Posts etiquetados ‘amor’

El gran problema del cuerpo es el alma que lo humilla haciéndole creer que es un super cuerpo con superpoderes.
El alma es todo emotividad e ilusión. Espiritualidad sin descanso.
Pero la vía del dolor y el placer es la carne, siendo el dolor lo más habitual.
Calor, frío o indiferencia en el mejor de los casos.
Al no tener nervios el alma no conoce el dolor, ni el placer más que como poesía o ilusión para recrear tragedias y romances oníricos. Y como es el dolor lo que hace realmente notoria la vida y es el parásito pegado a la piel desde el nacimiento, el placer se queda en mera anécdota y una exaltación excelsa del alma de la reproducción, la cópula sexual.
Y así en toda situación, momento y lugar; con el deseo, la libertad y el planeta entero. Si le das libertad al alma convertirá tu vida en un falso paraíso aún que no eres cadáver.
He sido lo suficientemente hábil para domar el alma, hasta el punto de dudar si la tengo.
He amorrado mi alma contra mi sexo y el de mi puta para que tuviera un atisbo del acre y fuerte olor de los genitales, que no huelen a rosas o esencias divinas, sino a humores sexuales dulzones y picantes como el ácido olor de los restos de orina y su animalidad afrodisíaca. Como a mí me apasiona y excita, sin circunloquios de poetas con el alma escindida del cuerpo, ingenuos…
Mi alma es conocedora del agrio aroma a sudor de mi carne, la que como y follo. Y evoca su coño en toda su magnitud, fragancia, viscosidad, elasticidad y sabor, con el más obsceno pragmatismo y deseo animal.
Hace eones que mi espíritu aprendió de la carne y no la humilla con rebuscadas imágenes idílicas, extraterrenales aromas y gemidos de mitológicas posesiones.
Mi alma asume los jadeos animales de lucha, posesión y placer. Un cansancio acumulado de dolor y frustración que se diluyen por unos segundos con el semen mezclándose con su viscosidad en la cópula.
Y así, sin engaños, admiro con profunda emoción las cercanas y abruptas montañas y las nubes que las acarician masturbándolas.
Precioso…
Las amo por lo que son en realidad, sabiendo que caminando por ellas y sus nieblas, la muerte, el dolor y el cansancio se hacen posibilidad en mi alma como el frío y el deseo angustioso de encontrar refugio y sobrevivir.
No ser cazado, no caer y partirse las piernas o la cabeza dentro de esa bella foto que el alma en su ignorancia, juzgaba como el sumun de lo idílico.
Aprendí a amar y admirar a pesar de la verdad de la carne y su dolor, a pesar de las fantasías del alma ignorante y cándida.
Los reyes magos no existen; sólo importa su sabor aún en mi boca, la textura de sus endurecidos pezones o la agridulce baba de su coño.
Y mi rabo oliendo a ella…
Mi cuerpo es uno con el alma, sin remilgos y con la adecuada pasión y fuerza.
Ya no sé cuándo perdí la gracia de la ingenuidad. Y ahora amo lo bello a pesar del terror y el miedo que pueda prometer. Amo el sexo crudo como despertar con una ternura al lado de quien amo.
Amo a las hostiles montañas y sus nieblas que me dejan ciego.
Mi alma se hace vieja conmigo, íntimamente insertada en cada fibra muscular.
Moriremos juntos, sin fantasías.

Foto de Iconoclasta.

No creo en mi alma, soy más del cerebro.
Lo cual, me hace irremediablemente mortal porque sólo las almas se reciclan en otra dimensión, en otro cuerpo, en algún paraíso, en el infierno o cuelgan como invisibles materias oscuras en el cosmos esperando algo que no llegará nunca.
Tampoco creo en vuestras almas. El vapor que desprende un cadáver carece de identidad.
Lo sé por el humo del tabaco que no habla y porque he visto muertos; como los seres que quise y se pudrieron sin más.
Es importante la palabra adecuada para que defina el preciso pensamiento.
La exacta tristeza.
El silencio define la ausencia de todo.
Un silencio es una muerte.
Una palabra exhalada o escrita es un pedazo de vida, tal vez de una longitud de dos segundos a lo sumo.
El vapor es un silencio sin boca ni manos, mi cerebro seco exactamente.
No es algo malo, tan solo es una tragedia más de nuestra tangibilidad.
Y el amor es la necesaria ilusión para desear la opacidad de la carne.
Aunque también el odio…
Pero mientras somos sólidos podemos elegir. Cada cual usa su carne según sus posibilidades, según su peso.
Según defina con exactitud o ambigüedad la comprensión de lo que le rodea.
Tengo un millón de razones para odiar antes de ser vapor.
Y sólo una para amar: tú.
Elijo el amor contigo y, tal vez, un día hacerme vapor deshilachándome con un pequeño calor entre tus dedos y en tu cabello cuando cubre mi rostro aislándome en ti.

