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Es hermoso ver a los patos nadar río abajo y arriba. Divagando con vete a saber qué, mientras sus patas funcionan automáticamente, ajenas a su pensamiento. Es divertido observar cómo se dejan llevar indolentemente por la corriente y de repente, cambiar de opinión e ir en contra sin esfuerzo alguno, disfrutando de ser ellos.
Solo les falta fumar.
Reflexionar que son perfectos y hacen justo lo que deben, una línea de pensamiento que surge de una forma natural.
No están obligados a pagar por el pecado original o el de haber nacido y sacrificar fuerza y salud a un dios o un líder por el simple hecho de vivir.
El ser humano en sus sociedades antihigiénicas, antiéticas y criminales debe pagar caro el haber nacido. El ser humano en sus sociedades antihigiénicas, antiéticas y criminales debe pagar caro el haber nacido. No existe en el mundo, salvo los animales de ganadería, otra especie que nazca con pecado original y condenada al tributo o sanción por haber nacido. O deberíamos decir “nazido”, con absoluta propiedad y sin faltar a la realidad.
Ningún ser no humano del planeta puede imaginar ser culpable de vivir. Solo la humanidad tiene la suficiente deficiencia mental para no concebir la vida sin pecado, ni pagar caro con una cadena perpetua a trabajos forzados y humillación el respirar.
Un primer mono humano creó una sociedad donde el nacido es culpable y está condenado hasta la muerte.
No es el gran secreto de la vida precisamente.
No digo nada nuevo, solo me limito a describir mis observaciones de la naturaleza y los hechos evidentes.
En algún momento un humano incapaz e inútil para la caza o subsistir; pero con el don de la envidia y la codicia, decidió vivir a costa de su clan de unos pocos monos. Y la humanidad evolucionó desde ese hijo de puta y de los idiotas que no le aplastaron la cabeza con una roca. Evolucionó endogámicamente desde esos genes que la definirán hasta su extinción.
Y así hasta llegar a este momento, donde un ser humano, yo, debe escribir lo que es obvio para no olvidar ni por un segundo que es descendiente de un cabrón que no tenía la suficiente inteligencia y fuerza para cazar. Y por envidia y ambición lo estropeó todo convirtiendo a todo ser humano recién parido en criminal por vivir. Y claro, a los criminales hay que tratarlos con mano dura y darles unas cáscaras de premio si muestran obediencia.
No hay que olvidar que el humano es esclavo de sí mismo por su intelecto inexistente, ergo también de la envidia y la codicia de los no aptos para la libertad: los gobernantes o líderes que nacieron sin habilidades para sobrevivir y tuvieron que parasitar a los aptos, que llamaron pecadores originales para seguir en el poder con la invención de dioses en forma de triángulo, becerros, toros, corderos, serpientes…
La especie humana es una de esas mutaciones que no debería haber sobrevivido; pero por alguna aleatoriedad supo hacerse parásita en el planeta.
Todo humano es pecador al nacer según dogmas, según políticos o religiosos (no hay nada que los distinga en esta era ya tecnológica).
Según los poderosos (con “j” inicial por favor) para mejor definirlos.
Es una ofensa a la dignidad y la razón que solo afecta a unos pocos seres humanos con una inteligencia eficaz que trabajan sin otra opción para alimentar a los puercos por una mera cuestión de supervivencia, no por respeto o porque se crean culpables de algún pecado original de mierda religiosa. Porque la religión es y era política, no hay diferencia. De ideologías y dogmas se alimenta la actividad insectil de la especie humana en su cobardía, envidia y estupidez.
Por otra parte no hay donde elegir por mucho que conozcan la realidad. Deben hacerlo porque han sido paridos en un mal mundo, en una mala sociedad digna de ser exterminada y erradicar su podredumbre que afea el planeta. Les prohibieron aprender y ejercer su naturaleza, les castraron su posibilidad de vivir libres y por sí mismos apenas nacer.
Que nadie se crea que nací indigno e incapaz como aquel primer mono con ambición por frustración, o de aquellos pobres idiotas que lo obedecieron cuando pudieron matarlo.
Soy consciente de la mierda con la que intentaron cubrir mi pensamiento, mi inteligencia, desde el momento en el que nací.
Afirmo sin duda ni retórica que la vida de cualquier ser humano es más mísera, pobre e indigna que la de cualquier otro animal en el planeta. Y esto, es un hecho, por mucho que quieran aplicar filosofías que solo son pobres sofismas para el consuelo de tantos miles de millones de seres ya, subhumanos. Nacidos con el pecado original y su condena.
(Recuerdo vivamente aquel dibujo del libro de catecismo en el colegio, que indicaba en qué lugar de la cabeza del bebé se encontraba el pecado original.)
Es denigrante la cochina realidad…
Aquel gran error de imbecilidad e incapacidad de hace cientos de miles de años, cuando no mataron al más débil del clan. A aquel primer ambicioso inútil que grabó sobre la genética humana la única y exclusiva mirada que caracteriza desde entonces al ser humano, única en el planeta: la de la envidia. El verdadero y real estigma humano.
No murió lo que debía, es así de simple y trágico.
Una gran desgracia que se hizo una bola gigantesca hacia la degeneración y decadencia de una especie, de las más jóvenes del planeta y que afortunadamente, no tardará mucho en extinguirse dejando espacio a las especies perfectas, libres de los pecadores originales.
Lo importante es que desaparezca la especie humana, no salvar a las abejas.
Ojalá pudiera lavar mi sangre de aquella mierda heredada de los imbéciles.

