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¿Te han dolido alguna vez los huesos por dentro, como si un tallo espinoso creciera en el tuétano?
Es un dolor profundo como la fosa de las Marianas. E irritante como el siseo de un político o religioso en la televisión.
Y ahí, dentro del hueso donde habita el mal y su dolor, no llega la medicina y su calmante paz.
Tres días atrás, con un taladro intenté hacer un agujero en la tibia para dosificar aspirina directamente en mi podrida médula.
Debe de dolerte mucho la vida para combatir un dolor interno con uno externo que te aplicas tú mismo. Quiero decir que no es un acto de valor o locura, es simple desesperación sin complicación psiquiátrica alguna.
Todo el mundo lo haría si se encontrara en mi lugar.
Si es locura o no carece, de interés; lo único que importa es acabar con el puto dolor de dioses e idiotas místicos que, tantas propiedades beneficiosas le achacan de mierda.
Es exactamente lo que ocurre con el amor. Es una excrecencia calcárea, un tumor que envuelve el corazón oprimiéndolo. Una coraza impermeable a la cura y que no hace más que crear ansiedades y melancolías por lo que no puede ser. Y no te lo puedes extirpar, el amor o te pudre la vida o lo asimila el organismo mientras disfrutas de sus poderosas cualidades espirituales y carnales.
El dolor de mi hueso no es como el amor, no tiene posibilidad alguna de disfrutarse y si desaparece, será conmigo.
Coloqué en el portabrocas del taladro inalámbrico con iluminación de leds (un cacharro de última generación que me costó una pasta), una broca de vidia de seis milímetros. Y la suspendí encima de la tibia, unos diez centímetros por debajo de la rodilla para no tener que adoptar una postura forzada para las posteriores curas.
Y apreté el pulsador del taladro.
Taladrar la piel y la escasa carne que cubre la tibia fue sorprendentemente rápido incluso ladeé la cabeza con ademán de satisfacción. A la milésima de segundo siguiente ya me había meado y sentí que mi mente se rompía en mil pedazos y cada fragmento quería escapar de mí y así escapar del dolor. Fue tan brutal, que incluso el dolor quería huir de sí mismo. Me dieron ganas de reír insanamente; pero fue imposible, aquello no hizo más que empezar.
En efecto, cuando el filo de la broca giró sobre el hueso, me quedé ciego. Lo último que vi fue la batería romperse cuando estrellé el taladro contra la pared. Mientras todo eso ocurría, me precipitaba a velocidad vertiginosa a un abismo. No sé cómo, pero salí de mi carne y me hice vapor frente a mí mismo. Pude ver y oír mi cabeza golpear escalofriantemente el suelo de gres con el rostro épicamente contraído por el dolor, allá donde estaba sentado para practicar mi auto cirugía. Alguien me dio la estatuilla del Óscar y lloré emocionado ante el público.
Me di cuenta de mi innata fealdad por la contracción del rostro durante el descenso; pero nada de eso me dolió ni humilló.
Sentirme lejos de mi cuerpo fue maravilloso, el dolor desapareció instantáneamente, me sentía libre un millón de veces.
Pensé que había muerto y sonreí.
Cuando desperté lloré desconsoladamente porque no estaba muerto. No recuerdo haber sentido mayor tristeza en toda mi vida. Y conmigo el dolor también despertó y se hizo poderoso.
Y conquistó mi vida toda.
La invadió e hizo de mí un prisionero de guerra.
Otra vez.
Un fragmento ensangrentado de la broca, se encontraba entre mis pies, lejos del valioso y caprichoso taladro.
No puedo explicar el terror que me provocó ver la fea herida de la tibia, como si un pequeño volcán fuera, expulsaba un líquido ambarino, un suero tiznado de sangre residual que adquiría un tono escarlata al coagularse.
No sabía cómo podría recomponer todo ese daño en apariencia pequeño, pero lucía como un sol poderoso en mi universo doloroso.
Me puse en pie y todo el peso de mi cuerpo cargó sobre esa pequeña superficie tumefacta de la herida. Era un dolor aplastándose a sí mismo, era tanta la presión que un reguero ámbar comenzó a bajar por la pierna hasta llegar al tobillo y ramificarse graciosamente como un río en un mapa.
Como es natural, me sentía ya muy cansado del dichoso dolor.
¿Y si el infierno existía y ya me estaba pudriendo en él?
Me arrepentí en el acto de no haber ido más a misa y aceptar el cuerpo de Cristo y la bofetada del cura como tanto borrego ha hecho a lo largo de la mísera historia humana.
Encendí un cigarrillo mordiendo con ira el filtro y ofendido por el olor de mis meados.
El hedor de la orina desapareció con el primer chorro de agua fría en la ducha; pero cuando el agua contrajo la herida allá abajo, lejos de mí, el dolor se rebeló contra la profilaxis. Tanto qué, cómo llegué a la cama y me dormí, es ya un clásico del espacio en blanco en mi existencia.
Las pulsaciones de la herida era la banda sonora de mi sueño. No era especialmente molesto, pero si un tanto perturbador, parecía que algún tipo de vida se estaba desarrollando en mi pierna.