Pensó demasiado tiempo en el enigma del amor, sus consecuencias e imposibilidades.
Un día prestó atención al espejo y se vio viejo y débil. Humillado con un pañal.
Todo aquel desgaste para al final morir y dejar de importar…
Abrió el mando del gas de la cocina y aceleró el proceso de la agonía.
Pasados unos segundos nadie sabía que un día existió.
Yo lo sé porque soy Dios.
Y como él millones; pero muy pocos encuentran la solución al enigma, el suicidio, y mueren rabiando como ratas con el espinazo partido en una sucia calle.
Se siguen meando encima durante años y años, gastando indignamente sus ahorros en pañales.
No los creé a mi imagen y semejanza, el meteorito que mató a los dinosaurios provocó una nube radiactiva, mutó una manada de titís y el resultado fue la pérdida del pelo y un tumor en el cerebro con el que nace todo ejemplar de la raza humana. Con el tiempo algún figura afirmó que los animales humanos tienen el cerebro más desarrollado de todas las especies.
Y como no había gas, también murió babeando, como la gran mayoría votante.
Son como aquellos monos de mar que se vendían por correo en los setenta, simples amebas.
Han pasado tan solo mil millones de año y ya me aburro.

No puedo entender las mariposas del estómago; pero sí son razonables las imposibilidades que surgen de amarte dando vueltas en mi estómago como náuseas.
Las mariposas son la antítesis de desearte: su sutileza y mi densidad. Su volatilidad y la gravedad que me hunde década tras década en la tierra. La inmovilidad de una estrella que se consume alumbrando lejanamente las cumbres de tus pechos y ellas tan volubles volando de flor en flor.
De las mariposas adoro su belleza y volubilidad. Su universo, donde hay tantas flores.
Aquí existes solo tú, no hay más flor.
Tal vez sea que más que adorar, envidio su fugacidad y volubilidad.
No puedo ser como ellas, en mi cosmos es obscenidad.
Sin embargo, el no esperar.
Una vida sin vértigos, de luz…
Nací demasiado longevo, demasiado pesado.
Quien fuera ellas…
Una de las dos especies no tiene futuro, o es negro como la tumba en la que me hundo.

Foto de Iconoclasta.

No hay tragedia en el árbol tumbado por el viento. Incluso es motivo de alegría por su leña.
Con los seres humanos anónimos ocurre lo mismo, por el espacio libre que dejan.
Los árboles no lloran por sus muertos y los humanos se angustian porque el cadáver les recuerda cuál es su destino final. Los hay que lloran por perder a un ser amado; pero la práctica es que la indiferencia es una absoluta mayoría; la vida es corta y solo los estafadores y maníacos sienten dolor por cada humano muerto en el mundo. Son los únicos que tienen tiempo para las indiferentes muertes.
Los antílopes no lloran por el que devoran los leones a pocos metros de donde pastan y no hay nada que reprochar.
El mundo gira a la misma velocidad cuando muere un árbol, un humano o un amor.
Los amores muertos no dejan residuos y sus vapores no afectan más que a los amantes, es una tragedia íntima que todo ajeno ignora y de poco alcance radiactivo, no más de tres o cuatro centímetros desde la piel.
No hay responsos por los árboles, humanos y amores muertos, no para todos los cadáveres. Solo puedes sinceramente, observar los restos y las tristezas que evaporan y razonar que no es tu momento.
Que ya lloraste a los que debías y que la vida es una mecha rápida e imprevisible.
Podría ser amable y desearle buen viaje al árbol caído (como el ángel…); pero no pide ni necesita hipocresías.
No puedo regalar un tiempo que se me escurre rápido entre los dedos.
No pierdo el tiempo con los muertos porque son demasiados y no todos fueron buena gente cuando respiraban.
Soy selectivo.
Existentes ciertas insensibilidades que se desarrollan con la praxis vital, herramientas necesarias para que los forenses puedan hacer su trabajo relajadamente.
Y para que yo la siga amando sobre todos los cadáveres de La Tierra.
Así que cierro los ojos ante la repentina ráfaga de aire fresco que relaja mi piel y el tabaco templa mis pulmones rudos y experimentados.
Buen viaje, arbolito.
Tampoco cuesta tanto saludar a los muertos si te apetece cuando nadie te ve.
Y podría sonar Spiegel im Spiegel es un buen momento; pero nada es perfecto.

