No quisiera echar de menos una vez muerto mi caos silencioso e íntimo. La muerte es la extinción de la conciencia. Nadie flota, nadie trasciende. Nadie se comunica o manifiesta. Es la gracia de los muertos. Me irritan los que dicen estúpida e infantilmente que tras la muerte hay otra vida. Sería insufrible ser conciencia sin poder volver a mi táctil caos de soledad, letras, café, tabaco y pensamientos intangibles; pero ante todo, no volver a decirle cosas y acariciar a mi compañero Murf que añade una paz y belleza de nata montada a mi íntima existencia. Es un merengue de silenciosa ternura y analítica mirada. Odio que alguien adultere la muerte adaptándola a su cobardía innata. Es tan precisa y clara a pesar de la oscuridad que trae… Cuando algo es sencillo y natural surgen pervertidos y cobardes arribistas que lo corrompen. No quiero que hagan eso con la muerte, no con la mía. Puercos… Y quiero morir antes que Murf, me niego a ver a otro ser amado pudrirse mientras aún respiro. Quiero salir el primero de aquí y ahorrarme las desgarradoras tristezas que añadirán al acto de morir desolación en lugar de paz. Así será cuando ocurra: en la foto él mirando una mesa vacía y el café por acabar. Mejor él en la foto que yo. Memento mori… Y que muera la conciencia de una vez por todas, sin más tristezas. Que morir no sea un llanto de tristeza, sólo de dolor y miedo. Los míos.
¿Cómo sabrán tus labios ahora que tanto te pienso retando al tiempo y la memoria? Cómo si hace unos minutos los hubiera besado. Saben a luz, la que me falta en mi vida oscura de apenas un metro de horizonte en cualquier dirección. Sin ti la oscuridad dimana de mí. Y surge en tromba por mis labios secos y los ojos opacos de grisentería. El recuerdo de tu boca luminosa es una cicatriz que rasga y cauteriza mi razón en dos vidas: contigo y sin ti. Luz y oscuridad, la eterna lucha aplicable a todo en la vida. Y la luz de tus labios está cada día más lejana. Pronto se extinguirá y ya no podré distinguir entre vida y muerte. La oscuridad que me cubre es un manto espeso como el alquitrán y hace los días oscuros e indistinguibles. Eternos. No llega nunca el momento de la muerte, tal vez tema que la contamine de oscuridad. Sin embargo, respiro en un ataúd. No tengo miedo, sólo es la desesperación por una pérdida infinita. Es el brillo y color de tus labios la única imagen que demuestra que una vez habité la luz. Habité en ti, dentro y a tu alrededor respirándote. Ni siquiera encuentro el cuchillo para cortar el flujo constante de negritud que surge de mi pensamiento partido y corre por mis venas de mierda. La oscuridad es abandono y humillante incapacidad. Todo son malas noticias… Oscuras.
A veces es necesario escribir amor y evocarlo o inventarlo. Un sortilegio para ahuyentar la desilusión y la mediocridad que me asfixia y me baña con una luz negra que viaja en línea recta y todas las direcciones. Otra propiedad y constante universal de la miseria humana. Deseo tener a quien amar, aunque sea tarde. Aunque me arrepienta en los siguientes segundos. Es un momento, breve, para desfallecer. Lo juro. No soy un idiota iluso. Crear el tanque de aislamiento perfecto y aislarme con ella, entre ella, sobre ella, dentro de ella… Una burbuja de deseo y pasión que excluya el cochino universo y la basura que contiene. Aislado de mí mismo y mi grisentería que me cubre la piel toda como un petróleo y maldigo a mi puta madre. A mi padre cabrón. Aun estando muertos. Aun amándolos. Quiero volver a ella. Y en un ejercicio de imaginación gigantesco, llorando; porque los hombres no lloran. Gemir con el rostro hundido entre sus muslos como un niño que ha estado perdido y no ha podido sacudirse el miedo. Y que se corra con mis jadeos de desesperación y melancolía que endurecen mi rabo porque soy dos veces bestia. Que mi rostro triste y trémulo la llene de placer y mis lágrimas se diluyan en su humedad. Lavar mi tristeza en su coño, alcanzar por él su alma luminosa, blanca como un ángel destructor de la oscuridad. Quiero gemir con sus dedos aferrados entre mi pelo para soportar las embestidas de placer de mis labios que escupen la pena en los suyos, los de su coño dios. Soltar llanto escupiendo mi leche entre sus espasmos, en sus jadeos de una incomparable belleza obscena. Porque ella es la voluptuosidad que no cesa. Como un mar. Como su mar. Que mi semen se enfríe untando nuestras pieles y muera toda posibilidad de nacimiento en un mundo mierda. Que muera como el pez que boquea en la arena de la playa buscando un aire que respirar. Y ya… El amor no es una panacea, no cura nada, no arregla nada. Sólo es narcosis, una alucinación que pone la polla dura y hace que valga la pena ver, tocar, sentir y respirar este universo mezquino por ella, por soñarla, tenerla, amarla, amarla, amarla… Inventarla como quien crea un dios con dos palos cruzados, con una luna estéril, con una estrella muerta. Con ella hasta la muerte. Con ella hasta que mi llanto melancólico cese y emerger a la negra luz real sin asco, sin miedo a que se me pudra el alma. Una relámpago de amor para restañar mi cultivado cinismo de supervivencia y sentir su piel aún en mis labios.