Lo cierto es que el dolor interior del hueso, ya no existía, o si existía estaba enterrado por el nuevo que me había provocado yo solito.
Espero que un clavo saque de verdad otro clavo, sinceramente.
Temo al ridículo cosa mala.
Sea como sea, dormí largo y fructuosamente. Incluso soñé que compraba una batería nueva para el taladro inalámbrico.
Parece que no, pero cualquier superficialidad consumista ayuda a ser optimista de mierda.
Desperté con fiebre, la herida se había inflamado como si ocultara un albaricoque en la tibia y estaba amoratada como las uñas de los cadáveres. El pus amarillento formaba una cúpula preciosa que por momentos se derramaba ladera abajo.
Me incorporé y el trallazo de dolor ya no tenía importancia comparado con la cirugía de la broca, y si no hacía otro experimento conmigo mismo, podía morir tranquilo por la infección y delirando, sin apenas dolor o su percepción.
Y ahora, tres días pasados desde el infierno taladrador debería preocuparme por la herida y lo que surge de ella.
Ayer fue un pus verdoso que creaba un arroyo espeso hasta el tobillo, pero la inflamación mengua por el drenaje natural aunque un médico haría un gesto de desagrado; de esos que dicen que esto no va a tener un final feliz.
Y el dolor es tan soportable como cuando se te pudre una muela. Una minucia sin importancia.
Lo que no duele no me preocupa. Bueno, lo que no duele mucho; porque cada paso que doy un vidrio cruje en la tibia y hace eco en el cerebro, como si estuviera a punto de hacer crac.
Y ahora está surgiendo un tallo espinoso como una zarza; pero sin moras. Al menos de momento.
Podría parecer preocupante, yo lo considero repugnante.
Es una metáfora de mi vida: cosas que surgen y que nunca florecen.
He intentado tirar de él; pero me rasca el alma del hueso y levanta los dedos del pie como si tirara de las riendas de cinco caballos que levantan molestos la cabeza al tiempo.
Nunca he subido en un caballo, me parece injusto para el animal, soy demasiado pesado.
Pero he visto películas…
En vista de los resultados, me inclino a no extraer este amor que me oprime sólidamente el corazón.
Uno de esos amores que nunca se materializan y por tanto se enquistan formando un hueso que encapsula el corazón. Y lo asfixia, si eso fuera posible.
Ni por toda la piedad del mundo y la total ausencia de dolor voy a pasar por el mismo trance del taladro.
Soy un idiota que se cree muy fuerte y solo soy un mierda.
Un mierda que se mea encima.
Así que como todo está perdido es una estupidez prolongar la agonía.
Dejaré que la infección que provoca el tallo haga su trabajo y moriré en un delirio, sin enterarme apenas.
Sin que lo sepa nadie.
Me han llamado varias veces desde la empresa para que les explique mi prolongada ausencia.
Para lo que me queda en el convento me cago dentro.
Tengo veintiocho cajas de cigarrillos en la despensa, me da paz ver el tabaco junto con las latas de atún y berberechos. Tabaco es todo lo que necesito a falta de un buen antibiótico y un antipsicótico.
Porque pensar en comer me provoca náuseas.
Con las tijeras en la mano he tirado del tallo para cortar cuanto pudiera. Ya medía cuarenta centímetros y me hería la piel con cada movimiento que hacía.
Por el corte ha surgido una materia espesa y marfilina, es el tuétano del hueso del que se alimenta la planta. No ha dolido nada; me pasaría la vida cortando la zarza…
Las espinas estaban sucias de mi médula ósea. Quieras que no, inquieta.
Cuando el dolor es tan ausente, tiendo a pensar que se debe a que hay muerte o necrosis en ese lugar de mi cuerpo. Soy pesimista por sistema, qué le vamos a hacer…
Y entre la piel y el tallo, el verde amarillento surge como una lava continuamente, está visto que el tallo y yo nos provocamos rechazos, somos naturalezas distintas peleando continuamente por gobernar el cuerpo y las cosas que contiene.
La podredumbre es como la muerte, inevitable también.
Son cosas molestas, embarazosas.
Porque todos sabemos lo que es la vejez: un marchitarse, un pudrirse.
Y ahora, buenas noches, porque he perdido el brillo de la visión. La luz del sol que se filtra por las ventanas es oscura, como cuando observas el mundo a través de la conjuntivitis.
Como si la luz fuera filtrada por la negra muerte, como el fin de una película en blanco y negro.
Y estoy un poco cansado, el corazón no funciona con alegría.
A veces golpeo el pecho y parece que arranca de nuevo.
Los dedos del pie están negros y la rodilla se ha deformado; parece el tumor de un árbol.
Sinceramente, la amputación no acaba de convencerme.
No me gustaría follar y que el muñón se elevara obscenamente al correrme.
Debe haber cierta elegancia en todas las cosas.
No hay dolor y el sueño es fácil.
El cansancio es la mano de mi amor que surge de mi calcáreo corazón, acariciándome el rostro.
Susurra “Duerme, duerme, duerme…”.
“¿Cortarás el tallo si crece mucho, cielo? Me angustia, tanto…”
Y sonríe flotando sobre mí.
Es un ángel…

