La escena transcurre en Alemania, cerca del Berlín de 1931. Es cine en estado puro, un puñetazo de arte e historia directo al corazón. El director convertido en doctor en antropología social. Con qué aparente sencillez… Una de las escenas más terroríficas para cualquier persona con inquietudes de libertad y librepensamiento. En una película musical sorprende visceralmente esta inyección de crudo fanatismo que muestra con inteligencia y efectividad la miseria moral y asesina que una nación, sus gentes, puede llegar a alcanzar. En 1933, Hitler fue elegido jefe de estado por el pueblo alemán. Terror emocional puro. Con solo esta escena, Bob Fosse se elevó a genio del cine. Alguien debería enseñar esto a los jóvenes en las escuelas y universidades; no los evangelios de la globalidad oscurantista. Que sean capaces de identificar este escalofrío del caníbal fanatismo tan repetido y actual. Tan probable en todo tiempo de la historia. Aunque estoy seguro de que no entenderían, no sabrían lo que ven. La amorfa masa votante no entiende, no identifica lo obvio, mucho menos las sutilezas. Margaritas a los cerdos. Ningún camello ve su propia giba. Tan bucle en el tiempo… “¿Sigues creyendo que les pararéis los pies?”
Vivo como los gatos: entre los humanos y lo salvaje, sin merma de su condición de cazadores natos, sin dependencia humana alguna. Así, razono las posibilidades y las imposibilidades las sueño. Sólo que no soy gato y mis mundos son inconciliables y mi adaptabilidad gatuna es cada día más rígida. Jamás he deseado ser buen hombre o ciudadano. Cuando pierda el dominio de mi mente caeré en el mundo imposible. El de la razón me da jaqueca. Así que cuando enloquezca moriré en el acto, porque no seré de este planeta y su atmósfera irrespirable para mi naturaleza onírica.
No hay tragedia en el árbol tumbado por el viento. Incluso es motivo de alegría por su leña. Con los seres humanos anónimos ocurre lo mismo, por el espacio libre que dejan. Los árboles no lloran por sus muertos y los humanos se angustian porque el cadáver les recuerda cuál es su destino final. Los hay que lloran por perder a un ser amado; pero la práctica es que la indiferencia es una absoluta mayoría; la vida es corta y solo los estafadores y maníacos sienten dolor por cada humano muerto en el mundo. Son los únicos que tienen tiempo para las indiferentes muertes. Los antílopes no lloran por el que devoran los leones a pocos metros de donde pastan y no hay nada que reprochar. El mundo gira a la misma velocidad cuando muere un árbol, un humano o un amor. Los amores muertos no dejan residuos y sus vapores no afectan más que a los amantes, es una tragedia íntima que todo ajeno ignora y de poco alcance radiactivo, no más de tres o cuatro centímetros desde la piel. No hay responsos por los árboles, humanos y amores muertos, no para todos los cadáveres. Solo puedes sinceramente, observar los restos y las tristezas que evaporan y razonar que no es tu momento. Que ya lloraste a los que debías y que la vida es una mecha rápida e imprevisible. Podría ser amable y desearle buen viaje al árbol caído (como el ángel…); pero no pide ni necesita hipocresías. No puedo regalar un tiempo que se me escurre rápido entre los dedos. No pierdo el tiempo con los muertos porque son demasiados y no todos fueron buena gente cuando respiraban. Soy selectivo. Existentes ciertas insensibilidades que se desarrollan con la praxis vital, herramientas necesarias para que los forenses puedan hacer su trabajo relajadamente. Y para que yo la siga amando sobre todos los cadáveres de La Tierra. Así que cierro los ojos ante la repentina ráfaga de aire fresco que relaja mi piel y el tabaco templa mis pulmones rudos y experimentados. Buen viaje, arbolito. Tampoco cuesta tanto saludar a los muertos si te apetece cuando nadie te ve. Y podría sonar Spiegel im Spiegel es un buen momento; pero nada es perfecto.
