Sin un rostro no soy nada, no soy nadie. Solo un error genético. Un espécimen que se extinguirá sin dejar rastro de su existencia. Sin rostro hay una libertad salvaje, cruel y absoluta. Sin cara no hay escrúpulos, ni vergüenzas, ni temor, no hay humanidad. Follarte sin mirarte, penetrarte abominablemente y no amarte con todo el daño que conlleva. Hundir mi cabeza sin rostro entre tus muslos y estremecerme en tu coño como una abominación hambrienta en la oscuridad de mis instintos atávicos. Incapaz de decir que te amo, mi puta. No obedecer o sentir el peso de precepto o moral alguna. Eyacular en tu piel y que se deslice el semen derramándose en la tierra, sobre las bocas abiertas en los rostros sin carne de los muertos. Muertos que tardan demasiado en serlo. ¿Sabes que hay muertos tan estúpidos que se lamentan de cierta dificultad para respirar? Dicen que sienten un asma. Los muertos suelen tardar demasiado tiempo en serlo, y cuando lo son, están confundidos. Si tuviera rostro, se me escaparía una risa inconsolable. Soy feroz. Soy una bestia indescriptible, sin rostro soy invisible. Nunca he soñado con buscar curas para enfermedades y dolores, para el hambre, la sed, la pobreza, la imbecilidad, la cobardía o la envidia. Con rostro me parecía bien y ahora, perfecto que exista todo eso entre los humanos. No quiero intervenir en nada, no quiero modificar ninguna miseria. No espero salvación para mí, para nadie. Me muevo con comodidad entre el sufrimiento, el dolor y la mortificación ajena. Mientras mueren o sufren, solo pretendo amarte silenciosa y sigilosamente, sin rostro, sin miradas que delaten lo mierda que soy. Me basta sentirte como un aire fresco en mi piel. No soy gracioso, no soy ingenioso, no soy risa, ni siquiera un llanto de hastío en un lugar solitario. Sin rostro soy nada y soy superior a todo lo que me rodea. Soy la complejidad indefinible, una angustia filosófica y teológica. Soy la plena aceptación de la muerte y sus consecuencias y la decidida voluntad de sentir soberbia por ello. Tal vez sea el primer paso de mi desintegración al fin. Se borrará todo de mí con el paso de los días en una muerte inhumana y única. Mientras eso ocurre y la humanidad sufre, solo quiero estar contigo, en algún rincón donde no te moleste. Y cuando lo necesites tomes mis manos que aún no han desaparecido y las lleves a tu coño, pidiéndome follarte tan desesperada como silenciosamente. Sobre los muertos y ante los humanos que sufren y mueren o ríen su imbecilidad. Antes de que el amor se borre también, cielo. Por favor…
Lo hermoso de las águilas es su soledad, nadie vuelta tan alto y tan solo como ellas. Nadie mantiene una distancia tan grande de otros seres vivos. Y nadie mata con tanta habilidad, eficacia y elegancia. Solo en la soledad las águilas y yo nos parecemos; pero yo no puedo alejarme tanto de los seres humanos como ellas hacen. Al final soy un gusano, un roto que las observa con unos prismáticos y envidia. Con un deseo vehemente de escapar de aquí de una vez por todas. Siempre son desalentadoras mis conclusiones cuando me comparo con las cosas potentes, hermosas y libres.
Pero… ¿Y si el problema no está en el ojo? El problema es lo que me rodea, lo que se me impone; es lo que me ofende. ¿Cómo lo arranco? ¿Cómo lo quemo? ¿Cómo lo mato? ¿Cómo lo destruyo? ¿Cómo evito que los imbéciles hablen o voten contra mi libertad y contra mi individualismo? ¿Es por esto que las masacres indiscriminadas y sin motivo aparente proliferan? ¿Cómo lo hago para librarme de lo que me ofende sin acabar en una cárcel de este planeta de mierda? Dios es un hijo de puta, creó a la humanidad y luego me pide que si me molesta me arranque un puto ojo. Arrancarse el ojo es un insulto a mi hombría y libertad, una hipocresía divino/legal reflejada en un espejo que a su vez refleja otro infinitamente. Es mierda a la enésima potencia. Si Dios existiera, él y sus ojos… Se los podría acuchillar, a ver si al cerdo le gusta. Si le ofende el ojo que refleja un dolor y un asco. Porque me queda poca vida, por eso no estoy desesperado. Solo vomito a ratos.
