Posts etiquetados ‘melancolía’

¿Cómo sabrán tus labios ahora que tanto te pienso retando al tiempo y la memoria?
Cómo si hace unos minutos los hubiera besado.
Saben a luz, la que me falta en mi vida oscura de apenas un metro de horizonte en cualquier dirección.
Sin ti la oscuridad dimana de mí. Y surge en tromba por mis labios secos y los ojos opacos de grisentería.
El recuerdo de tu boca luminosa es una cicatriz que rasga y cauteriza mi razón en dos vidas: contigo y sin ti.
Luz y oscuridad, la eterna lucha aplicable a todo en la vida.
Y la luz de tus labios está cada día más lejana. Pronto se extinguirá y ya no podré distinguir entre vida y muerte.
La oscuridad que me cubre es un manto espeso como el alquitrán y hace los días oscuros e indistinguibles. Eternos.
No llega nunca el momento de la muerte, tal vez tema que la contamine de oscuridad.
Sin embargo, respiro en un ataúd.
No tengo miedo, sólo es la desesperación por una pérdida infinita.
Es el brillo y color de tus labios la única imagen que demuestra que una vez habité la luz.
Habité en ti, dentro y a tu alrededor respirándote.
Ni siquiera encuentro el cuchillo para cortar el flujo constante de negritud que surge de mi pensamiento partido y corre por mis venas de mierda.
La oscuridad es abandono y humillante incapacidad.
Todo son malas noticias…
Oscuras.

Foto de Iconoclasta.

A veces es necesario escribir amor y evocarlo o inventarlo.
Un sortilegio para ahuyentar la desilusión y la mediocridad que me asfixia y me baña con una luz negra que viaja en línea recta y todas las direcciones.
Otra propiedad y constante universal de la miseria humana.
Deseo tener a quien amar, aunque sea tarde. Aunque me arrepienta en los siguientes segundos.
Es un momento, breve, para desfallecer. Lo juro. No soy un idiota iluso.
Crear el tanque de aislamiento perfecto y aislarme con ella, entre ella, sobre ella, dentro de ella…
Una burbuja de deseo y pasión que excluya el cochino universo y la basura que contiene.
Aislado de mí mismo y mi grisentería que me cubre la piel toda como un petróleo y maldigo a mi puta madre.
A mi padre cabrón.
Aun estando muertos.
Aun amándolos.
Quiero volver a ella.
Y en un ejercicio de imaginación gigantesco, llorando; porque los hombres no lloran.
Gemir con el rostro hundido entre sus muslos como un niño que ha estado perdido y no ha podido sacudirse el miedo.
Y que se corra con mis jadeos de desesperación y melancolía que endurecen mi rabo porque soy dos veces bestia.
Que mi rostro triste y trémulo la llene de placer y mis lágrimas se diluyan en su humedad.
Lavar mi tristeza en su coño, alcanzar por él su alma luminosa, blanca como un ángel destructor de la oscuridad.
Quiero gemir con sus dedos aferrados entre mi pelo para soportar las embestidas de placer de mis labios que escupen la pena en los suyos, los de su coño dios.
Soltar llanto escupiendo mi leche entre sus espasmos, en sus jadeos de una incomparable belleza obscena.
Porque ella es la voluptuosidad que no cesa.
Como un mar.
Como su mar.
Que mi semen se enfríe untando nuestras pieles y muera toda posibilidad de nacimiento en un mundo mierda.
Que muera como el pez que boquea en la arena de la playa buscando un aire que respirar.
Y ya…
El amor no es una panacea, no cura nada, no arregla nada. Sólo es narcosis, una alucinación que pone la polla dura y hace que valga la pena ver, tocar, sentir y respirar este universo mezquino por ella, por soñarla, tenerla, amarla, amarla, amarla… Inventarla como quien crea un dios con dos palos cruzados, con una luna estéril, con una estrella muerta.
Con ella hasta la muerte.
Con ella hasta que mi llanto melancólico cese y emerger a la negra luz real sin asco, sin miedo a que se me pudra el alma.
Una relámpago de amor para restañar mi cultivado cinismo de supervivencia y sentir su piel aún en mis labios.

Me gustan las oscuras tardes veraniegas de tormenta, cuando cae rápidamente la temperatura del ardor y mi piel responde erizándose, evocando sus labios frescos, los muslos templados y vibrantes, los pezones duros que devoré y exprimí con ansia atávica.
Y ella desfallecía voluptuosamente clavada a mí con la respiración entrecortada.
Instantes frescos de íntima penumbra en la casa, en los que mi elaborada coraza se relaja y los recuerdos forman un manantial de agua oleosa y fría que anega mis órganos.
Una sangre incolora…
Una emotiva dilución de mí mismo.
Y triste.
Y eréctil.
Hasta el puto dolor del alma y la polla.
Una repentina y debilitante melancolía por todo aquello que nos quedó por hacer.
Y follar… Follarte… Metértela…
Enciendo el cigarrillo trescientos del día que sea hoy y sueño que aspiro su alma escondida entre sus atentos y brillantes ojos desafiantes, en sus dedos coreógrafos que me arrastran inevitablemente a un placer que aboca a la animalidad. Y su coño.
Su bendito y hambriento coño.
Y en mi tarde oscura invado con violencia su impúdica e impía humedad con la misma fuerza con la que el fulgor de los rayos me delata triste y abandonado en lo oscuro.
Confirmo con mis defensas rotas que la necesito mil veces más de lo que creía intuir; pero ya es tarde
La tormenta aleja y mi semen es un frío cadáver no nato, no formado, escurriéndose por mis dedos desfallecidos.
Soy un mierda.
Misericordia.

