Escribo cosas directas, certeras e hirientes con los justos e imprescindibles ornamentos necesarios para dar interés al texto. Escribo con la misma intensidad que follo, lenta e impíamente para aplastar toda voluntad y remilgo en pro de la consecución del placer. Ya ha habido demasiado dolor. Ahora el dolor lo doy yo y lo tomo de quien elegí con la misma precisión y voluntad que escribo lo que nadie quiere leer. Negando la gracia humana de la bondad, la que queda en ella y en mí si alguna vez la tuvimos Escribo como follo, destruyéndome. Destruyéndonos… Y al igual que al joder soy animal en celo, me deslizo como bestia de deseo e ira con palabras sucias de mellados y oxidados filos por el papel. Como desgarro la piel que jodo. Sin más finalidad que la destrucción de todo aquello que nos quisieron inculcar robando nuestra infancia y juventud. Mi rabo es mi pluma y mi pluma apuñala ojos que leen sin acabar de comprender. Mi amor es la más bella del mundo y su coño sabe a azufre, he desgastado su piel lamiéndola y escribiendo los versos cardenalicios de la catedral del dolor y la vejación. Soy un cerdo hociqueando en el coño de mi crucificado amor y denigrándome en el papel sin pudor, sin importar nada más que mi mortificación, para no tener ya nada que perder y arrasar con todo lo que han podrido y eternizan. Lo malo lo hago mejor que nadie. Quiero que mi diosa crucificada sienta el gozo de tener un macho a la medida de su hambre e irreverencia. Entre escribir y follar, sólo varía que no firmo mi acta con mi leche rezumando de su maltratado coño que me enloquece y embrutece. Escribo ante la cruz de mi puta diosa y el dolor brota formando las palabras necesarias para maldecir al mundo y su humanidad imbécil que surgió de un accidente genético que nunca debió ocurrir. Y mi amor crucificado le saca la lengua a dios diciéndole que soy suyo y mis palabras en realidad, son su obra.
Caminar lentamente es un concentrado hipercalórico de experiencias sensoriales. Lo que lleva a una reestructuración intelectual del concepto de la vida y sus emociones, dándoles la justa admiración e importancia que se ignora con el caminar apresurado y neurótico de los que nacimos en cautividad y unos millones no son conscientes de ello. A cada metro que se avanza pausadamente se forma la precisa existencia de las cosas y los seres. El caleidoscopio adquiere sentido… ¡Despacio! Se concluye que todo existe, mucho más allá de lo que se creía. Que las cosas están más vivas de lo que pensabas. Y te creías tan vivo… Es entonces cuando el chorro de agua de una fuente casi se detiene en la visión fraccionándose en lo que de verdad es: una corriente de anónimas gotas que avanzan rápidas. Hay cosas con voluntad y sin ella. La voluntad requiere un esfuerzo que los que corren deprisa no tienen tiempo de realizar. Ni ganas. Y esperan una aleatoriedad que les satisfaga caminando rápido contra el tiempo. Será a la velocidad pausada del sentir que apreciarás una sola gota que importe, esa que vale la pena mirar porque ha conseguido escapar, formar y caerse sola e intrépida. Y tiene una montaña en su interior…
Lentamente… A la velocidad del sentir. Será una sola gota la causa de una emoción y es la que escucharás caer como un metrónomo cuando todas las cosas duermen. El tiempo que nos robaron o perdimos al apresurarnos, es en realidad un crimen a sangre fría. Nos asesinan en vida, como el mar devora con pequeños bocados a las inmensas ballenas que no ven ni sienten lo que ocurre en el otro extremo de su cuerpo. Tal vez llores, tal vez rabies. Que sea a la velocidad del sentir. La ira es pasión y es importante, es nuestro humano combustible y debes usarlo para mantenerte a la velocidad calma. Ser rebelde es algo íntimo, jamás un espectáculo. Si no eres capaz de caminar lenta y por tanto libremente, morirás sin conocer lo más íntimo y significante de la vida y lo único que aplacará la ira. Y no importará si había una gota con una montaña dentro. Serás ciego a los universos mínimos.