Los hay, dicen, que se miran el ombligo. A mí no me pasa. Me hipnotiza el tuyo e imaginar que lo penetro con la lengua inundándolo de mi baba animal espesa y cálida, cuyo río verterá en tu coño arrastrándome. Con tus dedos aferrados a mi pelo contienes el aliento en el lento descenso a lo inevitable, mortificándome. Provocando el hervor de la leche en mis huevos pesados, doloridos por la presión del atávico deseo acumulado. Me importa una mierda mi anodino y estúpido ombligo. Estoy caliente y la tengo dura ¿Cómo cojones voy a mirarme el ombligo, si mi rabo colapsado de venas y espasmos domina la horizontalidad y verticalidad de la bestia abriéndose paso hacia tu alma carnal? Quien se mira el ombligo no alcanza a intuir el acto de follar. No lo entiende. Amarse uno mismo es el consuelo de los incapaces. Un dinero metido en un coño a cambio de la vejación de ambas partes. Un consuelo sórdido y patético de fracasados. Solo miro tu ombligo, el camino directo a tu coño.
He pensado en la roca seca que el río no moja y en las bocas polvorientas sin besos. He meditado sobre el amor y su hidratación. Y el odio y su combustión. He elegido el odio porque es gratificante y fácil. Muy fácil… Por mucho que mientan miles de veces; odiar es más fácil que amar. Hay más seres odiosos que fascinantes. Es una cuestión de probabilidades, de oportunidades. Soy un animal que razona con la boca llena de besos incinerados, imposibles. Y antes me arranco la cabeza que perder mi impía animalidad penetrante y superviviente. Indiferentemente homicida. En el universo solo hay una boca, y rocas a millones. Es una guerra perdida, solo puedo aspirar a arrastrar conmigo al río seco a cuantos pueda. Para evitar sufrir el ansia de la boca seca debes odiar. Polvo de besos muertos… El odio es un mercurio que llena los espacios vacíos que crea el amor y te hunde con seguridad en la tierra real y sórdida. Cruel sin pecado concebida. Odio por razones terapéuticas y mi inevitable irracionalidad animal. La muerte es un acto cotidiano y yo puedo ser consecuencia y portador. Puedes elegir si no eres dado a puritanismos fariseos. Los humanos tenemos esa libertad salvaje que ni las divinidades nos pueden arrebatar. Es un hecho. Soy alérgico a la depresión… No puedo llorar tristezas, solo odiar al mundo que me las clava. Soy la injusticia premeditada y cultivada. Y unos labios ajados. Es un acto de justicia salvaje gritar por la violencia y la destrucción, la muerte y el sufrimiento de todo lo vivo y establecido suciamente desde los inicios de la civilización. Exijo y busco la aniquilación de quienes sustentan los pilares de la civilización y de los que lamen sus pies, abonando, eternizando la podredumbre. Lo exijo con la boca polvorienta de besos marchitos. Como escucho a la piedra arrasada por el sol e ignorada por el río, blasfemar violentamente contra su cochina existencia. Tragos de sílex hiriente… Las vísceras húmedas… Es hora de morir, animales. Un gran festín para los buitres. Odiar es sólo biología e ira. Cacao para los labios cortados. Nada personal. Tan solo es mi puta boca seca de ti… Una contracción brusca de la esperanza. Tenía que pasar.
Tengo una sobredosis de ansiedad de ti. Me he chutado en vena tus palabras y sonrisas, tus sueños y amaneceres injustos. Y mi piel destila gotas de tu alma. Te juro que no es sudor, porque siento el cuerpo helado por dentro. Estoy absolutamente colgado de ti. No distingo si en mi cabeza riges tú o yo. He esnifado recuerdos contigo e incluso he dudado de que los sueños lo fueran. He despertado sentado en una roca a la orilla del río. La lluvia de pelusas de los sauces, como seres celestiales ingrávidos y volátiles sobre el cauce, dibujaban tu rostro en el aire. Irremediablemente me arrastraban a ti. He sorbido una gota de sangre que descendía por la nariz y me he lavado el rostro con el agua fresca de tu líquida mirada. He imaginado el planeta desde el espacio, sus distancias e inconsecuencias. Y un repentino latigazo de solitud me ha provocado