Sólo la violenta y real brutalidad instintiva del ser humano puede resolver los problemas de fascismo y su esclavitud que padecen miles de millones de ilusos seres humanos ignorantes de ser mero ganado (la globalidad) a los que son sometidos por unos pocos de miles: el estado/dios. Si no quedara nada de esa brutalidad, la especie humana debe considerarse extinta sin supersticiones de cambios climáticos, ella solita se ha extinguido por indolencia degenerativa. La violencia es la fuerza que hizo inteligente al ser humano permitiéndole evolucionar en el hostil y competitivo planeta. Y es la única fuerza que puede salvarlo de la extinción total, antes de que los miles de millones de seres humanos se auto perciban convencidos de ser cucarachas o incluso amebas. Y es fácil: unos miles de millones deben cazar y matar a unos pocos de miles que forman el estado/dios. Sería la batalla más corta y menos cruenta de la historia del planeta Tierra. Porque hoy, en este instante, las pasarelas de reses de los mataderos del estado/dios no cesan de acarrear seres humanos hacia las salas de despiece, las que con sus ilusos votos “democráticos” han elegido, también ignorándolo por esa indolencia degenerativa en la que han caído.
El caballo no está en un cercado, soy yo el que nací dentro. Me observa desde fuera. La alambrada la instalaron para mí y unos miles de millones más que no la perciben. El tan cacareado “pecado original” es nacer en cautividad. Puede parecer desolador; pero a todo se acostumbra o sensibiliza uno. La libertad sólo se puede obtener viajando a un lejano planeta decente que puede que ni siquiera exista. Así que no hay otra que habituarse a las alambradas y los hijos de puta que las tendieron y siguen tendiendo. Me mira con indiferencia, tal vez con cierta compasión de ver a un animal incapaz de ser libre. Y debe concluir, como yo tras años de cautiverio, que visto uno vistos todos. La especie humana cayó en manos de un timador y la libertad se fue a tomar por culo, incluso la del puto estado de mierda. No sé a qué viene eso de la inteligencia de la especie humana. Y mucho menos su valor. Hay que escapar de La Tierra como sea, porque esta tristeza vital desarrolla tumores malignos que extingue a los humanos dentro de sus cercados.
El humano globo o humano hinchable actual es la evolución y consecuencia lógica de los humanos sapiens previos al primer contrato social; en el momento que pactaron con el brujo de la tribu trabajar (cazar o recolectar) para él, en la especie humana se inició el proceso de putrefacción del cerebro. Le fermentó la inteligencia y se convirtió en una especie quejumbrosa siguiendo el rastro de excrementos que sus amos líderes cagaban delante de ellos. Y en lugar de trabajar para ellos mismos, se masacraban por hacer rico al brujo del poblado, que luego evolucionó a rey o papa en pocos siglos y luego surgieron los presidentes, ministros, secretarios generales, caudillos, etc… Hoy la especie humana es irrecuperable, incluso su carne como alimento es desagradable para las otras especies carnívoras. Con un cerebro meramente funcional los humanos del reciente pacto social iniciaron un vertiginoso proceso de degradación genética psicosomática de la especie humana sapiens hasta nuestros días que ya es exclusivamente “globo” o “hinchable”, salvo algunos afortunados individuos. Aunque lo de “afortunados” no es correcto, ya que están sometidos a una constante persecución y caza por el estado ladrón y asesino y los propios globos que han sido programados mediante la virtud social de la envidia durante la infancia y adolescencia. Ninguna especie del planeta ha evolucionado tan rápidamente como ha involucionado la especie humana, salvo las vacas, caballos, ovejas, perros, gatos y pollos. Especies a las que el ser humano globo modificó matando los especímentes que no se adaptaban a su uso ganadero o agrícola. De hecho deberían perder su nombre taxonómico “humano”, porque prácticamente son monos con fuertes tendencias al homosexualismo y a una imbecilidad congénita, lo cual los condena a la extinción, como