El nacimiento del primer líder humano.
Grar decidió no salir a cazar con la partida al amanecer. Pensó que mejor era alimentarse de lo que traía el resto de la manada de monos humanos. Si alimentaban a la vieja mona, a él también.
Ya mostraba el brillo de la mirada envidiosa que caracterizaría para siempre a la especie humana. Aquella envidia le daba una inteligencia del engaño y la codicia, que no eran aptas para la supervivencia por sí mismo. Nunca se le dio bien cazar y a menudo era humillado por los cazadores útiles.
Se quedó en el asentamiento a pesar de los gruñidos de reproche del resto del clan.
La vieja hembra a la que Grar envidiaba, apenas podía caminar, su cadera atrofiada y deformada no daba más de sí. Se quedaba al cargo de la vigilancia, para avisar con gritos a la manada en caso de invasión de un clan rival.
Grar y la vieja Bruhr se gruñeron con hostilidad cuando la manada se internó en el bosque.
La vieja mona, con desprecio, lanzó al rostro de Grar un puñado de tierra y hojas. El macho inútil tomó del suelo una gruesa rama y la golpeó hasta matarla.
Hasta que la cabeza se fundió con la tierra.
Con la sangre de la mona se embadurnó el rostro y esperó a que llegara la partida de caza dormido al sol en un claro cercano.
Al atardecer, las cinco hembras y los ocho machos, llegaron al asentamiento con tres torcaces, dos conejos y un jabato.
Gritaron y gruñeron asombrados y furibundos al ver el cadáver de la anciana y el rostro ensangrentado de Grar. El macho alfa, Trun, un tipo pesado y osco, se lanzó con el puñal de sílex hacia el asesino.
Grar había atado a la rama una gruesa piedra. Antes de que el puñal se acercara demasiado, la maza golpeó a Trun que cayó muerto en el acto con un surtidor de sangre manando de la sien.
Acto seguido, Grar se acercó a uno de los monos más jóvenes, no más de diez años; ante la mirada atónita de la manada, le golpeó las tibias y el pequeño cayó al suelo aullando. Siguió golpeándolas hasta hacerlas pulpa. Le arrebató el conejo que aún llevaba en la mano y lo devoró desgarrándolo con dientes y dedos. El resto de la manada, de una forma inaudita, se acobardó. Ningún otro macho o hembra se atrevió a retarlo.
No mató al pequeño. Hizo guardia a su lado para que nadie se acercara a ayudarlo. El crío, con toda probabilidad debía sufrir una trombosis pulmonar por las heridas, cada vez que respiraba tosía débilmente y expulsaba sangre.
Cuando comenzaron a asar el jabato, Grar exigió blandiendo la maza, la mitad del asado.
El pequeño que aún no tenía nombre, fue ignorado en su agonía. Un enjambre de insectos nocturnos cubría sus muñones ensangrentados y las garrapatas se engordaban enganchadas en brazos y nalgas. Lentamente se debilitaron sus gemidos y se convirtieron en rápidos jadeos. En un momento dado intentó coger aire y vomitó una gran bocanada de sangre. Murió por fin poco antes del amanecer.
Y así fue en aquel amanecer, Grar era ya el primer líder político-religioso de un asentamiento humano.
Folló a las hembras y parieron monos muy parecidos a él. El resto de machos, obedeciendo a Grar, no solo debía cazar, sino conseguir nuevas hembras robándolas de otros asentamientos. Antes de llevarlas ante Grar, eran montadas por los raptores en el bosque.
La manada de monos humanos, creía que la agresividad de Grar les protegería de otras tribus rivales.
No era así, Grar no era valiente con quien no conocía. Negoció hembras y crías como esclavos y comida a clanes rivales y se aliaron. Se formaron los cimientos de los gobiernos.
A partir de aquel momento, los individuos serviles y no aptos para la caza y la supervivencia hicieron coro de adulación a los dominantes inútiles, y se convirtieron en hechiceros o en acusadores: jueces religiosos, adivinadores… Toda la parafernalia parasitaria de toda sociedad.
Los crías que nacían, mayoritariamente portaban el gen de la obediencia y el miedo de forma ya irreversible.
Descendemos de aquellos envidiosos y de aquellos cobardes. Y nada ha variado salvo la decoración.
Y que nadie se equivoque, los monos inteligentes y creadores han sido la excepción en estos centenares de miles de años, el resto de monos simplemente usurpó el conocimiento y los descubrimientos de aquellas pocas rarezas con inteligencia inventiva e investigadora que surgieron como anomalías o mutaciones.
En los últimos cinco mil años se perfeccionó y asentó la cobardía y la envidia en el ADN humano gracias a la higiene y el conocimiento de la curación o medicina, que dieron una vida más longeva a la humanidad y por tanto, se produjo una reproducción ratonil de los seres humanos convirtiéndose así en una amenazadora plaga.
Si no hubiera sido por esas pocas mutaciones humanas con inteligencia que prolongaron la vida humana, a día de hoy lo único humano que se encontraría en el planeta estaría grabado en una piedra, sería un fósil.
Más que sufrir el pecado original, la especie humana debería sentir vergüenza de lo que pudo ser y fracasó: un animal digno sin pecados, sin una vida humillada desde el nacimiento mismo.

