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«una pegatina de imitación para el parachoques en la que se lee: LOS DISLÉXICOS BAMTIÉN SON SERPONAS.»

(«El chico que se comió el universo” de Trent Dalton).

¡Genial! 👆 ¡Pa mearse! 🤣🤣🤣🤣

«Los milagros, en tanto que implican la ruptura de las leyes más generales que pueden imaginarse, plantean el problema de saber si realmente convienen. Si yo tuviese —pongamos por caso— una renta, es posible que pensase que no convienen. Pero un pobre… Un pobre que no cree en milagros es no solamente cien veces más pobre de lo que realmente es, sino que, por añadidura, es un pobre equivocado. El único tesoro de los pobres es el milagro posible.» (El cuaderno gris, de Josep Pla, traducido del catalán por Dionisio Ridruejo y Gloria de Ros)
Josep Pla, respecto a esta reflexión del capítulo (año) 1918, me parece demasiado ingenuo. Se sabe que era un hombre sarcástico; pero aquí no. No en ese momento de su vida, que cuenta en su dietario El cuaderno gris.
No importa, sigue siendo un gran humano y poderoso escritor.
Y en efecto, unos párrafos más adelante, escribe sobre la fuerza y la astucia. Y claro, se contradice.
«Sólo debe de haber —me parece— dos formas de ejercicio del libre albedrío: la fuerza y la astucia.«
Lo último que debe hacer el pobre es creer en los milagros.
De aquí surge otra reflexión importantísima para entender la literatura: el escritor no tiene por qué decir verdades. Debería describir y escribir sus emociones e ideas con claridad, imaginación y precisión en el tiempo y lugar que padece y goza; en su vivencia íntima, su mirada propia. Independientemente de lo que sea real o no para la sociedad. Debe usar el poder de la imaginación más allá de complacer al lector, si lo tuviera.
Y el deber del lector es entender con una chispa de inteligencia, imaginación y experiencia vital que el escritor no le debe ninguna verdad a nadie. No aspira al Nobel de la puta verdad revelada de mierda y escribe según sus emociones en un lugar y momento muy concretos.
Según sus iras y amores.
La verdad debería ser ley y ética para los historiadores, periodistas y políticos; pero esto es otro ejercicio de ingenuidad. Desde que se instauró el nazismo clima-sanitario carcelero y homosexual en todo el planeta mediante la red informática 5G y el coronavirus, la mentira y la hagiografía hacia los jerarcas y burócratas nazis surgidos en las pseudo democracias, la verdad está pudriéndose como un cadáver en un vertedero, picoteado por las gaviotas y cuervos, comido por las ratas.
Un escritor debe describir con amenidad e ingenio cómo es su mundo, su realidad, su propia vida de mierda. Tergiversando y pervirtiendo lo que sea necesario para que se sienta a gusto e impacte en el lector con estilo. Mostrar cómo debería ser el mundo independientemente de que a una sociedad mono pensante e insectil, le guste o no lo que lee.
La literatura no es periodismo y no debería prostituirse al estado; pero de nuevo, en la actualidad es una pretensión de una ingenuidad indigna, inmadura y analfabeta de cualquiera que piense que es así. Hoy quien escribe busca un “me gusta” o en el caso de los autoeditados sin escrúpulos y sin estilo alguno, cinco estrellitas amazon.
Sí que es cierto que el escritor se ha extinguido, su lugar lo han ocupado parásitos y sicarios del estado como apóstoles de un nazismo que atenta contra la biología humana misma. Con la IA la pseudo literatura se extenderá como un manto de mierda sobre todo el planeta y lo que contiene. De hecho, ha comenzado el parasitismo de la literatura.
Josep Pla debió ser de los últimos escritores del planeta. Y con él se llevó el arte de “mentir” con gracia, el deber de todo escritor.
Porque, chusma mía, escribir de hechos reales o de la verdad misma, es el ejercicio más árido de imaginación e inteligencia. Basta salir a la calle y ver la televisión para tener esa piojosa “literatura” gratis hasta provocar náuseas.

«—¿Yo? —rio el oficial, abriendo los ojos desorbitadamente—. ¿Yo? ¡Pregúntale a tu pueblo quien es el loco! —Rodríguez de Liria mostró sus dientes superiores en una mueca de infinito desprecio—» (novela El secreto de Boca Verde de Alberto Caliani).

