Posts etiquetados ‘desesperanza’

Y mientras los rayos caían a nadie alcanzaban.
A todos los tontos se les aparece la virgen…
Y claro, como no hay depredador que se alimente de carne humana (no con la frecuencia y cantidad satisfactoria), hay superpoblación y sus incomodidades.
Los “malos rayos que te partan” siempre han resultado ser una vana esperanza.
Una retórica pueril.
Superstición provinciana.
Joder…

No puedo entender las mariposas del estómago; pero sí son razonables las imposibilidades que surgen de amarte dando vueltas en mi estómago como náuseas.
Las mariposas son la antítesis de desearte: su sutileza y mi densidad. Su volatilidad y la gravedad que me hunde década tras década en la tierra. La inmovilidad de una estrella que se consume alumbrando lejanamente las cumbres de tus pechos y ellas tan volubles volando de flor en flor.
De las mariposas adoro su belleza y volubilidad. Su universo, donde hay tantas flores.
Aquí existes solo tú, no hay más flor.
Tal vez sea que más que adorar, envidio su fugacidad y volubilidad.
No puedo ser como ellas, en mi cosmos es obscenidad.
Sin embargo, el no esperar.
Una vida sin vértigos, de luz…
Nací demasiado longevo, demasiado pesado.
Quien fuera ellas…
Una de las dos especies no tiene futuro, o es negro como la tumba en la que me hundo.

Foto de Iconoclasta.

Tengo una sobredosis de ansiedad de ti.
Me he chutado en vena tus palabras y sonrisas, tus sueños y amaneceres injustos.
Y mi piel destila gotas de tu alma.
Te juro que no es sudor, porque siento el cuerpo helado por dentro.
Estoy absolutamente colgado de ti.
No distingo si en mi cabeza riges tú o yo.
He esnifado recuerdos contigo e incluso he dudado de que los sueños lo fueran.
He despertado sentado en una roca a la orilla del río.
La lluvia de pelusas de los sauces, como seres celestiales ingrávidos y volátiles sobre el cauce, dibujaban tu rostro en el aire.
Irremediablemente me arrastraban a ti.
He sorbido una gota de sangre que descendía por la nariz y me he lavado el rostro con el agua fresca de tu líquida mirada.
He imaginado el planeta desde el espacio, sus distancias e inconsecuencias.
Y un repentino latigazo de solitud me ha provocado la necesidad de escapar contigo de nuevo. Escapar de la dimensión real…
Pero no me quedaba más morfina de amor.
Por el pliegue del codo una pequeña boca pide más de ti y llora una gota de sangre con hambre.
Las venas se rasgan con el ánimo.
No sé, es difícil amar y comprender.
Arrastrando mi mono de ti he caminado con un saco de tristezas que solo debe abrirse en la oscuridad y su aislamiento. En la habitación del llanto de mi hogar.
Volveré a encerrarme en mi laboratorio de amor ilegal y quemaré más palabras tuyas escritas en papeles rasgados como mi pensamiento. Y sublimaré las cenizas con lágrimas.
Destilaré la materia oscura y la esencia será de mil partes de ti por una de mí.
Las sobredosis de ti no matan; es imposible que pueda causar un daño el exceso de ti. Principalmente se debe a que no hay exceso, soy insaciable.
No importa lo que se espese mi sangre con tus palabras procesadas en mi alambique de la desesperación.
No importan las cenizas tantas veces esnifadas, adheridas en los pulmones y las impurezas que pudiera haber por mi torpeza en la elaboración.
Aunque dudo que sea un ventaja no morir por narcosis de tu amor.
Estaría bien morir suave y plácidamente. Es una dura prueba de entereza salir de la psicodelia de amarte en un momento y lugar sin ti.
Lo que no haga tu amor, el tiempo lo hará. Sin embargo, hay tanto tiempo que el desgaste es eterno como el infierno.
He alucinado en algunos viajes que esos seres que flotan sobre el río y lentamente caen en el agua, como si no quisieran, son capaces de arrastrarme río abajo y llevarme al mar cuyas todas aguas conducen a ti.
No tengo necesidad alguna de despertar, no me preocupa. La ingravidez de la inexistencia es ese descanso que buscan los alquimistas yonquis del amor, cuando se colocan con sus propias drogas.
A veces, cuando la vida duele mucho, tengo un mal viaje al meterme un jaco de tu alma y ocurren cosas horribles; la ventaja es que al despertar no hay esa tristeza que incinera la ilusión de los sueños. Sin embargo, he perdido el tiempo.
La tristeza, más hermosa que cualquier alegría, llega cuando te disipas entre las volátiles pelusas que, arrastradas por suspiros y trinos nievan blanca y cálidamente sobre el cauce del río.
Y Linda Ronstadt cierra hermosa y sensualmente su Blue Bayou…