Iconoclasta

En medio de la carretera hay un jabato atropellado; no es más grande que un conejo.
Su mini cabeza está destrozada y asoma sórdidamente la lengua muerta entre los huesos de la mandíbula.
Aún se puede ver su piel sonrosada bajo el sedoso pelaje de cría.
Es algo habitual, el atropello de animales en las carreteras de montaña; pero no con animales tan pequeños en plena tarde.
Mi hijo y yo hemos pensado que es una lástima, una tragedia pequeña, que se anida en el corazón como un pequeño gusano que te provoca una desazón.
¡Qué pena, pobrecito! Ojalá fuera lo suficientemente incrédulo e ingenuo como para pensar que hay un cielo para los pequeños seres que mueren sin haber vivido más que unas pocas semanas.
Lo acabarán de aplastar los coches hasta que se convierta en asfalto; su muerte instantánea ha sido al final, una fortuna.
Ahí, en toda esa menuda, suave y tierna muerte no hubo nada de la tan pregonada sabiduría de la naturaleza.
La naturaleza como ente, es un mito como otro cualquiera, como cualquier dios o cualquier Jesucristo de tantos que han rondado en las bocas ignorantes, serviles, cobardes y mentirosas de los seres humanos. Y no tiene nada de sabiduría.
Lo que algunos llaman “naturaleza sabia”, es ni más ni menos que un azar de vida y muerte.
A veces acierta y otras yerra; pero no hay sabiduría alguna.
Se le ve tan pequeño y solo… Buscaba a su madre… Pobrecito.
Cuando se viaja en coche, las muertes que se observan a través de las ventanillas, son igual que todas las noticias televisivas: meras anécdotas amañadas y absolutamente ajenas.
Si caminas o marchas por tus propios medios, a una velocidad que solo puede ser moderada, la muerte se muestra plena y obscena. Con todos sus matices y consecuencias. Y en el bosque hay más rastros de la muerte que de la vida.
Así que los que ven un cadáver desde la comodidad y la distancia de su coche, tienen una idea muy pobre de la naturaleza y su absoluta y azarosa estupidez sobre la vida y la muerte.

Iconoclasta

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Parece mentira que gente con cierto nivel intelectual se preste al debate sobre algo tan claro y sencillo como la esencia, la idiosincrasia de jueces y magistrados. Es una ridícula ingenuidad discutir sobre esa parte del poder que es más de lo mismo, solo que ostentan una impunidad absoluta y los sitúa en la cúspide de la cima social depredadora.
Aunque estoy seguro de que no es ingenuidad, se trata de dinero, de llenar espacios en los que poder insertar publicidad y que la gente piense en la colonia que le gusta tanto cuando escucha el resultado de una sentencia en televisión o la lee en la prensa.
Me refiero a ese debate infantil sobre los capos de la legalidad y su independencia de las modas sociales (moralidad) del momento y la respetabilidad de sus criterios.
Para escribir “respetabilidad” de jueces y magistrados, he tenido que mear para no tener una súbita incontinencia.
Jueces, magistrados y toda esa parafernalia legal, son tan vulgares, incapaces, zotes, iletrados y holgazanes como cualquier otro trabajador de la fauna urbana.
Sus sentencias dependen del humor con el que se han despertado, si han follado, si el café tenía el punto de azúcar que les gusta y si acusados y demandantes son gordos, feos o idiotas.
Carece de respetabilidad alguna jugar a los dados y decidir. Alguien les regaló un título. Alguien muy importante que luego, los colocó allí donde es necesario tener este tipo de gente.
Ante las sentencias judiciales, no se requiere respeto a menos que seas absolutamente imbécil. Se requiere paciencia y cerrar con fuerza los puños.
Tengo una toalla bordada con la palabra “respeto” que uso para secarme exclusivamente las ingles (iba a decir la polla; pero me siento lírico).
Dejando de lado todas estas deficiencias y taras de los capos del sistema legal, comprar un juez o magistrado siempre es una inversión segura.
Si ya sé que requiere mucho dinero; pero en un par de juicios se suele amortizar lo invertido, es mucho más beneficioso que la inversión inmobiliaria.
Lo malo es que los artículos de lujo, como es sabido, solo están al alcance de unos pocos selectos.
Hay quien cometería el peor error de todos: comprar un político.
No podría ser peor inversión, los políticos son absolutamente idiotas a full time y su función es meramente ornamental.
El objetivo del político es hacer creer a los ciudadanos que viven en una sociedad justa que los protege (justo todo lo contrario para lo que fueron redactadas todas las leyes).
Lo dicho, tontos del culo.
Los políticos ni tocarlos, es tirar el dinero.
Los jueces son una fauna peligrosa y mala; pero eficaces al ostentar el verdadero poder.