Iconoclasta

Quisiera amarte con serenidad, no escribiendo y describiendo con brutalidad la tristeza, lo mierda que me siento cuando te leo sin mirarte, cuando las palabras carecen de tu sonido. Cuando el aire no está ionizado de ti.
No mirarte, no oírte, no besarte, no joderte…
La serenidad ha desaparecido de la faz de la tierra.
Es normal que este colapso de amor conduzca a la duda: ¿Y si no me amas?
Observar tu lenguaje corporal y oír las palabras escritas moduladas por tus labios… Es lo necesario para verificar la concordancia de los gestos y la entonación de tus palabras con el amor. No es lógico enamorarse tan perdidamente sin esos datos.
Si no me amaras, qué ridículo…
Sin embargo, la otra lógica dice que me amas, porque no hay nadie al otro lado del universo amenazándote con un arma para que escribas las palabras de amor y deseo.
Nuestras intimidades no certificadas.
Si no me amaras, no tendría sentido este intercambio de sueños y deseos.
Cuando algo no está bien, cuando algo me falta no puedo pensar con objetividad y mucho menos con un eufórico optimismo. Solo me permito ser medidamente ingenuo.
Y así y todo, soy tu más demente número uno.
Durante el acto de leerte y unas horas después, son los momentos de más lucidez y serenidad en mí.
Y descanso de todo este estrés con las manos sucias de mi leche jadeando aún el placer que se me permite.
Cuando el semen se seca, vuelta al tormento…
Si te he de ser sincero, cuando leo tus sorprendentes y excitantes obscenidades, con las que indefectiblemente acabo corriéndome; no te amo. Es puro instinto animal, incluso siento ferocidad no solo por metértela, sino de ser tu amo. De sentirte de mi propiedad.
Todo está bien en ese momento primigenio, instintivo. Puramente animal.
Sin más complicaciones, por favor.
Sabes explotar y no es tu naturaleza reprimir tu sensualidad hasta hacer hervir mis cojones. Eres mi amada microondas.
Incluso ahora, concentrado en escribir todo lo que no te siento y no te tengo, no ceso de separar y cerrar la piernas intentando dar consuelo a un pene que duele al intentar expandirse en el pantalón con un glande mojado y resbaladizo.
Padezco la compulsiva ansiedad de irrigar tu monte de Venus y el coño con mi leche y luego desfallecer, escupir los últimos de deseos dentro de ti, con el movimiento peristáltico de tu vagina perfecta e impía extrayendo las últimas gotas de mi animalidad.
Esto no es una misa y tú eres la más mujer de todas las mujeres. Es un deseo violento y ancestral, no es posible describirlo con delicadas palabras. Es más, quiero herir tu sensibilidad, la de tu coño. Y que separes los muslos leyéndome.
A la diosa, lo que es de la diosa: la carne cruda de un celo húmedo y desatado.
O un beso robado en la paz de un amanecer aromatizado con el íntimo café.
Quisiera amarte con la serenidad de despertar junto a ti. Y hacer emerger tu conciencia dormida lamiéndote dulcemente entre los muslos.
¿Has visto? Se me derrama la ternura y el deseo en avalancha. Haces de mí el caos.
Vivir como yo es una monstruosidad, es desvivir. Pagar una condena por un delito no cometido.
Tu condenado te ama.

