La gracia de la fotografía está en que captas estrictamente lo que deseas sin interferencias perimetrales y un día decir que estuviste ahí dentro. Puedes extasiarte ante lo que te gusta o de alguna forma te fascina y evitar el contexto, el entorno. Y crear un mundo mejor, como debiera ser; lo que el dios/estado jamás pudo hacer porque la codicia y la ambición pudren toda gracia. La fotografía es un radicalismo íntimo y voluptuoso, excluir lo que no quieres o no soportas. Un hedonismo indiscreto. Mirar por un agujero, aislarte dentro de ese túnel que es el objetivo. Mi cámara es refugio y sala de estar.
“Pienso, luego existo”. ¿Qué fumaba, que se metía por la nariz? ¿O le daba duro al ajenjo? Porque no sería agua. El agua es clara y cristalina y lo suele aclarar todo. Y este pensar y desarrollar la idea para el método… ¡Qué puto relajo el de los filósofos! Mirarse el ombligo y filosofar: ¿Esta pelusa de fuerte olor soy yo? Es que no tiene gracia ni “sustancia” más que para sus iguales. Y yo toda mi vida tirando cables e instalando cagaderos y fregaderas, existiendo sin misticismos de bien nacido. Mejor no sigo o me cagaré en dios. ¿Cómo es el rito sexual de semejante figura? Porque si follas también existes, los jadeos de la puta que me ha costado una pasta, tan reales, tan sinceros, no dejan lugar a dudas. Me cago en dios…
Las dos caras de la moneda, en el mismo instante, en el mismo lugar y yo entre ambas. Es un magnífico privilegio el mío. Estoy donde debo. No necesito nada más. Miro al sudeste para encontrar el sol radiante y su luz. Al noroeste, y dándole la espalda a la luz, la oscuridad plomiza y majestuosa. El paisaje inspira en mi pensamiento una metáfora de la vida en cautividad mientras observo la aguja de la brújula estabilizarse e indicar la dirección de la oscuridad que me da paz. De luz hay tanta… Mis ojos tienen cierta edad y una mirada atávica que he trabajado segundo a segundo. Allá en la ciudad, en cautividad, si miras a la luz das la espalda a la mezquindad y su maldad, al oscurantismo, la represión y la esclavitud a la que te condenan al nacer con pecados, mandamientos y leyes. Con sus condenas siempre pendiendo sobre tu cabeza, afiladas y mortales para la libertad. Y como al cielo plomizo, nada detiene. Se podría creer que la luz es la esperanza; pero sería una puerilidad, un infantilismo indigno de un ser humano adulto. Sin embargo, es lo que hace el humano cautivo en sociedad: mirar la luz esperanzado en la milagrería de sus amos y sacerdotes que muestran sus puñales rituales para hacer de él sacrificio a nadie. Escupo la colilla del cigarro con displicencia molesto con la metáfora y su alegoría, algo que sólo se da lejos de aquí; en este momento a millones de años luz de mi pensamiento. En libertad las metáforas se diluyen y pierden todo significado ante la belleza y majestuosidad del cielo y la tierra, de lo palpable, visible e incorruptible por los sacerdotes legisladores de pecados, condenas y privaciones que alzan desde el púlpito sus símbolos doctrinales predicando absurdidades con codicia. Amo la oscuridad y la luz que sin hipocresía y con la sencillez de un respiro el planeta ofrece en libertad absoluta. No necesito nada más, ni una moneda. Es todo y soy con ello en este instante y lugar, entre la oscuridad y la luz; donde los sacerdotes en una justicia salvaje son cadáveres cubiertos con hojas muertas alimentando la tierra. Donde podría partirme un rayo o la luz templar mi piel, sin más consideraciones. Y lo mejor, elegiré entre la luz y la oscuridad, no le temo a la libertad. Sin palabras farfulladas o urnas construidas con deshechos. Elijo la cara o la cruz, según mi ánimo. Relajado e ilusionado, ahora sí; es mi precisa y firme elección.