Foto de Iconoclasta.

Te extraño en la gelidez y el ardor, en la pobreza y la tristeza, en la enfermedad y el agotamiento, cuando la ira me posee y dibujo cruces al revés o bebés sin cabeza en mi cuaderno.
Cuando miro la fúnebre luna muerta o un cielo negro a pesar de sus incontables estrellas, maligno por sus gases cósmicos letales.
Y te extraño mirando los nuevos brotes de los cerezos en esta gélida agonía del invierno.
Me urges mirando mi sombra fantasma, lo que apenas queda de mí.
No te echo de menos en la paz y la alegría porque están en ti, entre tus pezones que se erizan con mi baba animal, entre tus muslos resbaladizos y vertiginosos que esconden los mudos labios vibrantes. Y en el sonido que surge de tus labios y el corazón ardiente y pulsante de vida.
Si por algún extraño fenómeno sintiera esa paz y alegría, te extrañaría también en ellas; pero semejante posibilidad es ciencia ficción si estoy sólo conmigo y mis miserias.
Te amo asaz y nada que no me mate puede evitarlo por doloroso y sórdido que sea.
Besos y una postal desde el infierno, cielo.

Foto de Iconoclasta.

El otoño es el Sr. Melancolía que suaviza las estridencias de nuestra vida para prepararnos a la crudeza del invierno.
¿Qué sería de la cordura humana si pasáramos de la calidez a la gelidez al instante, sin tener tiempo de evocar y añorar tiempos amables; consolarse de que llegará la templada luz y su color de nuevo?
Tiempo para crear esperanzas y despedirse un poco más relajados.
Y pienso que algo falló en mi concepción porque siento la tristeza de que el otoño es tan breve…
Saludo al Sr. Melancolía con un “¡Al fin, jefe! ¿Por qué ha tardado tanto?”.
Nací gris y quiero mi mundo gris.
Soy congénitamente melancólico, es posible que naciera un poco muerto.
Un ser de sangre fría…
Son cosas que no se pueden elegir. Y está bien, no me molesta.

Foto de Iconoclasta.

De repente te aíslas del rugido del agua, de las voces y la lluvia seca; el crepitar de las hojas muertas que caen y pisas.
Mantienes la respiración porque algo va a ocurrir.
Y el silencio lo llena todo…
El silencio despliega el telón de un momento de inusitada belleza y paz.
El agua, la fronda y la garza parecen girar en un caleidoscopio hasta fijar el momento perfecto de la serenidad y la armonía. Y provoca un vértigo en el pensamiento.
La garza está ahí porque puede, es la pura esencia del ser, sin necesidad alguna, sin vanidad. De hecho, es ajena a todo, hasta tal punto que niega mi existencia.
Yo no existo y ella es el único ser vivo de ese mundo que ha sido revelado.
¿Sabes, cielo? Así te sueño, en el momento perfecto. Yo manteniendo la respiración, inexistiendo para que nada enturbie tu mundo al que aportas fascinación. Soy un admirador fantasma, un testigo accidental e intangible de cosas hermosas.
No está mal mi privilegio para ser un fracasado…
Hay momentos de melancólica dicha que parecen ríos de agua tibia corriendo bajo la piel.
Adiós garza.
Adiós, mi amor.

Foto de Iconoclasta.