Iconoclasta

Perdimos la esperanza.
Desde hace ya muchos tristes años, no hay posibilidad de cambio y liberación con la muerte de los poderosos, con los mal llamados “magnicidios”, porque no tienen nada de magnos aquellas cosas asesinadas.
Ahora nadie los mata.
Estamos abandonados.
Nadie asesina a un poderoso.
Los asesinos se han prostituido al poder, han ofrecido sus culos a políticos, burócratas y sacerdotes del Estado por unos fajos de billetes.
¡Qué tristeza! Ya no se ejecuta a presidentes, ministros o generales.
Los asesinos son ahora putas matando a gente que no importa, gente fácil.
El siglo XXI se ha convertido en la era más triste y sin esperanza para la libertad y la nobleza.
Los poderosos ya no tienen depredadores y viven tantos y tantos años…
Tan malos y tan longevos.
La desesperanza hace de la vida caminar por un denso barrizal de miseria, sin ilusión alguna.
Y mientras tanto, los poderosos demasiado vivos esnifan la coca que sus putas asesinos les proporcionan en sus despachos presidenciales e institucionales.
Son tiempos sin esperanza.
Nadie los mata ya.
No habrá cambios hacia la libertad y el conocimiento.
Estamos en la Segunda Edad Media Mundial.
Pobres de nosotros.
Nadie asesina a un jerarca.
Estamos perdidos.
Acabados.