“Ven, ven, esta es mi llamada” “Ven, ven, vuelve padre a casa” “Ven, ven, madre se ha dormido” “Ven, ven, haz que se despierte” “Ven, ven, ¡oh te quiero padre!”
Viens, viens en español: Ven, ven. Interpretada por Marie Laforêt, 1973.
Hay tristezas tan bellas y hondas que me llevan a aborrecer la posibilidad de una sonrisa. Y siento el alma convulsionarse líquida y arrasadora en los ojos. Mi primer y hermoso drama en la infancia. El alto arte es escaso, se da de siglo en siglo, con suerte. Y yo estuve en ese momento, cuando surgió. Nunca lo olvidé. “Ven, ven” la quebrada llamada ha permanecido como un hermoso e íntimo sortilegio en mi memoria. Nunca olvidé, ni olvidaré lo que sentí de niño y de mayor con mayor precisión, un quebranto de hermosura que el tiempo no puede debilitar. “Ven, ven, madre está sufriendo”. Pobre madre, pobre padre, pobre hija. Es un buen momento para fundirse en la oscuridad. En una aflicción de terciopelo y llanto. “Ven, ven” Estoy abandonado a mí mismo. Misericordia.
El caballo no está en un cercado, soy yo el que nací dentro. Me observa desde fuera. La alambrada la instalaron para mí y unos miles de millones más que no la perciben. El tan cacareado “pecado original” es nacer en cautividad. Puede parecer desolador; pero a todo se acostumbra o sensibiliza uno. La libertad sólo se puede obtener viajando a un lejano planeta decente que puede que ni siquiera exista. Así que no hay otra que habituarse a las alambradas y los hijos de puta que las tendieron y siguen tendiendo. Me mira con indiferencia, tal vez con cierta compasión de ver a un animal incapaz de ser libre. Y debe concluir, como yo tras años de cautiverio, que visto uno vistos todos. La especie humana cayó en manos de un timador y la libertad se fue a tomar por culo, incluso la del puto estado de mierda. No sé a qué viene eso de la inteligencia de la especie humana. Y mucho menos su valor. Hay que escapar de La Tierra como sea, porque esta tristeza vital desarrolla tumores malignos que extingue a los humanos dentro de sus cercados.
El otoño es el Sr. Melancolía que suaviza las estridencias de nuestra vida para prepararnos a la crudeza del invierno. ¿Qué sería de la cordura humana si pasáramos de la calidez a la gelidez al instante, sin tener tiempo de evocar y añorar tiempos amables; consolarse de que llegará la templada luz y su color de nuevo? Tiempo para crear esperanzas y despedirse un poco más relajados. Y pienso que algo falló en mi concepción porque siento la tristeza de que el otoño es tan breve… Saludo al Sr. Melancolía con un “¡Al fin, jefe! ¿Por qué ha tardado tanto?”. Nací gris y quiero mi mundo gris. Soy congénitamente melancólico, es posible que naciera un poco muerto. Un ser de sangre fría… Son cosas que no se pueden elegir. Y está bien, no me molesta.