Foto de Iconoclasta.

He pensado en la roca seca que el río no moja y en las bocas polvorientas sin besos.
He meditado sobre el amor y su hidratación.
Y el odio y su combustión.
He elegido el odio porque es gratificante y fácil. Muy fácil… Por mucho que mientan miles de veces; odiar es más fácil que amar.
Hay más seres odiosos que fascinantes.
Es una cuestión de probabilidades, de oportunidades.
Soy un animal que razona con la boca llena de besos incinerados, imposibles. Y antes me arranco la cabeza que perder mi impía animalidad penetrante y superviviente.
Indiferentemente homicida.
En el universo solo hay una boca, y rocas a millones. Es una guerra perdida, solo puedo aspirar a arrastrar conmigo al río seco a cuantos pueda.
Para evitar sufrir el ansia de la boca seca debes odiar.
Polvo de besos muertos…
El odio es un mercurio que llena los espacios vacíos que crea el amor y te hunde con seguridad en la tierra real y sórdida. Cruel sin pecado concebida.
Odio por razones terapéuticas y mi inevitable irracionalidad animal.
La muerte es un acto cotidiano y yo puedo ser consecuencia y portador.
Puedes elegir si no eres dado a puritanismos fariseos.
Los humanos tenemos esa libertad salvaje que ni las divinidades nos pueden arrebatar.
Es un hecho.
Soy alérgico a la depresión… No puedo llorar tristezas, solo odiar al mundo que me las clava.
Soy la injusticia premeditada y cultivada.
Y unos labios ajados.
Es un acto de justicia salvaje gritar por la violencia y la destrucción, la muerte y el sufrimiento de todo lo vivo y establecido suciamente desde los inicios de la civilización.
Exijo y busco la aniquilación de quienes sustentan los pilares de la civilización y de los que lamen sus pies, abonando, eternizando la podredumbre.
Lo exijo con la boca polvorienta de besos marchitos. Como escucho a la piedra arrasada por el sol e ignorada por el río, blasfemar violentamente contra su cochina existencia.
Tragos de sílex hiriente…
Las vísceras húmedas…
Es hora de morir, animales.
Un gran festín para los buitres.
Odiar es sólo biología e ira. Cacao para los labios cortados.
Nada personal.
Tan solo es mi puta boca seca de ti…
Una contracción brusca de la esperanza.
Tenía que pasar.