la necesidad de escapar contigo de nuevo. Escapar de la dimensión real… Pero no me quedaba más morfina de amor. Por el pliegue del codo una pequeña boca pide más de ti y llora una gota de sangre con hambre. Las venas se rasgan con el ánimo. No sé, es difícil amar y comprender. Arrastrando mi mono de ti he caminado con un saco de tristezas que solo debe abrirse en la oscuridad y su aislamiento. En la habitación del llanto de mi hogar. Volveré a encerrarme en mi laboratorio de amor ilegal y quemaré más palabras tuyas escritas en papeles rasgados como mi pensamiento. Y sublimaré las cenizas con lágrimas. Destilaré la materia oscura y la esencia será de mil partes de ti por una de mí. Las sobredosis de ti no matan; es imposible que pueda causar un daño el exceso de ti. Principalmente se debe a que no hay exceso, soy insaciable. No importa lo que se espese mi sangre con tus palabras procesadas en mi alambique de la desesperación. No importan las cenizas tantas veces esnifadas, adheridas en los pulmones y las impurezas que pudiera haber por mi torpeza en la elaboración. Aunque dudo que sea un ventaja no morir por narcosis de tu amor. Estaría bien morir suave y plácidamente. Es una dura prueba de entereza salir de la psicodelia de amarte en un momento y lugar sin ti. Lo que no haga tu amor, el tiempo lo hará. Sin embargo, hay tanto tiempo que el desgaste es eterno como el infierno. He alucinado en algunos viajes que esos seres que flotan sobre el río y lentamente caen en el agua, como si no quisieran, son capaces de arrastrarme río abajo y llevarme al mar cuyas todas aguas conducen a ti. No tengo necesidad alguna de despertar, no me preocupa. La ingravidez de la inexistencia es ese descanso que buscan los alquimistas yonquis del amor, cuando se colocan con sus propias drogas. A veces, cuando la vida duele mucho, tengo un mal viaje al meterme un jaco de tu alma y ocurren cosas horribles; la ventaja es que al despertar no hay esa tristeza que incinera la ilusión de los sueños. Sin embargo, he perdido el tiempo. La tristeza, más hermosa que cualquier alegría, llega cuando te disipas entre las volátiles pelusas que, arrastradas por suspiros y trinos nievan blanca y cálidamente sobre el cauce del río. Y Linda Ronstadt cierra hermosa y sensualmente su Blue Bayou…
Las cosas bellas lo son por su sutileza, son livianas. Diáfanas como una ventana al dulce sol del amanecer. Un aleteo de mariposa, un pétalo a caballo de un soplo. Un trasluz volátil, efímero. Pero no pueden resistir el embate de lo horrendo, denso, opaco, oscuro. Tan oscuro… Tanto dolor y su muerte. Dame refugio. Aún quepo en tu corazón… Soy el hombre roto, muchas veces arrollado, aplastado por las brutales cosas horrendas. Me arrebataron mis pocas cosas bellas. Las desintegraron con la absoluta indiferencia hacia la ternura que hace posible todas las crueldades del mundo. Y siento que a mí con ellas. Me quedé tan vacío… Aún quepo en tu corazón. Por favor… Si pudiera crear cosas bellas, sólidas. Y a la vez sutiles, que parezcan de plata a la luz de la luna. Dime que es fuerte la luna, que es una belleza sólida luchando contra lo horrendo. Si pudiera crear de nuevo las ternuras despedazadas… ¡No puedo! Todo yo siento ser una triste fractura. Un muñeco sin brazos en un vertedero. No puedo crearlas, no aquí en La Tierra. Si no estuviera más muerto que vivo… Tan viejo, tan antiguo de mierda. No dejo de ver una y otra vez los cadáveres marchitos de los sutiles y bellos momentos descender ingrávidamente, como barcos a la deriva en un mar muerto. Y hacerse polvo al caer en mis zapatos. Sentía abrirse la carne de mi pecho y vaciarse el corazón. ¡Oh devastación! Soy un rimero de odios y rencores, grito veneno por vengar la muerte de las cosas bellas, caiga quien caiga, muera quien muera. Quiero dolor, sangre y muerte. Abrir fuego indiscriminadamente. Si no puedes con el enemigo, muere odiándolo. Seré un rencor inmortal. No quepo en tu corazón, cielo. Sin mis cosas bellas soy otra oscuridad, una ponzoña en ti.