Se han formado unas oscuras nubes que han tapado el sol y me he apresurado a salir de casa para pasear bajo su amparo. Cuando me he encontrado con las montañas de frente, el cielo me ha saludado con una brisa de aire sorprendentemente fresco. Le he dado las gracias, alzando levemente la visera de la gorra, entornando los ojos por la caricia. He sentido vergüenza por este acto de frívola ingenuidad y he sonreído sinceramente sin poder evitarlo. Y me he sentido un poco desfallecer por la repentina relajación del cuerpo. No sabía que estuviera tan agotado. Me he sentado en una piedra, porque el placer del aire fresco no consigue aplacar el dolor de caminar; no me quejo, simplemente procuro gestionar un poco el caos del dolor y la frustración. Nada especial, unas palabras escritas en una libreta que me otorgan una importancia que no tengo. Cuando escribo todo el dolor se queda en el papel, infectado por la tinta que calienta mi mano. Es terapia de locos. Se ha oscurecido un poco más el cielo y la brisa se ha convertido en viento, con un sonido suave como las olas del mar sereno. He encendido un cigarrillo, con cada bocanada me entraba aire fresco que daba paz a algo oculto que tengo dentro y que no sabría decir si soy yo o lo que quisiera ser. El cielo me pregunta ¿Está bien así? Le he respondido cerrando los ojos aliviado, he visto desde muy lejos de mí el bolígrafo detenido en el aire, suspendido a unos centímetros del papel. Un acto de inmovilidad mística. Mis manos tan relajadas… No necesitaban nada. Y los ojos seguían perezosamente las continuas reverencias que las agitadas ramas de los árboles hacían al universo. A nadie. No ha aparecido ningún ser humano en quince minutos o tal vez en tres semanas. Estaba tan solo que sentía que era el preciso e íntimo momento de morir; pero no me dolía el corazón. La detonación de un escape de aire de un tren que se acerca me ha sobresaltado de tan aislado que estaba. A veces pasa que pierdes el control y te vas adentro y profundo. Son los momentos por los que vale la pena vivir un poco más. Una mujer ha aparecido paseando un perro y me ha saludado con una sonrisa amable mirando una hoja de mi cuaderno agitándose. Vivir un poco más… Aunque no demasiado, no puedo perder mi angustia; la que me aferra a la tierra con los dedos crispados, enterrados en ella. Pienso que si dejo de sufrir, dejo de existir. Disciplina. Me duele la espalda por culpa de la pierna podrida y maldigo el momento de levantarme. Y el viento me ofrece un ligero empujón inflando mi camisa de frescor. Puedo ver mis propias pestañas cerrando el campo de visión y tomo el control. Podría aparecer el sol de repente e incinerarme rabioso. Hasta siempre, preciosas nubes.
