Posts etiquetados ‘nubes’

Me fascina cómo las nubes y las montañas se aman, en silencio.
Como sueño amar.
Me conmueve la pasión serena con que se penetran y abrazan, se envuelven y se lloran.
Siento mío ese bello llanto del encuentro con un escalofrío de melancolía.
Me emociona mirar como unas se despiden desgarrándose la piel y las otras quedan abandonadas a sí mismas preguntándose cuándo volverán.
¡Pobre gente, qué tragedia!
Pobre de mí que pierdo un latido pensando en ella.
Las nubes podrían flotar alto si quisieran; pero descienden para cubrir a sus amantes. Se lanzan como las olas a la arena lamiendo la piel con hambre insaciable.
Yo no puedo flotar. Misericordia…
Soy una montaña y ella es líquida y cálida; una piel voluptuosa que me envuelve y, rozándome con los labios, me susurra sensualidades al oído arrastrándome a un plácido delirio.
Pero a veces el celoso viento la quiere para él y me la roba. Y al igual que la montaña abandonada, espero con melancolía mi otoño.
Nada dura tanto en la Tierra como este eterno romance de nubes y cielo.
Qué hermoso…
Y yo tan nada.

Foto de Iconoclasta.

Ya han llegado recién salidas de una fábrica de algún lugar desconocido del profundo cielo.
Son perfectas. Fabricadas con precisas láminas cortadas con láser, se puede observar los estratos que les dan espesor.
Diseñadas y cinceladas en el cielo con la precisión de un artista cirujano.
Programadas como hermosas y altas amenazas.
Carecen de la entropía voluble de las nubes cálidas. No hay sorpresas con ellas, están diseñadas para ser inconfundibles y de una mayor dureza; ya que cuando el viento las arrastra resisten el proceso típico que las banales nubes de verano no pueden combatir: el deshilachado. Y durante horas y grandes distancias mantienen su característica silueta endurecida con frío.
Y por ello no son banales, advierten del infierno invernal.
Otra vez…
No se parecen a nada más que a sí mismas. No son moldeables como las nubes del calor con las que se puede jugar a dar formas.
Con el frío no se juega, condenará quién vive y quien muere para la próxima primavera.
Anuncian la nueva campaña de la lucha de todos los seres vivos por mantener el calor corporal, especialmente cruenta en alta montaña.
Soportar tantos meses el cansancio del organismo por preservar el calor vital…
Las nubes del frío silenciosas y agresivas inauguran ineluctable y oficialmente las nuevas olimpiadas de la vida y la muerte, como naves cargadas de aciagos presagios y desesperanzas inevitables.

Foto de Iconoclasta.

No sé qué pensar y definir concretamente cuando de las selváticas montañas se elevan jirones de vapor hasta formar nubes que ascienden expandiéndose en una libertad celestial.
Haciéndose una…
El vapor envuelve las ruinas de una ermita y no puedo concluir si es un azar o las nubes buscando salvación.
¿Es el calor acumulado en la tierra el que forma el vapor? ¿O son almas que exhalan los cadáveres y la fronda seca del bosque que, al fin han aceptado la muerte al sentir sus restos ya siempre fríos?
No creo en las almas, creo en los cerebros y sus cualidades, si las tuvieran.
Como estilismo y retórica, volver a imaginar el vapor como alma y jugar con ella no puede hacer daño. El mundo humano está tan lleno de maldades que es inevitable que el pensamiento divague alejándose de la macabra realidad como las almas ascienden al cielo amando rasgadamente a sus montañas.
Almas arrastrándose por las nemorosas laderas, perezosas caricias ascendentes sin prisas. Susurrándoles sus últimas confidencias antes de llegar al cielo y fundirse.
Secretos…
No tengo secretos, sólo vergüenzas pasadas que no puedo olvidar. Errores, defectos, ignorancias…
Los secretos son cosas extraordinarias que por tu seguridad escondes escrupulosamente. Yo jamás he ostentado semejante poder.
El amor no es secreto, es dramático porque los ideales son efímeras mariposas que mueren aplastadas por la esclavitud humana y su multitudinaria mediocridad, los pecados originales con los que nacen los pobres bebés en la civilización.
Ahora estoy seguro de que el vapor son almas escapando de la esclavitud.
Todo encaja en la contemplación solitaria y silenciosa, en el íntimo frío desapacible.
El amor duele porque se define con las precisas palabras dolientes de esperas y ansias; si no se definiera sería un instinto.
Soy el dios ignorado de la simplicidad, del minimalismo filológico.
Del pensamiento rápido.
Y afilado si pudiera ser.
En una sola palabra cabe un universo.
Si fuera vapor ascendería por su cuerpo susurrándole confidencias como hacen las nubes a sus bosques… Emergiendo de su monte de Venus, dejaría parte de mí en su piel, como ella con sus uñas trazaba líneas quebradas en mi pecho cabalgándome.
Jadeando…
Extendería un rocío cálido en su vientre y difuminaría con mi niebla las endurecidas cimas de sus vibrantes montañas. Y al fin, me enfrentaría a su rostro e inundando de mi vapor su boca, le suspiraría lo mucho que la amo, a tan solo un instante de fusionarme con otras almas y ya no reconocerme, ser nada…