El subrayado de la cita, eso de los “dientes superiores”, es un ejemplo elegido al azar de entre cientos de miles de “obras literarias” actuales que muestra el estilo y la calidad literaria (que ni la de un niño de cinco años puede ser peor), que se está extendiendo como un excremento diarreico en la globalidad fascista del coronavirus y el cambio climático.

Creados y explotados semejantes bodrios de pseudo literatura por la codicia de los portales de internet de venta de libros o suscripción. Casi todo son malos autores que se autoeditan y autopublican con una impunidad espantosa, sin revisión y escrúpulo ortográfico y semántico alguno.

Lo de “sus dientes superiores” es infantilismo, falta de imaginación y habilidad léxica que da miedo y causa vergüenza ajena. Es de imaginar que por dientes superiores se refiere a los incisivos. Y tal como es la anatomía de la boca humana, para mostrarlos, el personaje debía haber enrollado el labio superior sobre la encía superior (exactamente como hacen orangutanes y chimpancés sin causar desprecio infinito por ello). No sólo es estúpido, es absurdo y estúpido. Eso no es una mueca de infinito desprecio, sino la imitación de una asquerosa rata. ¡Idiota!

O bien, el personaje tiene un serio problema de discapacidad mental y coordinación motora. Y para hacerlo del todo mal, para llenar páginas, el figura del autor añade infinito a desprecio para infligir más dramatismo en el lector; como si no nos riéramos al leerlo.

No es sólo por el infantilismo y analfabetismo en sí, es mucho más grave. La decadencia cultural de una sociedad la arrastrará a la miseria y su extinción por esa merma de inteligencia que la hará inviable como grupo social o étnico.

Que se publiquen e incluso vendan estas barbaridades como novelas es lo peor que podía ocurrir (además de que un narco dictador sin habilidad literaria, ni conocimiento del  lenguaje se autopublique dos veces en poco tiempo como pasa en España), porque es pudrir el conocimiento y la cultura, las bases de toda civilización. Esto es el indicativo de que las sociedades globales del coronavirus, el cambio climático, el homosexualismo y el servilismo, están al borde del precipicio.

Cuando un analfabeto funcional puede vender sus miserias y se le compran, la sociedad va en retroceso hacia su ruina o hasta que una cultura con un conocimiento superior y valores éticos, la someta por la fuerza y la esclavice.

Que en las escuelas aprueben a los ignorantes o vagos por caridad o lástima, tiene esta consecuencia terrible: “sus dientes superiores” y otros infantilismos surgidos de un cultivado oscurantismo impuesto por un estado/dios tan analfabeto como la chusma que gobierna. Ningún jerarca quiere que un simple ciudadano tenga más conocimiento que él; es básico erigirse en sabio supremo para que el dictador y su cártel de burócratas se mantengan en su poltrona o bajo palio católico (o musulmán que tan de moda está entre los fascistas estalinistas, deslumbrados por la capacidad represora del islam).

Si nadie se asombra de encontrar semejante novela a la venta o como lectura por suscripción y no maldice la estafa, significa que ya no queda esperanza para la cultura, el arte y la inteligencia. Y mucho menos con los audiolibros, cuya función primera es castrar el intelecto evitando el gran ejercicio mental y básico que representa descodificar el lenguaje escrito, el que dio el espaldarazo definitivo hacia el conocimiento a las civilizaciones. Los actuales fascismos del coronavirus y el cambio climático (pseudo democracias) exigen la vuelta a la tradición oral de propagar el conocimiento que en poco tiempo se convertirá en chismorreo y superstición. Sin embargo, los decretos nazis o estalinistas climático, homosexuales y sanitarios sí que quedarán bien escritos y eternos para que nadie pueda evadirse de su cumplimiento gracias a un funcionario que los pregonará por las calles ante la incapacidad lectora de las nuevas generaciones. Como los diez mandamientos de aquel dios psicópata y asesino.

Se puede brindar por ello con sabrosa agua de cloaca.

Otros optamos por cagarnos en el puto dios que ha parido a toda esta panda de jerarcas hijos de puta y sus libros de papel e informáticos y audiolibros, de autoedición y estafa.

Y así con el cine, así con el cómic, con el arte y la prensa.