extinto está el homo sapiens. Hasta que alguno de los pocos eruditos que puedan quedar designe taxonómicamente a la actual evolución de la humanidad del pacto social con un nombre que no manche la dignidad de la auténtica especie humana sapiens, para mayor claridad usaré “humano globo” o “humano hinchable” según mi criterio literario para dar mayor plasticidad al texto. Aunque margaritas a los cerdos porque los humanos hinchables pierden cualquier comprensión cuando un párrafo supera la docena de palabras, a la decimotercera ya no saben qué han leído atrás. Los humanos globo nacen ya genéticamente adaptados y esclavos del estado asesino y ladrón. Son incapaces de afirmar si son hembras o machos aunque se reflejen desnudos en un espejo. Y así ocurre con sus crías: se ven con la angustiosa incertidumbre de darles un nombre adecuado a su anatomía que los progenitores son incapaces de clasificar sexualmente. Hay hembras con unas mamas enormes y oscilantes, que se llaman Javier, hay machos con un pene oscuro y oscilante también, como el badajo de una campana, que se llaman Margarita y hay madres que deberían ser hembras, pero como tienen barba y mamas lecheras velludas han elegido nombres neutros para conciliar su propia confusión o ignorancia de su sexo como: Denis, Francis, Emo, Eider o incluso Milán como las gomas de borrar. Bien, pues estos pseudo humanos hinchables, están absolutamente vacíos de inteligencia y el estado, durante el sacrificio de la infancia y la adolescencia de los pequeños globitos, les inyecta junto con el aire necesario para que tengan un cuerpo sólido las directrices-leyes-normas-tradiciones-folclore-teléfonoscelulares que todo buen votante demócrata de la sociedad consumista y del estado del “bienestar” o contribuyente, precisa tener y saber. De hecho, un hombre o mujer globo decapitada, sus cabeza podría servir para decorar las fiestas de cumpleaños infantiles. Están absolutamente vacíos, incluso hay quienes sostienen, que es la primera especie del planeta que no tiene sangre en las venas. Los hombres y mujeres hinchables están sometidos a un constante control y revisión por el estado que, los infla con aire o algún gas inerte a la presión necesaria para que sigan cumpliendo las normas y preceptos para los que han sido programados y de nacimiento, condenados capitalmente: nacen pecadores o culpables por un programado “pecado original” sea cual sea su credo y por ello, deben pagar hasta morir al estado su culpa. Los humanos hinchables lloran y ríen, se acobardan o se lanzan a la guerra como muñequitos descoordinados siguiendo las estrictas consignas del estado ladrón y asesino. Y cuando ocurre que el estado no les acaricia las crines con benevolente paternalismo y falsas palabras, se deprimen y lamentan de estar abandonados. Son dependientes del estado y sus leyes como las garrapatas de la sangre o el humano globo político de la cocaína. No saben qué hacer cuando se encuentran en ilusoria libertad y siguen a cualquiera que camine en una determinada dirección para sentirse adocenadamente acompañados, ya sea para bailar en masa, para correr en masa, para comer en masa, beber en masa; o morir en masa que también saben hacerlo muy bien. Porque como los humanos globos afirman: mal de muchos, consuelo de subnormales. Les tranquiliza ser explotados, morir o sufrir en multitud debido a su personalidad marcadamente dependiente y cobarde. El estado les dicta a quien cómo cuándo y dónde deben amar u odiar. Existe una compleja red global de adoctrinamiento también global que funciona sin pausa toda la vida de los globos, en libros, películas, series, televisión basura y telediarios del régimen que reciben todo ello en sus teléfonos móviles, televisores, cines y espectáculos. Todo está programado y catequizado para eliminar todo asomo de inteligencia en los humanos hinchables que son ya el 99, 9 % de la población pseudo humana del planeta. Una vez la elasticidad se pierde, el estado los pincha y los quema para reciclarlos como fertilizantes o alimentar a los cerdos. Los humanos hinchables no se alimentan, sólo