–Cuéntame una tristeza. –Un amor clavando las uñas en la tierra para no caer al infierno. –Otra. –Una sangre fuera de las venas. –Otra. –El bebé que no ha conseguido llorar frente a la madre que lo acaba de parir. –Otra… –Un gato se esconde bajo la cama para morir solo; pero su compañero lo acuna en el pecho. Sólo es un gato… –Otra. –Los párpados lívidos de padre, la inmovilidad de su pecho. –Otra… –Tú tan lejos de mí y tan sola aunque te tome la mano. –Una más. –Tu llanto. –Por lo que más quieras. Niégate a contar penas, cuenta esperanzas. –No puedo… –Es imposible, me niego a vivir con tu tristeza. Eres un monumento a la pena. ¿Qué ocurrió? –Viví demasiado tiempo aquí en el mundo. – ¿No queda un ápice de alegría en ti? –No la conocí. Y lo cómico no es alegría, es una tos. –Me condenas a la prisión de tu tristeza. –No. Me condeno a vivir sin ti. – ¿Soy yo el amor que clava los dedos en la tierra para que la muerte no lo arrastre? –Sabes que soy yo. –Y haces de mí la sangre fuera de las venas. –No. –Estás matando el amor como el bebé que no lloró. –Soy yo quien no debió nacer. Soy todas las alegorías de un muerte con retraso, tardía perezosa… No hace lo que debe. Soy una tristeza que respira, una masa de melancolía que se agita ante una luz oscura como una tumba. Una gelatina negra que solloza. Un miasma pulsante que exhala vapores en el hielo de la vida. Un puré amasado con lágrimas saladas y pestañas carbonizadas. Soy el barro que dios se quitó de las manos tras modelar a Adán. Y yo no recibí un soplo de vida, sólo aspiré el polvo del hastío de una tierra muerta. La orina de aquel primer hombre me dio un informe volumen. Quiero morir solo, como el gato. –Estás loco. –Lo sé, a cada hora me encuentro más lejos de mí mismo. El mal está hecho. Soy el animal nacido en cautividad que se muere de melancolía ante los visitantes alegres del zoo. No queda nada dentro de mí que me haga viable para la vida. La locura ha llegado, no tardará una muerte enajenada. Ya no soy aquél, hablas con un extraño.
Me he equivocado y llevado la pluma a los labios en lugar del cigarrillo. Me doy cuenta porque al aspirar no entra humo en la boca y pienso con distraída ingenuidad que se ha apagado. Al ser consciente de lo que he chupado y a pesar de estar solo en la casa, miro a mi alrededor con temor a que alguien hubiera visto semejante estupidez. Temo más al ridículo que a la enfermedad que pudre mi cerebro. Sé que este es un hecho banal y hace bostezar desesperadamente a las ovejas de puro aburrimiento; tienen razón. Sin embargo, para mí ha sido el suceso más importante del día y no me interesa particularmente la literatura. No me parece triste, todo lo contrario, lo encuentro cómico. Aunque me temo que la comicidad es una situación triste de quien está acabado. Los personajes cómicos siempre han sido mendigos con un ingenio tramposo para que los obreros se sientan bien en su condición de esclavitud. Lo que me preocupa es el resultado de la biopsia que me hicieron en el cerebro. Se llevaron un trozo pequeñito de mis sesos, no dolió la extracción; pero sí el agujero que me hicieron en la calavera con una simple sedación local. No puedo conciliar el sueño evocando el chirrido del taladro y ese dolor venenoso de lo que quiere invadir lo más sagrado del ser humano. Me dejaré morir si me dicen de hacer otra biopsia. Y ahora espero el diagnóstico de la máquina que me leerá el médico como un notario la puta hipoteca. Hace años que los médicos ya no saben diagnosticar, sólo son administrativos tramitando citas con las máquinas de analíticas e imagen. ¡Vaya, parece que la tontería de la pluma se ha complicado! No me apetecía escribir de ello en este diario de Nadie. Nadie soy yo, lo vuelvo a escribir porque a veces me olvido de qué o quién soy. ¿Sabes qué te digo? Para morir con angustia tras conocer el veredicto del diagnóstico, prefiero una muerte despreocupada y coloquial con la infeliz ignorancia de morir sin el estrés de saber lo inevitable. No voy a acudir al administrativo sanitario que no sabe explicar o teorizar entre ignorancia y desidia mi mal. Además, estoy seguro de que me cantará el diagnóstico de un cerdo enfermo por algún error en el análisis de la muestra. Se