibrantes montañas. Y al fin, me enfrentaría a su rostro e inundando de mi vapor su boca, le suspiraría lo mucho que la amo, a tan solo un instante de fusionarme con otras almas y ya no reconocerme, ser nada…
Desde que a finales del otoño caen las primeras heladas nocturnas, el hielo en algunos lugares no se derrite y se acumula noche tras noche, allá donde el débil sol invernal no puede llegar porque las montañas crean umbrías que se extienden por la tierra. Sombras que el frío pinta de blanco cada noche y cuyos contornos observo con la curiosidad de mi pensamiento atávico e inquebrantablemente asombrado. Los parajes son metáforas de uno mismo; es un ejercicio, a veces cruel, encontrarlas o formarlas o deformarlas. O pervertirlas para que todo cuadre en tu cabeza. Metáforas y coincidencias del pensamiento necesitado y voraz de vida y muerte, calor y frío, hambre y comida, dolor y follar… Los lugares son eternos, estuvieron allí en el nacimiento del primer humano y continuarán cuando muera el último. Al morar en ellos, la tierra y su hielo nos contamina de sí misma. Unos, los más, buscan la luz y la calidez. Yo estoy bien entre la escarcha acumulada, vieja y agreste porque no hay nadie en ella. He visto asaz de humanos, los conozco a todos. Duele más un golpe en la carne fría que la caliente. Sin embargo, necesitas profundizar más el filo en la carne fría para que sangre. Si has de cortarte las venas o tirarte por un precipicio, que sea en tierra cálida; todo son ventajas para los inquietos suicidas. Frente al definido límite de lo templado y lo helado, es parecido a asomarse a un barranco, pero sin muerte. Un paso más y metes el pie en la frialdad. En ambos casos, inevitablemente, imaginas con inquietud la consecuencia de avanzar. Caminando por el hielo los pies pierden temperatura gradualmente en un acto parecido al de la muerte, así se deben enfriar los cadáveres. No importa, no soy forense. Es por no callar, sufro verborrea aguda. Pero si fuera forense, llenaría de ceniza la fría boca del cadáver al que no le molesta ya quien fuma. Si das el paso al bando blanco sentirás el hielo crujir, la suela de la bota enfriarse y los dedos encogerse incómodos. Y un poco más tarde, babosas que trepan por tus piernas robando el calor la sangre. Me gusta pisar con fuerza el hielo y el crujir de mis botas que hace los pasos potentes, lo que no son en la tierra templada… Aún me quedan rastros de una injustificada vanidad. Es un hielo bueno, que no parte los huesos haciéndolos salir astillados por la carne, como cuando caes al resbalar velozmente en el pavimento de la sucia ciudad. Con cierto esfuerzo, habitamos donde debemos o elegimos. Si podemos… Porque nacemos en cautividad y es difícil escapar de los cochinos amos y sus mierdosas calles y ciudades. Hay lugares a los que no llega la calidez de la luz en todo el día, en todo el invierno. Permanecen mudos en la gélida luz, esperando el ansiado próximo equinoccio, como las ramas desnudas de los árboles pidiéndole al cielo algo de calor. Tienen algo cruel y viejo las zonas heladas a pesar de su blancura que evoca bondad. En el hielo la piel se llena de una escarcha que te come la energía y te detienes a menudo, más que cansado, harto al final del invierno. Y te preguntas cosas absurdas al observar la luz detenerse ante la raya que separa blanco y tierra: ¿teme la luz congelarse? Es como un perro que furioso ladra, pero no da un paso más. Afirmo también, en base a la experiencia, que la esperanza es lo primero que se pierde y se congela durante eones en ese paraje donde hay una luz insuficiente para templar los sueños. No hay esperanza alguna para sentir la calidez de la piel amada; sin embargo, con el primer paso del día en el hielo, pienso en ella y su calidez. Pareciera entonces que el hielo se deshace y chapoteo en agua. Mi amada cálida puede más que el sol… La esperanza está congelada; pero el amor y la fantasía de amarla es un fuego imparable que hace mis pasos líquidos como su lejana mirada que me diluye todo por dentro. El humo del cigarrillo no sube con la frialdad del aire y su rostro se dibuja en la voluta de humo flotante. Una comadreja, con su coqueta mancha blanca en el pecho me mira de lejos con curiosidad, se pregunta si estoy vivo o muerto en el páramo de nadie. Bueno, puede que no esté muy vivo.