P.D.: Sé que no puedes sentirte como yo porque tú ya te tienes. Qué envidia…

Iconoclasta

I’m Going Slightly Mad. Queen.
https://youtu.be/Od6hY_50Dh0

Adoraba mi soledad; pero desde que conocí su existencia acostumbro a renegar de ella.
Nunca pensé en la posibilidad de que fuera real. Debía tratarse de un ser mitológico para arrancarme de mi profunda sima de cultivada soledad.
Si aun así existiera, no llegaría a conocerla porque los solitarios provocan desconfianza y dan grima, nadie quisiera verse como yo.
Soy un apestado.
Cuanto más solo estás, más deseas estarlo. Y la distancia hacia cualquier ser se hace abismal.
Pero ya se sabe aquello de: cuando yo dije sí, mi caballo dijo no.
Apareció dando una patada a mi dimensión solitaria e hizo mi triste paz añicos.
Mi mente epatada ante la diosa, creyó oír: “Debes amarme”.
Yo dije: “Es cierto, ahora no puedo dejar de amarte”.
Fue fulminante.
Obedecí su mandamiento único con la solidez de mi pensamiento aislado de toda humanidad. Sentí que me lo había cincelado en el pecho con sus dedos divinos.
Pactamos con las lenguas enredadas un futuro incierto de encuentros y desesperos.
Di templanza a sus pezones endurecidos de deseo con dedos incrédulos.
Y besé la hostia entre sus muslos, la lamí hasta que profirió blasfemias.
Ella una diosa…
Me clavé a ella cayendo vertiginosamente en su esponjosa viscosidad. Sentía como su coño ardiente como un crisol fundía mi glande que goteaba un agresivo deseo. Y se desdibujaron los límites de las carnes; no supe cuál era la mía o la suya. Caí en su entrópica dimensión hasta correrme con un atávico grito de posesión.
Era ella la que me poseía…
El amor de la diosa es inescrutable, y yo me creí fuerte para afrontar una tragedia de amor.
Dejé de sentir la soledad como amiga y don. Tornose una cruz astillada en mis hombros.
¡Oh mortificación!
Y díjome: “Debes esperarme”.
La esperaba con ansiedad animal frotándome la piel helada de soledad. Esperando otra oportunidad para fundirme de nuevo en ella; pero el tiempo de la divinidad aplasta y deja en el limbo al amante mortal.
La cruz astillada empezó a pudrirme las venas, el caballo no conseguía aplacar la ansiedad ni la desproporcionada presión de la columna de soledad que caía sobre mí con implacable asfixia.
El infierno acortó la distancia hasta mí comiéndose el rojo de mi sangre velozmente. Y por más jacos que chutara en vena, no conseguía dejarlo atrás.
Hoy he pinchado la vena y ha dolido como nunca. He sentido con un chirrido de dientes la aguja raspar el hueso. La sangre ha salido blanca, el infierno me ha alcanzado.
Fue un error obedecer el mandamiento de la diosa.
¡No!
Fue un error nacer…
Soy la enseñanza del fracaso.

Iconoclasta

La luz oscura.
Las palabras en el vacío.
La oscuridad jadeante.
Los párpados destripados.
El pene desollado y la navaja sucia a tus pies.
Escamas de óxido en una esclerótica.
Llorar sangre y que no duela.
La sangre del ano que caga vidrio.
Una sonda de alambre en el meato.
Una oruga en los labios.
El filo que desguaza la uña de la carne.
Un sueño de infinita pena y no despertar.
Despertar de un sueño y quedar abandonado a la vigilia.
Un alarido que no sale a pesar de las mandíbulas desencajadas.
Un café amargo con mucho azúcar y los dientes ensangrentados.
La nariz rota hurgando el cerebro.
La vida rota.
La alegría hecha pedazos.
La tristeza como lepra.
El mismo día.
El último vómito del cáncer
Su coño desbocado golpeando circularmente mi boca.
El semen brotando como una meada, sin tocarme. Y ríen.
El hijo que nace con las tripas fuera y llora y no muere.
El amor era mentira.
La existencia de Dios.
El enfermo parto de una virgen.
Papá muerto follando a mamá muerta en el Cielo Cristiano.
Un jaco profundo en el oído y el caballo no calma el dolor.