Me gusta la fantasía que trae la niebla borradora de identidades y perfiles, difuminando la brusca y delineada realidad y su monolítica y sólida uniformidad. Siento al respirar un jadeo sostenido que no llega a concluir porque los segundos se desdibujan y no acaban de formar el minuto. Es todo un acto de relatividad… Soy un físico loco o lo fui. No sé… Toda magia está bien, aunque duela. Lo que importa es que cambie, que por unos minutos el mundo sea distinto. Es el vapor de tantos muertos, que con el frío adquiere más cuerpo, incluso un pensamiento y su ilusión de descender arrasando las montañas para bajar a la ciudad y pasear y sentirse vivos. Tal vez, se quieran llevar a algún conocido con ellos que añoran. Es tan voraz la niebla que me pregunto si faltará un pedazo de la montaña cuando el sol acabe con ella. ¿Si entrara en ella me devoraría? No puede doler, se la ve suave y los árboles no tiemblan. Sólo es un infantil arrebato de fantasía, el deseo de experimentar una magia que no existe. Aunque no estoy seguro de ser un jirón evocando cuando una vez estuve vivo. Lo peor que puede pasar es que me disipe con el sol. Seguro que no duele. No me gusta el dolor. Aunque si he de pagar con él un pasaje a un lugar mejor, tampoco estoy cerrado a un buen acuerdo.
Todo textura… Un ser vivo que parece modelado con merengue o nata montada. Me gusta lamer la nata entre los labios que esconden tus muslos… Los gatos ejemplifican la vida más pura y eficiente, rondan el mundo de los humanos y no olvidan que son depredadores eficientes sin falsos escrúpulos de piedad, para ello nacieron y evolucionaron. Como yo penetrándote, buscando tu alma que aparecerá entre los gemidos y las contracciones de tu orgasmo. Soy eficiente también follándote, vampirizando tu voluntad por el coño. Los gatos no posan, son con independencia del decorado. Están tranquilos, no deben considerar su ser. Es un hecho que no se puede contemplar por lo absurdo. Porque sé que piensan y sueñan me lo dice la corteza del cerebro con un arrebato de ternura y cariño. Como presiento tu hálito de vida en mi aire, sé que te respiro porque existes, porque tengo tus gemidos profundamente intrincados en el pensamiento. Los animales no sienten carencias, no aspiran a ser más porque son perfectos. Hacen aquello que dicta su idiosincrasia, sin mirar, sin preguntar, sin esperar nada. Porque esperar y esperanza desarrollan el mal de la indolencia y la inmovilidad. De la cobardía y su depresión. Por eso no espero a meter la mano dentro de tus bragas y acariciarte mirándote a los ojos esperando, el momento que se hagan líquidos y se derramen también entre mis dedos. El ser humano es una especie fallida, paranoica en esencia. Es la prueba de que la naturaleza no es sabia, sólo aleatoria. Tú eres la excepción, eres felina y la sensualidad te envuelve haciendo de mí tu presa. Me postra ante tus columnas carnales santiguándome erecto ante tu vértice sagrado. Es la única religiosidad que me permito. Pretendía escribir de los gatos; pero cuando hablo de cariños, ternuras y amor, siempre sales y te pones al frente, en el horizonte de mi existencia. Maldita felina, cómo no pensarte.
Así será la noche en la casa cuando esté muerto. No me parece trágico, tan sólo sereno, suave, suave, suave… Irremediable. Fue un buen lugar. Unos besos a quien amo, antes de que la casa quede vacía, serena… Antes de lo irremediable. Aún que puedo.
Lleva varias semanas luciendo muy por encima de todas las flores y altas hierbas, rozando las ramas de un árbol. Soportando las gélidas noches. No he podido evitar admirar a la bella guerrera. Temo el día que desfallezca mustia ante el impío invierno. Y luego muerta. Seca. ¡Qué valentía y fortaleza! Yo ya estaría muerto en la intemperie invernal de la primera noche de mi “floración”. No adorna nada, es libre y salvaje. Y ese orgullo hemoglobínico y pasional que luce… Ha subido majestuosa, tan alto por encima de todas las flores, que era difícil capturarla y así muriera tristemente en un florero. Tal vez haya algún ser humano honesto que admire la vida y no la ha raptado para decorar su guarida vertical. Nunca ha sido necesaria la navidad para que surgiera la nobleza. Es una cuestión de ética personal e intransferible. Naces mal o naces bien. Si naces bien, con la capacidad de sentir ternura y admiración por las vidas menudas tan valientes que mueren luchando, sin recostarse en nada ni nadie. En el silencio más triste que existe. Pienso en la fuerza de los menudos seres, su determinación para vivir y me siento tan mediocre… Viven sin acumular posesiones, a piel y pelaje descubierto. No sé si al cerrar la mano en su tallo y clavarme sus espinas, le daría más fuerza para resistir la embestida del frío. Temo envenenarla con mi sangre insanamente caliente. Luce tan soberbia en su extraordinaria altura que me evoca al buen Juan Salvador Gaviota, ya asesinado por una humanidad, una globalidad cobarde y adocenada. Encajonada en sus pocilgas-ciudades. Mirarla en contraluz con el cielo, ofrece el espejismo de un ángel de terciopelo sangre. Como las bravas águilas ofrecen sus vientres dorados a nosotros deslumbrados. Y el rocío… La han comido a besos durante la fría y oscura noche, como un amor prohibido.