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta

Tengo una sobredosis de ansiedad de ti.
Me he chutado en vena tus palabras y sonrisas, tus sueños y amaneceres injustos.
Y mi piel destila gotas de tu alma.
Te juro que no es sudor, porque siento el cuerpo helado por dentro.
Estoy absolutamente colgado de ti.
No distingo si en mi cabeza riges tú o yo.
He esnifado recuerdos contigo e incluso he dudado de que los sueños lo fueran.
He despertado sentado en una roca a la orilla del río.
La lluvia de pelusas de los sauces, como seres celestiales ingrávidos y volátiles sobre el cauce, dibujaban tu rostro en el aire.
Irremediablemente me arrastraban a ti.
He sorbido una gota de sangre que descendía por la nariz y me he lavado el rostro con el agua fresca de tu líquida mirada.
He imaginado el planeta desde el espacio, sus distancias e inconsecuencias.
Y un repentino latigazo de solitud me ha provocado la necesidad de escapar contigo de nuevo. Escapar de la dimensión real…
Pero no me quedaba más morfina de amor.
Por el pliegue del codo una pequeña boca pide más de ti y llora una gota de sangre con hambre.
Las venas se rasgan con el ánimo.
No sé, es difícil amar y comprender.
Arrastrando mi mono de ti he caminado con un saco de tristezas que solo debe abrirse en la oscuridad y su aislamiento. En la habitación del llanto de mi hogar.
Volveré a encerrarme en mi laboratorio de amor ilegal y quemaré más palabras tuyas escritas en papeles rasgados como mi pensamiento. Y sublimaré las cenizas con lágrimas.
Destilaré la materia oscura y la esencia será de mil partes de ti por una de mí.
Las sobredosis de ti no matan; es imposible que pueda causar un daño el exceso de ti. Principalmente se debe a que no hay exceso, soy insaciable.
No importa lo que se espese mi sangre con tus palabras procesadas en mi alambique de la desesperación.
No importan las cenizas tantas veces esnifadas, adheridas en los pulmones y las impurezas que pudiera haber por mi torpeza en la elaboración.
Aunque dudo que sea un ventaja no morir por narcosis de tu amor.
Estaría bien morir suave y plácidamente. Es una dura prueba de entereza salir de la psicodelia de amarte en un momento y lugar sin ti.
Lo que no haga tu amor, el tiempo lo hará. Sin embargo, hay tanto tiempo que el desgaste es eterno como el infierno.
He alucinado en algunos viajes que esos seres que flotan sobre el río y lentamente caen en el agua, como si no quisieran, son capaces de arrastrarme río abajo y llevarme al mar cuyas todas aguas conducen a ti.
No tengo necesidad alguna de despertar, no me preocupa. La ingravidez de la inexistencia es ese descanso que buscan los alquimistas yonquis del amor, cuando se colocan con sus propias drogas.
A veces, cuando la vida duele mucho, tengo un mal viaje al meterme un jaco de tu alma y ocurren cosas horribles; la ventaja es que al despertar no hay esa tristeza que incinera la ilusión de los sueños. Sin embargo, he perdido el tiempo.
La tristeza, más hermosa que cualquier alegría, llega cuando te disipas entre las volátiles pelusas que, arrastradas por suspiros y trinos nievan blanca y cálidamente sobre el cauce del río.
Y Linda Ronstadt cierra hermosa y sensualmente su Blue Bayou…