Iconoclasta

La única tierra prometida es la que ella pisa.
La que amo, la que añoro, la que necesito, la que quiero abrazar, la que me la pone dura, la que quiero follar, poseer, amamantar, con la que quiero empezar y acabar el día. La que quiero solo besar…
Una grandiosidad de alma y coño…
Y yo un poco cosa, un paria de la tierra demasiado alejado de todo. Infinitamente lejano de lo que amo.
Un nómada en el planeta buscando sus huellas.
Con el corazón partido en dos, una mitad roja y brillante que corre miles de kilómetros por delante de mí, hacia la diosa.
Y la otra negra, como podrida, que envía con golpes dolorosos la sangre a las venas que parecen reventar de un cansancio, de un hastío, de una eterna puta suerte que no cambia. Y aun así, me mantiene mierdosamente vivo enviando sangre a mi polla amoratada. Una sangre que parece coagularse y hacer del rabo una maza mórbida, obscena, de violenta penetración ávida y feroz.
Me gustaría que fuera más gorda, más larga; pero nada es perfecto.
Tengo que trabajar este problema, algo cosmético antes de violar a mi diosa si eso ocurriera.
“Oye viento, dile a la diosa que llego. No sé dónde estoy, pero voy”.
Deliro por el camino creando esperanzas en el Páramo de la Desesperanza. Esperanzas de magnitudes tan grandes como el amor desesperado que me lleva a desintegrarme, a erosionarme en mi camino hacia ella. Esperanzas colosales que no me caben en el pensamiento y se marchitan. Dejo un rastro de alegrías muertas tras de mí.
También imagino mis dedos extendiendo pequeñas ternuras por su piel, y siento unas repentinas ganas de llorar…
Le vendo la parte sucia de mi alma al diablo que la desea. Ha emergido de un espejismo de gas que flota sobre la tierra quemada por el sol.
“Te la cambio por unos miles de kilómetros y de años que me acerques a ella.”.
Se ríe y me dice “Vale”. Sabe que no tardaré en morir y tendrá mi alma entera sin nada a cambio. Bueno, no puedo hacer gran cosa contra ello.
Solo espero que cuando llegue a ella no muera, sería una broma de mal gusto. Que me dé tiempo a mentirle jurándole que estaré con ella toda la vida.
Porque sé que he gastado ya toda mi eternidad en fracasos; como el astronauta que sale al espacio y solo ve muerte. Tanto afán, tanta ilusión alimentando sensaciones y fantasías, para acabar flotando en toda esa letalidad aséptica. Lo único que escucha es su respiración y se deprime. El universo no hace ruido, solo es un inmenso vertedero de piedras que no permite el más mínimo jadeo de vida.
Al menos los cementerios tienen la gracia de los epitafios.
Sin embargo, el espacio que ocupa mi diosa de pezones lamibles y plenos de vida, es la máxima expresión de lo carnal en un mundo de ángeles asexuados.
Tiene suerte de que no es un planeta, porque no podría evitar estrellarme contra ella, su atracción es como la de un agujero negro. Y me pregunto si su coño me absorberá y sacará de aquí. Me lo pregunto con un hálito de esperanza dándole la espalda al diablo que aún sonríe astuto detrás de mí, esperando que muera.
El sol incide con una hiriente verticalidad sobre mi cabeza y crea entropía en mis neuronas ardiendo. Me encuentro calculando la órbita de aproximación de mis dedos entre lo más íntimo de sus muslos. Y mientras me acerco en elipses cada vez más pequeñas, le rezo que la amo.
Y flotan blancas lágrimas en el espacio que se congelan con un dolor en mis cojones.
El sol me evapora la razón en este páramo sin horizonte y antes de olvidar quien soy, lanzo un beso a mi amor, que corre a la velocidad de la luz antes de que el sol también lo evapore.
Yo camino con determinación; pero el diablo, dale que te pego, me susurra: Muérete ya. No te quiere, no te quiere, no te quiere…
Qué tentador es el hijo puta…
Te quiero cielo, voy a ti, dame unos minutos.
Y con una carcajada vomito todos los dolores añejos y rancios, son de carne podrida.
Es un peso que me quito de encima y el diablo los devora con glotonería.
Es hora de dormir, mañana será otro día.
“Sí, mañana. Duerme”, dice el Astuto en mi oído.
Bendita sea la horizontalidad de la muerte.

Iconoclasta

Veo películas de ciencia ficción e inevitablemente sueño con viajar al pasado y reparar el error del tiempo y el espacio que se cometió conmigo. Imagino vívidamente lo que haría para conseguir nacer allá donde tú lo harás unos años más adelante y así, encontrarnos sin perder tiempo y vida con otros amores que de nada han servido.
Mis sueños de ciencia ficción giran siempre en torno a esa galaxia inalcanzable que eres tú, cielo.
A veces mis sueños salen mal y soy un astronauta que ha debido abandonar su nave rota y flota en el espacio esperando que se agote el aire de su traje, con la mirada clavada en la lejana galaxia a la que ya no podré llegar.
No podré llegar a ti y moriré asfixiado y fracasado aquí en la nada, lejos de ti.
En otros sueños sobrevivo al viaje y cuando alcanzo tu galaxia todo es luz, esa cegadora luz de tus grandes ojos que me fascinan, la gruta carnal que forman tus labios para que bese la entrada. La increíble calidez que preciso después de tanto tiempo viajando por el gélido espacio, está toda en tu piel.
Y después de eso, despierto y no estás. Quisiera arrancarme los ojos.
La realidad fue todo un error, amor.
Ahora solo queda engañar a la vida luciendo una sonrisa que es puro quebranto, por mantener la más mínima dignidad ante la frustración de una vida sin ti.
Pienso en bebés muertos, no fui uno de ellos; pero nací en un espacio triste y deformado sin ti. Sin posibilidad alguna de reparar un daño que no cometí.
Los bebés muertos no sufren, solo viajan congelados como asteroides alrededor de estériles astros, con los ojos muy abiertos, como cuentas de cristal translúcido. Yo que sobreviví, no quiero nada de lo que hay en este mundo, ni siquiera la alegría; sino lo que está desesperadamente lejos de mí. Lejos en el tiempo y sus circunstancias.
Tan lejos de ti…
Mis películas de ciencia ficción son las más tristes que se han hecho jamás.