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Esta noche ha caído la primera gran helada del otoño. Y he pensado en ella. He temido.
He encontrado a la pode-rosa un poco cansada, combada por su batalla contra la escarcha. Gritaba en rojo su agotadora supervivencia contra el arrollador invierno. No miraba directa al cielo como ayer. Pobre…
Y luce sanguíneamente hermosa, como si le dijera al invierno: ¿Eso es todo lo que puedes hacer? Aún le queda agua en sus labios-pétalos.
Mi guerrera… Pero la suerte está echada, el invierno ya no cesará hasta borrar el último color cálido. Qué tragedias, qué brutal la batalla por la vida de los pequeños seres. ¡Cómo no admirarlos! Cómo no llorar su gesta indómita, su muerte heroica. Su vida desnuda. Sin posesiones. Sin legados. Porque vivir es vivir, no se vive “para…”. Se vive y punto. La muerte cabe en todos los cuerpos, por muy pequeños que sean. Es una puta. Y cuando estés vencida, no se lo diré a nadie que pueda sentenciar con hipócrita “sabiduría” de borracho: “Es ley de vida”. Esa ley de la que huye y teme el humano mezquino.
Adiós pode-rosa vuelvo a mi guarida cálida y protectora como un triste cobarde. ¡Bye, belleza!
Me fascina cómo las nubes y las montañas se aman, en silencio. Como sueño amar. Me conmueve la pasión serena con que se penetran y abrazan, se envuelven y se lloran. Siento mío ese bello llanto del encuentro con un escalofrío de melancolía. Me emociona mirar como unas se despiden desgarrándose la piel y las otras quedan abandonadas a sí mismas preguntándose cuándo volverán. ¡Pobre gente, qué tragedia! Pobre de mí que pierdo un latido pensando en ella. Las nubes podrían flotar alto si quisieran; pero descienden para cubrir a sus amantes. Se lanzan como las olas a la arena lamiendo la piel con hambre insaciable. Yo no puedo flotar. Misericordia… Soy una montaña y ella es líquida y cálida; una piel voluptuosa que me envuelve y, rozándome con los labios, me susurra sensualidades al oído arrastrándome a un plácido delirio. Pero a veces el celoso viento la quiere para él y me la roba. Y al igual que la montaña abandonada, espero con melancolía mi otoño. Nada dura tanto en la Tierra como este eterno romance de nubes y cielo. Qué hermoso… Y yo tan nada.
Pocos tienen la fortuna de morir en un lugar distinto al que nacieron. Los que nacen en cautividad, suelen morir en cautividad. Y cuando pienso distinto lugar, es al escogido; no al que se ha sido enviado por hambre o fascismo. Morir lejos de donde se nació es una de las mayores expresiones de la libertad.
En el aire había una distorsión, parecía un torbellino de agua flotante. Siempre la busco y ubico en todos los lugares y tiempo de mi cotidianidad y de esa deformación del aire, aunque fuera una espejismo de mis ojos gastados, me permití la ilusión de que podía ser un portal para llegar a ella en un instante. Y entré en el torbellino como un adulto que no cree en lo extraordinario, pero nada ni nadie le impide soñar. Una solitaria y secreta travesura más de amor, no podía hacer daño… Era sólo un espejismo, una avería de mis ojos. Me hice pequeñito como los niños de algunos cuentos de la infancia. Me sentía turbado, alterado por un temor extraño que corría bajo la piel, como cuando la tierra se mueve por un terremoto y te das cuenta con un escalofrío de la enorme magnitud de la fuerza del planeta. No volví atrás, si en el mundo grande no te encontraba, la buscaría en un mundo en miniatura. A veces hay intuiciones… Comencé a caminar esperanzado en un bosque en el que las cosas mínimas formaban otro bosque, tal vez mágico como ella, mi hada amada. Avanzaba penosamente entre una selva de altas hierbas y flores grandes como árboles. El mundo era, al mirar al cielo, terroríficamente grande. Los árboles colosales parecían no tener fin y perderse sus copas más allá de lo azul. Y no sé el tiempo si también se encogió, porque agotado me senté a descansar bajo el sombrero de una seta y en un instante de lucidez fui consciente de estar loco de amor. Y tuve miedo, temí lo peor: ¿Quién va a amar a un loco? Deseé que estuviera loca también para no ser ajeno a ella. No soy un ingenuo; pero cuando eres miniatura piensas como tal, sencilla y pequeñamente sin alejarte demasiado de lo que eres, sin sobrevalorarte, esperando lo peor. Respiré hondo, me serené y tuve la certeza de que fuera adonde fuera, al mundo más grande, al profundo, al etéreo, al líquido, al de piedra… No la encontraría porque está en todo tiempo y lugar. Es