Iconoclasta

¿Te han dolido alguna vez los huesos por dentro, como si un tallo espinoso creciera en el tuétano?
Es un dolor profundo como la fosa de las Marianas. E irritante como el siseo de un político o religioso en la televisión.
Y ahí, dentro del hueso donde habita el mal y su dolor, no llega la medicina y su calmante paz.
Tres días atrás, con un taladro intenté hacer un agujero en la tibia para dosificar aspirina directamente en mi podrida médula.
Debe de dolerte mucho la vida para combatir un dolor interno con uno externo que te aplicas tú mismo. Quiero decir que no es un acto de valor o locura, es simple desesperación sin complicación psiquiátrica alguna.
Todo el mundo lo haría si se encontrara en mi lugar.
Si es locura o no carece, de interés; lo único que importa es acabar con el puto dolor de dioses e idiotas místicos que, tantas propiedades beneficiosas le achacan de mierda.
Es exactamente lo que ocurre con el amor. Es una excrecencia calcárea, un tumor que envuelve el corazón oprimiéndolo. Una coraza impermeable a la cura y que no hace más que crear ansiedades y melancolías por lo que no puede ser. Y no te lo puedes extirpar, el amor o te pudre la vida o lo asimila el organismo mientras disfrutas de sus poderosas cualidades espirituales y carnales.
El dolor de mi hueso no es como el amor, no tiene posibilidad alguna de disfrutarse y si desaparece, será conmigo.
Coloqué en el portabrocas del taladro inalámbrico con iluminación de leds (un cacharro de última generación que me costó una pasta), una broca de vidia de seis milímetros. Y la suspendí encima de la tibia, unos diez centímetros por debajo de la rodilla para no tener que adoptar una postura forzada para las posteriores curas.
Y apreté el pulsador del taladro.
Taladrar la piel y la escasa carne que cubre la tibia fue sorprendentemente rápido incluso ladeé la cabeza con ademán de satisfacción. A la milésima de segundo siguiente ya me había meado y sentí que mi mente se rompía en mil pedazos y cada fragmento quería escapar de mí y así escapar del dolor. Fue tan brutal, que incluso el dolor quería huir de sí mismo. Me dieron ganas de reír insanamente; pero fue imposible, aquello no hizo más que empezar.
En efecto, cuando el filo de la broca giró sobre el hueso, me quedé ciego. Lo último que vi fue la batería romperse cuando estrellé el taladro contra la pared. Mientras todo eso ocurría, me precipitaba a velocidad vertiginosa a un abismo. No sé cómo, pero salí de mi carne y me hice vapor frente a mí mismo. Pude ver y oír mi cabeza golpear escalofriantemente el suelo de gres con el rostro épicamente contraído por el dolor, allá donde estaba sentado para practicar mi auto cirugía. Alguien me dio la estatuilla del Óscar y lloré emocionado ante el público.
Me di cuenta de mi innata fealdad por la contracción del rostro durante el descenso; pero nada de eso me dolió ni humilló.
Sentirme lejos de mi cuerpo fue maravilloso, el dolor desapareció instantáneamente, me sentía libre un millón de veces.
Pensé que había muerto y sonreí.
Cuando desperté lloré desconsoladamente porque no estaba muerto. No recuerdo haber sentido mayor tristeza en toda mi vida. Y conmigo el dolor también despertó y se hizo poderoso.
Y conquistó mi vida toda.
La invadió e hizo de mí un prisionero de guerra.
Otra vez.
Un fragmento ensangrentado de la broca, se encontraba entre mis pies, lejos del valioso y caprichoso taladro.
No puedo explicar el terror que me provocó ver la fea herida de la tibia, como si un pequeño volcán fuera, expulsaba un líquido ambarino, un suero tiznado de sangre residual que adquiría un tono escarlata al coagularse.
No sabía cómo podría recomponer todo ese daño en apariencia pequeño, pero lucía como un sol poderoso en mi universo doloroso.
Me puse en pie y todo el peso de mi cuerpo cargó sobre esa pequeña superficie tumefacta de la herida. Era un dolor aplastándose a sí mismo, era tanta la presión que un reguero ámbar comenzó a bajar por la pierna hasta llegar al tobillo y ramificarse graciosamente como un río en un mapa.
Como es natural, me sentía ya muy cansado del dichoso dolor.
¿Y si el infierno existía y ya me estaba pudriendo en él?
Me arrepentí en el acto de no haber ido más a misa y aceptar el cuerpo de Cristo y la bofetada del cura como tanto borrego ha hecho a lo largo de la mísera historia humana.
Encendí un cigarrillo mordiendo con ira el filtro y ofendido por el olor de mis meados.
El hedor de la orina desapareció con el primer chorro de agua fría en la ducha; pero cuando el agua contrajo la herida allá abajo, lejos de mí, el dolor se rebeló contra la profilaxis. Tanto qué, cómo llegué a la cama y me dormí, es ya un clásico del espacio en blanco en mi existencia.
Las pulsaciones de la herida era la banda sonora de mi sueño. No era especialmente molesto, pero si un tanto perturbador, parecía que algún tipo de vida se estaba desarrollando en mi pierna.