Esto es lo que se van a encontrar las generaciones que crecen ahora y las que están por nacer. No tardarán en nacer seres humanos sin cerebro, con el cráneo rellenado con minions de goma con pito y playmobils que no saben ni doblar las rodillas. Seres vivos como zombis obedeciendo y humillándose a sus jerarcas que a duras penas saben leer su propia mierda que decretan o publican en todos los rincones de esta repugnante globalización nazi clima-sanitaria.

En algún lugar del Madrid de principios del siglo XX:

“Vamos -dijo Roberto-, no está aquí ninguna de las que busco. ¿Te has fijado? -añadió-. ¡Qué pocas caras humanas hay entre los hombres! En estos miserables no se lee más que la suspicacia, la ruindad, la mala intención, como en los ricos no se advierte más que la solemnidad, la gravedad, la pedantería. Es curioso, ¿verdad? Todos los gatos tienen cara de gatos, todos los bueyes tienen cara de bueyes; en cambio, la mayoría de los hombres no tienen cara de hombres.”

La busca, novela de 1904 de Pío Baroja.

Lo mismo si le pegas con un bate en la boca.
Y luego lávate bien, son infecciosos cosa mala.

La fantasía de los humanos-bestias como licántropos, sirenas, medusas, esfinges, arpías, sátiros, centauros, vampiros, etc…; en el imaginario humano adulto está íntimamente ligada con el sexo.
Imaginar, soñar o reflexionar cómo sería el acto sexual con estos seres fantásticos o mitológicos de características humanas y por otra parte la bestialidad y violencia implícitas en el acto sexual, excita escrupulosa y secretamente la libido de muchas gentes.
El sexo brutal, doloroso y peligroso, absolutamente desinhibido; en las mentes adultas supera el miedo al desgarramiento de la carne, de los huesos y los órganos. Porque en los sueños no hay límites, no debería haberlos; de lo contrario sería una patológica castración que haría de la humanidad una manada de focas esperando que las orcas las devoren en la playa donde dormitan. Apáticas, desidiosas, incapaces…
El acto sexual con estos humanos-bestias lleva implícita una sumisión o posesión masoquista de la que mucha gente no se atreve a hablar, exteriorizar y mucho menos proponer; pero avergonzados imaginan y sueñan con sufrir o provocar el dolor.
El hombre lobo arañando sus pezones, penetrándola con un pene oscuro y velludo que la golpea profundamente hasta el intestino, empalándola…
La vagina redundantemente húmeda de la sirena, sus gritos enloquecedores al penetrarla, equiparable al riesgo de follar con una mantis.
Los vampiros subyugando con hipnosis a hombres y mujeres. Un acto sexual por aspiración de la sangre y el alma. La penetración de los colmillos en la carne como el acto íntimo donde ¿quién necesita un pene o una vagina para subir al cielo orgásmico? Y el gran premio: vivir como ellos eternamente.
La bestia solo hace lo que debe, para lo que nació, comer y follar.
No es el miedo a tales bestias, no en los adultos lo que les apasiona. Es la esperanza de un sexo irracional y brutal que rompa los límites marcados con alambradas de espinos morales a su libertad y pensamiento.
En los adultos mediocres es un deseo oculto y vergonzoso, inevitablemente excitante. Porque han degradado el sexo a un mero trámite biológico y social: certificar que follan ante la sociedad y una mujer preñada que lo demuestra.
Un sexo triste, meramente funcional, que no se atreve a rebasar las normas establecidas; ante las bestias humanas que leen o miran o sueñan, son arrastrados a elaborar las fantasías más voluptuosas y violentas hasta humedecerse y excitarse.
Nunca han follado con los ojos vendados, atados, amordazados o fantaseando con juguetes, texturas, viscosidades o insultos susurrados con un follar brusco.
Se excita ante el vampiro que le muerde las areolas dolorosamente, pensando que nunca ha tenido una mano en el coño que la masturbara, que chapoteara entre sus muslos mientras conduce reprimiendo el gemido y manteniendo una estresante y paranoica atención a la marcha del vehículo.
Ser gozados, violados, poseídos en los momentos más improbables… No, los mediocres no usan de la fantasía en su follar estandarizado de ciudadano integrado.
Son pura asepsia emocional e imaginativa. Pura incapacidad para gozar como de verdad desean, con esa faceta animal que les ha sido extirpada en escuelas, universidades y trabajo. Atenuada con drogas que esconden sus humillantes incapacidades.
No son necesarios psicólogos o sociólogos para explicar lo obvio. Solo basta nacer absolutamente desinhibido y prestar la suficiente atención para retener los datos que formarán las conclusiones.
Los que sueñan escondidamente mortificados con sus monstruos sangrientos, son los grandes frustrados sexuales, aunque no lo sepan y ante la película ignoran con embarazoso rubor sus genitales removiéndose ocultos entre calzones y bragas como fieras enjauladas, ahogados en sus propios fluidos y fantasías siempre retenidas en el oscurantismo sexual ya ancestral.
Ante una vida mediocre y esclava, cancerígenamente mediocre; sólo las potentes fantasías sexuales de placer, violencia y posesión sexuales, pueden soslayar durante unos minutos esa vida deprimente de los nacidos en una cautividad que la humanidad, a lo largo de milenios ha cultivado con apatía, conformismo, cobardía, obediencia y estupidez.