Ya han llegado recién salidas de una fábrica de algún lugar desconocido del profundo cielo. Son perfectas. Fabricadas con precisas láminas cortadas con láser, se puede observar los estratos que les dan espesor. Diseñadas y cinceladas en el cielo con la precisión de un artista cirujano. Programadas como hermosas y altas amenazas. Carecen de la entropía voluble de las nubes cálidas. No hay sorpresas con ellas, están diseñadas para ser inconfundibles y de una mayor dureza; ya que cuando el viento las arrastra resisten el proceso típico que las banales nubes de verano no pueden combatir: el deshilachado. Y durante horas y grandes distancias mantienen su característica silueta endurecida con frío. Y por ello no son banales, advierten del infierno invernal. Otra vez… No se parecen a nada más que a sí mismas. No son moldeables como las nubes del calor con las que se puede jugar a dar formas. Con el frío no se juega, condenará quién vive y quien muere para la próxima primavera. Anuncian la nueva campaña de la lucha de todos los seres vivos por mantener el calor corporal, especialmente cruenta en alta montaña. Soportar tantos meses el cansancio del organismo por preservar el calor vital… Las nubes del frío silenciosas y agresivas inauguran ineluctable y oficialmente las nuevas olimpiadas de la vida y la muerte, como naves cargadas de aciagos presagios y desesperanzas inevitables.
Afirmo que las presentadoras televisivas no deberían acorazarse los pezones como si fueran algo sucio o pornográfico. Todo lo contrario, deberían hacer alarde de su feminidad y exuberancia que las ha llevado a ese trabajo. Acorazarlos, esconderlos es ocultar las armas que la madre naturaleza les ha dado, les resta espontaneidad y las asemeja con los pezones aplastados, a la robot Afrodita de Mazinger Z y hacernos sentir el terror de los misiles que ocultan entre ese exuberante escote que calienta pero no quema, aséptico gracias al aplastamiento pezonal. Como se puede ver, con sus pezones libres, enhiestos y orgullosos se sienten mucho más felices, más ellas, más diosas, más divinas, más poderosas y joderosas, más lamibles… Y yo más feliz también que mierda en bote.
Es muy ilustrativo y esclarecedor para entender la sociedad actual, el asunto del peso de los objetos de escritura. Hay mucho afeminamiento en machos y hembras juzgando el “peso” de una pluma, bolígrafo o lápiz. ¿Cómo es posible que sientan fatiga por algo que pesa unos gramos y además se apoya en el papel? ¿Cómo es posible cansarse con una pluma “pesada”? Las sociedades del coronavirus obedientes del encarcelamiento (“yo me quedo en casa”), el bozal nazi (mascarilla) y la vacuna que no vacuna; se ha degradado tanto y le tiene tanto horror al mínimo esfuerzo, que no se debe escribir de ella sin insultarla u ofenderla con todas las palabras posibles. Esta sociedad es un monstruo deforme construido con millones de cuerpos humanos grapados entre sí que, enfermo y con el cerebro podrido, se arrastra mezquino a los pies de su amo, el telepredicador más publicitado. Siguiendo con ciega devoción los miedos y consignas del psicópata pervertido que ha votado. Y todo ocurre en “democracia”, donde enfermos mentales dementes como Hitler son mayoritariamente votados secularmente. Los cobardes exhiben con orgullo su mezquindad y así hacen de la cobardía, inmovilidad e infantilismo, virtudes cívicas como el votar. Esta degradación es la que lleva a las mayorías a votar a alguien tan infame y degradado como ellas. Necesitan un amo igual para seguir haciendo virtud de sus indignidades. Se quejan de que el bolígrafo pesa y ni siquiera saben sujetarlo. Algunos llevan al extremo del plumín las puntas de los dedos y no ven una mierda de lo que escriben, otros rodean con el pulgar el bolígrafo como cuando la profesora les enseñaba a escribir las primeras letras, otros doblan la muñeca tanto que parecen sufrir parálisis cerebral. Pareciera que quieren demostrar con orgullo que padecen alguna enfermedad cerebral o una tara intelectual que les impide la coordinación motriz instintiva y lógica para tomar un objeto de escritura y escribir de una forma sencilla y natural. La incapacidad intelectual y su incultura es otra de esas indignidades transmutadas en orgullosa virtud. Forman una reata de asnos con el rabo enhiesto de una injustificada vanidad. Socialmente, por mucho que cacareen los politicastros contra la violencia, yo afirmo que nunca ha sido tan necesaria en las ciudades como en esta tercera década del siglo XXI.