Foto de Iconoclasta.

Tengo el amor tan clavado en la carne que es imposible ignorarlo.
No hay día que esa astilla no se mueva y libere un doloroso placer enrojecido de una delirante esperanza, una ilusión cuasi infantil.
Y sin tocarme, se me derrama un semen como un lamento…
No hay día que cuando sangra al moverse, me libere de la carne haciéndome vapor hacia donde habita.
Soy nubes rectas como flechas, deshilachándose veloces para clavarme entre sus muslos.
Mi puño veloz como ellas fustiga hasta despellejar el deseo del cíclope amoratado y ciego. Mi bálano es un volcán incruento de bebés sin esperanza de nacer.
Amar es una acto de locura y un surrealismo impío que concilia el sueño y la realidad.
Y soy crema cálida desbordándose por su coño…
Mi amor que se hace jirones en el cielo indolora y majestuosamente liberando la energía que la urgencia tiene y haciendo por unos segundos, el pensamiento algodón.
Ser aire, al fin, en sus pulmones.
Porque adonde la carne no llega, el vapor lo inunda.
Si no fuera así ¿para qué existo?
Un semen desembocando a ninguna parte por las laderas de mi pene ardiente…
Solidificándose en frío sin sus dedos que lo templen.
Tengo el amor tan clavado que no comprendo cómo puede latir el corazón.
No entiendo porque quiere latir así…

Foto de Iconoclasta.

Cuando alimentas la esperanza de que las nubes mantengan el sol cubierto, las muy bordes se van y te dejan indefenso y solo a sus putos rayos.
Y dan ganas de repartir hostias a quien sea.
No está nada bien que te ilusionen y luego te jodan. Es habitual; pero no está bien.
La vida es una cochina metáfora de sí misma.
¡Coño! ¿Dónde está el meteorito de la próxima glaciación?
Es una época de mierda, nazismo, crisis nazista, gripe nazista y calor nazista.
Alguien debería matar a alguien, digo yo. Y digo bien.
Pareciera que dios si existiera, fuera un cochino corrupto que ha aceptado sobornos de las democracias nazis del coronavirus. Y las de la guerra ruso-ucraniana, que son exactamente las mismas.
Parece imposible que una democracia sea nazi y genocida ¿no?
Pues como todo dios ha podido comprobar, se ha convertido este hecho en una vulgaridad más de estas sociedades de adultos infantilizados y globalizados en un gran y poderoso analfabetismo funcional.
Es tan notorio el analfabetismo que la RAE corregirá “analfabetismo” por “hanalfabetismo”, para no herir susceptibilidades de puritanos y maricas.
La mierda nunca cae sola, lleva trozos variados de cosas innombrables, otros deshechos.