se inflan. Es básico entender esto, porque la carne sólo es para los globos que forman el estado. Si a un jerarca del estado lo decapitas, su cabeza golpeará duramente el suelo, porque están rellenos de carne. No sirven para decorar las fiestas de cumpleaños, porque además, olerían a podrido. Les encanta a los globitos grandes y pequeños, hembras o machos por su absoluta ausencia de vida interior, amontonarse en grandes bandadas que se mueven obedientes a la voz del estado, cuyo representante es otro globo con una programación de lujo o premium, según en la familia de hinchables en la que haya nacido. El precio de un humano hinchable varía según la región del planeta; pero de media se podría afirmar con muy poco margen de error que puedes comprar uno entre los diez y quince mil euros. A unos ciento veinticinco euros el kilo suponiendo un adulto macho de ochenta kilos. El peso es exclusivamente el de la carcasa, ya que la cantidad de nada o aire que contienen en su interior es despreciable, su presión no supera los 0, 05 bar. Son de fácil mantenimiento y alimentación. Incluso algunos eligen comer exclusivamente desperdicios vegetales como algunos animales del zoo. Los humanos hinchables creen a veces que una vez llegó el humano a la Luna y otras no. Su creencia varía en función de lo que el estado a través de sus medios les radie a sus orejas-antenas. Se debe destacar que el reciente decreto borra el anterior de su reducida y apenas funcional memoria, son lo más parecido a una cría recién nacida porque pierden toda experiencia pasada cuando el estado de la globalización les encaja una nueva idea o decreto. Su proverbial infantilismo se debe a esta degradación, involución o eliminación de la memoria. Tienen la innata capacidad de olvidar a velocidades lumínicas, es por esta razón que la Historia Global es un aberración o degeneración de la realidad y por la que un líder político o religioso dura más de medio siglo al mando de las ciudades granja donde se crían y reproducen los humanos hinchables. Los globos humanos desconocen, del mismo modo que la libertad, el concepto de verdad y su antónimo la mentira; se limitan a obedecer sin más discusión su dogma del día y contribuir a la riqueza de los jerarcas del estado a cambio de una humillación de la que no son conscientes. Lo hinchables son bebés mamando de una teta (en realidad es un dedo del estado introducido en sus anos) y se horrorizan ante la posibilidad de que un día pierdan la teta dura y agria del estado. Les roban su infancia, adolescencia e inicio de la adultez en los centros de adoctrinamiento: escuelas, institutos y universidades. Y así, sin infancia ni adolescencia experimentadas y con una nula madurez mental, inician su ciclo biológico productivo y reproductivo para alimentar las arcas de los jerarcas del estado. Creen que su esperanza de vida está en torno a los ochenta años. Es mentira, porque sus primeros veinticinco años de vida no ha sido tal, los pasan prácticamente muertos. Han permanecido aletargados en su desarrollo. Apenas viven cincuenta años de promedio. Resumiendo las cualidades de los globos humanos:
1 Creen con fe inquebrantable todas las mentiras y mitos que el estado global sermonea cada día, ya que esas mentiras son realmente el aire que los infla da forma concreta, excepto sus genitales para evitar que sepan algo de sí mismos. 2 Carecen del concepto instintivo de libertad hasta el punto de ser ignorantes de su nacimiento en cautividad. 3 Y si conocieran la libertad: ¿quién los hincharía si no existiera la Sagrada Globalización?
Quiero suponer, en un ejercicio de ingenuidad por mi parte y sin que sirva de precedente, que el próximo a la extinción: lector; ya habrá deducido el porqué de que a la masa humana (antes del pacto social llamada humanidad) se la designa con el gris, triste e infantil epíteto de “globalidad”. Comprendiendo a la actual naturaleza de los humanos hinchables podemos comprender el concepto y la criminal y caníbal imposición de la globalidad, con su semántica tan sencilla y diáfana sin asomo alguno de retórica alegórica.