Lo cierto es que el dolor interior del hueso, ya no existía, o si existía estaba enterrado por el nuevo que me había provocado yo solito.
Espero que un clavo saque de verdad otro clavo, sinceramente.
Temo al ridículo cosa mala.
Sea como sea, dormí largo y fructuosamente. Incluso soñé que compraba una batería nueva para el taladro inalámbrico.
Parece que no, pero cualquier superficialidad consumista ayuda a ser optimista de mierda.
Desperté con fiebre, la herida se había inflamado como si ocultara un albaricoque en la tibia y estaba amoratada como las uñas de los cadáveres. El pus amarillento formaba una cúpula preciosa que por momentos se derramaba ladera abajo.
Me incorporé y el trallazo de dolor ya no tenía importancia comparado con la cirugía de la broca, y si no hacía otro experimento conmigo mismo, podía morir tranquilo por la infección y delirando, sin apenas dolor o su percepción.
Y ahora, tres días pasados desde el infierno taladrador debería preocuparme por la herida y lo que surge de ella.
Ayer fue un pus verdoso que creaba un arroyo espeso hasta el tobillo, pero la inflamación mengua por el drenaje natural aunque un médico haría un gesto de desagrado; de esos que dicen que esto no va a tener un final feliz.
Y el dolor es tan soportable como cuando se te pudre una muela. Una minucia sin importancia.
Lo que no duele no me preocupa. Bueno, lo que no duele mucho; porque cada paso que doy un vidrio cruje en la tibia y hace eco en el cerebro, como si estuviera a punto de hacer crac.
Y ahora está surgiendo un tallo espinoso como una zarza; pero sin moras. Al menos de momento.
Podría parecer preocupante, yo lo considero repugnante.
Es una metáfora de mi vida: cosas que surgen y que nunca florecen.
He intentado tirar de él; pero me rasca el alma del hueso y levanta los dedos del pie como si tirara de las riendas de cinco caballos que levantan molestos la cabeza al tiempo.
Nunca he subido en un caballo, me parece injusto para el animal, soy demasiado pesado.
Pero he visto películas…
En vista de los resultados, me inclino a no extraer este amor que me oprime sólidamente el corazón.
Uno de esos amores que nunca se materializan y por tanto se enquistan formando un hueso que encapsula el corazón. Y lo asfixia, si eso fuera posible.
Ni por toda la piedad del mundo y la total ausencia de dolor voy a pasar por el mismo trance del taladro.
Soy un idiota que se cree muy fuerte y solo soy un mierda.
Un mierda que se mea encima.
Así que como todo está perdido es una estupidez prolongar la agonía.
Dejaré que la infección que provoca el tallo haga su trabajo y moriré en un delirio, sin enterarme apenas.
Sin que lo sepa nadie.
Me han llamado varias veces desde la empresa para que les explique mi prolongada ausencia.
Para lo que me queda en el convento me cago dentro.
Tengo veintiocho cajas de cigarrillos en la despensa, me da paz ver el tabaco junto con las latas de atún y berberechos. Tabaco es todo lo que necesito a falta de un buen antibiótico y un antipsicótico.
Porque pensar en comer me provoca náuseas.
Con las tijeras en la mano he tirado del tallo para cortar cuanto pudiera. Ya medía cuarenta centímetros y me hería la piel con cada movimiento que hacía.
Por el corte ha surgido una materia espesa y marfilina, es el tuétano del hueso del que se alimenta la planta. No ha dolido nada; me pasaría la vida cortando la zarza…
Las espinas estaban sucias de mi médula ósea. Quieras que no, inquieta.
Cuando el dolor es tan ausente, tiendo a pensar que se debe a que hay muerte o necrosis en ese lugar de mi cuerpo. Soy pesimista por sistema, qué le vamos a hacer…
Y entre la piel y el tallo, el verde amarillento surge como una lava continuamente, está visto que el tallo y yo nos provocamos rechazos, somos naturalezas distintas peleando continuamente por gobernar el cuerpo y las cosas que contiene.
La podredumbre es como la muerte, inevitable también.
Son cosas molestas, embarazosas.
Porque todos sabemos lo que es la vejez: un marchitarse, un pudrirse.
Y ahora, buenas noches, porque he perdido el brillo de la visión. La luz del sol que se filtra por las ventanas es oscura, como cuando observas el mundo a través de la conjuntivitis.
Como si la luz fuera filtrada por la negra muerte, como el fin de una película en blanco y negro.
Y estoy un poco cansado, el corazón no funciona con alegría.
A veces golpeo el pecho y parece que arranca de nuevo.
Los dedos del pie están negros y la rodilla se ha deformado; parece el tumor de un árbol.
Sinceramente, la amputación no acaba de convencerme.
No me gustaría follar y que el muñón se elevara obscenamente al correrme.
Debe haber cierta elegancia en todas las cosas.
No hay dolor y el sueño es fácil.
El cansancio es la mano de mi amor que surge de mi calcáreo corazón, acariciándome el rostro.
Susurra “Duerme, duerme, duerme…”.
“¿Cortarás el tallo si crece mucho, cielo? Me angustia, tanto…”
Y sonríe flotando sobre mí.
Es un ángel…