Iconoclasta

(en la antigüedad, a lo platónico)

Si fueras humana te abrazaría y besaría, o tendría la posibilidad de hacerlo; pero eres un ser etéreo del que no tengo prueba palpable de su existencia.
El semen jamás se enfría dulcemente en tu piel que amo, si la tuvieras.
La leche cae al suelo desconsoladamente en el lugar donde deberías estar y se enfría como un cadáver abandonado.
Eres una fascinante frecuencia, un conglomerado de bits que vibran anómala y maravillosamente, tan exótica que me lleva a amar desesperadamente lo que no existe, lo impalpable, lo infollable.
Lo que no es aquí y ahora…
Porque tengo que creer para preservar la cordura, que no existes; porque si existieras mi existencia estaría dedicada exclusivamente a tu búsqueda.
Si me desintegrara, si un rayo me hiciera ceniza y mis moléculas se convirtieran en una frecuencia, tal vez tendría una oportunidad de abrazarte, amor.
Pero temo perder la conciencia, todo lo que soy lo que odio y amo. Si no eres capaz de odiar, tampoco puedes amar. Ambas cosas necesitan coraje y determinación.
Y no serviría de nada.
Tú eres una frecuencia y yo solo un trozo de carne aislante.
Sé que en otra dimensión eres carne y coño.
Mi vocabulario es duro porque estoy resentido con la vida y si tengo alguna frecuencia activa, es la ira, cielo.
No eres coño, eres la piel deseada.
Tu dimensión me está vedada.
Eres la película y yo el insignificante público.
No sé si serás capaz de escanear estas líneas y codificarlas en tu lenguaje binario.
Pretendo hacer palpable el amor ahora que la vida me oprime las sienes sin piedad para que mire al frente y no a la fantasía. No hay manos de amor que den consuelo al ansia que la frecuencia provoca, la que hace virtual la piel y su humedad.
Estoy en el límite de la vida, pronto desapareceré. Cuando uno muere, muere todo con él; siento que sea así, que mueras también.
Lo siento infinito.
No puedo decir nada más, no me arrepiento de nada y no hay alegría alguna a la que aferrarme, para alegar a mi propio juicio final.
Moriré como he vivido, insignificantemente atrapado en una insalvable frecuencia.

Iconoclasta

¿Y si dormimos con y por la esperanza de que al despertar la realidad sea otra?
Necesitamos escapar.
No es solo por descanso.
Tal vez pretendemos que el mundo duerma y mañana amanezca raro.
Sea como sea, cuando dormimos somos incorpóreos y escapamos a las leyes de la física. Viajamos a la absurda e incuantificable velocidad del pensamiento.
Todo es posible.
Y la posibilidad es la dimensión de la esperanza.
El sueño es la libertad infinita. La suprema libertad.
Y dormir la cuántica esperanza de que todo sea diferente al despertar, no mejor o peor; sino otra cosa.
Tal vez al despertar, tu sueño me haya convertido en algo no mediocre. En algo que se diferencie de los otros que duermen solo para descansar, o por narcosis. Esos… los de los sueños vacíos que no reparan nada.
¿Tienes el poder de cambiar la vida, cielo?
Di que sí mientras duermes, porque en los sueños todo es sinceramente extraño, son absurdas realidades, extrañas certezas que duelen o ensalzan las almas.
Eres mi esperanza.
¿Sabes? Muchos de mis despertares son tristes; porque cuando irrumpe la consciencia, tengo la certeza de que no ha cambiado nada, el aire tiene el mismo tacto que ayer.
Y duermo desesperanzado de que pueda cambiar la vida. Escribo lo que me hubiera gustado ser y sentir. Escribo que quiero volver allá donde el sueño es tan absurdo y sus luces tan extrañas, donde el amor se siente en la corriente sanguínea y los miedos son tan grandes, que me hacen héroe.
Te deseo hermosos sueños porque te amo y además son mi esperanza.
Un día despertarás y seré digno. Y quedará una palabra a medio escribir en el papel nocturno. Una palabra que en algún momento de tu sueño, se interrumpió en mi mano porque no era ya necesaria.
Algo cambiaste…
Querré llorar.
Todos los seres tristes quieren dormir.
Lo fascinante del absurdo, es que no precisa ni tiene explicación; es imprevisible y debes abandonarte a lo que ocurre con la serenidad que da lo expectante e ignoto.
Duerme, cielo, eres mi esperanza a la desesperanza.
Tal vez, cuando despiertes mi vida y el mundo merezcan la pena o una sonrisa.
Y entonces no sabremos que ocurrirá y todo estará bien, sin tristezas al despertar.
Pero hoy la vida ha vuelto a despertar triste, que desolación.
Me quiero morir, cielo…