“Pienso, luego existo”. ¿Qué fumaba, que se metía por la nariz? ¿O le daba duro al ajenjo? Porque no sería agua. El agua es clara y cristalina y lo suele aclarar todo. Y este pensar y desarrollar la idea para el método… ¡Qué puto relajo el de los filósofos! Mirarse el ombligo y filosofar: ¿Esta pelusa de fuerte olor soy yo? Es que no tiene gracia ni “sustancia” más que para sus iguales. Y yo toda mi vida tirando cables e instalando cagaderos y fregaderas, existiendo sin misticismos de bien nacido. Mejor no sigo o me cagaré en dios. ¿Cómo es el rito sexual de semejante figura? Porque si follas también existes, los jadeos de la puta que me ha costado una pasta, tan reales, tan sinceros, no dejan lugar a dudas. Me cago en dios…
Llueve y por ello salgo a caminar con premura, temo que cese. La lluvia aterciopela la atmósfera impregnada de tierra mojada y clorofila picante. Las nubes besando húmeda e impúdicamente a sus amadas y sólidas montañas hacen de mí un mirón insignificante; no es por lujuria, es simple y tierna tristeza de que un día se acabará todo. Es buena la soledad que no te llama derrotista o recita un banal consuelo edificante que maldita falta hace. He resbalado y me he caído, he reflexionado sobre la aceleración de los cuerpos y la densidad ósea. Me he caído y no ha pasado una mierda. Mi culo se ha mojado y también los cojones están húmedos, cosa que no me molesta. En absoluto. Me he cagado en el puto dios atea y coloquialmente. He recordado a mi padre que me educó, lo poco que vivió, sin escrúpulos. También he pensado en la elasticidad de los cartílagos y el miedo mezquino a caer. Ese miedo que hace del cobarde un héroe ante el mal. Los mezquinos fabrican grandes dramas y odiseas para disculparse a sí mismos de lo que son, indignos. No veo la odisea en caer, levantarse y acariciar el culo recitando una jaculatoria. Pensando en la cobardía también he visto una bala reventar un rostro en una nebulosa escarlata. Precioso… Asociar ideas es fascinante. Pensar no puede hacer daño; pero que nadie se fie, hay pensamientos sobre la desmesurada presión demográfica de la especie humana en el planeta que podrían no ser muy populares entre el puritanismo. A veces, sin darte apenas cuenta, el pensamiento trasciende a amenaza y tal vez a su conclusión lógica. Son cosas verosímiles. La cobardía es alérgica a la lluvia y a la libertad. Es un hecho, me limito a expresar lo obvio. Y así, la lluvia refrigera mi pensamiento evitando neuralgias y el pantalón mojado mis cojones, que los siento alegres y lozanos. Produciendo una leche a toda hostia, fresca y alimenticia. La obscenidad es un recurso literario que uso con sabiduría para romper con la monotonía del texto. Es pura habilidad literaria instintiva en mi “vivo sin vivir en mí” que escribía muy colgada, la mística e incomprensible Teresa de Jesús. Yo sólo quiero ser nube y besar ávidamente a mi montaña que me espera con los árboles alborotados de esperanza. Es hora de fumar y no pensar. Que mis cojones lo disfruten. Dios, desde su creación por un mentiroso, siempre fue un fraude; una caja de zapatos vacía. Y mi pluma tan llena… ¡Qué bonita mi lluvia!
Escribo lentamente para no desangrarme también rápidamente (como los segundos pasan) y así tener tiempo para describir lo que padezco y siento. Cuanto más rabio, más adrenalina, la presión arterial sube y la sangre brota en obscenos borbotones casi negros por nariz, lagrimales y entre uña y carne. Sí, todo la hostia puta de sórdido. Así que sin apretar, lenta y sedosamente derramo en el papel mi hastío y la mezquindad humana que me pringa la piel como un mal hongo. Hay un motivo de amor y miles de millones de odio, indiferencia absoluta por sus vidas cuando me siento bienhumorado. Como ellos la sienten por la mía, no soy especial. Es lógico, incluso legal, sentirse agraviado por toda esa caterva de mezquinos, gritones y malolientes. Comprendo que los dibujantes de cómics crearan primero al villano que desea destruir a la humanidad, y luego al super héroe para hacer feliz a la chusma lectora. El dibujante busca lo mismo que yo escribiendo: aniquilar la mezquina humanidad, cáncer de sí misma. Es inevitable que casi todo mi cerebro piense en ella. Y esa pequeñísima parte de mi seso, la que controla por ejemplo, el cagar o las náuseas, piensa además en esos miles de millones sin rostro; en su erradicación como primer sueño o deseo vehemente. Es más fácil odiar que amar. Es la razón de que el odio exija tan poco cerebro para ser gestionado. El amor es una galaxia inabarcable en el espacio profundo que precisa la inmensa mayoría de mis neuronas para gestionarlo. El deseo es una bestia voraz de conexiones sinápticas y quema neuronas como una tostadora averiada el pan. Pensando en ella no sufro hemorragias, pero me desoriento en su cosmogonía y cosmología. O en la inmediatez de un “te amo” irrefrenable. Sí que pierdo el control de la realidad soñando con ella, amándola desbocadamente. Y por ello, para proteger mi integridad mental, acabo de nuevo en la casilla de salida odiando. Pero no con furia, sino fríamente. Tomando un café entrecerrando los ojos por el humo del tabaco; observando a la humanidad e incinerándola sin ningún tipo de alegría, como quien realiza su mal pagado trabajo diario. Meditando sobre el espacio que nos dejaría la extinción, su silencio y cadencia temporal. No los necesito. Ni siquiera en mi imaginación desbordada cabe otro ser, algo ajeno a ella. Al final te tengo a ti ocupando todo mi pensamiento y al resto del planeta para ubicarme en un lugar concreto para sobrevivir, cosa imposible en tu infinita esencia. No debería odiar, con la indiferencia bastaría; pero no soy budista o un beato religioso y requiero cometer excesos para liberar la presión de tu posesión.