La primavera tendrá mucho trabajo para cubrir lo que el invierno devastó. El caos que creó. Necesitará millones de hojas para cubrir la vergüenza de los árboles desnudos. Pero esa destrucción no obsta para caminar serenamente. Incluso el ave podría volar, y sin embargo deambula majestuosa. No hay fronda o color que distraiga o disimule los cables de la humanidad y sus postes de progreso. Pero tampoco somos delicados. Somos bestias de aquellas del “camina o revienta” por donde sea y como sea. Yo reviento, el pájaro no, está en mejor forma que yo. Aunque padece un ataque de vanidad aguda. Se exhibe con demasiada prepotencia para mi gusto. Pájaros… A pesar de mi cultivado cinismo, sin drama alguno se me escurre un lirismo que se derrama de los ojos a mi mano que lo escribe: los cables tendidos forman un pentagrama vacío. Una música que nadie escribió. O murió, como los árboles están aún en coma. Tal vez el músico simplemente tenía frío y no prestó atención al pentagrama triste y sin música. Suele pasar que la tristeza y la piedad atacan en cualquier momento, cuando parece que no hay peligro. Soy yo el pentagrama vacío. Cielo… ¿Dónde estás amor, para escribir las notas que no son, o no pudieron ser? No importa el decorado, sea infernal, invernal o primaveral; siempre encuentro un lugar para ti en mi mundo. Una urgencia para que llegues. Aquí, donde me he dado cuenta de que soy una nota caída, abandonada por su compositor. Una música que murió sin sonar… Siempre encuentro una causa para fundir mi pensamiento con el tuyo. Si no existieras ¿qué sería de mí? Soy tenaz amando, no hay nada que lo impida. Bueno… Morir es trampa, eso no vale para este caso. Si muero me llevo el punto ganado. Ven, cielo. Llega a mí y compón la canción olvidada, cuelga las notas precisas en este caos. No quiero ser desolación, no más. No quiero ser lo que pisa el ave. Quiero ser lo que te abraza y tú susurras las notas de la canción que no fue en el pentagrama abandonado. Por favor…
No deja de fascinarme que toda aquella frondosidad de hace cuatro meses atrás se haya convertido en un poblado fantasma de esqueletos de árboles. Xilocementerios… Sus ramas tan desprotegidas de hojas como los huesos de mi padre de carne. Y el río se arrastra satisfecho de su trabajo, se llevó al mar los cadáveres-hojas y está limpio de vida. Las malas hierbas que trepan por los troncos rematan a los agonizantes. Tal vez no sea tal tragedia. Se dice que cada cual cuenta la feria según le va. Yo lo hago. Jamás ha sido mi intención dar esperanzas de renovación a nada. No soy profeta o patriarca, solo juzgo en base a lo aprendido. Y digo que hasta que no llegue la primavera, no sabré cuantos han muerto. Me siento bien entre vivos y muertos, con ambos callo y pienso de la misma forma. Todo lo que me rodea, vivo o muerto a efectos prácticos, es puro ornamento. Es la sólida base sobre la que se edifica la soledad. No me quejo, simplemente hablo en voz alta ante la inexistencia absoluta; todo lo solo que puedo ser mientras vivo. No niego que podría ser un pensamiento podrido arrastrado por el río. ¡Psé! Bien, es algo que no puedo controlar, no puedo corregir. Me place la desidia de ser mera decoración. La muerte es descanso porque tiene esa liberación de dejarse llevar y no hacer nada. De podridos al río… Es la versión literal y cruda de la sentencia popular. Solo para humanos formados.