Iconoclasta

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El destino…
Es una forma amable de nombrar a todo ese conjunto de errores que hacen mierda las esperanzas.
No existe nada predeterminado, somos consecuencia y azar.
Tal vez ni siquiera exista el azar. Si piensas, aunque duela; al final todo encaja. O ves lo que falta en un espacio vacío.
Angustiosamente vacío…
Voluntad o abulia hacen del azar una consecuencia ambigua.
Cómo entender que te ame a años y kilómetros indecentes de distancia.
Cómo entender que irrumpieras en mi trabajada y deseada soledad y la tornaras un poco triste sin ti.
Cómo asimilar que nos encontráramos en un espacio eléctrico lleno de banalidades y mentiras y creáramos un espacio de intimidades y sueños.
No hay destino. Te necesitaba y te grité sin saberlo. Te llamaba con alaridos desgarrados porque este mundo es feo, cielo. Te gritaba que si existías, te hicieras visible, táctil, sonora.
Que sabiendo que en algún lugar o momento debías existir, era crueldad no mostrarte.
No hay destino; yo te pedía, tú me oíste.
Tú también gritabas tu hastío, lo sentía en mis viejos huesos.
Ergo, nos amamos.
No hay azar, somos la consecuencia lógica de una mala ubicación espacio temporal, de una necesidad de trascender el uno con el otro.
Somos las piezas sueltas y perdidas de un puzle.
Piezas que intentan encajar tristes y con dolor en un juego al que no pertenecen.
Por favor…
Dime sí, que somos la consecuencia perfecta, la consecuencia imparable de nuestra desesperación, de nuestra soledad acosada por una multitud de extraños seres mudos.
No existe el destino, existe nuestra voluntad de encontrarnos, quien quiera que fuéramos.
Ahora solo quiero descansar en ti. Soy una consecuencia cansada y dolorida.
Que no me jodan, que no nos jodan destinos y misticismos. El mérito es nuestro, toda esa angustia vivida no es un azar.
Yo soy la cruz y tú la cara de una moneda girando en el aire.
Y eso no es azar, es la perfecta, cercana y deseada ubicación.
Lo inevitable, lo que nos propusimos sin saberlo.
Con los pies sucios de desesperanza.
Alea jacta est…
Ahora sí, elijamos cara o cruz, ganamos.
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Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

Buenos amigos mini

 

Buenos amigos

El beso rastrero mini

 

El beso rastrero

La bondad invertida mini

 

La bondad invertida

La sanguijuela a los pies mini

 

La sanguijuela a los pies

El problema de la humanidad, de su envidia, codicia y estupidez no reside en la falta de fe o de una mala praxis de los ejercicios teológicos.
Lo malo es que el diablo ha muerto, ya no hay justicia. Nadie vigila a Dios y él ha convertido su «bien» en un monopolio donde no hay nada que pueda contrarrestar todo esa enfermiza bondad.
El diablo ha muerto y con él la justicia, el equilibrio entre el bien y el mal. Ahora solo hay bien; pero como no hay mal, no es más que una dictadura de un ser idiota y narcisista. Celoso, como se dice a sí mismo en la biblia.
Ya no existe la bondad, solo un capricho de un psicópata pervertido en las mentes de millones de idiotas sin capacidad para razonar más allá de la profundidad que requiere limpiarse las uñas con un palillo.
Y sus secuaces actúan impunemente en nombre del Padre, de Alá o de cualquier personaje creador de un mundo lleno de envidia y falta de inteligencia. Porque los secuaces de los dioses son mucho más inteligentes que la media, son repulsivamente ambiciosos.
Los sexos de los niños son de Dios y ellos forman parte de él. El dinero es de Dios y ellos son carne de Dios, el poder es divino y ellos lo son.
Condenan al hambre y la guerra, al apedreamiento, mutilación y decapitación de mujeres y niñas.
Si el diablo no hubiera muerto, si no lo hubiera asesinado la bondad, habría esperanzas para un mundo justo, habría algo de equidad.
Lucifer hubiera cortado la cabeza de tanto bondadoso. Patanes como Hitler no hubieran nacido, porque el diablo es el Mal puro y no permitiría que un simple idiota, como todos esos dictadores, hubiera nacido.
Estamos abandonados a los dioses celosos que crean torres de babel para que ningún otro ser pueda tener conocimientos semejantes a ellos.
Dios sin el diablo, permite la existencia y la larga vida de los opresores y el hambre, de la pobreza y la enfermedad. Lucifer hubiera aplastado el cerebro de tantas madres portadoras de la imbecilidad, que el mundo sería ahora mejor.
Sin el diablo se acabó la selección natural.
No muere el hombre que rompe los huesos de las mujeres, sus órganos no se infectan y se pudren matándolo. No muere el corrupto presidente de un país, le meten cosas por el ano para que se mantenga derecho y seguir ejerciendo así el cargo que juró en una biblia o en un corán de mierda.
Si tuviera tan solo un poco de estupidez en mi cerebro, es lo que pensaría, si fuera crédulo de tanta mentira.
Y eso explicaría el mundo caliente, enfermizo, aburrido que me ha tocado vivir.
Sin embargo, la explicación es tan deprimente como decir que no hay dioses ni diablos, que el hombre como especie y sus sociedades son solo unos errores aleatorios de la química, de un big bang cósmico.
En el universo no hay dioses, solo buena o mala suerte, lo que propicia que hayan nacido seres que han creado dioses ante su falta de valor y de fuerza.
Quiero pensar que el diablo ha muerto, me gusta más la magia que el azar de la nada.
Quiero pensar, que tal vez una pandemia acabe con el ser humano y sus dioses celosos salvaguardados por millones de maníacos.
Tengo que creerlo para no sentirme como el producto de un azar, de un error cósmico, como el origen de una bacteria deficiente que desarrolló algo tan apestoso como los dioses y sus humanos.
Como una mierda en mitad de la calle.
Lanzo una moneda al aire y dice cáncer y dolor. Me cago en Dios…
No está mal, a otros les ha tocado un cerebro podrido y una envidia que los corroe porque no tienen inteligencia para gestionarla.
Y mientras Cristo y Mahoma redimen los pecados de los hombres y los guían a sus mierdosos reinos, yo me rasco la carne de la tibia con un tenedor y saco trocitos de errores de la médula de un hueso que no pedí.
Orino oscuro como la envidia y la ignorancia; pero mi pensamiento es claro, blanco y puro como mi semen escurriéndose por su coño.
Solo queda fumar y maldecir esta puta suerte cósmica que ha durado demasiado tiempo.
El diablo me habría matado por escribir esto, si hubiera existido, si existiera…
Y si por si alguna razón también cósmico-aleatoria llegara a existir un dios, me meo en él y le escupo a la cara trocitos de cartílago maligno, a ver si le infecto su divino cerebro, lo mato y me lo llevo conmigo a la tumba. Ergo yo sería un dios…
Qué preciosa es la fantasía…
Voy a cojear un rato, estoy harto.