sencillamente inabarcable, sólo puedo sentir una fracción de ella. De la misma forma que le preguntas a alguien en qué piensa y se bloquea porque no hay suficiente vida para traducir a palabras el pensamiento. Bajo el sombrero del hongo lloré secamente esta verdad revelada. Purgué mi incapacidad hasta que una oruga voraz erizada de gruesas espinas me comió en dos segundos el meñique, anular y corazón de la mano izquierda que acariciaba la tierra cálida y húmeda. Con la derecha fumaba un micro cigarrillo. Y escapé lejos de la monstruosa oruga sintiendo una inmediata añoranza de mis dedos más que dolor. Ahora entiendo porque los cuentos infantiles no tienen final feliz o les pasan cosas malas a los pequeños. El problema es que cuando te encoges, el mundo se hace colosal e insensiblemente cruel. Sólo eres un microbio… Y tal vez el amor se torne también monstruosamente voraz. Me come ahora que soy pequeño. Sentía angustia, ¿cómo iba a ser mi vida sin mis dedos, cómo explicar la mutilación? ¿cómo un día acariciarla con la mano mutilada, fea, horrorosa? Y aun así, en otro alarde de locura pensé que era un precio razonable por buscar a mi amor en otra dimensión como he soñado tantas veces. Comenzó a oscurecer a pesar de que a miles de kilómetros arriba se podía ver entre las lejanas ramas el azul del cielo. El miedo se apoderó de mí, no quería que la oruga me comiera también la cabeza. La oscuridad se llenó de ruidos, de amenazantes chirridos, algunos tan cercanos que me llevaron a correr a oscuras y caer y caer y caer… Y la aguja de un pino se clavó en mi muslo como una lanza. Conseguí extraerla, pero manaba tanta sangre… En la última luz que quedaba vi una hebra de telaraña vieja y rota prendida en las púas bajas de una zarzamora y me hice un torniquete. Se me cerraron los ojos de agotamiento, miedo y dolor. Cuando encontré fuerza para abrirlos, un disco de plata iluminaba suave y gélidamente el bosque. La luna llena era demasiado lejana y pequeña a mis ojos, me costó identificarla. No tenía frío, la tierra me transmitía su calor vital. No podía dar un paso más, notaba un corazón palpitando en mis heridas y me negaba a examinar la mano mutilada. Y otra aberración óptica apareció como un pequeño sol ante mí. Un burbuja dorada que se estiraba y contraía, como el cebo de un anzuelo para atraer a los peces. Avancé lentamente hasta ella y cuando miré dentro, me succionó. Imaginé que era una alucinación, una metáfora de mi muerte por desangramiento. Y ahora soy donde nada duele, donde no hay sonido, ni orugas. No siento ni siquiera necesidad de amar porque soy una partícula, un pensamiento inmaterial que no precisa respirar. Una conciencia eterna, un quark indivisible donde el amor ya no es deseo, sino serenidad. Y sin cuerpo, el amor es una obra de arte de mi conciencia, un orgullo de sentir. Fue importante amar, la ilusión no fue una pérdida de tiempo al final. Soy una partícula subatómica indivisible sometida a las fuerzas y corrientes de la materia oscura de un cosmos tan grandioso y tan inabarcable como tú, mi lejano amor. Soy una mínima y completa estructura de pensamiento puro que cobija infinitas ideas. Así son los dioses que pueblan el universo: partículas indivisibles que guardan la memoria vivida y contemplan y se llenan de experiencias. Ahora sé que todo mi pensamiento, no ocupa espacio ni tiempo. Soy un pensamiento libre de materia y estoy en todo lugar y tiempo expandiéndome a mi interior. Hace unos segundos la oruga casi me devora y me he emocionado con la formación de una estrella que se ha convertido en una agujero negro a lo largo de millones de años en la escala temporal de la carne sufriente. Sin cuerpo, en la dimensión cuántica el tiempo pasa tan veloz que puedo ver estrellas formarse e implosionar en un instante y tan lento como para reírme de la angustia que sentí en aquel bosque en miniatura hace unos segundos. Todo ocurre al mismo tiempo, en un caos fascinante. Soy un fenómeno cuántico producto del amor y la imaginación, de alguna forma me convertí en lo que buscaba. Y dentro de un millón de años o de una trillonésima parte de un segundo, no habrá variado nada, de lo que siento, lo que amo, temo y admiro. De lo que experimenté y descubrí. Soy un proceso libre. Lo que importa es que ya no hay búsqueda y no es necesaria la esperanza. Soy un todo consciente liberado de toda carga, incluso atómica. Y mi amor será eterno e indivisible como mi naturaleza cuántica. Bye, amor, todo irá bien, te lo juro.