Grandes escritores (¿o famosos simplemente?) han creado personajes inolvidables que en el imaginario de la humanidad, se han convertido en los más diversos paradigmas de la ética, la mezquindad y el crimen.
Y maldita la gracia en algunos casos.
Aquí tenemos a Uriah Heep, la personificación de la envidia, la codicia y el arribismo y su mezquindad, en la novela David Copperfield de Charles Dickens,1850. Y su actualización a 2023, el Caudillo Español.
Sinceramente, prefiero una actualización de Barbarella y su potencial masturbatorio.
Las dos versiones de Uriah Heep son deprimentes; pero la actual, además, es de un inquietante, delictivo y sórdido realismo.

La sucia y decadente sociedad global del poscoronavirus o pos-covid-19, ha aprendido en masa a ser tan indigna, rastrera y represora como lo fueron con ella sus amos mesiánicos salvadores durante la pandemia del coronavirus. Que son ni más ni menos, los mismos amados, votados y aclamados líderes políticos de las hipócritas y falsas democracias mierdosas del nazismo, la cobardía, el servilismo y la mansedumbre.
Esta cochina sociedad se ha convertido en la basura humana descrita en la novela Fahrenheit 451 (temperatura a la que arde el papel para más señas) de Ray Bradbury. Donde el trabajo de los bomberos era quemar todos los libros, cuantos encontraran por ellos mismos o por la población cerda que denunciaba a quien sospechara que tuviera uno en su casa o metido en el culo. La quema de libros era una ley, un decreto del estado subnormal.
La repugnante y mezquina civilización o sociedad actual es prácticamente igual en todo el planeta. La realidad supera a la ficción, nunca mejor dicho.
La chusma actual ha aprendido de sus jerarcas que el ciudadano ejemplar tipo, es un puerco censor que lloriquea a sus amos pidiendo más prohibiciones y censuras de todo tipo.
Caminar por el planeta, entre la población humana, es como observar a miles de millones de retrasados mentales dando cabezazos contra las paredes del patio de recreo de una escuela porque no son capaces de ver la puerta para salir, sin el amo que les indique con una vara a donde ir.
Es hora y urge, la extinción masiva de la población humana. Si esta mierda que se lee en la noticia y puedo atisbar en el día a día, se convierte en conductual globalmente, la especie humana debe morir, o se la debe extinguir. Y rápido porque se reproduce a una velocidad ratonil pavorosa.
Es que no solo son dañinas para la inteligencia, la cultura y la ética las actuales sociedades; sino que es indigno, repugnante a la vista y a la ética más concretamente, observar al humano cerdo medio que tanto se da, deambular por las globalizadas calles del planeta, de cualquier país elegido al azar.
La prueba está en que son tan numerosos los puercos como para retirar un libro en una escuela, en este caso la insípida y aburrida biblia que solo hiere la sensibilidad de los analfabetos que no acostumbran a leer más de cuatro o cinco palabras seguidas y además, con dificultad de comprensión. En cualquier libro de necesaria y didáctica historia se narran crónicas parecidas. Por lo cual, también deben ser quemados o retirados ¿no?
Y borrar toda crónica y descripción del genocidio judío que cometieron los alemanes nazis porque también es feo ¿eh, hijos de puta analfabetos?
Estáis jodiendo el valor, la inteligencia y la creatividad, pedazos de mierda.
Debe estallar una gran guerra mundial o un desastre nuclear que reduzca la población humana subnormal a una cuarta parte de la actual. Pongamos unos ¿cinco o seis mil millones de almas? Con especial hincapié exterminador en los países más desarrollados como el que indica la noticia. En el que los cerdos de dos patas hacen el aire irrespirable con su porcina emanación de fluidos y aire viciado que regurgitan sus pulmones decadentes y degenerados.
Se debe llevar a cabo ya, porque la especie humana a día de hoy es demasiado longeva y su reproducción de cariz roedor, augura de igual forma una aniquilación caníbal que tardaría mucho tiempo en ser efectiva.
Por lo tanto, la solución está en que mueran miles de millones de reses humanas de una sola tacada.
De una buena tacada.
Sin agonías ni largos prolegómenos.
Saber que no existirán ya cerdos (o al menos no en tal cantidad) como los de la presente noticia, nos daría en caso de no haber muerto, paz y esperanza de una vida y evolución dignas.
Los libros no son imágenes pornográficas que saltan a la vista, pedazos de mierda, puritanos analfabetos de ano enfermo y herniado de degeneración y obediencia al amo.
Quien censura un libro, censura la imaginación y la creatividad más básica; se caga en el ser humano que gracias a él, los cerdos actuales de dos patas han llegado a vivir tanto tiempo y tan decadentemente.
Hijos de puta censores nazis…
Si la palabra te ofende, clávate palillos chinos en las orejas. Profundamente, imbécil.
Hasta llorar sangre, porque cagarla ya lo haces. Y no te creas que la sangre se debe a que estás de parto, ignorante.
Palurdos analfabetos…