 

Iconoclasta

El destino de las almas

Publicado: 26 octubre, 2011 en Reflexiones
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¡Qué mierda! Aún recuerdo con vergüenza, la ilusión con la que esperaba un cuerpo para nacer cuando era una simple alma.

Nuestro destino no es cuestión del destino, ni de los jodidos designios de un ser superior. Y si fuera el caso, ese dios o ese destino, serían idiotas.

La cosa funciona así:

Eres una suave bolita de nube, algo de materia pulsando como una estrella en un lugar que no hace frío ni calor, ni es oscuro ni luminoso.

Algo completamente insípido y aséptico.

Y hay miles y miles de bolitas botando nerviosas que dicen continuamente: ble, ble, ble. Como si de una congregación de deficientes mentales se tratara.

Todas las bolitas avanzamos como borregos hacia adelante (es por concretar alguna dirección en ese estúpido limbo). Felices y nerviosos (deberían proporcionar tabaco, las almas no padecen cáncer).

Y como somos tantas bolitas diciendo todas la misma estupidez y tan apretujadas las unas con las otras, apenas se puede reaccionar cuando te ves al borde de un tobogán que parece un precipicio del tamaño de las cataratas del Niágara.

Todos los subnormales que hay detrás te empujan con su imbécil: ble, ble, ble.

Y quieras o no, caes por el cochino tobogán.

Hay un letrero en la rampa de aceleración que dice:

Todo aquel que caiga al vacío, que salta la baranda de protección, nacerá en un bebé muerto.

Es jodido, porque después de toda la espera y los apretujones, te encuentras dentro del cuerpo de un bebé muerto al nacer, y tienes que volver a iniciar el ciclo: vuelve a ese jodido limbo y haz cola con una caterva multitudinaria de vulgares pelotas de materia anímica.

Después de tres horas de resbalar a match seis por la sucia superficie de ese tobogán y cuando ya te has hecho a la idea de que estás muerto o permanecerás en estado de velocidad supersónica durante toda la eternidad, sin darte tiempo a reaccionar el tobogán se divide en dos: Buena vida y Asco de vida.

Vamos a ver: no es justo, porque cuando por ese tobogán de un par de metros de ancho, bajan contigo otras cinco mil almas más, no tienes tiempo de mierda para elegir lo que quieres y el subnormal que llevas al lado, que no sabe decir bien: ble, ble, ble, se va por la buena vida (es un hecho que todos los idiotas tienen suerte) y yo arañando la baranda y clavando las uñas con un ruido que erizaría los pelos del coño a vuestra madre, me deslizo hacia Asco de vida pensando ya en la cantidad de idiotas y subnormales con los que me voy a encontrar, así es como funciona esta mierda de sorteo.

Y todo esto a una velocidad que encogería los testículos de un toro hasta parecer canicas.

Bajando veloz por mi destino, me voy haciendo ya a la idea de lo que es “asco de vida” y con cierto fatalismo, lo único que quiero es acabar ya esa vertiginosa carrera hacia lo que será una vida sin ningún tipo de alegría.

Aunque no estoy seguro, porque junto con los que se han venido conmigo (alguno voluntariamente, me consta), los hay que hacen imbecilidades como dar botecitos más altos y luego hacer dos saltos mortales con ble, ble, ble de retrasado incluido.

Yo tengo mucha más clase y durante el trayecto, he podido tirar a dos tarados por la baranda del tobogán al vacío. Que se jodan; nacerán en cuerpos muertos y soportarán los llantos del padre, la madre, los abuelos y la puta que los parió al ver a su pequeñín azulado por falta de oxígeno y tendrán que volver a repetir la historia.

Ellos me gritan: Ble, ble, ble (pedazo de cabrón) y a mí me la pela.

Siempre te sorprenden, desde que eres alma, te sorprenden para mal y cuando piensas que ya nada puede empeorar el tobogán se divide en dos de nuevo; algún hijoputa no debía tener muy clara la velocidad de deslizamiento, porque el letrero de aviso lo colocan a escasos dos kilómetros de la bifurcación y a velocidad de seis match, significa que tienes menos de un parpadeo de tiempo para dar codazos, mutilar y asesinar a los que sean necesarios para elegir el lado que te apetece.