CMGH (Corporación Mundial de Granjas Humanas) debería ser el nombre oficial de quien dirige el aparato de control mundial de la población de los núcleos occidentales desarrollados. Lo que ya está funcionando como un mecanismo de absoluta precisión. Gracias a las experiencias fallidas de la Alemania Nazi y el comunismo de la URSS, han conseguido afinar (gracias también a los grandes bancos de datos estadísticos de población que han recopilado las redes sociales) el sistema de control, crianza y domesticación de las reses humanas urbanas. A la Alemania Nazi le falló el dinero, no pudieron seguir alimentando al ejército en una guerra planificada por aquellos oficiales neuro-degenerados que en estos tiempos estarían lobotomizados con drogas en manicomios. La corrupta URSS y su excesivo cupo de vodka en las cartillas de racionamiento de sus “ciudadanos”, acabó hundiendo la industria y la economía. Cuando la URSS se derrumbó, el sesenta por ciento de los “camaradas” productores, eran alcohólicos. El otro porcentaje, fueron exterminados por el soviet supremo o congelados vivos en Siberia. Esos fallos fatales, el económico y el de control de masas, dieron grandes conocimientos sobre los métodos de control de los seres humanos en sus granjas (ciudades). Tan importantes que, pasados setenta años, han conseguido los poderosos (joderosos) tener presencia diaria en la intimidad de los hogares, prostíbulos y escuelas de todos los ciudadanos del mundo occidental. El cigarrillo era una fuerte contramedida contra los deseos de globalizar la estulticia, la incultura y la filosofía del gobierno padre/madre protector. Fumar era un descanso en las largas jornadas laborales llenas de sobreesfuerzos, intoxicaciones y nervios. Demasiado tiempo invertido en fumar era una pérdida constante para el empresario y el gobierno (por lo que a sus funcionarios toca). De hecho, puede uno trabajar libremente aspirando humos de soldaduras, el polvo formado por asbestos de las máquinas de corte radiales y los productos químicos que se usan para la producción y mantenimiento de diversas empresas. Se puede trabajar libremente con grandes pesos que provocarán a la larga serias deformaciones óseas y otras enfermedades degenerativas del esqueleto y la musculatura. O trabajar frente a un monitor hasta que los ojos se sequen y se opaquen en unos años. El momento de fumar un cigarrillo llevaba a la conclusión del obrero o trabajador, de la puta vida de esclavo que llevan los productores de los países industrializados, cobrando una mierda que luego les robarán en hipotecas, impuestos y consumos inducidos. La prohibición del tabaco (el mayor hito en la represión laboral y social), un vicio que lleva a la reflexión sin narcosis y que mantenía una irritante resistencia contra la explotación empresarial, fue de una calculada y acusada repercusión social para que diera vía libre a la siguiente andanada de bombas de control: las bebidas alcohólicas consumidas por grandes grupos de trabajadores, estudiantes y otras agrupaciones esporádicas; programadas en tiempos adecuados al biorritmo de la sociedad urbana industrializada. Para llegar a ello, tuvieron que callar la maldición de las bebidas alcohólicas (accidentes laborales y de tráfico, malos tratos familiares, violaciones, ruina económica, juego, coma, cirrosis, ceguera, impotencia, infertilidad…) y sancionar el consumo de refrescos con impuestos o con campañas publicitarias en nombre de la salud y maldiciendo los niños gordos. Lo hicieron tan bien, que nadie se exclamaba de como las grandes manadas de jóvenes estudiantes se juntaban en espacios definidos y concretos para emborracharse. El mecanismo fue sencillo para que las reses humanas tragaran con el engaño: mirad lo que ha pasado con el tabaco; si os quejáis también castigaremos el consumo de bebidas alcohólicas. Por eso un paquete de seis cervezas, con sus envases incluidos, resulta más barato que una cajetilla de cigarrillos. La narcosis alcohólica legal y controlada (una copa de vino es lo más sano del mundo), ha sido el gran acierto y lo que ha llevado a la sociedad a aceptar el teléfono móvil como un accesorio obligatorio en la cotidianidad del trabajo y la intimidad. Se podría decir que tras todo el proceso de tortura a las libertades individuales, el teléfono móvil ha sido al final, el batallón de fusilamiento. El tiro de gracia. Gracias a los teléfonos se han propagado los grandes virus de distracción en las reses humanas: feminismo radical, fascinación empática hacia los grupos sexuales disfuncionales (homosexuales, lesbianas y transexuales o tránsfugas de genitales), terror ante el cacareado apocalipsis climático, amor por los inmigrantes sin criba alguna (sean lo que sean), tolerancias hacia culturas aberrantes que