Hay películas rebuscadas como Sound of Metal, en la que el batería de un dúo de heavy metal se queda sordo y todo es drama. Y yo pensaba mientras la veía, qué poco se da el cáncer y graves enfermedades entre los jerarcas en el poder. Siempre cae la mierda en el rostro del más pobre. La baja mortalidad de la casta política está dañando gravemente al resto de la especie humana. Tal vez los sordos serán los que más tiempo resistan sin que se les pudra el cerebro por los dogmas y decretos de los jerarcas; mientras no tengan la mala idea de usar audífonos.
Monstruosidades en miniatura son los besos y palabras que minan a través de los intersticios moleculares de los tejidos anímicos los diques de contención, consiguiendo desbordar las emociones. Pequeñas son las lunas de plata que se deshacen como mercurio tras emerger por los lagrimales, derramando el veneno del amor en los labios durante la íntima noche de los recuerdos amontonados. Lanzándonos al mundo sin espacios, esperas y límites que nos convierten en materia onírica prácticamente perfectos, sin ansiedades, donde todo es. Ajenos a nosotros mismos. Primorosas las palabras que tan rápidas se leen y, como cargas de profundidad, explosionan en el corazón acelerándolo a cien por hora sin pensar en la posibilidad de que se rompa. Como muñequitos irrompibles porque no tienen huesos… Mágico el papel de las cartas nunca enviadas que crujen como tristes fracasos entre los dedos: el amor escarificado con la presión del anhelo, tatuadas las mortificaciones con la tinta de la pasión. Áspero como el semen seco en mi vientre. Alegres las oraciones que se dirigen al alma y su cuerpo tan palpable y lejano en las probabilidades. Y sin embargo, como un aire fresco cierra los ojos como si hubiera paz y la vida te acariciara. Acogedora soledad que cerca la intimidad necesaria para que lo llene todo de ella que la amo. Una perinola en miniatura en el bolsillo para hacer girar el mundo, cuando de tan quieto parece muerto. Para fascinarme con un equilibrio que sólo ella posee y con vanidad gira y gira y gira… Y luego, asistir a su tristeza al verse abatida con un agónico y último roce contra la superficie. Y pienso que descanse en paz, aunque podría hacerla girar y que de nuevo vibre de alegría. No soy Jesucristo, no tengo un interés especial en la dicha de las cosas sean orgánicas o no. Cuando me apetezca. La ambición, ya saciada, es un juguete que adorna la estantería de los recuerdos y las certezas de amar y ser amor. Unos pequeños dados en el bolsillo, la aleatoriedad de la vida y la muerte. Y apuesto a un doble seis de amor mis últimos cinco minutos de oxígeno en el espacio, esperando sus labios salvadores. He buceado en su mundo líquido durante horas sin necesidad de respirar. O tal vez, he respirado su agua; pero estaba pendiente de su existencia y no de la mía. Qué pequeñitas subían las burbujas hacia la superficie, contentas de haber hecho su trabajo y llevarse el aire de los pulmones y así, llenármelos de amor líquido extra fuerte. Soy la toma un trillón y… ¡Acción! Una orden innecesaria para amar sin horizontes, infinitamente. Donde la entropía me lleve. Soy un neutrino atravesando la coraza subatómica del cuántico amor. El microbio ganador asaltando el palacio de tu principio creador de carne y sueños. De fluidos y gemidos. De ropas rasgadas sin ultrajes mediante.
