Se debe caminar lentamente y en silencio en la naturaleza para conocer y sentir la vida y la muerte. Tal vez porque soy un tullido y no tengo más remedio, he aprendido el concepto de caminar sosegadamente y prestar atención a todo lo que vive y lo muerto. Y entender así que no hay justicia divina, ni hay inteligencia en la naturaleza. Sólo azar, caza, cansancio y debilidad. Los animales cometen errores, he visto ardillas caerse de la rama y polluelos muertos caídos del nido. Un majestuoso zorro que parecía dormido en una cuneta. Jabalíes y sus crías, serpientes y salamandras aplastadas o simplemente muertas sin más. Los animales están sujetos al azar y a sus errores. Y a la vejez que los mata, como a mí. Al mismo azar, errores y penalidades que los animales humanos, que además pueden elegir asesinar a sangre fría. Y arrastrando mi pierna podrida, he visto una hermosa ternura que me ha inspirado un instante de serenidad. ¡Qué bonita la pata! Tan atenta y concentrada en el tesoro que cubre con su vientre.
Tiene tanto que defender y cuidar… Y tan solita, demasiado cerca de grandes seres más peligrosos de lo que pueda ser ella nunca. Eso es coraje. A veces, tras la ternura y la paz, siento una hiriente vergüenza de mis incapacidades y naturaleza humana. Soy un cojo torpe de una especie animal rastrera, miserable y cobarde. Envidiosa hasta la auto extinción. ¡Adiós, bonita! Que todo vaya bien, pequeña patita guapa. Una admiración, un mudo cariño que no te pueda inquietar. Bye…
Las altas nevadas montañas hoy parecen vacas, caballos e incluso orcas recostadas al sol luciendo su pelaje blanco y negro. Apaciblemente somnolientas. Y el sol un gato que las lame acicalando sus pelajes. La locura es buena, es el germen para de la imaginación. Los cuerdos humanos tienen la más triste vida de la fauna del planeta y hacen de su cordura un vasto manto de grisentería que se extiende a todos los objetos, seres y sus ánimos. Donde hay vacas, caballos u orcas sólo ven deshielo… ¡Qué vida tan plana y monocromática la de la cordura! Y entre esos animales pintos tendidos al sol, hay pequeños y grandes cadáveres de seres que murieron y reciben su aliento de paz. Hay una misericordia manifiesta en ello. Una tierna piedad. El invierno es la estación más larga para la vida. Es razonable que las nevadas montañas se relajen en un hermoso alto el hielo.
Esta cita que define al tren, dada la actual situación de España bajo el régimen Sanchizta Estalinista, viene como anillo al dedo. Al mío y al del narco corrupto gobierno español que se deshace entre victimismos y fariseo martirologio ante cualquier situación que denote su incapacidad, negligencia y dejación. Y yo que me parto el rabo de risa con semejante coyuntura o más bien componenda del triste estado español y sus “todas y todos” que no aciertan más que a aplaudir en “interiores y exteriores”, en la luz y el apagón o en los trenes cadáver del régimen sanchizta de estas dos últimas semanas, con un encomiable y resignado civismo manso como el Mar Muerto y que es la delicia genital del ayatolá Sánchez I el Arribista; como hoy se ha podido ver y escuchar con su homilía de los beneficios de un apagón (todo son ventajas), las nucleares, el sabotaje, los AVES y el buen talante y civismo ejemplar de “todas y todos” en su congreso de los diputados (de su propiedad). Mientras tanto “todas y todos”, piensan como antaño con Franco: “Lo único que nos importa es que haya un plato de comida en la mesa”. Los santos inocentes de nuevo… Basta de cosas patéticas, ahora lo bueno y chachi piruli, la ingeniosa, sarcástica y divertida cita del genial Ambrose; la definición de ferrocarril:
“¡Esto no es real!” algunos exclaman airados. Y es una lástima que no lo sea y seguir bregando cada día con esta mediocre y mezquina realidad. Sin esperanza para la fantasía de amarte con mis dedos hundidos en tu coño y ser amado con mi rabo en tu mano. Aunque la fantasía trajera el horror. Tu mente la tengo, me llena los días; pero la viscosidad que hace brillantes como el esmalte tus muslos, sigue siendo como la máquina del tiempo, mentira. Te evoco y en lugar de exclamar, gimo en un rincón en penumbra que guarda mi frustración de la vergüenza ante el universo: “¿Es que jamás será real?”. Mi hermosa Jade Negro… –Ico, como tú dices: “Estamos abandonados”. Esta lobita un día te comerá para llevarte siempre dentro. No me niegues, hay una estela de muertes tras de mí. –Jade… ¿Crees que lo irreal soy yo? –¡Ay qué joda, Ico! Con lo cachonda que estoy siempre y tú tan metafísico. – ¡Cabrona!
