

Iconoclasta


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Iconoclasta

Los colores que ofrece la mañana son frescos, vibrantes, húmedos.
Enérgicos y energizantes.
Los del mediodía secos, aplastados por un sol despiadado que destruye las sombras y contrastes, es la verticalidad uniformadora. Como un dictador robando matices y creando un cromatismo anodino.
Los colores de la tarde son relajados, llevan horas luchando contra el sol y, ahora que se hunde en el horizonte, se toman un café con tranquilidad porque lo peor ha pasado.
Se oscurecen saturándose dramáticamente antes, para dormir negramente.
Incluso las frecuencias están sometidas a los movimientos cósmicos.
No es extraño así, que haya una hora preferida para morir.
Y otra para follar.
Luchar.
Llorar.
Desear…
Sin embargo, el pensamiento no cesa en ningún momento, no afloja su enloquecido ritmo.
Ni en el sueño.
Es sortilegio y maldición.
Es contra lo único que el sol pierde su poder.
El jodido e incombustible pensamiento…
No lo escribo con orgullo, sino con resignación; porque quisiera ser un color fumándose serenamente un cigarrillo al atardecer.
Que el pensamiento cese, se relaje por unos instantes aún a riesgo de parecer imbécil.
El pensamiento tiene el superpoder de lo infatigable. También de lo irritante, pero como efecto secundario.
Y me vampiriza.
Me canso de enlazar tonterías, de escribir en el borrador de mi cerebro.
Y si dejo de hacerlo por algún ataque de amor o melancolía, tengo la sensación de morir un poco.
Temo que al dejar de pensar, lanzo a la basura las deliciosas y frágiles ideas multicolores. O una negra y poderosa.
O tu coño desflorado a mi lengua, a mi pene que ciego parece llorar un aceite denso de incoloro deseo.
La locura no es algo de lo que sentirse orgulloso.
No importa si el sol se pone, porque enciendo la luz en mi cerebro despertando los colores. Es un defecto con el que me parieron, no lo pedí. Sólo lo uso, como los dientes.
Y esa luz en el cerebro, me da el consuelo y la fuerza de no sentirme arder.
La noche es para escribir sin preocupaciones de que el procesador alcance una temperatura crítica.
La tinta luce como si su color fuera matinal de fresca, vibrante y húmeda deslizándose ágil en la página y en tus muslos escribiendo los versos obscenos.
No puedo, no quiero dormir con el remordimiento de haber perdido una graciosa, insignificante o tonta graciosidad.
Dormirme sin pretenderlo es la única piedad. Caer repentinamente en la onírica locura, cuyas aberraciones se diluirán al instante mismo de despertar.
Y si no fuera, así… Misericordia.

Iconoclasta
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Las hojas de fino papel, pobrecitas, al escribir se abarquillan. Se rizan las esquinas cerrándose sobre sí mismas para impedir el daño y su conclusión: el dolor que desencadena la hiriente pluma y mi inexcusable e irracional ira.
Soy malo.
E impío.
La pluma escarifica el papel que no puede soportar la mortificación y la hoja agita sus hombros mermados de brazos como los bebés fajados.
Y crujen.
Misericordia…
Qué lástima de lamento.
Un humano que nació sin manos en los brazos intenta defenderse de la puñalada en el pecho y el puñal, irremediablemente, hace lo que debe.
Como yo.
Soy un hijoputa.
La pasión es violenta y doliente sobre todas las cosas, les salgan brazos de los hombros o no.
Como si no supieran que los brazos no formados que se cierran sobre el pecho indefenso no pueden evitar la agresión del arrebato.
Todos esperamos actos sagrados de salvación.
Pobres hojas crujientes de pensamientos tallados sin cuidado.
No hay nada sagrado.
Y la salvación es un aciago azar.
Soy un criminal.
Siento pesar en el corazón, lo siento de verdad…
Pero no puedo parar o me estallará la cabeza.