Las dos opciones a elegir si puedes son: Inteligentes e Idiotas.

Juro que en esos milisegundos que tuve para pensar me dije: Asco de vida e idiota es algo congruente, todo puede salir bien en ese caso. Es jodido ser inteligente si te toca vivir un Asco de vida. Con mi ágil razonamiento empujé a quince bolitas hacia la izquierda para ser idiota con decisión y valentía; pero por un segundo ese lado se atascó y comencé a friccionar entre millones y millones de bolitas que querían ser idiotas y ni clavando los dientes en el metal, conseguí hacerme sitio y me precipité hacia inteligentes, por el lado derecho y derecho a una vida de infierno.

Durante tres horas me vi solo por el tobogán hasta que me adelantaron tres bolitas, que bajaban dándose impulso diciendo: Ble, ble, ble, ble (que chachi es ser inteligente en un Asco de vida, sacaremos una pasta entre los idiotas, vamos a montar un cártel de drogas, putas y juegos). Uno de ellos, el más veloz, calló fuera del tobogán.

Los otros se reían como si pertenecieran a una familia de montañeses endogámicos: ble, ble, ble…

Seguí mi descenso ya con sumo aburrimiento y pensaba ya en saltar la baranda de protección y empezar de nuevo (en vista la mierda que me esperaba) cuando el tobogán se bifurcó de nuevo:

Suertudos u Obreros.

Sólo bajaba con seiscientos mil compañeros, había espacio y tiempo para elegir Suertudos; pero los asquerosos de mantenimiento, habían cerrado esa rama porque se había desgastado el metal y todos caían al vacío. Nos paramos todas las almas y quedamos atascadas frente a la valla que anunciaba Suertudos.

Me cago en dios… Todos fuimos a obreros a pesar de que decíamos que podíamos esperar los años que hicieran falta para que repararan el suelo de esa rampa, resulta que alguien hizo vibrar el tobogán y le dio más inclinación y continuamos nuestra supersónica carrera, ahora hacia Obreros.

Yo pensaba que tal como estaban las cosas, la próxima bifurcación sería de Espalda Bífida o Síndrome de Down.

Pero no, tuvimos suerte y la desviación indicaba: Salud o Cáncer.

Yo ya estaba hasta la mismísima polla de aquello, así que cuando vi la multitud que se desviaban hacia Salud, sentí como un poco de asco, y me dejé deslizar por Cáncer.

Y por fin nací de una puta vez y dejé de irritarme el culo por aquella mierda de tobogán.

Designios del señor y toda esa mierda…

Me vi de golpe arrastrando mis orejas por un coño enorme que estaba peligrosamente cerca del culo, el que se suponía que era mi padre estaba filmando con una cámara de video y mi madre gritando: “esto me pasa por puta, y tú cabrón deja de filmar, que se te caiga la polla a trozos, violador”.

Precioso.

Las delicadas manos del médico, me tiraron de la mandíbula con fuerza y pensé que me dejaría parapléjico al nacer. Pero no, me metió un dedo en el culo por equivocación y me puse a llorar.

En realidad lloraba de rabia, de ira. Me daba mucho coraje haber nacido en un asco de vida, inteligente, obrero y con cáncer.

Es injusto.

Y así es como me encontré en medio de una familia de tarados.

Una familia con dos hermanitos, el mayor tenía tres años más que yo y era un triunfador, se veía en el brillo de sus ojos. Y una hermanita un año mayor que yo. Por lo visto, los subnormales de mi papá y mamá no llevaban bien el asunto del follar y la zorra de mi madre casi se pasa un año y medio embarazada de una sentada.

Así empezó mi vida con cuerpo.

Como alma era muy cándida; pero cuando me acoplé a aquel cerebro, mis buenos y malos instintos se desataron como un torrente imparable de emociones y deseos. De miedos y decisiones.

Y aunque con poca suerte, pude abrirme camino en la vida evitando algunas humillaciones, aunque claro, no todas. Dijéramos que no pude evitar ni una cuarta parte de todas a las que me vi sometido.

Había momentos, cuando contaba con unos meses de vida, en los que cerraba los ojos y aún sentía el vértigo de la velocidad por la que me precipitaba por aquel tobogán. Y junto con el humo de los cigarros que mi padre me tiraba a la cara, entraba en una dulce narcosis soñando con bolitas de color amarillo zambulléndose en una piscina llena de sangre.

Delicioso.

Cuando ya conoces tu destino, no en detalle, sino a grandes rasgos, te importa unos céntimos de euro esas cosas de ética y moralidad.

Y el tobogán podía ser divertido, emocionante; pero cuando me deslizaba por él, sentía en mi pequeño ser de bolita, toda la verdad del universo. Y yo me sentía ble, ble, ble…

Crecí con bastante normalidad, aunque al año, mi padre borracho me quemó alguna vez los genitales con sus cigarrillos y mi madre me dejó más de un día sin comer porque se gastaba el dinero en las máquinas tragaperras. A pesar de ello, a los tres años ya era un niño espabilado.

Y nunca olvidé mi forma de expresarme primigenia: ble, ble, ble.

A mi hermano mayor le pregunté como le había ido en el sorteo del destino; me miró de forma extraña, me dio una bofetada y me llamó imbécil.