matan, esclavizan, prostituyen y mutilan a otros seres humanos). Y sobre todo, el “number one” del control logístico y psicológico del rebaño humano: la presencia de los políticos en las redes sociales, como si se tratara de divas y divos del rock. Si a un esclavo o res humana, le proporcionas el espejismo de que puede interactuar con los políticos y otros estamentos de poder (con un mísero “me gusta” o compartiendo), ese individuo asistirá diariamente a los muros de sus amos para enterarse de lo que proclaman y sentirse así uno de ellos. El método del “clic: me gusta/no me gusta/comparto”. Es un burdo engaño para cualquiera con un mínimo de capacidad de análisis. Y como ocurrió con el tabaco y la amenaza de que harían lo mismo con el vino, la cerveza y otros licores; cuando a las reses humanas las extorsionen con impuestos asfixiándolas económicamente para que salven con sus nóminas al planeta, a la homosexualidad, a los inmigrantes y a sus políticos divos en apuros económicos; no podrán quejarse porque ellos habrán contribuido a ello con sus teléfonos de última generación de mierda. Y no acaba aquí la cosa, se prevé que gracias al radicalismo feminista se enciendan odios entre hombres y mujeres, con lo cual la CMGH controlará incluso los hábitos reproductivos (frecuencia y selección) de su ganado. Las demostraciones festivas homosexuales, lésbicas y transexuales tienen un fin: provocar hastío en la población. A la larga se convertirán en ejemplo de lo que no se debe ser. El CMGH tomará el control para que los homos, lesbis y trans, se diferencien muy bien del resto de reses normales y no haya problemas de productividad. En definitiva: feministas rabiosas y otros géneros sexuales ambiguos o difusos, serán carne de gueto rosa o morado. Las festividades son el otro gran virus que inocula fríamente la CMGH, saben tan bien como yo, que el exceso conduce a la distracción, luego al empacho y al vómito. No se puede negar que la CMGH ha creado una genialidad de granja global, usando a su debido tiempo y con estratégica paciencia la tecnología adecuada para decapitar las libertades individuales y erradicar el libre pensamiento y la creación humana. Cuando todos los cerdos miran hacia el mismo lugar, el pastor se puede encender un cigarro tranquilo. Entonces sí… Lo que yo digo tantas veces, vivimos una edad distópica con un decorado de Candy Crush. Y los lerdos que miran sus pantallas electrónicas, no se dan cuenta de las grandes orejeras periféricas que lucen. De cualquier forma, la humanidad ha usurpado el concepto de inteligencia parasitando a los muy pocos genios (humanos defectuosos al fin y al cabo,) que han creado grandes obras y avances científicos). Quiero decir, que el género humano no tiene otra alternativa a ser estabulada: escasea indecentemente la inteligencia. La excelencia solo se encuentra en un individuo creador, todo lo demás son simbiosis y parasitaciones oportunistas de grupos de gente sin capacidades que suelen tardar decenas y decenas de años en conseguir algo. Y bueno, si cae un meteorito apocalíptico será una bendición para los que piensan con cierta lógica y memoria.
¿Duelen las plumas al desprenderse?
¿Les duele a ellas o al ave?
Me angustia un poco esta cuestión.
Porque es tan compleja la pluma que parece un ente con vida propia.
Es una pluma muy pequeña.
Una plumita.
Y sería de un pajarito.
He visto pajaritos tan pequeños que parecen hojas entre la hierba.
Son muy graciosos.
El dolor nunca es proporcional al tamaño.
Sé que hay la misma cantidad de dolor en el mundo para los seres más pequeños y para los más grandes.
Se reparte sin tener en cuenta el peso o el volumen. La naturaleza es así de puta y desconsiderada.
El dolor se prodiga generosamente, incluso hay una ley de proporcionalidad que dice que el placer siempre es la décima parte de la intensidad del dolor.
Si el placer fuera tan intenso como el dolor, moriríamos de un ataque de hedonismo ya de pequeños.
Y el planeta es un generador exclusivamente de dolor, el placer son prácticamente los residuos de la producción.
Es desolador…
Para los seres más pequeños hay más dolor por tanto.
Lo malo del dolor es que va forrado en miedo. Y cuando el dolor es fuerte, piensas que vas a morir.
Pobre pajarito…
Pobre pluma…
Tanto miedo y tanto dolor en un ser tan pequeño.
No quiero saber cómo perdió la pluma. No quiero pensar que ocurrió con el cuerpo que la lucía, con el pico que la atusaba.
Cuando has pasado una temporada inacabable de dolor queda esa cicatriz en algún lugar del cerebro, por donde se derrama el miedo a sentirlo de nuevo.
O la angustia de que los seres tan pequeños puedan sentirlo.
Yo pesaba cien kilos, y el pajarito unos gramos. A él le ha dolido cien veces más que a mí.
Siento mucho si dolió, pequeñajo.
Ojalá que no.