Temo que ante tantas palabras que escribo el papel se rasgue como los muros erigidos sobre cimientos podridos, como en los que se asienta el mundo que inevitable y aciagamente habito. Tengo tantas pesadillas que escribir, que temo desangrarme por los dedos. Y tantos sentimientos… Amarte ocupa toda la onírica fascinación e inspiración. Las melancolías son sinfonías compuestas con los bellos momentos que no importa si ocurrieron o los imaginaste. Todo sueño tiene una razón de ser. La añoranza de lo ocurrido o sus posibilidades es una banda sonora de desidiosa tristeza. Podría arañar las palabras con las uñas en un muro y nadie las entenderá, y mucho menos la angustiosa gravedad y urgencia del pensamiento vertido. Se epatarán con repugnancia por los trozos de uñas ensangrentadas. Y en juicio sumario seré ejecutado in situ por terrorismo biológico ante la mirada cobarde que se ajusta correcta y obsesivamente un bozal nazi sobre la nariz. Derramarse en palabras, en actos… Entiendo a los borrachos y yonquis: no soportan la realidad que son. Y ahí radica el peligro suicida de que se derramen las palabras en el papel. No es popular. Y tienes que ser un adulto formado o llegarás a viejo con la sonrisa de una piadosa virgen renacentista. No es digno. Se me derraman en el papel las emociones como el agua liberada de una presa cubre la tierra devastadoramente. Incluso las más bellas ideas duelen en la punta de los dedos por la velocidad y presión conque son vertidas a la pluma. El papel absorbe lo espiritual y lo hace tangible dándole así trascendencia y durabilidad. Y como no tiene tripas no se pudrirá. Escribo agua y cadáveres flotando. Luego me doy cuenta de que podría ser sed y vida; pero las palabras se derraman así, con un fatalismo y sinceridad no apta para esos yonquis y borrachos evocados hace miles de neuronas muertas, unas líneas arriba. Escribo el polvo y sus torbellinos girando en los páramos, son mágicos. El astuto viento no se puede llevar lo que guardas en el bolsillo. Porque de eso se trata, guardar ese tesoro que derramaste en la cartera o en un bolsillo y, en algún momento de tristeza vital, desplegarlo y releerlo; conjurando una angustia sin necesidad de dios y el diablo. Soy yo escribiendo, mi propia esperanza e higiene. Derramas el mundo en el papel y parece extraño que alguien viva fuera de tu pensamiento, porque si el mundo existe es porque yo lo escribo. Y así, derramas mapas y tierras que no tienes tiempo de conocer. Si el ser humano no naciera en cautividad no tendría tiempo para el turismo. Así se derrama una verdad humillante y lastimosa para la especie de lo banal y el adocenamiento insectil: la humanidad ha perdido su esencia luchadora, su amor propio como lo pierden las putas. Y yo, derramándome banalmente en el papel, soy otra muestra de la ausencia de pureza humana y degradación. Lo que no debería haber nacido de haberse hecho las cosas bien: con valor, denuedo y determinación. Se me derrama dolor y la aspirina; pero la aspirina no surte efecto. No es inusual. No puedo escribir claramente felicidad; pero se me derrama en el papel una diosa y mi desesperación por ella. Escribo soledad; pero no es perfecto, hay interferencias y pienso en la jaula de Faraday y su aislamiento. Follarla ante todos dentro del cercado enrejado y conectado a tierra, a salvo de sus lujuriosas interferencias de envidia de allá afuera. Un exhibicionismo irreverencial y un voyerismo sudoroso de dientes apretados. Cuando escribo hijo, también pobre. ¿Cómo pude entregarlo a este lugar y tiempo? Lamento lo que un día derramará en el papel. Como yo. Escribo nubes y su incertidumbre, un destino no manifiesto. Tampoco es necesario ser nube para ignorar hacia dónde te arrastra la vida o la entropía atmosférica. Las nubes tienen la forma graciosa del vapor y no pueden morir más de lo que ya están. Los animales morimos sólo una vez y se acaba el movimiento que sólo podemos demostrar andando. Escribo Kafka y la incapacidad, un proceso mediocre y como en todos los procesos, un sangrado de mediocridades que nadie entiende; salvo los que derramamos palabras y le damos con demasiada generosidad un sentido que no se merece. Derramar palabras es llenar espacios en blanco… Escribo generosidad y su injusticia. Escribo espejo y rotura como definición. Tiene sentido aunque no pueda parecer lógico. Ese reflejo es una mierda, y la escribo. A veces me siento tentado de masticar los pedazos rotos del espejo y hacerme un autorretrato de sonrisa sangrienta. Escribo muerte y nada. Me gustaría que la aspirina, inusualmente surtiera efecto. No me gusta que la muerte duela. En cambio, al miedo no le tengo miedo. Con lógico se me derrama con indecencia y en grandes letras deformes mediocridad, monotonía. Porque la imaginación es la ausencia de la terrible previsibilidad. Escribo esperanza y ya es tarde. Escribo adiós y te seguiré soñando a pesar del espejo roto y los cimientos podridos. Escribo pluma y majestad. Y escribo mi nombre y lejano, una luz que se extingue en el espacio.