Iconoclasta

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Una vez fui carne y hueso.
Y el planeta se propuso evaporarme.
De alguna forma todos nos evaporamos; pero yo esperaba que los años marcaran mi rostro y mi piel con la sequedad de vivir bajo el sol, con arrugas como cicatrices de tristezas y dichas, con los dedos torcidos, con la mirada intensa entre los párpados pesados. Ser un sabio cansado, románticamente derrotado.
Con la piel de un reptil.
Imaginaba otro estilo de degradación, algo que me conservara tangible hasta la vejez. Que ella pudiera acariciar y evitar toda esta tristeza que hace su mirada húmeda y cubre brillantemente su piel tersa, como si un brujo le hubiera aplicado el ungüento de la desolación, tan bello y tan aniquilador para la alegría.
Siempre soy elegido para lo peor, es la sensación que he tenido toda mi vida de carne y ahora de gas.
No tengo ninguna importancia, es solo una cuestión aleatoria. No recuerdo haber realizado una maldad especial. Mi carne es incompatible con La Tierra, es alguna mutación. Soy un superhéroe cuyo poder es super morir transparentemente.
Hay gente llorando a medida que se evapora, sus palabras son vientos que se desvanecen antes de llegar a los oídos.
Cuando te haces gas, nadie puede abrazarte. Solo sirves como fantasma para las sesiones de espiritismo y se ríen de ti si tuvieras suerte. Porque si tienes un amor, maldita sea la gracia…
Maldita…
Echo de menos el tacto, porque incluso en mis sueños gaseosos, cuando la acaricio mis dedos se deshacen en su piel. Gira su mirada al mar y llora una tristeza, lo sé por sus hombros que se agitan un poco, como si le soplara un aire frío a pleno sol.
Y ante esa bellísima tragedia de mi amor quisiera clavarme las uñas en el rostro, pero solo me hago jirones indoloros.
Cuando me acaricia, mi rostro se deforma en volutas entre sus uñas rojas, como las de un cigarrillo que acaba fundiéndose con la nada.
Es malo que te amen cuando eres condenado a evaporizarte, porque sufren más los amantes sólidos. Sufren porque los dejas solos abandonados al gaseoso e intangible amor cadáver: tú.
Ella grita: “¿Por qué?” Con la desesperación de lo inescrutable.
Entonces pienso en un viento que me arrastre y acabe con la agonía que represento para ella; pero no soy un fluido normal, soy una maldición que no guarda lógica con nada en el mundo.
Cada vez que intenta meterme en una botella, me diluyo más en la atmósfera. Le digo que no importa con la mirada. Le tiemblan los labios de tantas cosas que tiene que decir y llorar. Agotada y furiosa lanza la botella contra la pared.
Y sin pensar, intenta abrazar la cosa flotante que soy.
Y aúlla…
Es la pura tragedia, la más grande del mundo.
Cada amanecer, soy más transparente. Incluso se borra lo que un día fui, lo que un día quise ser, lo que nunca podrá ocurrir.
No duele la carne que se evapora, es la locura lo maligno. Es este apenas vivir que duele un millón, dos millones de unidades de intenso dolor de incomprensión y terror.
Un día tuve un nombre; pero despareció…