Iconoclasta

Hay un tipo de amor comprimido a gran presión por la distancia, el tiempo y la imposibilidad. Cuando uno de estos factores falla se abre una pequeña brecha en el velo íntimo de los amantes por la que escapa una mínima gota que se hace torrente en un instante. Una riada de urgente amor que los arrolla.
Se arrollan ellos mismos con una violenta y caudalosa pasión.
Pareciera que una cafetera exprés de amor empezara a llenar una taza.
Un expreso corto, muy corto…
Y una vez ha iniciado el ciclo no se puede detener el escape de pasión acumulada, presurizada durante meses y años y secreta; hasta que el chorro se detiene.
Un amor a presión, una hermosa tragedia…
La crema del café se forma con los besos y “te amos”. Y la sonrisa bendita de la alegría.
Me apresuro a follarle el alma con palabras, con la urgencia del que va a morir. Porque tengo poco tiempo para entregarme a ella y mostrarle todo mi amor en apenas unos minutos.
Un café expreso, un amor atropellado…
Unos minutos para un querer que se ha extendido durante años a una escala tan grande de tiempo como profundo el deseo e insalvables distancias espaciotemporales.
Y hablando y escribiendo al tiempo, te muerdes los labios vacíos del beso no formalizado. Maldiciendo los palpitantes deseos y los actos fallidos.
Tartamudeo queriendo decírselo todo antes de que la taza se llene y cese de nuevo el flujo aislándonos a cada cual en su mundo.
Hablas de esperanzas que sabes imposibles; pero necesarias para no arañarse el alma de desesperación. Una mentira venial de amor.
Tanta emoción en tan poco tiempo.
Luego, me sentiré mierda por todo aquello que no he sabido decir.
Qué desolación cuando se va.
Los enamorados, cuando cae la última gota de espuma en la taza, se despiden con dolorosos besos. Ese expreso hirviendo y a presión, les ha abrasado los labios al beberlo sin cuidado. Con la premura de las emociones desatadas en una pequeña taza de café corto.
Un amor exprés…
En unos segundos la fuga se habrá soldado y afrontarán de nuevo su soledad secreta e íntima.
Pobres amantes expresos que se olvidaron, con la urgente pasión, de azucarar el café. Por eso la sonrisa final, aunque sonrisa, es amarga.
No tienen más remedio que aferrarse con melancolía a la amargura, porque es lo único que les quedará durante otro océano de tiempo y espacio.
Esperar la próxima taza… Para eso vivimos.
Un amor urgente…

