

Iconoclasta


Iconoclasta

Llueve sutilmente, un velo sedoso sobre el pensamiento.
Quiero y necesito pensar que las nubes cuidan de quien escoge semejante día para pasear sin paraguas y sentir en el sombrero el juguetón repicar de las pequeñitas gotas haciendo traviesas cosquillas en las ideas.
Todo está bien y la lluvia es cálida confundiéndose con las propias lágrimas.
Y no avergüenza llorar bajo ese íntimo velo mientras trasciendo por la vida a un millón de años luz alejado de todo ser humano en este preciso instante.
Es la lluvia que con un golpeteo/susurro me invita: “Llora conmigo, nadie te verá. Te sentirás bien, Doctor Soledad.”.
Sabe que estoy cansado… ¡Qué lista es!
Pienso en lo piadosa que es la lluvia.
Y su ternura para convencer de lo adecuado que es llorar unas tristes ideas.
A veces ocurre que, siento que el planeta me aprecia por algún azar incomprensible, porque tengo la absoluta certeza de que sólo yo conozco mi existencia.
De estar abandonado en una Tierra deshabitada.
No puede hacer daño una ingenuidad cada setenta años, un prudente espacio de tiempo para evitar la tentación de retroceder y usurpar una niñez que te haga indigno de la ternura de la lluvia.
El hilo lógico de mi pensamiento me lleva a imaginar con cierto anhelo, que sería precioso morir en este instante de tan piadosa compañía.
No necesito más tiempo aquí, lo sé todo.
Temo que no sea así el velo de la muerte, no quiero que morir duela tanto como la vida.
Quiero irme dulcemente contigo, ya.
Misericordia.
Me siento resquebrajado.
Por favor…
Mi lluvia, mi dulce y cálida lluvia… Llévame, ahora que nadie nos ve.
No quiero volver a ver el sol que no me quiere y me consume.
Me deja desnudo a todo, sin velo alguno.

Iconoclasta
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Al final del otoño los ciempiés desaparecen de los caminos, hoy han vuelto a aparecer.
Los días son notablemente más largos, la tierra acapara más calor y los seres vivos lo sienten.
Es el primer aviso de que la primavera está cerca.
Me parece mágico y hermoso que el planeta gire y cambie los paisajes y las vidas mientras la humanidad permanece inmóvil en la estación de la imbecilidad y mezquindad, haga frío o calor. La humanidad es ajena al planeta, un accidente, una anomalía; tal vez un parásito llegado del espacio en una piedra.
Admiro a estos gusanos negros que hacen lo que su naturaleza dicta y no lo que ordena un dictador ladrón y maricón.
Tiene más carisma cualquier gusano que cualquier humano salvo dos o tres excepciones que amo y admiro.
Yo también, a través de la suela del zapato, puedo sentir la calidez que radia la tierra templada por más tiempo de luz. Llevo tiempo deambulando por ella.
Demasiado.
Me es imposible ya medir o controlar el paso de las estaciones mediante los datos astronómicos o el calendario de fiestas religiosas y oficiales del estado/dios.
Hace tanto tiempo que las olvidé….
Estoy alejado de celebraciones, ya soy ajeno a ellas. Sólo me atengo a la naturaleza de la tierra, me sincronizo con los gusanos, lagartijas, salamandras, comadrejas, zorros, mirlos…
No existen vacaciones de verano, de semana santa o celebraciones legales del estado/dios. Sólo veo la tierra girar, calentarse y enfriarse. Y es un espectáculo apoteósico.
Y desde mi lejanía escucho a la humanidad lloriquear y reír estúpidamente, balanceándose eternamente en la inmóvil estación de la imbecilidad y obediencia pacata y mezquina del ciudadano integrado, degradado física y psicológicamente.
Ciego a los movimientos planetarios y a los gusanos que hacen lo que deben porque tienen inteligencia para ser ellos.

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Murf me mira, aunque no sé si me observa con la curiosidad de un biólogo-psicólogo, hacer las abdominales matutinas.
Tengo la jodida impresión de que, con la característica soberbia gatuna, piensa que si estoy tonto o qué.
Me encanta la intuición y curiosidad de los gatos; pero su soberbia puede ser muy irritante por lo impertinente.
No me extrañaría que un día fuera yo quien usara el arenero.