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Detrás de todo fracaso está mi firme voluntad. Muchas veces el fracaso no se debe a un azar, sino a mi ansia de experimentar aunque me joda.
No me bastan las experiencias ajenas relatadas como parábolas evangélicas de ilustres próceres o de mi madre o padre.
¡Pst, no sé…! Que hubiera nacido más tarde que todos ellos, no significa que deba vegetar dándole vueltas al espetón de los Sapientísimos Salmos de la Experiencia.
Pasa lo mismo con lo que afirmo, escribo y describo; siempre hay alguien que suelta muy ilustrado: “Eso ya lo dijo Pitágoras” o el incomprensible y cargante Aristóteles, del que he leído su ladrillo Metafísica, y me doy gracias a mí mismo por escribir como lo hago. Qué vergüenza debe pasar el alma/sustancia del arqueo-filósofo cada vez que le dé un repaso a lo que escribió.
Bueno, “pues ahora lo digo yo” respondo o pienso, aunque tuviese a Pitágoras redivivo frente a mis napias. Yo no tenía el control de cuándo nacer, y si así fuera, si me muerdo la lengua me enveneno.
El mundo de las citas y proverbios es muy decorativo; pero la gracia está en ser ingenioso en el momento y lugar adecuado, lo que es garantía de un excitante, aunque inservible fracaso; lo que yo creo que es el momento oportuno, está visto que para otros no lo es.
Qué asco de mundo imperfecto…
Dijéramos que los muertos y los vivos, puedo asegurarlo ante un cochino juez, no usaron o usan mis ojos para observar la vida y lo que contiene.
Por muy electricista que haya sido, no tengo por qué escribir de cómo cortar y pelar cables. Me place más explicar de lo muy eficaz que soy follando. Y cuando no, de mis apoteósicas pajas de esas que uno acaba pensando y jadeando con el semen aún ardiente entre los dedos y los huevos: Si quieres un buen trabajo, hazlo tú mismo.
No sé si es comprensible mi concepto del fracaso e ignorar a los “ilustres sabios”, porque no confío en la capacidad del votante tipo actual. Y sobre todo porque hay una constante universal que dice: el escritor sabe lo que escribe; pero no lo que el lector lee.
Sea como sea, me lo paso genial conmigo mismo sin vivir en mí (parafraseando a la mística y alienada Teresa de Jesús de un acusado fetichismo sexual).

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«Los milagros, en tanto que implican la ruptura de las leyes más generales que pueden imaginarse, plantean el problema de saber si realmente convienen. Si yo tuviese —pongamos por caso— una renta, es posible que pensase que no convienen. Pero un pobre… Un pobre que no cree en milagros es no solamente cien veces más pobre de lo que realmente es, sino que, por añadidura, es un pobre equivocado. El único tesoro de los pobres es el milagro posible.» (El cuaderno gris, de Josep Pla, traducido del catalán por Dionisio Ridruejo y Gloria de Ros)
Josep Pla, respecto a esta reflexión del capítulo (año) 1918, me parece demasiado ingenuo. Se sabe que era un hombre sarcástico; pero aquí no. No en ese momento de su vida, que cuenta en su dietario El cuaderno gris.
No importa, sigue siendo un gran humano y poderoso escritor.
Y en efecto, unos párrafos más adelante, escribe sobre la fuerza y la astucia. Y claro, se contradice.
«Sólo debe de haber —me parece— dos formas de ejercicio del libre albedrío: la fuerza y la astucia.«
Lo último que debe hacer el pobre es creer en los milagros.
De aquí surge otra reflexión importantísima para entender la literatura: el escritor no tiene por qué decir verdades. Debería describir y escribir sus emociones e ideas con claridad, imaginación y precisión en el tiempo y lugar que padece y goza; en su vivencia íntima, su mirada propia. Independientemente de lo que sea real o no para la sociedad. Debe usar el poder de la imaginación más allá de complacer al lector, si lo tuviera.
Y el deber del lector es entender con una chispa de inteligencia, imaginación y experiencia vital que el escritor no le debe ninguna verdad a nadie. No aspira al Nobel de la puta verdad revelada de mierda y escribe según sus emociones en un lugar y momento muy concretos.
Según sus iras y amores.
La verdad debería ser ley y ética para los historiadores, periodistas y políticos; pero esto es otro ejercicio de ingenuidad. Desde que se instauró el nazismo clima-sanitario carcelero y homosexual en todo el planeta mediante la red informática 5G y el coronavirus, la mentira y la hagiografía hacia los jerarcas y burócratas nazis surgidos en las pseudo democracias, la verdad está pudriéndose como un cadáver en un vertedero, picoteado por las gaviotas y cuervos, comido por las ratas.
Un escritor debe describir con amenidad e ingenio cómo es su mundo, su realidad, su propia vida de mierda. Tergiversando y pervirtiendo lo que sea necesario para que se sienta a gusto e impacte en el lector con estilo. Mostrar cómo debería ser el mundo independientemente de que a una sociedad mono pensante e insectil, le guste o no lo que lee.
La literatura no es periodismo y no debería prostituirse al estado; pero de nuevo, en la actualidad es una pretensión de una ingenuidad indigna, inmadura y analfabeta de cualquiera que piense que es así. Hoy quien escribe busca un “me gusta” o en el caso de los autoeditados sin escrúpulos y sin estilo alguno, cinco estrellitas amazon.
Sí que es cierto que el escritor se ha extinguido, su lugar lo han ocupado parásitos y sicarios del estado como apóstoles de un nazismo que atenta contra la biología humana misma. Con la IA la pseudo literatura se extenderá como un manto de mierda sobre todo el planeta y lo que contiene. De hecho, ha comenzado el parasitismo de la literatura.
Josep Pla debió ser de los últimos escritores del planeta. Y con él se llevó el arte de “mentir” con gracia, el deber de todo escritor.
Porque, chusma mía, escribir de hechos reales o de la verdad misma, es el ejercicio más árido de imaginación e inteligencia. Basta salir a la calle y ver la televisión para tener esa piojosa “literatura” gratis hasta provocar náuseas.