Iconoclasta

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Eres un maravilloso accidente en mi vida. Y te llamo accidente por lo sorprendentemente fácil que es amarte; como caer por un tropiezo y darse cuenta de que estás perdidamente enamorado.
De la forma más ilógica e inmadura.
Si tú eres un accidente elegante, ingenioso, irónico (cómo me haces reír), con unas sofisticadas clavículas y unos pechos hermosos y lamibles. Yo me siento como una piedra en tu camino.
O en tu zapato, irritantemente adentro (es mi fetichismo).
Y siento mucha angustia, temo por ti, por tu salud.
¿Y si tienes un agresivo astigmatismo, miopía o alguna patología como un absurdo daltonismo que en vez de cambiar los colores, cambia las formas y los rostros?
No creas que pretendo cuidar tu salud.
Te quiero enferma si ese fuera el caso.
Deseo que sigas viendo lo que no soy, que mi vejez y decrepitud sigan ocultas a tu amor. Ruego porque jamás acudas al oftalmólogo.
O al psiquiatra, aunque sea más grave.
Si pudiera, te mantendría engañada todo lo que me queda de vida.
Porque si te pierdo ¿qué me queda?
Este egoísmo mío es una lógica secuela del accidente que representas para mí. De amarte.
Y constituye una constante lucha por reparar este engaño al que estás sometida.
Temo algún día estropearlo todo y ser sincero. Llevarte yo mismo al oftalmólogo. No puedo reprimir estos accesos de ética que me sobrevienen.
Temo clavarme yo mismo el puñal y perderte.
Aunque también existe la posibilidad de que esté loco y tú no me ames. Tú no existas.
Entonces no te haría daño, no tendría la pesada carga de tenerte engañada.
Mi locura es la única posibilidad para seguir siendo tu piedra, solo a mí corresponde concertar cita con el especialista.
Así que no puedo ni quiero reparar este hermoso accidente, mi amor. No sé si estoy loco o tú estás ciega, pero el mundo está bien así.
Te amo, bella miope.

Iconoclasta

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¿Me creerías si te confieso que no soy un dios?
No soy de tu estirpe, mi hermosa divinidad.
¿De qué parte del universo llegaste en tu nave invisible?
No sé qué hago a tu lado, cuando de repente apareces cabalgando un rayo de luz.
Amándote y soportando titánicamente el peso de tu amor.
Los huesos parecen partirse, estallar como troncos de madera podrida con un golpe cuando pienso en tu rostro y en tu boca que me come, me absorbe, me arranca el alma que ahora sé que es blanca como la leche.
No sé cómo ocurrió, por qué motivo te enamoraste de mí, es absurdo…
Tal vez el error de una diosa que erró su rumbo interestelar.
O es tu juego.
Tu capricho divino.
Un coño palpitante y hambriento que viaja milenariamente en el espacio-tiempo…
No sé, no entiendo, no comprendo.
Pero no soy como tú.
El peso de tu amor es abrumador y siento que he usurpado un lugar y un tiempo que no me corresponden.
¿Y si descubres que soy un mierda?
Lo sabes, ¿verdad?
Debe ser tu misión: observar fascinada (porque tu sonrisa es celestial y cósmica, una piedad dolorosa) la sordidez de mi vida acariciándote ese inmenso clítoris que llena mi boca hasta la asfixia, destilando un néctar denso y dulzón en mi lengua, en mis labios. En mis cojones que me duelen.
Hasta que tus dedos los consuelan.
Lanza un rayo protónico divino y mata al humano obsceno que ha hecho un altar para ti en su sucia y triste habitación, donde se masturba con gritos cuando no te manifiestas. Que al despertar se levanta pisando infecciosas jeringuillas sucias de sangre y caballo.
Tengo tanto alcohol en la sangre que temo arder cuando enciendo la pipa de crack.
Busco putas para humillarme, para ser indigno de ti y me abandones.
Y si me abandonaras, me abriría los muslos desde las ingles verticalmente para desangrarme en un instante cuántico…
No puedo evitarlo, les clavo la navaja en la nuca cuando me comen la polla. Mueren como los toros en el descabello, quedan inmóviles con este rabo que es tuyo en la boca y luego, mutilo sus cuerpos mortales; sus pezones no son como los tuyos. Y odio todo lo que no es tú.
Sus coños están tan secos que me duele cuando las jodo.
Coños de madera astillada que gotean la sangre de mi glande lacerado…
No soy un dios y el problema es que para merecerte no debo solo parecerlo, debo evolucionar a una deidad maligna que elige quien vive y quien muere.
Tú la diosa cosmonauta del amor y yo el divino de la muerte, solo así podría soportar el tormento de amarte.
Formaremos el Olimpo más sórdido y obsceno desde la creación del mundo.
¿Cuántos insignificantes mortales como yo tendré que sacrificar para ser como tú?
¿Cómo si no, se hace dios un mierda?
Amarte, siendo solo lo que ves, me está llevando a la desintegración.
Y tal vez es tarde ¿verdad? Tienes los datos, ahora ya sabes lo que dura un humano entre tus brazos.
Te irás en ese rayo de luz para siempre.
Puta diosa, te amo más que al jaco que pudre mi sangre.
Siempre fue tarde para mí ¿verdad?