Los monstruos que soñamos son los más sórdidos y angustiosos porque sabemos qué es lo que más nos inquieta, usamos nuestra propia información para aterrarnos. Tal vez sea un autocastigo surgido de los problemas de conciencia que la sociedad plantea al ser humano como especie animal. Pudiera ser que las pesadillas surgen en momentos angustiosos de la vida para consolarnos de que hay cosas peores que la realidad que estamos viviendo. Las pesadillas sirven de alarma, para despertarnos cuando en el organismo algo marcha mal. Sin embargo, en muchas ocasiones no hay una razón que las explique. El cerebro no es tan infalible y misterioso como muchos dicen; y se estropea, pervierte el descanso en terror y lo rompe. Castigos autoinfligidos, pánicos nocturnos a los que nos somete un cerebro cansado, fatigado, herniado de una mala realidad, de una naturaleza deformada y una vida pervertida a la cautividad. Los cerebros se estropean y también nacen defectuosos. En un medio urbano, artificial; en el que la alimentación y respiración están contaminadas de innumerables químicos, es de esperar que se estropeen los cerebros. Es el órgano más complejo y delicado; al que afecta su funcionamiento la temperatura, la alimentación, el estado nervioso y el aire. Realiza procesos electroquímicos susceptibles de ser alterados incluso por golpes y vibraciones. El organismo inevitablemente contaminado de la madre, es muy posible que desarrolle en el hijo un mal cerebro; funcional para las tareas más simples, deficiente para las más complejas. Y cuanto mayor es su edad, más degenera. O lo que también me parece más plausible, más lógico: nacer y crecer en cautividad, en un medio artificial como una ciudad, sin opción a vivir y desarrollarse en contacto con la naturaleza, como todo ser vivo espera por instinto; mina la integridad del proceso intelectual humano. En unos casos de forma gradual, en otros con una ruptura repentina y explosiva. Un trauma violento para todo ser humano que atenta contra su naturaleza animal innegable e inexcusable. Por fuerza es algo que puede llegar a estropear el cerebro de una forma perceptible. La cautividad causa locura y el instinto animal humano frustrado conduce a una tristeza fatalista que muchos no saben definir, que ni siquiera saben padecer. Y este mal durará hasta la muerte, porque rara vez los animales nacidos en cautividad podrán adaptarse jamás a la naturaleza. Los zoológicos para los animales, son lo que las ciudades para los animales humanos. Esto explicaría las actuales y frecuentes matanzas de individuos por un solo agresor, por ejemplo. La culpa, el rencor, el odio acumulado y la libertad arrebatada, es un presión que rompe la cordura. Y esto nos lleva directamente al proceso consciente y alevoso que ejecuta la civilización contra la naturaleza del ser humano: la educación. La educación tiene el fin de amaestrar y socializar a las crías humanas. Un proceso que lleva a sacrificar la infancia y la adolescencia en los centros de enseñanza. Centros de adiestramiento es lo que mejor los define; porque se trata de contener y retraer su instinto nato animal. Se puede decir en gran cantidad de casos, que el proceso de castración humana arrasa con una cuarta parte de la vida humana útil de todo individuo. Recuerdo mi infancia y adolescencia, sobre todo la infancia, como las épocas más oscuras y tristes de mi vida. No sabía el porqué, me faltaban datos para conocerme y explicarme. Años y años luchando contra todos aquellos dogmas diarios, aquellas asignaturas inservibles, la amenaza psicológica y la tortura de los exámenes, la amenaza física de los profesores y sus castigos. Prefería un castigo corporal a quedarme más tiempo en aquel tugurio. Ahora sé que ignorándolo, me revolvía contra aquella castración; mi instinto natural gritaba contra los amos que con látigo me domaban. Una castración que hoy día, perfeccionados los métodos de engaño o adoctrinamiento, se implanta con más malignidad. Es más emocional disfrazándola de bondad y fraternidad, de hábitos que atentan contra la territorialidad innata, contra la distancia de respeto y seguridad natural entre seres humanos. La escuela, el instituto, la universidad… La enseñanza en fin, rompe el desarrollo intelectual lógico del individuo infectándolo con conocimientos innecesarios para su naturaleza. Sometiéndolo al miedo y al castigo mediante evaluaciones, reemplazando todo pensamiento de libertad por el de humillarse y acatar la autoridad. Un proceso que va desde los tres años de edad de las crías humanas, hasta bien entrados los dieciocho si tienen suerte. De lo contrario habría que sumar un mínimo de cinco o seis años más de adiestramiento en la universidad. Veinticinco años es una cuarta parte de la vida perdida, tirada a la basura por el capricho del poder político o religioso, encargados de cebar el poder económico. Una cuarta parte de la vida de un ser humano arrebatada para pervertir y malograr los procesos intelectuales naturales desde casi el nacimiento mismo. Una doma (por socialización); pero es mucho más que eso. Es una mutilación, una amputación de la naturaleza humana. Durante esa doma en la infancia, nacen las pesadillas que será una imborrable herida abierta en el subconsciente hasta la muerte del individuo. Las pesadillas te gritan, te reprochan, te culpan; que han hecho de ti un pobre animal que no sirve para nada más que para producir riquezas para otros. Las pesadillas te piden que hagas algo que no puedes hacer; evitar tu humillación y degradación como ser humano en un mal lugar, en un mal tiempo, con mala gente destruyendo tu espíritu. Y llegada la edad adulta el animal ha sido humillado y sepultado. Enquistado o encapsulado en algún rincón o callosidad del cerebro. Que surja cualquier anomalía o enfermedad mental por ello es más que razonable. Se debe a que ese enquistamiento no es algo muerto, es un instinto que aún pulsa. Precisaría operarse el cerebro del recién nacido con la precisión de un profundo conocimiento para conseguir erradicarlo definitivamente. Escribiendo el presente ensayo o reflexión, siento como mi cerebro se irrita; mi pensamiento íntimo se convulsiona físicamente creando un dolor de cabeza, en algunos momentos, demasiado intenso. Me parece lógico. Incluso que reventara algún vaso capilar. La educación que en principio, siglos atrás, se creó como una forma alevosa de eliminar la independencia y el instinto animal humano en pro de la autoridad tributaria; hoy se asume por un poder ignorante y también amaestrado, como un acto necesario y de perfeccionamiento del ser humano. Se lo creen de verdad, lo veo en sus ojos y ademanes, en su retórica manida y vulgar. Un esperpento de paternalismo y beatitud. Ha sido tan profundo el amaestramiento y mutilación intelectual de las generaciones humanas, que filósofos, políticos y religiosos son absolutamente ignorantes de lo que han hecho con ellos. Del producto que han resultado ser. Hay que evocar en este punto la mezquindad de estas castas y su conclusión: si la mutilación intelectual les ha proporcionado una vida cómoda, ante todo por haber nacido en la familia adecuada; vale la pena continuar con la mutilación en el resto de seres humanos porque es un bien para “esas pobres bestias”. Esto en el caso de que fueran conscientes de que son el resultado de un domador de bestias. Tal vez algún individuo de estas castas, pudiera ser consciente de su estatus de humano pervertido y roto; pero no de forma eficiente a juzgar por su fe en el sistema y desmedido ego; sino como una pequeña luz iluminando su cerebro sin acertar a identificar qué es. Más allá del conocimiento útil y habilidad lógica del lenguaje como comunicación eficiente y característica fundamental del ser humano; se ha infectado definitivamente la conducta humana y sus necesidades intelectuales con conocimientos inútiles a su naturaleza primordial, cuya finalidad es aplastar el instinto, enterrarlo profundamente ante la incapacidad de extirparlo quirúrgicamente. La evolución es un proceso de miles de años, el daño que se está haciendo hoy, si la humanidad sobrevive a su propia evolución, se verá en nuestros sucesores como los monstruos de ese lejano futuro. Imagino que serán seres de morfología antropoide con un insignificante cráneo, ya que el cerebro en aquel futuro sucesor del nuestro, se habrá reducido a una quinta parte. Tal vez luzcan, como los insectos, antenas formadas por cimbreantes tendones desnudos de piel para comunicarse, tras siglos de anular el instinto y la conducta humana lógica, innata. Y con ello, su lenguaje característico. Porque otra de las actuales imposiciones de la educación, para acabar, es el claro mensaje de “escucha y calla”. Un dogma que está actualmente en pleno auge con la implantación del audiolibro que inevitablemente llevará a la castración humana inyectada directamente en el cerebro. Evitando así, que ejerciten las crías humanas adiestradas por el estado, la importantísima actividad y capacidad de leer y descifrar; de visualizar la forma física de la palabra, su imagen en definitiva. El más valioso proceso nemotécnico que jamás la humanidad podrá superar con ninguna otra ciencia o disciplina y que fortalece y agiliza su inteligencia innata. RIP…
“El contrato social es una hipótesis explicativa de la autoridad política y del orden social, basada en la idea de que los seres humanos acuerdan voluntariamente ceder parte de su libertad natural a cambio de protección y derechos bajo un Estado.”
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Donde habitan las bestias el amor es un acto que solo puede impedir la hipocresía que allá no existe.
Solo entre animales puros se dan las altas emociones.
Se ama y se odia sin remilgos sin piedad para ningún sentimiento. A bocajarro el amor y la ternura, el odio y la muerte.
Solo donde habitan las bestias, la ternura brota en los campos y bosques, porque no hay interés que la pudra.
Y donde habitan las bestias los malos y los buenos son devorados sin atender a más razón que su debilidad y torpeza.