Te extraño en la gelidez y el ardor, en la pobreza y la tristeza, en la enfermedad y el agotamiento, cuando la ira me posee y dibujo cruces al revés o bebés sin cabeza en mi cuaderno. Cuando miro la fúnebre luna muerta o un cielo negro a pesar de sus incontables estrellas, maligno por sus gases cósmicos letales. Y te extraño mirando los nuevos brotes de los cerezos en esta gélida agonía del invierno. Me urges mirando mi sombra fantasma, lo que apenas queda de mí. No te echo de menos en la paz y la alegría porque están en ti, entre tus pezones que se erizan con mi baba animal, entre tus muslos resbaladizos y vertiginosos que esconden los mudos labios vibrantes. Y en el sonido que surge de tus labios y el corazón ardiente y pulsante de vida. Si por algún extraño fenómeno sintiera esa paz y alegría, te extrañaría también en ellas; pero semejante posibilidad es ciencia ficción si estoy sólo conmigo y mis miserias. Te amo asaz y nada que no me mate puede evitarlo por doloroso y sórdido que sea. Besos y una postal desde el infierno, cielo.
Amanece lloviendo en una mañana bellamente oscura, relajada de luz, con el sonido acolchado que el bajo cielo rebota sin matices, sordamente, como un susurro en el oído. Es un día a juego con la piel de los cadáveres y la silente inmovilidad de sus pulmones. Con el pensamiento oscuro llega la serenidad de la desesperanza. No hay nada que esperar, tranquilo. Y la depresión de los pusilánimes que intuyo, allá muy lejos, me provoca un conato de gozo añadido. En soledad soy puramente yo, inmune a la vergüenza y al control. Es la razón de que las emociones se derramen como un torrente dentro del cuerpo y las entrañas oscilen flotando en cálidos embates de llantos íntimos, densos y aterciopelados. Las tristezas se extienden con ternura entrando por los ojos infectando los dedos que, deliran acariciando algo invisible y hermoso en el aire. O cierro los ojos a una brisa que porta recuerdos y emociones por las que valió la pena nacer. Y así, indefenso a mí mismo bajo la lluvia, encuentro el cadáver de un pajarito, un ser pequeño y bello que crea una angustiosa oscuridad en el ánimo. Una cuchara tan roma como dolorosa se clava en el corazón y me arranca un trozo del alma que se me escurre por los labios en un gemido mudo. Es el suspiro más triste del mundo, un espectáculo digno de mí. Qué pena, pobrecito mío, que no conocía su existencia y he tenido el honor de conocer su muerte, su tierno cuerpo aún incorrupto. Tan pequeño y tanta desolación acumulada… Pienso y deseo que ojalá me muera antes de ver otra naturaleza muerta. Me siento ruin de seguir vivo ante esta hermosa y pequeñita vida que fue. Purgo la pena dedicándole mis inútiles mejores deseos, un adiós tardío y una pena atómica. Pareciera que acumulo muertes. Soy el contador de los cadáveres más bonitos del planeta. Conozco ese dolor de la muerte en sus garras cerradas y crispadas. Una certeza dolorosa. Los salmos sabios del horror y la pena. Lo conozco tan bien… Siento tanto que haya sentido esa angustia, la certeza del fin durante una pequeña fracción de tiempo. Pobrecito mío… Y yo tan vivo de mierda, como un puto cobarde. No puedo evitar quererlo ahora que está muerto helándose en un frío charco, con los ojos tan abiertos, mirando el cielo al que ya no volará. No puedo sentir indiferencia. Por favor… He perdido un trozo de alma y hay un agujero en el pecho que me roba la respiración. Me duele la cabeza tan adentro que pareciera que nunca más podré sonreír. Es hora de descansar, no quiero saber de más muerte que la mía. Misericordia. Estoy harto del frío en la piel tan parecido a estar muerto, de la gélida lágrima que no acaba de derramarse del párpado y amplía la visión del horror, una lupa lagrimosa y sórdida. Y aquí entre los seres bellos, no llevo la máscara de la impasibilidad. Estoy indefenso a las tragedias mínimas. Ojalá el próximo cadáver sea yo. Estoy agotado, cansado y triste de la peor forma posible, en libertad, en soledad. Sin que nadie interfiera en este dolor del súbito vacío. Tan pequeño, tan bonito… Soportando la muerte con los ojos bien abiertos. Que valiente, pobrecito mío. Y yo tan asquerosamente vivo. La vida es una pesada carga, ya no quiero saber o experimentar más. Soy más sabio de lo que hubiera querido ser jamás. Me quiero morir, aquí al lado del valiente. Desaparecer con él. Dios es un trozo de mierda, amiguito mío. No temas, el cerdo no existe y serás libre. Si pudieras ser algo tras morir… Me quiero acostar junto a él y ver las cosas que ya no ve. Y no penar más. Me duele inevitablemente el corazón.