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

Se han formado unas oscuras nubes que han tapado el sol y me he apresurado a salir de casa para pasear bajo su amparo.
Cuando me he encontrado con las montañas de frente, el cielo me ha saludado con una brisa de aire sorprendentemente fresco. Le he dado las gracias, alzando levemente la visera de la gorra, entornando los ojos por la caricia. He sentido vergüenza por este acto de frívola ingenuidad y he sonreído sinceramente sin poder evitarlo.
Y me he sentido un poco desfallecer por la repentina relajación del cuerpo.
No sabía que estuviera tan agotado.
Me he sentado en una piedra, porque el placer del aire fresco no consigue aplacar el dolor de caminar; no me quejo, simplemente procuro gestionar un poco el caos del dolor y la frustración. Nada especial, unas palabras escritas en una libreta que me otorgan una importancia que no tengo. Cuando escribo todo el dolor se queda en el papel, infectado por la tinta que calienta mi mano. Es terapia de locos.
Se ha oscurecido un poco más el cielo y la brisa se ha convertido en viento, con un sonido suave como las olas del mar sereno.
He encendido un cigarrillo, con cada bocanada me entraba aire fresco que daba paz a algo oculto que tengo dentro y que no sabría decir si soy yo o lo que quisiera ser.
El cielo me pregunta ¿Está bien así?
Le he respondido cerrando los ojos aliviado, he visto desde muy lejos de mí el bolígrafo detenido en el aire, suspendido a unos centímetros del papel. Un acto de inmovilidad mística.
Mis manos tan relajadas… No necesitaban nada. Y los ojos seguían perezosamente las continuas reverencias que las agitadas ramas de los árboles hacían al universo. A nadie.
No ha aparecido ningún ser humano en quince minutos o tal vez en tres semanas. Estaba tan solo que sentía que era el preciso e íntimo momento de morir; pero no me dolía el corazón.
La detonación de un escape de aire de un tren que se acerca me ha sobresaltado de tan aislado que estaba.
A veces pasa que pierdes el control y te vas adentro y profundo.
Son los momentos por los que vale la pena vivir un poco más.
Una mujer ha aparecido paseando un perro y me ha saludado con una sonrisa amable mirando una hoja de mi cuaderno agitándose.
Vivir un poco más…
Aunque no demasiado, no puedo perder mi angustia; la que me aferra a la tierra con los dedos crispados, enterrados en ella.
Pienso que si dejo de sufrir, dejo de existir. Disciplina.
Me duele la espalda por culpa de la pierna podrida y maldigo el momento de levantarme.
Y el viento me ofrece un ligero empujón inflando mi camisa de frescor.
Puedo ver mis propias pestañas cerrando el campo de visión y tomo el control.
Podría aparecer el sol de repente e incinerarme rabioso.
Hasta siempre, preciosas nubes.

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

Un solitario camina y mira al cielo porque entre la tormentosa nube, se abre un agujero por el que el sol intenta desesperadamente lucir.
En principio el hombre ajeno al mundo piensa que dios le va a dejar caer a los pies una tabla con diez mandamientos obscenos y se ríe.
Es un cínico demasiado curtido que sabe todo lo que es imposible.
Al solitario le lloriquean los ojos ante esa luz, o porque está un poco cansado del dolor. No importa, es divertido sentir emociones por banalidades que no pesan demasiado.
La realidad es demasiado aburrida, más de lo mismo y más y más y más…
Y ocurre que sus ojos quieren ver un dragón que se ha detenido en pleno vuelo para acicalarse flotando con absoluta naturalidad, ajeno a él y a La Tierra.
Mi amor, era yo el solitario…
Y el dragón, tal vez.
Estar solo tiene sus ventajas y desvaríos, lo digo por mí. El dragón me parece cuerdo, sinceramente.
En lugar de aparecer tú en el cielo, se formó el dragón.
Podría haberse rasgado la nube en vertical, en dos franjas que dibujaran tus muslos y el delta que forma tu deseado coño. Algo que me evocara a ti, me sobra indecencia para imaginarte.
Porque imaginar tu rostro entre las nubes, es demasiado complejo para el azar y las divinidades; y si lo viera pensaría que sufro una enfermedad mental.
No creo en dragones, ni tengo una especial predilección por ellos; pero ahí está.
Y yo debajo…
Faltabas tú para que apremiándote y señalando la mancha de luz, te preguntara qué ves.
Y besarte a traición el cuello apresando tus soberanos pechos en un abrazo de lujuria y posesión.
El hombre solitario siente aún más la fría y serena soledad observando al dragón aseándose. Lamenta no poder flotar hasta él y decirle: “Hola dragón ¿me puedes llevar lejos con tus poderosas alas? Me duelen lo pies, por decir lo mínimo. Adonde tú vayas me parecerá bien”.
Se cierra la nube devorando al dragón y siente una triste sensación de pérdida que crea un leve rictus de dolor en su rostro que ahora mira el suelo.
Clava con firmeza el bastón en La Tierra y empieza a caminar pensando en la improbabilidad de la magia.
El del bastón, soy yo, mi amor, atrapado en el triste final de un cuento de dragones y mazmorras.
Sin ti de nuevo…

Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

No fotografío lo que veo, fotografío lo que soy.
Estoy ahí, dentro y a su alrededor.
Estoy ahí y soy materia.
Soy ahí y soy bestia.
Soy sol y nube, luz y oscuridad, hierba y tierra y el graznido de un cuervo que anuncia deseo y muerte con el mismo tono enojado.
Fotografío lo que soy. Y soy parte de esa catedral de árboles y montañas que sol y nubes hacen templo de vida.
Hay coros que elevan al cielo las plegarias muertas y vivas antiguas como mi alma.
Fotografío lo que soy y nunca hubiera pensado ser tan bello.
Fotografío lo que soy: la libertad absoluta es abrumadora. Monumental.
Una vez fotografié lo que veía, hace eones de latidos. Y no me gustó, no me gusté.
Si fotografías lo que eres y no te gusta, te compadezco y te entiendo.
Conocí aquello.

 
ic666 firma
Iconoclasta
Fotografía de Iconoclasta.


Como esa nube que sale tras la montaña, así quiero salir de entre tus piernas abiertas. O de tu boca que aún jadea el placer de un orgasmo ansiado.
Enroscarme en tus pezones duros y lloverlos con mi lengua ardiente, pesada, reptante…
Salir de ti como una nube satisfecha, que te ha arañado, besado, lamido, mordido, acariciado y anhelado los labios de tu coño y lo más íntimo de tus muslos.
Aparecer lentamente, de entre el temblor de tus muslos, con mi boca nebulosa llena aún de tu coño. De la baba del deseo que has derramado en mí, en mi rostro gaseoso. Mi rostro agotado de tanto desearte.
Soy tu lluvia y me has llovido…
Lluvia sobre lluvia…
Yo no soy la nube bonita que saluda al mundo y aparece para acariciar el verde de la montaña y sustentar a pájaros de primavera que pareciera que la saludan.
No soy la nube ufana y hermosa.
Soy la nube indecente que te ha follado, que se ha metido entre los labios de tu coño y te ha besado vertical y profundamente.
Que ha lanzado y clavado un puto rayo lácteo y ahora tu raja llora blanco.
Soy una tempestad de amor y obscenidad que habita en lo más sagrado que hay en ti: tu coño, la puerta dimensional por la que acceder a tu alma, a toda tú.
Yo no soy la nube bonita de algodón.
Soy la nube que te jode, que te desgarraría toda sin control, si perdiera la poca razón que me queda.
Solo quiero ser eso, cielo.
Una nube indecente que emerge vanidosa y satisfecha de entre tus divinos muslos voluptuosos.
Y luego no importa deshacerme en jirones, porque habré hecho lo que debía. Para lo que fui parido.
Veo el hermoso cielo, y no puedo evitar pensar en ti de la forma más íntima e indecente.
De la forma más desesperada.
¿Verdad que me entiendes, cielo?
Besos de algodón en tus cuatro labios divinos.

 

 

ic666 firma
Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

Las nubes y la inocencia

Crees posible caminar por ellas, dentro de ellas y saltar. Eras niño.

Las nubes eran tupidas masas de algodón elásticas y suaves, un lugar hermoso y sin filos para los niños tristes.

De pequeño querías escapar de aquí, identificabas mundos y lugares mejores, con una ingenuidad que a veces remuerde la conciencia. ¿Cómo pudiste ser tan inocente?

Creces y las nubes se convierten en un vapor desesperadamente impalpable.

No es extraño observar las nubes y no sentir demencia al oír reír al niño que murió para que el adulto ocupara su lugar, dando volteretas muy solo él, pero firmemente sostenido por la nube que lo cuida.

Ahora el hombre se conforma con admirar la intocable majestuosidad del vapor.

Ahora el hombre se enciende un cigarro bajo la masa de vapor mientras escucha con los ojos cerrados unas risas que bajan del cielo.

Y se alegra de estar solo porque los ojos van a perder la batalla contra la melancolía.
f4b59-ic6662bfirma
Iconoclasta