parecen más a hechiceros que a médicos. Lo peor es que no les importa el dolor ajeno. Si les importara te dirían que mejor no pasar por ello. Es innecesario. La premisa es que no es bueno sumar más dolor a la enfermedad. Si estás condenado a una muerte pronta ¿para qué tanta mierda? Los cuerdos son cobardes por mucho que duela. Y de ellos se aprovechan los fabricantes de diagnósticos. No asistiré a la cita con el neurólogo, punto. Me voy a fumar otra pluma y esperar que dejen de sangrarme los oídos. ¡Cómo ha crecido mi hijo en estos siete años que lleva muerto! Me sonríe desde el umbral de la puerta de la habitación. Nunca llegué a conocerlo como adulto, murió cuando apenas alcanzó la adolescencia. ¡Qué guapo es! Si su madre no se hubiera suicidado sería histéricamente feliz de verlo. ¡Qué bonita es la soledad compartida! Ojalá hubiera estado tan podrido cuando murieron. No habría llegado a escribir estas cosas en el diario de Nadie, no hubieran sido tan dolorosos estos últimos tres años que Sari me dejó sólo. Mis compañeros de trabajo me envían mensajes de ánimo y pronta recuperación de mi depresión; no tienen por qué saber más. Los más amigos bromean diciéndome que disfrute de mi baja. Al principio respondía a todos los mensajes con un adiós. Hace ya dos semanas, ni eso. De hecho, el móvil está apagado. No es locura o un tumor cerebral lo peor. Lo peor es el hastío. Ocurre muy a menudo que el corazón parece cansado, se detiene un segundo y luego arranca con un doble latido tan fuerte que me quita el aire del pecho y marea. Creo que es lógico. Hacia donde voy sólo hay quietud y el corazón lo presiente, quiere parar de una puta vez de puro cansancio y de que un cerebro enfermo le dé órdenes. Estamos nerviosos porque esto dura demasiado. No he sido tan valiente como mi esposa, quiero decir que he sido pornográficamente cobarde y me dejo morir pasivamente en lugar de trabajar en ello de forma activa. No voy a perder más tiempo aquí, a la mierda el tratamiento. El fantasma de mi hijo, mi elaborada alucinación se ha esfumado. Supongo que a ningún hijo le apetece ver morir a su padre; pero es mucho más obsceno y turbador que el padre sobreviva al hijo. Soy un hijoputa. Sólo quedo yo de todo lo que importa, soy un ganador de mierda. Ya por poco tiempo. No. Realmente hay días en los que no estoy seguro de estar vivo. Siento que soy un sueño, el vapor que desprenden los durmientes. Fumar la pluma ha sido una dosis de realidad. No es cualquier cosa, me recuerda que todo está mal. Yo sólo quiero que esto se acabe, largarme. Ahora, dos hombres de rostros deformes e indescriptibles reptan por el suelo con rapidez usando sus brazos y manos de dedos rotos y me muerden las piernas en silencio, como insectos. De cintura para abajo no tienen cuerpo y han dejado un rastro de brillante humedad en las baldosa como una estela de baba tras de sí; mi hijo asoma de nuevo sonriente en el umbral. Tengo tanto miedo a ser devorado indolora y horriblemente que mi mente se ha fragmentado y veo el mundo a través de los añicos de un espejo. Me levanto asustado de la silla y me dirijo al salón sin más razón que el olor a podrido. Arrastro a los semi caníbales que no dejan de devorar mi carne a cada paso, el pasillo parece hacerse infinito y temo no llegar. Es un tópico surrealista, carezco de originalidad alguna. En el salón, el cadáver de Sari se descompone relajadamente tendido en el sofá y el cuchillo que le clavé en el pecho sigue firme como un hito de altitud en el pico Esquizo a un millón de metros sobre el nivel de la humanidad y su realidad de mierda. La dejé en el salón porque el hedor en la habitación no me dejaba dormir. No se suicidó, no puedo mentirme en momentos de lúcido terror. Le clavé el cuchillo en el pecho mientras la follaba tristemente, como todo lo que hacíamos juntos desde que murió nuestro hijo. Estaba tan cansado de una tristeza que no se curaba jamás… La maté porque abonaba su tristeza con afán de martirologio, su voluntad era llorar eternamente la muerte del hijo. No cesaba nunca en sus suspiros y lamentos a cada momento. Esa tristeza se hizo tumor dentro de mi cráneo. En caso de que existiera mi neurólogo, estaría de acuerdo conmigo. Sin