Iconoclasta

He abierto la vena para aliviar presión en la arteria indiferencia.
Y se ha derramado polvo rojo en mis zapatos, con terrorífico vértigo.
No podía imaginar cuán seco estoy.
Misericordia…
He rezado por la coagulación de los muertos y sus venas embozadas.
Porque soy árido como un desierto, como la mojama…
El vidrio irregular y sucio de mi polvo rojo destella una burla demente al sol.
Y pensamos, el ladino vidrio y yo, que ya que estamos, seguimos.
Lo que no duele ¿por qué no hacerlo?
El vidrio corta el pezón en vertical y aflora una baba espesa como la grasa.
¿Por qué no duele la obscena herida?
Un proyecto de coño húmedo en mi pecho.
Estigmas y llagas son vaginas… Tan bellas, tan húmedas, tan gimientes…
Mi lengua húmeda llenó su coño. Y se aferró a mi cabello, me asfixiaba contra su coño. Desesperada, con las ingles tensas como cables para que entrara cuanto pudiera en ella. Cuando la penetré, caí a la caverna más húmeda y resbaladiza del universo y sentí las pulsaciones salvajes de su corazón en mi pijo henchido de sangre a punto de derrame.
Y me corría líquido en ella. Jadeaba y de la boca se me escurría la baba animal del celo atávico en sus tetas.
Quisiera que la muerte fuera así, precipitarme en su coño hirviente y elástico. Pulsátil…
Temo a esta analgesia y que mi alma se haya coagulado como un tumor en un inhóspito rincón de mi cerebro.
Lo que ocurrió se secó también. Y no sé que pensar, porque no duele.
Me parece correcta cualquier cosa. No importa.
Al masturbarme ha asomado por el meato una piedra erizada, una sangre hecha costra envuelta en gelatina blanca.
El vidrio castiga la obscenidad y hiere la mano que aferra el pene. Y hiende también las venas de la carne dura que portan la última sangre líquida del cuerpo, la que circulaba veloz hacia el glande.
La sangre ya triste en su coagulación emerge como una perla de rubí, dura y tímida entre mis dedos y la polla.
Un jugo natural de muerte, con pajita y sombrilla. ¡Y una aceituna, por favor!
Me río porque no duele, si la muerte no duele, dos veces bien.
Si no duele, la destrucción es más fácil que la construcción.
Y no hay nada que te frene en el descenso al paraíso de la analgesia.
De lo indoloro y seco.
Porque lo sórdido si no duele, es fascinante. Hipnótico.
Rozo el aire negro que me envuelve con dedos horrorizados, latidos vanos y boca seca.
Y pido con una tos a la divina coagulación que se extienda por toda la humanidad y cese su dolor de indignidad.
Beso sin ningún cuidado el vidrio como quien besa la cruz del nazareno, con labios cuarteados como barro seco. Derraman harina escarlata… Y si mi estómago no estuviera seco, vomitaría una bilis corrosiva.
Una vez vi un loco que se cortaba los labios con un cristal de una ventana rota del manicomio; pero su sangre era líquida y brillante. Qué envidia ¿no?
Yo sé que los muertos son fríos y derraman líquidos que no tienen fuerza para retener.
Y en algún momento me he meado.
¿Cuánto tiempo llevo muerto? Me pregunto sin ningún tipo de alegría.
Ni de miedo.
Por que el miedo es temor al dolor y si no hay dolor, soy el más valiente del universo.
¿En qué momento el agua del arroyo se llenó de ojos muertos flotantes?
Rezo por la divina coagulación y los ojos de un río ciego que en el mar devoran los peces.
Los cuervos graznan hostiles a mi pensamiento, esperando que cese mi movimiento, el más mínimo.
Y así picar.
Y así mortificar.
Los doctores cuervos son burócratas de la muerte.
Peritos tornasolados con actas de defunción abiertas como tijeras.
Bendita sea la divina coagulación de la sangre y el alma.

Iconoclasta

Disección del cuerpo humano para encontrar el alma.

Sin piedad.

Los gritos son inevitables, como el rugido de un martillo neumático rompiendo el viejo hormigón. Y sus intestinos, como una lombriz gigante, se deslizan al suelo arrastrando la vida a un rebosadero.

No la he encontrado.

Tal vez se encuentre bajo las uñas porque el tacto es lo primero que se usa al nacer.

(Diario de la demencia, pensamientos psicóticos)

Iconoclasta