Las bestias no entienden de ropajes, posesiones y palabras vacías, inútiles.
Donde habitan las bestias, los humanos viajan según el frío, según la sed, según el hambre, según la ilusión.
No es turismo y su adocenamiento, solo es el descubrimiento y su conocimiento.
Donde habitan las bestias, no siempre entierran a los muertos, hay cosas urgentes que hacer en las que gastar esfuerzo y tiempo.
Y repentinamente un día, por una cobardía indeterminada, se alejaron de donde habitan las bestias y perdieron la gracia de su especie.
El amor se medía, compraba, intercambiaba y adjudicaba.
Los débiles y torpes no eran alimento de bestias y treparon a puestos de poder entre los humanos que se despojaron de su gracia innata. De su dignidad.
La ternura ya no brotaba en los campos y bosques; solo surgía una pestilente condescendencia que ensuciaba el aire.
Y aquellos viajes del conocimiento se convirtieron en trashumancia cronometrada y dirigida por los débiles y torpes. El adocenamiento borró de sus rostros la ilusión y el saber de donde habitan las bestias.
Así sucedió el fin de la humanidad y empezamos a nacer en este tiempo y lugar podridos donde no habitan las bestias ni la nobleza.
Y el adocenamiento es virtud remunerada.
No hay aliciente para el conocimiento y la superación, su tragedia, su alegría, su orgullo. A la humanidad la cubre una pátina de grisentería que hace las pieles del color de una ceniza triste y anodina.
Ahora solo brota entre sus patas la cobardía, abulia y servilismo.
Y hombre y mujeres no saben bien qué son. Ni siquiera para lo que sirven.
Y miran a sus hijos sin saber también, qué son, qué utilidad tendrán.
Malditos sean los muertos y los vivos que me vendieron a los débiles y torpes sin siquiera haber nacido.
Hay días que por alguna razón no soporto las amenazas del planeta ni su arrogante vanidad. Siempre descomunal y hermoso hasta la paranoia. ¿Qué le pasa? ¿No está cansado de sí mismo como yo? Dicen que la edad da sosiego. Y una mierda. Siento pulsar la ira como el síntoma del estallido de un capilar en el cerebro, en el pensamiento mismo. Es hartazgo. Como si me importara vivir más tiempo para simplemente sentirme abrumado por las colosales y amenazantes bellezas que se me regalan como premio de mascota. Estoy cansado de idiotas y sus vanidades, de subnormalidades, de la vulgaridad de lo ostentoso. ¿Por qué no puede la belleza ser amable y no echarte a la puta cara que eres un mierda? ¿Por qué el planeta no me ama como ella? Como si fuera fácil, como si no se diera cuenta de la miseria que soy, sonriéndome sencilla y rotundamente hermosa como una bailarina de cajita de música… Sin ternura y cordialidad la belleza es amenaza y humillación. Hoy es mi día de pasarme la espectacularidad por el culo; mira por dónde. Esas magnitudes geológicas pretenden aplastar mi pensamiento, destruir mi imaginación para que no describa mundos mejores. Porque los he imaginado, soñado y escrito. El planeta es un envidioso censurando incluso, las posibilidades que pudieran ser mejores que él. Por ello, por mimetismo, los gobiernos y su gentuza son los reflejos mínimos de la maldad del planeta. Todo encaja mierdosamente. ¿Todo esa magnificencia para recordarme que la muerte ronda cerca, que soy demasiado insignificante? ¿Se trata de esto? Tal vez esté un tanto susceptible y la agresiva beldad de lo colosal me pesa absurdamente en el ánimo por alguna química descompensada. Bien, pues me parieron así de descompensado, hay que joderse. Un hombre primitivo cansado de tanta ostentación de poder planetario… ¿Y la sangre y el dolor derramado también es bello y espectacular? Así debían pensar en algunas ocasiones mis ancestros, aquellos que vivían bajo el cielo negro temiendo ser alimento de un depredador durante la noche. No debería hacer eso, ya tengo bastante petulancias cada día con los idiotas que son más pequeños e imbéciles que yo. Y más feos. Y ahora tú el planeta también jodiendo. Lo siento chaval; pero hoy no estoy para mierda. Coño, siempre amenazando con ser temible, como un mierda de puto dios de tantos que hay flotando por todas partes. Ahora soy yo el que alardea de una maravillosa y liberadora locura… Tan pequeña y tan hostil. No está mal, me gusta. Y ahora a fumar ya más relajado en lugar de masticar el filtro.