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«—¿Yo? —rio el oficial, abriendo los ojos desorbitadamente—. ¿Yo? ¡Pregúntale a tu pueblo quien es el loco! —Rodríguez de Liria mostró sus dientes superiores en una mueca de infinito desprecio—» (novela El secreto de Boca Verde de Alberto Caliani).
El subrayado de la cita, eso de los “dientes superiores”, es un ejemplo elegido al azar de entre cientos de miles de “obras literarias” actuales que muestra el estilo y la calidad literaria (que ni la de un niño de cinco años puede ser peor), que se está extendiendo como un excremento diarreico en la globalidad fascista del coronavirus y el cambio climático.
Creados y explotados semejantes bodrios de pseudo literatura por la codicia de los portales de internet de venta de libros o suscripción. Casi todo son malos autores que se autoeditan y autopublican con una impunidad espantosa, sin revisión y escrúpulo ortográfico y semántico alguno.
Lo de “sus dientes superiores” es infantilismo, falta de imaginación y habilidad léxica que da miedo y causa vergüenza ajena. Es de imaginar que por dientes superiores se refiere a los incisivos. Y tal como es la anatomía de la boca humana, para mostrarlos, el personaje debía haber enrollado el labio superior sobre la encía superior (exactamente como hacen orangutanes y chimpancés sin causar desprecio infinito por ello). No sólo es estúpido, es absurdo y estúpido. Eso no es una mueca de infinito desprecio, sino la imitación de una asquerosa rata. ¡Idiota!
O bien, el personaje tiene un serio problema de discapacidad mental y coordinación motora. Y para hacerlo del todo mal, para llenar páginas, el figura del autor añade infinito a desprecio para infligir más dramatismo en el lector; como si no nos riéramos al leerlo.
No es sólo por el infantilismo y analfabetismo en sí, es mucho más grave. La decadencia cultural de una sociedad la arrastrará a la miseria y su extinción por esa merma de inteligencia que la hará inviable como grupo social o étnico.
Que se publiquen e incluso vendan estas barbaridades como novelas es lo peor que podía ocurrir (además de que un narco dictador sin habilidad literaria, ni conocimiento del lenguaje se autopublique dos veces en poco tiempo como pasa en España), porque es pudrir el conocimiento y la cultura, las bases de toda civilización. Esto es el indicativo de que las sociedades globales del coronavirus, el cambio climático, el homosexualismo y el servilismo, están al borde del precipicio.
Cuando un analfabeto funcional puede vender sus miserias y se le compran, la sociedad va en retroceso hacia su ruina o hasta que una cultura con un conocimiento superior y valores éticos, la someta por la fuerza y la esclavice.
Que en las escuelas aprueben a los ignorantes o vagos por caridad o lástima, tiene esta consecuencia terrible: “sus dientes superiores” y otros infantilismos surgidos de un cultivado oscurantismo impuesto por un estado/dios tan analfabeto como la chusma que gobierna. Ningún jerarca quiere que un simple ciudadano tenga más conocimiento que él; es básico erigirse en sabio supremo para que el dictador y su cártel de burócratas se mantengan en su poltrona o bajo palio católico (o musulmán que tan de moda está entre los fascistas estalinistas, deslumbrados por la capacidad represora del islam).
Si nadie se asombra de encontrar semejante novela a la venta o como lectura por suscripción y no maldice la estafa, significa que ya no queda esperanza para la cultura, el arte y la inteligencia. Y mucho menos con los audiolibros, cuya función primera es castrar el intelecto evitando el gran ejercicio mental y básico que representa descodificar el lenguaje escrito, el que dio el espaldarazo definitivo hacia el conocimiento a las civilizaciones. Los actuales fascismos del coronavirus y el cambio climático (pseudo democracias) exigen la vuelta a la tradición oral de propagar el conocimiento que en poco tiempo se convertirá en chismorreo y superstición. Sin embargo, los decretos nazis o estalinistas climático, homosexuales y sanitarios sí que quedarán bien escritos y eternos para que nadie pueda evadirse de su cumplimiento gracias a un funcionario que los pregonará por las calles ante la incapacidad lectora de las nuevas generaciones. Como los diez mandamientos de aquel dios psicópata y asesino.
Se puede brindar por ello con sabrosa agua de cloaca.
Otros optamos por cagarnos en el puto dios que ha parido a toda esta panda de jerarcas hijos de puta y sus libros de papel e informáticos y audiolibros, de autoedición y estafa.
Y así con el cine, así con el cómic, con el arte y la prensa.
Esto es lo que se van a encontrar las generaciones que crecen ahora y las que están por nacer. No tardarán en nacer seres humanos sin cerebro, con el cráneo rellenado con minions de goma con pito y playmobils que no saben ni doblar las rodillas. Seres vivos como zombis obedeciendo y humillándose a sus jerarcas que a duras penas saben leer su propia mierda que decretan o publican en todos los rincones de esta repugnante globalización nazi clima-sanitaria.

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