Es una pluma tan pequeña, tan orgánica…
Se la ve tranquila, no puede ser que haya sufrido. Las cosas y los pensamientos se marchitan con el dolor. Y está preciosa.
Por eso mi cerebro está hecho papilla, necesito una milagrosa sobredosis de algo.
Estaba sentado bajo la sombra de dos grandes árboles, fumando. Porque si no fumo ¿qué hago? Escuchaba el ruido de las cosas y los seres en este valle inmenso formado por multitud de campos de pasto. Progresivamente los truenos cortejados por ráfagas de aire fresco que tumbaban los muñones-paja de cebada y avena con un tranquilizador frufrú, empezaron a aproximarse y aumentar de volumen. Las nubes metieron al débil sol en alguna celda oscura del cielo y el aire se hizo más veloz. Y en ese instante, sentí que estaba en casa. Me dije: si ya estoy, no tengo que ir. Encendí otro cigarro con el coro de un trueno. “Además, no te espera nadie. Lo hiciste bien.” Acomodé el culo en la gran piedra que me servía de butaca de salón. Un par de urracas llegaron de un campo vecino, como enfadadas a juzgar por su graznidos, espantando con su aterrizaje a una bandada de palomas que picoteaban cosas entre la paja, lo que provocó un hermoso y caótico aplauso de manos emplumadas. Empezaron a caer gruesas gotas que hacían de las grandes hojas de verduras silvestres que crecían en los límites de los campos, tambores de sordos y polvorientos toques. La tierra exhaló una bocanada de acre humedad y melancolía. Mis dedos se cerraron intentando atrapar un poco de ese vahído de la tierra cansada, abrasada y sedienta. ¿Soy de tierra también? Porque me siento igual que ella. Yo estaba en casa, estaba dos veces bien allá sentado. No quería que el planeta callara la líquida percusión de las hojas y los truenos de frescor que llegaban veloces. Que no se secara la tierra, aún. Que no liberaran al sol de su prisión. Son cosas que pides cuando te arde el cuerpo y lo que quiera que sea el alma. Y arreció con furia, agresivamente. Las grandes copas de los árboles que me daban sombra, no pudieron frenar tanta agua. Mi cuerpo decía de ponerse en marcha, yo le decía que no. ¿A dónde pretendía ir si este es mi sitio? Cayó un rayo que partió uno de los árboles, los tullidos no se mueven rápidos. Es algo que cualquier tarado sabe. Sentí mi cabeza crujir como madera seca. No dolió, eso es lo que me dio más miedo. Y no sé… Ahora no hay nada, no hay sonido, ni luz, ni frío, ni calor, ni seres o cosas. Lo único que no cambia, es que aquí no me espera nadie. Mi pensamiento se desvanece, y siento un poco de melancolía a medida que desaparezco viendo mi cuerpo aplastado. Bueno, se acabó la función con un maravilloso y teatral final, si no estuviera aplastado y muerto, me llevaba el puto óscar. No me puedo quejar. ¿A dónde me lleva el viento?
Un coche que circula lentamente por la zona industrial, se detiene frente a un chulo de putas que fuma un porro.
– ¿Cuánto por la puta sin bragas? -pregunta el cliente
señalando a la zorra desnuda por debajo de la cintura.
– Treinta la mamada, cincuenta si se la metes. No más de
quince minutos -recita con displicencia el chulo.
– ¿Se la puedo meter por el culo?
– Por cien euros, sí.
– ¿Y si le parto la cara?
– Seiscientos y gastos médicos aparte. Si le dejas
cicatrices, te haremos a ti también algunas. Mira, si quieres hacer con ella lo
que quieras la puedes comprar por siete mil.
– ¿Está enferma?
– Aún no.
– Tengo una hija de catorce. Te la doy por ella.
– ¿Tienes una foto?
El cliente le muestra una en el teléfono.
– ¿Es virgen?
– No. Ya me la he tirado algunas veces -responde con
irritada impaciencia el cliente.
– Hecho. Si me la traes ahora, te puedes llevar a la puta.
– Denunciaré la desaparición de la niña en un día, ya sabes
como va esto.
– Bien, ya estará embarcada cuando te pases por comisaría.
No tardes.
– No tardo. En media hora la traigo. Y que la puta esté lista para entonces.