Intenté sondear a mi hermana sobre el mismo tema y díjome la muy puta con cuatro años.

—Te lo digo si me enseñas el pito.

Le enseñé el pito, me lo acarició y me dijo que las únicas bolitas que había visto, eran las pelotas de nuestro padre cuando se ducha.

Y concluí que solo yo era capaz de recordar esas cosas.

Mi hermano mayor era de los suertudos, siempre ganaba cosas en las rifas del colegio, sus exámenes eran brillantes. Y sabiéndose superior a mí, me convirtió en su esclavo: le hacía la compra, las copias, los deberes más sencillos y limpiaba la habitación porque la zorra de mi madre no daba un palo al agua. Yo no sacaba nada a cambio, me conformaba con que no me pegara demasiado fuerte.

Esperaba impaciente a crecer un poco más. Yo tenía ya doce años y sacaba los estudios adelante con mucho esfuerzo y con resultados muy humildes. Suficiente en todos los aspectos.

Mi hermana con trece años ya tenía unas buenas tetas y usaba tangas minúsculos, cuando le llegó su primera menstruación, me enseñó sin pudor sus bragas manchadas y gocé de una buena erección.

Era consciente de que un día u otro me atacaría el cáncer, y desarrollé una prematura actividad sexual.

Mi hermanita era la más idiota y sus hormonas dictaban sus actos y emociones. A través de la rendija de la puerta de la habitación de mis padres, pude ver como mi papá borracho y mi madre depresiva la obligaron a desnudarse. Mi padre se rozó el pene por sus puntiagudas tetas hasta correrse. Mi madre se masturbaba frotándose furiosa su oscuro coño.

Aquella fue la mejor de mis pajas.

Mi hermano con quince años, ya daba clases de refuerzo a niños más pequeños e incluso ganó algún premio como escritor. Como sabía que nuestros padres eran unos cerdos, atesoraba a escondidas su dinero para un día largarse de casa. Yo sabía en que parte del fondo del armario escondía el dinero.

Con veinte euros que le robé, le compré a mi hermana mi primera follada, contaba con trece años.

Me sentí dios dentro de aquel coño, cuando mi aún mediano pene entró en aquella suave cueva de carne, mis testículos bulleron y me salió un chorro de leche que creí que me deshidrataría, nada comparado con las pajas que me hacía en solitario. Mi hermana dijo no disfrutar y tras darme unos besitos, me obligó a hacerlo bien.

Chillaba como una rata mientras se corría.

Unos meses más adelante, comprendí que no sangró porque mi padre ya la había estrenado, yo aún tenía la candidez propia de las almas puras… Esperaba poder ser el primero en romper su himen, ya que sus tetas habían sido suficientemente sobadas y regadas. Ella ya tenía catorce y era toda una mujer.

Contaba con quince años cuando ya había superado la secundaria y en lugar de inscribirme en la universidad (sabía que no era tan inteligente como mi hermano) me inscribí en un módulo profesional de mecánica de automoción. Mientras mi hermano estudiaba su carrera de ingeniería con becas (nuestros padres apenas aportaban lo justo para darnos algo de comer y pagar sus vicios) y la casa se deshacía en humedad y mierda, yo encontré trabajo clandestino en un taller mecánico del barrio y cuando salía de clase me metía bajo los motores para aflojar el tapón del cárter y vaciar de aceite el motor, al dueño le parecía sucio hacer ese trabajo y me pagaba una mierda por ello; pero suficiente para mis gastos.

Aprendía en la escuela y en el taller. A los diecinueve ya era un buen operario, con un sueldo vulgar; pero mayor que lo ganaba mi padre como basurero.

Mi hermano me humillaba con sus sarcasmos sobre mi trabajo y me explicaba los grandes triunfos que le esperaban y la porquería que yo ganaba. Yo ya tenía mi coche, una porquería de utilitario cochambroso; pero él iba en tren a la universidad, lo que ganaba con sus pequeños trapicheos de escritor no llegaba a mi sueldo.

Un día, me pidió que lo llevara a la universidad, a unos veinte kilómetros de casa, se había despertado tarde y había perdido el tren. Me desvíe por una senda de tractores en una pequeña loma y le acuchillé los ojos con un destornillador hasta que murió. Lo senté en el asiento del conductor, regué el interior del coche con gasolina y lo precipité montaña abajo tras tirar una cerilla encendida en el interior.

He de reconocer que soy un indeseable, ble, ble… Pero con la vida que me tocó vivir, se me podía pasar por alto se detalle.

Andando hasta la estación volví a casa en tren y denuncié el robo del coche.

La policía es idiota y no tiene ganas de complicarse, y menos con una familia de idiotas como era la nuestra.

Mis padres, borrachos ya los dos, soltaron algunas lágrimas en el entierro y mi hermana colocada con maría y ácido, se reía como una estúpida. Su sangre estaba podrida por alguna infección. Se había quedado en cuarenta kilos y bien podría ser la modelo de una campaña en contra de la anorexia. O a favor, las modas cambian.

Se la encontraron muerta cuando contaba con veinticinco años en un descampado de drogadictos, estaba desnuda de cintura para abajo y había sido violada. Había muerto de sobredosis (y no de polla) y hemorragia, a juzgar por los cortes en las tetas, el cuello y el vientre.