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Escribía con la cálida luz de un claro del bosque, en una zona de descanso a unos pocos metros de la orilla del río y presentí a las almas, que sin ser necesario, ocupaban silenciosas e invisibles los bancos para admirar la luz y sus sombras.
Ocurre cuando no hay estruendo de voces humanas y pisadas, cuando los mirlos saltan por el suelo piando graciosamente y un cuerpo sentado en otro banco, frente a una mesa de cemento, rasguea con su pluma en el papel aparentemente ajeno a ellas.
Tal vez yo también sea una de ellas.
No sé…
Anhelan la luz, les hace recordar que un día habitaron la carne.
Echan en falta las cosas táctiles y visibles.
¿Y si las pobres sienten pena de que nadie sepa de su existencia?
Silentes miran al centro del claro, a la luz que hace visible lo tangible y evocan lo que un día fueron.
Pobres almas tristes…
Puede que sean novatas. ¿Y si hace poco que sus carnes murieron y aún no saben qué hacer?
Un pensamiento que no era mío entró en mi cerebro desde los bancos donde las almas admiran la luz tristemente.
– ¿Si vives por qué estás aquí ahora, más solo que nosotras?
–Porque debo presentir que pronto estaré aquí como vosotras, un gas transparente y mudo.
–Nosotras no lo hicimos nunca. Incluso como almas y sin vernos las unas a las otras, nos reunimos aquí cuando los rayos de sol alargan las sombras. Tú no eres de aquí aún; pero no pasa nada. Si te pesara la soledad no estarías, es tu voluntad. Es bueno.
Te gustará morir, es una paz instantánea. No necesitarás ver y tocar para vivir, para sentir. Saber que ya nada malo puede pasar… Y reconocer que estás serena y deliciosamente solo.
–Como ahora con vosotras.
–Adulador.
El alma ríe y sus compañeras, pareciera que agitan la fronda creando un murmullo de brisa que me lleva a entornar los ojos gozando de una inusitada armonía.
Sin embargo, no puedo dejar de percibir cierta tristeza en ellas.
Y piedad.
Esa necesidad de luz… Cómo si algo fallara en ese mundo invisible.
– ¿Estás bien?
–No lo sé, no lo sabemos. No hay cielo ni infierno. Es una apabullante libertad, como ocurre en la infancia cuando madre y padre no están cerca mirándote. Cuando te haces vapor añoras ciertas sensaciones. Somos un grupo de almas jóvenes, las veteranas no vienen aquí ni a sitios donde una vez vivieron. Se han adaptado a prescindir de todo lo orgánico que conocieron y viajan por el universo acumulando conocimientos. Hablando con seres más lejanos en el pasado y futuro, como yo hablo contigo. A nosotras nos da miedo esa inmensidad, hace tan sólo unas luces que tuvimos que dejar el cuerpo que ya no se movía. Creemos que estamos pasando por una infancia y adolescencia espirituales hasta adquirir la plena conciencia de nuestro ser.
– ¿Olvidaréis que un día vivisteis lo tangible?
–No. Cuando nos atrevamos a sentir el universo conoceremos tantas vidas, cosas y seres que nuestra vida orgánica quedará sepultada como un recuerdo lejano, una experiencia útil. ¿Sabes que las almas veteranas son felices y se ríen amablemente de nuestro temor?
–Son buena gente. Y a vosotras ya no os preocupa el tiempo y podéis hacer lo que queráis. Me gusta sentiros aquí, me da paz.
–Te voy a decir un secreto: ¿Sabías que no existe dios?
–Sí.
– ¡Qué chasco! No has muerto y ya eres un alma veterana.
Y la fronda del bosque se volvió a agitar por otra brisa invisible formando una sonrisa coral. Dejé de escribir mirando con ternura e ilusión los bancos de las silentes y transparentes almas novatas.
No les dije que ellas tampoco existen, que son producto de mi locura. Odio la crueldad innecesaria que nace del afán de demostrar ser poseedor de la verdad. Las mentiras siempre son más hermosas y necesarias que las verdades que destruyen la imaginación y sus almas. No hay necesidad de destruir las bellas cosas que imaginamos. Son cuadros de una galería que no pueden hacer daño a nadie, y cuando dejas de mirarlos vuelves a la dimensión triste y gris para hacer lo que puedes, mientras llega el momento de surcar el universo como una frecuencia invisible viajando a la velocidad de la desintegración.
Yo quiero volver mañana a mi soledad y que estén allí, haciendo susurrar la fronda del bosque con una hermosa inocencia y unas sonrisas sinceras en mi pensamiento.
Soy una de ellas, lo sé. Y no tardaré en viajar lejos hasta hacer de mis palabras un difuso recuerdo entre los fuegos incineradores de un sol.
Debo conseguir unas inmateriales gafas de protección pronto.
Mis amigas, mis bellas e ingenuas almas, serenas, sin prisas, cordiales. Que hablan en susurros dentro de mi cabeza, cuidadosamente…
Hasta mañana.