Hay gente que no puede morir porque ya está muerta aunque se mueva estúpidamente. Sólo se descomponen y se consumen sin dejar siquiera ceniza.
Nacieron cautivos y prácticamente muertos de voluntad.
Sin embargo, los patos están a salvo. Si han de volar contra el viento, vuelan. Tienen mucha vida, la suficiente para hacerlo.
No tienen que sentirse libres porque desconocen la cautividad, es connatural en ellos no divagar sobre estas cosas.
Tienen lugares a donde ir, cosas que hacer y no rendir cuentas a un estado/dios esclavista.
Son libres sin otra consideración más que su desconocimiento de la esclavitud o cautividad.
Por ello, esclavos y cautivos son muertos vivientes, sin voluntad, sin determinación. Viven con el único fin de acatar y obedecer. No han conocido la libertad y no sabrían qué hacer con ella si se la dieran.
Me provoca una gran melancolía ver marchar a esos escandalosos patos. Siento que las esperanzas de libertad se van con ellos a otros lugares, a otros mundos ajenos a los humanos.
Y a veces quiero llorar de rabia y resentimiento. Regar mi tierra de mierda con mis lágrimas cautivas y rencorosas por la libertad que me han castrado.
Entiendo las ansias de violencia que asumo con la misma vehemencia que el crédulo la sagrada hostia entre sus dientes.
Volar nada tiene que ver con la libertad que es el conocimiento de uno mismo y obrar según tu naturaleza dicta.
Los pilotos no vuelan, flotan en una cabina, encerrados. O los paracaidistas, cautivos de sus cuerdas, a merced del viento. Los barcos son cárceles flotantes que no buscan libertad, sino otra prisión donde atracar.
No, eso no es libertad por mucha poesía que le metan. Es una patética ilusión y un engaño para esconder la frustración de lo que nunca podrán ser: libres.
Los animales nacidos y criados en cautividad ya no son aptos para vivir libres. Y los urbanícolas son primates nacidos en cautividad que viven en su propio zoo acotado física y mentalmente por alambradas de corruptas leyes dictadas por el estado/dios para su propio beneficio, el maleficio para los cautivos; su pecado original presente en todas las sectas políticas y religiosas.
Yo debería vivir como los patos, caminar hacia dónde el horizonte me tiente y usar las aduanas y fronteras como cagaderos.
Estamos muertos, nacimos muertos…
Volved pronto, volved con un atisbo de esperanza.
Por favor…

Fotos de Iconoclasta.

Te he soñado.
Con tu piel nocturna bañada en haces de plata.
He triturado vidrio con los dientes por ansia en mi cápsula oscura que orbita invisible a tus ojos que reflejan dos planetas dulces de miel.
En algún momento del sueño me he preguntado qué sería de mí si no te hubiera localizado entre todos esos millones de seres masticantes.
Se me ha formado una perla roja en un lagrimal. Lo he visto en el reflejo de la ventanilla. No duele, sólo turba y angustia.
Dicen que no hay luz sin oscuridad. Yo digo que, aunque mi oscuridad se disuelva en lo Oscuro Supremo, tú esplenderás argenta en la penumbra, áurea en el día.
Un bronce aterciopelado bajo las oscuras nubes…
No sé qué hacer para escapar de la cápsula, de mí mismo; pero además, no sé si quiero hacerlo.
Sé que cuando me acerco al espejismo desaparece.
Y es horrible, aniquilador el vacío que queda.
Mi lejana oscuridad preserva tu presencia en la vida. En la mía.
Y cuando despierto oscuramente, ese primer trago de melancolía en la tierra me disuelve cosas por dentro.
Misericordia…

–Cuéntame una tristeza.
–Un amor clavando las uñas en la tierra para no caer al infierno.
–Otra.
–Una sangre fuera de las venas.
–Otra.
–El bebé que no ha conseguido llorar frente a la madre que lo acaba de parir.
–Otra…
–Un gato se esconde bajo la cama para morir solo; pero su compañero lo acuna en el pecho. Sólo es un gato…
–Otra.
–Los párpados lívidos de padre, la inmovilidad de su pecho.
–Otra…
–Tú tan lejos de mí y tan sola aunque te tome la mano.
–Una más.
–Tu llanto.
–Por lo que más quieras. Niégate a contar penas, cuenta esperanzas.
–No puedo…
–Es imposible, me niego a vivir con tu tristeza. Eres un monumento a la pena. ¿Qué ocurrió?
–Viví demasiado tiempo aquí en el mundo.
– ¿No queda un ápice de alegría en ti?
–No la conocí. Y lo cómico no es alegría, es una tos.
–Me condenas a la prisión de tu tristeza.
–No. Me condeno a vivir sin ti.
– ¿Soy yo el amor que clava los dedos en la tierra para que la muerte no lo arrastre?
–Sabes que soy yo.
–Y haces de mí la sangre fuera de las venas.
–No.
–Estás matando el amor como el bebé que no lloró.
–Soy yo quien no debió nacer. Soy todas las alegorías de un muerte con retraso, tardía perezosa… No hace lo que debe.
Soy una tristeza que respira, una masa de melancolía que se agita ante una luz oscura como una tumba. Una gelatina negra que solloza. Un miasma pulsante que exhala vapores en el hielo de la vida. Un puré amasado con lágrimas saladas y pestañas carbonizadas.
Soy el barro que dios se quitó de las manos tras modelar a Adán. Y yo no recibí un soplo de vida, sólo aspiré el polvo del hastío de una tierra muerta. La orina de aquel primer hombre me dio un informe volumen.
Quiero morir solo, como el gato.
–Estás loco.
–Lo sé, a cada hora me encuentro más lejos de mí mismo. El mal está hecho. Soy el animal nacido en cautividad que se muere de melancolía ante los visitantes alegres del zoo. No queda nada dentro de mí que me haga viable para la vida.
La locura ha llegado, no tardará una muerte enajenada. Ya no soy aquél, hablas con un extraño.