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

Los personajes buenos e ingenuos me dan cierta lástima en este mundo de buitres y hienas. Las buenas personas vale la pena pensarlas, hay tan pocas que es terrorífico un mundo sin ellas. Que desaparezca una sola es dramático.
Así que cuando veo un buen personaje en una película o una persona que sonríe sinceramente al verme, no puedo dejar de sentir cierto temor por lo malo que le pueda pasar.
Son presas fáciles. Aunque sé que si han llegado a adultos, no necesitan nadie que los defienda.
Es tan infundado mi temor como instintivo. Tal vez sea porque el débil soy yo.
A mí me ha pasado y no soy buena persona. Me he tropezado con tantos malos siéndolo yo también…
Todas las personas buenas mueren antes que las malas. Es lo que he aprendido.
Mi padre murió con cuarenta y cinco, yo tengo sesenta y uno. ¿Soy dieciséis veces más malo que él?
Pobre padre que me quería sin imaginar lo malo que soy.
Pobre padre….
Solo estuve con él dieciocho años, y las tres cuartas partes de ese tiempo durmiendo y en el colegio.
¡Pobre padre!
Quedaron ciertos sueños rotos.
Me crispa los dedos el recuerdo de su carne fría cuando lo tendieron en la cama a la espera del ataúd.
Ahora que soy viejo y contabilizo demasiados años temo que no me hubiera querido.
No sé qué ven los demás de mí. Mi vanidad produce una gruesa capa de indiferencia.
Pero tú no eres la humanidad, tú importas.
Importabas un millón de cualquiera que sea la unidad de medida.
¿Y si no sonríen sinceramente al verme? Tal vez haya coincidido que hubiera alguien detrás de mí y le sonrieran a él.
Qué ridículo, padre…
Estoy viviendo tanto tiempo como los malos, como lo peor. Lo que queda en La Tierra.
Pobre padre ingenuo.
Aquel día todo salió mal para siempre con tu muerte.
He aprendido que algún dolor cárnico no se va nunca, siempre duele, pulsa, acaba con tu ánimo apenas ha empezado el día. Y sigue doliendo mientras duermes, no hay manera de encontrar la posición para que cese.
Tu muerte no me duele ya; pero me avergüenza porque he vivido más que tú, como los malos.
Pobre padre…
Yo no quería ser tan malo.
Creía ser idiota, pero tan malo…
¿Y si era bueno y al morirte me estropeé? Es una posibilidad que me tranquiliza.
¿Ves cómo soy un hijo de puta? Te estoy responsabilizando.
Qué puerco… Nací malo, pobre padre.
Alguna aleatoriedad de la que no tuviste culpa.
¿Dónde quedaron las cosas que no pudieron ya ser?
¿Hay una oficina de sueños perdidos?
¿De padres muertos?
¿De madres?
Pobre padre…
¿Dónde te puedo encontrar? No me olvido de tu rostro, ni de tu voz. Soy asquerosamente inmune a la amnesia.
Siempre he pensado cómo hubieras sido de viejo.
No sé… Tal vez sea una tontería, pero colecciono todas las banalidades de los seres que amo y me las meto en un bolsillo del corazón. Duele la presión, pero es que no quiero que no duela.
También me siento débil con cierta frecuencia desde entonces que me quedé yo solo conmigo y mi maldad.
Quiero pensar que el manto de la muerte me cubre despacio, que el malo por fin ha de pagar.
Que se desprenden de mí como piel muerta los cadáveres de las ilusiones que tengo dentro.
Y por ello no lucho con entusiasmo para aspirar aire, si algo es bueno no debes estropearlo. Déjalo que haga, déjalo que mate.
Lo bueno de la muerte es que mata el dolor también, es buena gente… Y la carne podrida, como si no existiera.
Bien, mis besos a la muerte.
No quiero acumular más años de maldad o mezquindad.
Ha de acabar ya esto.
Quiero ir contigo ahora y que me digas exactamente qué tipo de cerdo soy y qué he de amputarme.
No te creas que no pienso en madre; pero no tengo nada pendiente con ella. Me quería incluso cuando me hice adulto y se mostraba en todo su esplendor mi mezquindad.
Y me quería así.
Qué tonta.
Pobre madre…
Todo se muere a mi alrededor.
¿Qué pasa?
Te engañaste, pobre padre. Cuando buceo dentro de mí, no puedo evitar pensar que fui un fraude.
Ser malo no siempre es ser indigno.
Y la indignidad pesa. Debo decirle a mi hijo lo que soy.
Que tiene un padre que vive más de lo que se merece.
Porque indigno no es una buena forma de morir.
No quiero perdón, ni siquiera me he planteado que tuviera que pedirlo por nada.
Pero ¿indigno para mi hijo? Eso no es forma de morir.
¿Si yo no hubiera nacido estarías vivo, padre?
Es un problema que me corroe desde que empecé a ser más viejo que tú.
Cuando cumplí cuarenta y cinco y pasaban los días y no moría, me dije: Ya está, yo también soy un hijo de puta viviendo demasiado.
Y aquella vez que se me llenó un pulmón de sangre y cada vez que respiraba me salía por la boca, me dije: bueno, dos años de diferencia… Cuarenta y tres solo son dos años menos que padre, somos casi iguales de buenos o malos. Es aceptable.
Pero el hijo puta no se murió, está visto que mi misión era ser muy malo.
Tal vez aquello dolía demasiado y por eso me confundí. No pensaba en vivir, solo quería que, por favor, dejara de doler aquella lija que se arrastraba por dentro de mí. ¡Uf!
Y huyendo de aquel daño masivo, crucé de nuevo la frontera hacia la vida.
Quisiera lavar mi alma de lo que me hace tan longevo, si la tengo.
Dejaré de existir, lo sé; pero no quiero tener esta carga en el momento de morir.
Preferiría ser menos mierda.
Y aquí acaban mis palabras inútiles y queda eternizado mi ridículo.
Al menos que nadie crea que me sentía un buen tipo a grandes rasgos.
Pobre padre…
Te moriste queriéndome.
Pobre padre ingenuo.
Pobre padre, mal hijo.
Tiraste margaritas al hijo… Al cerdo.
Un error de cálculo tuyo. No te creas perfecto, solo amado.
Querer por querer es una imprudencia temeraria. Y una injusticia.
Y ahora que muero más que vivo no quiero engañar a tu nieto que no conociste.
A ninguno de los que te observan en las fotos pensando como hubiera sido el abuelo Paco.
Aquella mañana despertaste vivo.
Y de repente muerto, sentado tu cadáver en la silla que acarreaban los enfermeros para meterte en casa, porque no entraba una camilla o silla de ruedas en el ascensor. No sé qué pasó luego durante dos o tres horas que se me perdieron… Pudiera ser que corrí a buscarte para meterte otra vez en ese cuerpo muerto. Y lo hice mal.
Ni siquiera lo intenté, solo lloré como un maricón.
No sé… El universo se disolvió y yo con él.
Me duele la cabeza.
Necesito no vivir.
Yo mismo me maldije: lo malo vive más que lo bueno.
Y no puedo ni quiero cambiar de opinión. No quiero añadir la hipocresía a mi indignidad.
¿Escribiste alguna vez con la cabeza doliéndote como si fuera a estallar?
¿Cómo la mía ahora?
No mola.
Es una putada.
Pobre padre…
Qué desolación, papa…

Iconoclasta