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Aleatoriamente puede surgir un día de invierno en el que el frío deja de susurrarme al oído: “Te voy a matar, te voy a matar. No permitiré que la sangre llegue donde debe y morirás. Te mataré.”.
Y hoy guarda silencio el muy astuto, sabe que también se aproxima su muerte y experimenta, como yo, la fatiga de vivir.
Los sabañones de las articulaciones de los dedos y bajo el filo de las uñas duelen menos. Soy un poco menos tullido y no pesa la vergüenza de caminar lenta y torpemente. La sangre se calienta dando elasticidad a los tejidos y un poco de calidez a los huesos y al alma que protegen dentro de sí.
No es que esté bien, es menos malo.
Y superada la supervivencia se abre un resquicio para la ternura y el amor.
E igual que en los inicios del otoño, como un óleo extendiéndose dentro del pecho, la melancolía vuelve. Pienso en la calidez de la piel amada y deseo con urgencia acariciarla con dedos y labios. Contarle que estoy ileso en mi lucha contra el frío, que aún soy fuerte.
Quiero que se sienta orgullosa de mí a pesar de que no me engaño, sólo soy un mierda cansado.
Y ahora, el frío comienza de nuevo a susurrarme la muerte. Le hacen coro espectral las crujientes lamentaciones de quebradizas y desnudas ramas que agita con su aire helado.
Se acabó la tregua. Relego el amor al tuétano de mis huesos, junto al alma si no ha muerto.
Cierro el puño a pesar de que se rasga con irritante escozor la piel y camino de nuevo con la humillante torpeza que me hace hostil a todo.
No voy a morir sonriendo con resignación de mierda.

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Foto de Iconoclasta.

No tardarán en robarte el aire de los pulmones.
Tiene cierto encanto épico escribir con guantes a 3ºC, me siento hábil y ocurra lo que ocurra, hago lo que quiero.
Lo intento…
Porque todo lo que uno quiere o desea es un deber que cumplir. No importa lo que una ley o dogma diga, las leyes existen para ser desobedecidas; es deber de todo ser humano distanciarse de legalidades y mandamientos religiosos porque están pensados para y por el enriquecimiento del estado/dios en detrimento del individuo, votante o contribuyente.
Si para realizar lo que deseas te planteas su aspecto legal, has fracasado como ser humano; eres una cosa más, un ítem en la relación del botín recaudado por los saqueos del estado/dios. Lo mismo ocurre si la legalidad se disfraza de religiosidad como el judaísmo, cristianismo o islamismo.
La búsqueda o ejecución de tu deseo es prioritaria a cualquier ley o mandamiento religioso.
Por supuesto, por tu propia seguridad y supervivencia, actúa sin testigos. Secretamente, sea o no legal, una consideración ésta que no debes plantearte.
Y nadie debe saber de tu propósito, de tu voluntad. Has de comprender que la ley y la religiosidad son tus enemigas, pretenden controlar tus deseos para hacerse con ellos.
Esclavizan y parasitan tu esfuerzo sin intercambio, siempre pierdes, siempre te humillan, siempre te encarcelan.
La especie humana actual nace predispuesta genéticamente, por una selección secular del estado/dios, para respetar las leyes que la humillan, asfixian y arruinan.
Es pornografía para la dignidad.
Y denigrante.
El estado/dios es impune a todo “delito” semejante y superior a cualquiera tú pudieras cometer.
De hecho, igual que nacemos con el pecado original según el cristianismo, para el estado/dios nacemos sospechosos y culpables. Y hay determinada chusma que vive de este dogma y cobra mucho dinero para controlar lo que ganes o hagas y así arrebatarte una importante cantidad para el estado/dios. En definitiva, los policías/funcionarios son los sacerdotes del estado/dios y de ellos hay que ocultarse.
Tras miles de años sometidos, la situación es insostenible como ocurre ahora en España y países semejantes que han convertido sus decadentes y caducas democracias en corruptas cleptocracias fascistas de ridículo e infantilizado comunismo homosexual clima-sanitario.
Se impone la violencia, el único medio que dispones para defenderte. Y cada día con más premura, porque no tardarán en robarte el aire de los pulmones y tú dárselo con obediencia servil porque estarás agotado, consumido por el parásito del estado/dios, por sus leyes y mandamientos de usura, por sus delitos y condenas de los que eres sospechoso y condenado, los pecados y penitencias por los que debes pagar en vida y muerte. Y todo ello a cambio de la más negra muerte, una inexistencia absoluta como el frío en el espacio tras una vida estéril e indigna.

Iconoclasta
Foto de Pablo L.B.
Montaje de Iconoclasta.