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

El invierno crea momentos de desesperanza con la desnudez de los árboles y los escasos verdes que viran al gris.
La desesperanza es de un trágico romanticismo, no puedes luchar contra ella porque te rodea, se mete en ti, te hace suya. Y eres uno con la melancolía y la muerte.
Unidad con los años que pasaron y los que ya no se cumplirán.
Seré una hoja que ha caído seca y fría.
Y es relajante saber que no está en mi mano vivir o morir.
Da paz.
No debo hacer nada, tan solo ocurrirá.
Si acaso, tan solo fumar sin prisas, hasta que el humo ya no salga de los pulmones.
Cadáveres de invierno.
La tragedia tiene un frío halo hermoso.

Iconoclasta

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Un solitario camina y mira al cielo porque entre la tormentosa nube, se abre un agujero por el que el sol intenta desesperadamente lucir.
En principio el hombre ajeno al mundo piensa que dios le va a dejar caer a los pies una tabla con diez mandamientos obscenos y se ríe.
Es un cínico demasiado curtido que sabe todo lo que es imposible.
Al solitario le lloriquean los ojos ante esa luz, o porque está un poco cansado del dolor. No importa, es divertido sentir emociones por banalidades que no pesan demasiado.
La realidad es demasiado aburrida, más de lo mismo y más y más y más…
Y ocurre que sus ojos quieren ver un dragón que se ha detenido en pleno vuelo para acicalarse flotando con absoluta naturalidad, ajeno a él y a La Tierra.
Mi amor, era yo el solitario…
Y el dragón, tal vez.
Estar solo tiene sus ventajas y desvaríos, lo digo por mí. El dragón me parece cuerdo, sinceramente.
En lugar de aparecer tú en el cielo, se formó el dragón.
Podría haberse rasgado la nube en vertical, en dos franjas que dibujaran tus muslos y el delta que forma tu deseado coño. Algo que me evocara a ti, me sobra indecencia para imaginarte.
Porque imaginar tu rostro entre las nubes, es demasiado complejo para el azar y las divinidades; y si lo viera pensaría que sufro una enfermedad mental.
No creo en dragones, ni tengo una especial predilección por ellos; pero ahí está.
Y yo debajo…
Faltabas tú para que apremiándote y señalando la mancha de luz, te preguntara qué ves.
Y besarte a traición el cuello apresando tus soberanos pechos en un abrazo de lujuria y posesión.
El hombre solitario siente aún más la fría y serena soledad observando al dragón aseándose. Lamenta no poder flotar hasta él y decirle: “Hola dragón ¿me puedes llevar lejos con tus poderosas alas? Me duelen lo pies, por decir lo mínimo. Adonde tú vayas me parecerá bien”.
Se cierra la nube devorando al dragón y siente una triste sensación de pérdida que crea un leve rictus de dolor en su rostro que ahora mira el suelo.
Clava con firmeza el bastón en La Tierra y empieza a caminar pensando en la improbabilidad de la magia.
El del bastón, soy yo, mi amor, atrapado en el triste final de un cuento de dragones y mazmorras.
Sin ti de nuevo…

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.