Hay quien tiene lagunas mentales. No es por alardear; pero yo desciendo y habito con frecuencia en simas tan profundas de mi miseria que cuando emerjo fuera de mí, no puedo dejar de sentir la repugnante viscosidad de mi intestino. Y en el rincón más penumbroso de mi caverna me froto paranoicamente las manos una y otra vez en los muslos desnudos para limpiarlas. Luego me pregunto qué habrá pasado durante mi ausencia. Tras encender el cigarro y toser con una risa torcida como el cuello de un ahorcado, me respondo: ¿Y qué cojones quieres que pase? Esto ya estaba muerto y detenido antes de bucear en tu mierda. Y escupo el filtro del cigarrillo. Si no fumara me habría cortado la lengua hace años. Muchos. Es esta ira que me lleva a apretar los dientes hasta romperlos, mejor que sea el filtro que alguna parte de mí lo que partan. No sé porque habito en mis abismos, ni es terapéutico, ni los perros mean a dos patas como yo. Simplemente hago lo que puedo. Un día esta acidez gangrenará mis tripas. Algo no hicieron bien cuando me concibieron. Tal vez les dio la tos y se salió en el momento más lácteo. No sé… Yo no quiero que el mundo se detenga, eso ya lo sé hacer y lo hago perfecto. Quiero que el mundo se hunda, se doble sobre sí mismo y se convierta en una enana blanca que, emitirá al cosmos millones de mezquinos convertidos en fotones de efímero y tísico brillo. Aunque yo los veo más como esa materia oscura que dicen los religiosos de la cuántica que hay en el espacio. También quiero que a mi hijo le vaya mejor que a mí; esta es toda la piedad que soy capaz de desarrollar. Yo tuve mejor padre que él; pero no puedo hacer nada al respecto. Me limito, en mis ratos de ocio, a descender es puro vicio de mortificación. Aunque eso me salva de pudrirme ahí fuera. Y como ocurre tan fácil, tan habitual; hay momentos que no puedo distinguir si navego en la mierda de mis intestinos o estoy ahí fuera, en el mundo mezquino. Hay quien no entiende a los francotiradores… Como si fuera difícil, como si fuera el misterio de dios, su hijo lelo y su espíritu sucio como una paloma de ciudad comida por las pulgas. Las trinidades suelen ser sucias, siempre usan la misma argamasa: vanidad y mezquindad para hacer altos y espesos muros de codicia, ambición y envidia. O, ignorancia, miedo y servilismo. O, adoración, humillación y sacrificio. O, hambre, sed y muerte. Toda la mierda de este mundo civilizado va de tres en tres, mínimo. Yo no tengo trinidades de mierda, no soy una piojosa civilización. He visto un bulto en el intestino y no me sorprende. Tal vez esperaré aquí a que se haga grande y se extienda como los tentáculos de uno de esos pulpos que son la hostia puta de inteligentes por sus cantidades de cerebro (nos dicen los profesores y biólogos del estado para que comprendamos que un pulpo es más valioso que nosotros). Y no acudiré a morir a un hospital, sólo curan bien a los ricos, a los pobres les mueven el bulto a otro lugar y cierran rápidamente; incluso escatiman en anestesia para que te jodas. A veces el cáncer se lo meten al paciente por la nariz si el cirujano tiene prisa; pero no es efectivo, el bulto se muere sin un cerebro al que aferrarse y al paciente le darán el alta igual de vacío que como entró en quirófano. Los mezquinos no son pulpos, ni yo los comería. No sé porque cojones me he limpiado las manos si me he caído otra vez dentro de mí… No estaré mucho ahí, me gusta fumar con o sin filtro, me la pela.