Los colores que ofrece la mañana son frescos, vibrantes, húmedos.
Enérgicos y energizantes.
Los del mediodía secos, aplastados por un sol despiadado que destruye las sombras y contrastes, es la verticalidad uniformadora. Como un dictador robando matices y creando un cromatismo anodino.
Los colores de la tarde son relajados, llevan horas luchando contra el sol y, ahora que se hunde en el horizonte, se toman un café con tranquilidad porque lo peor ha pasado.
Se oscurecen saturándose dramáticamente antes, para dormir negramente.
Incluso las frecuencias están sometidas a los movimientos cósmicos.
No es extraño así, que haya una hora preferida para morir.
Y otra para follar.
Luchar.
Llorar.
Desear…
Sin embargo, el pensamiento no cesa en ningún momento, no afloja su enloquecido ritmo.
Ni en el sueño.
Es sortilegio y maldición.
Es contra lo único que el sol pierde su poder.
El jodido e incombustible pensamiento…
No lo escribo con orgullo, sino con resignación; porque quisiera ser un color fumándose serenamente un cigarrillo al atardecer.
Que el pensamiento cese, se relaje por unos instantes aún a riesgo de parecer imbécil.
El pensamiento tiene el superpoder de lo infatigable. También de lo irritante, pero como efecto secundario.
Y me vampiriza.
Me canso de enlazar tonterías, de escribir en el borrador de mi cerebro.
Y si dejo de hacerlo por algún ataque de amor o melancolía, tengo la sensación de morir un poco.
Temo que al dejar de pensar, lanzo a la basura las deliciosas y frágiles ideas multicolores. O una negra y poderosa.
O tu coño desflorado a mi lengua, a mi pene que ciego parece llorar un aceite denso de incoloro deseo.
La locura no es algo de lo que sentirse orgulloso.
No importa si el sol se pone, porque enciendo la luz en mi cerebro despertando los colores. Es un defecto con el que me parieron, no lo pedí. Sólo lo uso, como los dientes.
Y esa luz en el cerebro, me da el consuelo y la fuerza de no sentirme arder.
La noche es para escribir sin preocupaciones de que el procesador alcance una temperatura crítica.
La tinta luce como si su color fuera matinal de fresca, vibrante y húmeda deslizándose ágil en la página y en tus muslos escribiendo los versos obscenos.
No puedo, no quiero dormir con el remordimiento de haber perdido una graciosa, insignificante o tonta graciosidad.
Dormirme sin pretenderlo es la única piedad. Caer repentinamente en la onírica locura, cuyas aberraciones se diluirán al instante mismo de despertar.
Y si no fuera, así… Misericordia.

Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

Ejemplo de amor comprimido en soporte de celulosa.
Cuánto cabe en tan poco espacio…
No es por reciclar, es simple desesperación.

Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

Hola pequeñitos humanos.
Os voy a contar el cuento de las nubes muy tímidas y coquetas que al atardecer, cuando el sol se oculta con sus últimos rayos rojizos, les da un besito de buenas noches y se despide de ellas y el cielo hasta mañana.
Ese color rosado y hermoso es el rubor de las coquetas nubes.
Y el sol y yo nos reímos con cariño al verlas tan vergonzosas y bonitas.
Que nadie os estropee el cuento y la ilusión.
Porque el profesor malo os contará que ese color es enfermedad por la suciedad del aire debido al cambio climático, partículas que tiñen venenosa y radiactivamente de rosa a las coquetas y tímidas nubes. Fijaos, seguro que lleva una insignia circular con banderitas en la chaqueta, la de la Agenda 2030.
Id con cuidado con él, es un ogro que no quiere que miréis las hermosas nubes sino su libro de mandamientos que prohíbe la alegría y la ilusión. Os quiere tener apresados y controlados, cobardicas escondidos bajo su horrendo libro de multas y amenazas hasta que seáis viejos y débiles.
Cuando seáis como mamá y papá de grandes, os robará todo lo que ganáis para dárselo a su amo el presidente del país. Quieren vuestro profesor y gobierno que los cielos, vuestra piel y vuestro pensamiento tengan el color del plomo, un gris tenebroso.
Guardad secretamente este cuento de las nubes bonitas y el sol que se va a dormir, que no lo vea vuestro malvado profesor de la Agenda 2030 o lo quemará y os castigará como me castigaban a mí de niño los profesores que trabajaban para otro señor también muy, muy, muy malo y que le llamaban el caudillo.
Ambos, el de hoy y el de mi infancia son malos como las serpientes venenosas.
Guardad vuestra ilusión, pequeños humanos, y no creáis al malvado y devorador profesor de libertades e ilusiones.
Acordaos siempre del besito de buenas noches del sol a las nubes y sonreíd.
¡Shhhhh…! (pero en secreto, que no lo sepan los malos).
Buenas noches sol, buenas noches nubes, buenas noches pequeños.

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Foto de Iconoclasta.