A mí me daba igual, desde que empecé a ganar dinero no la follé más, ya que me daban asco sus amistades y por tanto, lo que había en su coño. Yo estaba limpio, con un trabajo de mierda, con unos padres a los que deseaba matar con todas mis fuerzas y a la espera de contraer un cáncer de cualquier tipo.

Empecé a fumar a los catorce años, y cuando contaba con veinticinco, me fumaba tres cajetillas diarias. Sesenta cigarros no está mal, era muy macho.

Tenía que darme prisa en hacer lo que me apeteciera, ya que el tiempo corría en contra. Aquel “ble,ble, ble del destino” (puto tobogán en español, en el original) no era ninguna broma y todo se cumplía como en un plan elaborado por algún dios mierdoso.

Había momentos en los que sentía envidia de los que se deslizaron por el lado bueno; pero cuando pensé en mi hermano, ejemplo vivo de perfección, me convencí para consolarme, de que no todos tenían idéntica buena suerte. Yo era el factor crítico y eso me gustaba.

Aún conservaba parte de mi candor de alma y buscaba entre la gente a alguien que se acordara de que un día fue una bolita de nube.

—¿Ble, ble, ble? —le pregunté a un hombre con el cabello castaño hasta los hombros, con ojos color miel y una mirada bondadosa, lucía barba también castaña y vestía túnica y sandalias. En cada una de las palmas de sus manos había un agujero.

Me era muy familiar el mendigo.

Se encontraba recogiendo cartones de un contenedor que olía a huevos podridos.

Me ilusioné como cuando era un alma cándida, una bolita de energía suave y sedosa, cuando lo oí hablar.

—Ble, ble, ble bleble ¿ble? (Qué putada de toboggan ¿eh? —me respondió antes de convertirse en paloma y salir volando.

Me cagué en dios dándole una patada a una botella de vidrio que al romperse una esquirla me reventó un ojo.

Me favorece el parche negro, y para lo que me queda de vida, con un solo ojo tengo suficiente.

Mi padre murió de cirrosis cuando cumplí los veintinueve. Yo le compraba botellas de vodka a las que añadía una jeringuilla de alcohol etílico; poca cosa; pero lo suficiente para que al perro le hiciera mucho daño y más rápido. Me daba un gran placer ver morir a los que me habían tocado como familia en el “asco de vida”. Por lo menos había sacado algo de inteligencia para ello.

Había conseguido un estudio de alquiler por muy poco dinero al mes, era un sótano sin ventilación y siempre vivía en una permanente nube de humo de tabaco. Por fin perdí a mi madre de vista. Se había engordado, y en sus piernas aparecieron profundas llagas llenas de pus que tenían que curarle cada dos días con apósitos especiales. Tenía más azúcar en la sangre que el café que yo endulzaba con siete cucharadas.

Hace ya cuatro meses que la visité en casa, le llevé pastelitos de chocolate y nata para que le subiera el índice de glucosa en sangre y cuando se quedó dormida la ballena, coloqué el calefactor pegado a las sábanas de su cama y rompí la goma de la bombona de gas.

Todos concluyeron que era un final lógico para la gorda asquerosa y para la familia del piso de arriba, que bajó con todos los escombros hasta la planta baja.

Nunca he sentido remordimientos, al final no soy el culpable, si lo piensas bien, es una cuestión de mala suerte mía, yo soy el que la ha padecido. Los otros no me importan, ellos también fueron bolitas y posiblemente tuvieron más suerte que yo.

Este es el resumen de mi vida, y el valioso testimonio de cómo funciona el cuento de las almas y su destino.

Es solo una simple y puta lotería y como siempre, cuanto más idiota eres, más suerte tienes.

Ble, ble, ble…

Y por lo que respecta al cáncer, todo va bien. Fumo mis tres cajetillas de cigarros, me alimento de fritos y grasas, hago pesas para tener mayor masa muscular y follar con más facilidad a las idiotas niñatas sin pagar ni un centavo y tengo con ello el sobrepeso ideal.

Acabo de escupir mi primera bocanada de sangre que ha salido con un acceso de tos. Me duele horrores la espalda, por debajo de las costillas. Es un dolor punzante, como si tuviera una llaga profunda.

Sé que es cáncer de pulmón, leo mucho.

Me enciendo un cigarro sin miedo alguno, he llegado al final.

No sé si suicidarme ahora mismo, o dejar que la enfermedad me haga sufrir y con ello provocar más gasto y molestias al personal sanitario.

Prefiero joderme aquí un rato más que volver a bajar por la repugnante rampa del destino otra vez.

Lo que me jode, es que estuve demasiado tiempo bajando por aquel puto tobogán para vivir unos segundos.

Desde luego, no soy un alma con suerte.

Cuando mi cuerpo escupa ya la última gota de sangre y los pulmones negros asomen por la boca, yo saldré como una preciosa bolita peluda y vaporosa, flotando para caer en una gran piscina llena de sangre serena y cálida.

Eso me gustaría.

No quiero vivir más; pero las bolitas de alma no mueren, vuelven siempre arriba. Flotamos como globitos hacia un lugar abarrotado de bles, bles, bles.

Ahora que conozco la posición de las bifurcaciones, me colocaré en los lugares adecuados con tiempo.

Aunque los subnormales de los de mantenimiento, seguramente habrán cambiado los letreros. Fijo.

¡Qué asco de vida!

Ble, ble, ble…

Iconoclasta

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