mi diario se me escapa mi historia reciente y ni yo mismo sé quién soy. Y no se corría cuando la follaba, parecía carne muerta caliente. La llegué a odiar tanto por esa tristeza cultivada durante años minuto a minuto, pudriendo toda alegría incluso antes de que surgiera la esperanza… Mi hijo me sonríe tan adulto y guapote dejando caer otro medio hombre que sostiene entre los brazos. La cosa, con la velocidad y afán neurótico de una cucaracha, se arrastra hacia a mí y con sus brazos y dientes se aferra a una de mis piernas pasando por encima del otro. Y roe la carne y el hueso demasiado cerca de los cojones. – ¡Úsalo, papá! –exclama mi hijo señalando el cuchillo en el pecho de su podrida madre. Claro que lo uso… Para que mi hijo se sienta orgulloso de su padre. Estas mitades de hombres… ¿Son sus semi amigos? ¿De dónde saca estas cosas? Son tan irritantes que le quitan solemnidad al acto. ¿Por qué morderme si ya apenas existo? – Estarán contigo siempre, papá –responde a mi delirio. Está sonriendo, siempre sonríe. No es razonable que tras la muerte y sus amigos cucaracha se pueda sentir feliz. Bueno… Ninguna sonrisa por sórdida que sea puede hacer daño tras tantos años de elaborada y forjada tristeza. Ha envejecido rápidamente, está más viejo ¿O es descomposición? Se abalanza con una sonrisa demente y maliciosa, no tiene piernas ni brazos, se ondula como una oruga para avanzar. Y es rápido… Siempre supe que mi hijo hubiera destacado en muchas cosas si le hubieran dado tiempo. Al entrar el acero en el cuello, todo se hace oscuro y está bien. No hay dolor porque la certeza de morir lo solapa. No sé cómo ni en qué momento ha ocurrido. Será que un brazo por un instinto reflejo y sin el control de la locura ha hecho lo que debía por pura piedad y no como mi médico si existiera. No tengo piernas ni cojones, intento arrastrarme hacia la estela viscosa que ha dejado mi hijo en el suelo para ir con él, donde él; pero resbalo en mi propia sangre. Sari sonríe por primera vez en muchos años, también se ha desprendido de las piernas como una lagartija de la cola. Cae pesadamente del sillón rompiéndose los dientes contra el suelo. Acercándose a mi rostro, me devora los labios… ¿Cuándo llegará la muerte del cerebro?
La locura es un universo exclusivo para el loco, a su medida. Tan real como el universo en el que primero fue parido. No hay más realidad que la experimentada. Es innegable la frecuencia de la luz que cada cual codifica con su cerebro. Los locos son viajeros que vagan entre dos dimensiones lumínicas sufriendo en ambas. Nadie, loco o cuerdo, puede negar que lo que ve no existe. ¿Qué importa lo que eras y conocías si ahora habitas otro mundo con otra visión, con otro pensamiento? Sólo tienes la certeza de que aquel no eras tú. No eras Nadie. Encontraste el portal a otra dimensión que los cuerdos invidentes llaman locura. Las resurrecciones no son lo que prometieron ¿eh? Y la medicación intenta engañar al mundo, no al paciente. Cuando estés loco no lo sabrás.
La tristeza es trascendencia pura. Lo único que asienta con rotundidad tu identidad e importancia. El máximo exponente del individualismo como lucha contra el cáncer de la colectividad insectil y vacía. La tristeza es tan íntima y profunda que ni siquiera el amor la puede rasgar. Te arranca de esta mierda de mundo y te deja en el vacío con tu sola respiración. Añoro la tristeza que me hace superior al resto de animales humanos. El más importante sentimiento de íntimo y secreto egoísmo. Me gusta de la tristeza su poder para anestesiar el cuerpo y sus dolores. No duele la carne, ni la piel, ni los huesos… Y está bien así. La tristeza es inmune a los consuelos, se rompen en pedazos al topar con ella. Es una magnífica coraza. Y está bien así también. La tristeza te desgaja del cuerpo, podrías estar muerto y no saberlo. Es un fascinante misterio. Caminas solo entre millones de seres humanos, te hace invisible y perfecto. No los ves y ellos tampoco a mí. La tristeza trágicamente te hace irrepetible y nada ni nadie vale más que tú. Qué importa quién viva o muera, tú ya tienes tu tristeza. Deberían fabricar tristeza sintética para esnifarla cuando sientes que ya no eres más que una bestia de engorde.