Iconoclasta

No lo puedo negar, a veces tengo suerte. Buena, quiero decir, buena suerte.
Hoy ha sido el mejor día de Sant Jordi (San Jorge) o día del libro que he vivido.
Estoy harto de encontrar sólo literatura de consumo, automatizada, estereotipada, sin alma o simplemente infantil. Lo que las grandes editoriales publican como misioneras de un dogma que han de extender. El dogma de la globalización y el pensamiento insectil, banal y pueril. Fácil y sin sobresaltos, sin inquietud alguna; parábolas de tolerancias e inclusiones artificiosas y doctrinales de corte fascista. Lo que antes se conocía como simple educación y hoy elevan a pretenciosos decretos y preceptos pagano-religiosos. De esos que se convertirán en audiolibros para que aprendas lo que debes y pienses lo que quieren, sin entender siquiera como se escriben las palabras que tragas.
Hace años, desde inicios de los ochenta del siglo pasado, que no consigo encontrar literatura de verdad, limpia de la búsqueda de la fama o el “me gusta” o los refritos histórico-esotéricos. Sin adoctrinamientos para mentes simples.
Liturgias que insultan a la inteligencia.
Así que en una bonita tienda de antigüedades y ojeando en una vintage caja de madera (restaurada al efecto) he encontrado esta edición bilingüe (catalán-castellano) de Jacinto Verdaguer de ¡1909!

Además de mi económico, pequeño y pueril capricho de comprar un libro de ciento catorce años. Al abrirlo me he dado cuenta de que tras más de un siglo, no lo ha leído nadie.
Al llegar a casa, hemos sido mi hijo y yo los primeros en comenzar a leer sus páginas, cortando cuidadosamente con una afilada navaja los pliegues de las páginas aún unidas de cuatro en cuatro.
Me he sentido como un ingenuo y torpe explorador ante un descubrimiento. He vivido una sorprendente y gran odisea.
No está mal para un tullido.
Yo no sé escribir ni quiero, de la piedad y la bondad, de la amabilidad, la ingenuidad y ternura desenfadadas y humildes. De una fe o una aceptación a lo establecido.
Pero me gusta conocer aquellos estilos que jamás podría emplear. E intuir el fascinante proceso de aquellos autores, para construir instantes que contagiarían de su pasión o paz a los lectores.
Así que me fascina Lorca y su cuasi metafísica poesía. Y también me conmueve que escritores como Jacinto Verdaguer, dedicaran una parte de su ilusión a escribir poemas de instantes amables, bellos en su simplicidad. Donde se siente en cada verso el fruto de la experiencia mística de la soledad o recogimiento, y el contacto con la naturaleza.

Hoy ha sido un día bonito. Dos veces bien.
No puede hacer daño.
Y ahora a ver cuanto me cobra la usurera vida por el buen momento.

Iconoclasta