Posts etiquetados ‘Pablo López Albadalejo’

«Los milagros, en tanto que implican la ruptura de las leyes más generales que pueden imaginarse, plantean el problema de saber si realmente convienen. Si yo tuviese —pongamos por caso— una renta, es posible que pensase que no convienen. Pero un pobre… Un pobre que no cree en milagros es no solamente cien veces más pobre de lo que realmente es, sino que, por añadidura, es un pobre equivocado. El único tesoro de los pobres es el milagro posible.» (El cuaderno gris, de Josep Pla, traducido del catalán por Dionisio Ridruejo y Gloria de Ros)
Josep Pla, respecto a esta reflexión del capítulo (año) 1918, me parece demasiado ingenuo. Se sabe que era un hombre sarcástico; pero aquí no. No en ese momento de su vida, que cuenta en su dietario El cuaderno gris.
No importa, sigue siendo un gran humano y poderoso escritor.
Y en efecto, unos párrafos más adelante, escribe sobre la fuerza y la astucia. Y claro, se contradice.
«Sólo debe de haber —me parece— dos formas de ejercicio del libre albedrío: la fuerza y la astucia.«
Lo último que debe hacer el pobre es creer en los milagros.
De aquí surge otra reflexión importantísima para entender la literatura: el escritor no tiene por qué decir verdades. Debería describir y escribir sus emociones e ideas con claridad, imaginación y precisión en el tiempo y lugar que padece y goza; en su vivencia íntima, su mirada propia. Independientemente de lo que sea real o no para la sociedad. Debe usar el poder de la imaginación más allá de complacer al lector, si lo tuviera.
Y el deber del lector es entender con una chispa de inteligencia, imaginación y experiencia vital que el escritor no le debe ninguna verdad a nadie. No aspira al Nobel de la puta verdad revelada de mierda y escribe según sus emociones en un lugar y momento muy concretos.
Según sus iras y amores.
La verdad debería ser ley y ética para los historiadores, periodistas y políticos; pero esto es otro ejercicio de ingenuidad. Desde que se instauró el nazismo clima-sanitario carcelero y homosexual en todo el planeta mediante la red informática 5G y el coronavirus, la mentira y la hagiografía hacia los jerarcas y burócratas nazis surgidos en las pseudo democracias, la verdad está pudriéndose como un cadáver en un vertedero, picoteado por las gaviotas y cuervos, comido por las ratas.
Un escritor debe describir con amenidad e ingenio cómo es su mundo, su realidad, su propia vida de mierda. Tergiversando y pervirtiendo lo que sea necesario para que se sienta a gusto e impacte en el lector con estilo. Mostrar cómo debería ser el mundo independientemente de que a una sociedad mono pensante e insectil, le guste o no lo que lee.
La literatura no es periodismo y no debería prostituirse al estado; pero de nuevo, en la actualidad es una pretensión de una ingenuidad indigna, inmadura y analfabeta de cualquiera que piense que es así. Hoy quien escribe busca un “me gusta” o en el caso de los autoeditados sin escrúpulos y sin estilo alguno, cinco estrellitas amazon.
Sí que es cierto que el escritor se ha extinguido, su lugar lo han ocupado parásitos y sicarios del estado como apóstoles de un nazismo que atenta contra la biología humana misma. Con la IA la pseudo literatura se extenderá como un manto de mierda sobre todo el planeta y lo que contiene. De hecho, ha comenzado el parasitismo de la literatura.
Josep Pla debió ser de los últimos escritores del planeta. Y con él se llevó el arte de “mentir” con gracia, el deber de todo escritor.
Porque, chusma mía, escribir de hechos reales o de la verdad misma, es el ejercicio más árido de imaginación e inteligencia. Basta salir a la calle y ver la televisión para tener esa piojosa “literatura” gratis hasta provocar náuseas.

Escribo lentamente para no desangrarme también rápidamente (como los segundos pasan) y así tener tiempo para describir lo que padezco y siento.
Cuanto más rabio, más adrenalina, la presión arterial sube y la sangre brota en obscenos borbotones casi negros por nariz, lagrimales y entre uña y carne.
Sí, todo la hostia puta de sórdido.
Así que sin apretar, lenta y sedosamente derramo en el papel mi hastío y la mezquindad humana que me pringa la piel como un mal hongo.
Hay un motivo de amor y miles de millones de odio, indiferencia absoluta por sus vidas cuando me siento bienhumorado. Como ellos la sienten por la mía, no soy especial.
Es lógico, incluso legal, sentirse agraviado por toda esa caterva de mezquinos, gritones y malolientes.
Comprendo que los dibujantes de cómics crearan primero al villano que desea destruir a la humanidad, y luego al super héroe para hacer feliz a la chusma lectora. El dibujante busca lo mismo que yo escribiendo: aniquilar la mezquina humanidad, cáncer de sí misma.
Es inevitable que casi todo mi cerebro piense en ella. Y esa pequeñísima parte de mi seso, la que controla por ejemplo, el cagar o las náuseas, piensa además en esos miles de millones sin rostro; en su erradicación como primer sueño o deseo vehemente.
Es más fácil odiar que amar. Es la razón de que el odio exija tan poco cerebro para ser gestionado.
El amor es una galaxia inabarcable en el espacio profundo que precisa la inmensa mayoría de mis neuronas para gestionarlo.
El deseo es una bestia voraz de conexiones sinápticas y quema neuronas como una tostadora averiada el pan.
Pensando en ella no sufro hemorragias, pero me desoriento en su cosmogonía y cosmología. O en la inmediatez de un “te amo” irrefrenable. Sí que pierdo el control de la realidad soñando con ella, amándola desbocadamente. Y por ello, para proteger mi integridad mental, acabo de nuevo en la casilla de salida odiando. Pero no con furia, sino fríamente. Tomando un café entrecerrando los ojos por el humo del tabaco; observando a la humanidad e incinerándola sin ningún tipo de alegría, como quien realiza su mal pagado trabajo diario. Meditando sobre el espacio que nos dejaría la extinción, su silencio y cadencia temporal.
No los necesito. Ni siquiera en mi imaginación desbordada cabe otro ser, algo ajeno a ella.
Al final te tengo a ti ocupando todo mi pensamiento y al resto del planeta para ubicarme en un lugar concreto para sobrevivir, cosa imposible en tu infinita esencia.
No debería odiar, con la indiferencia bastaría; pero no soy budista o un beato religioso y requiero cometer excesos para liberar la presión de tu posesión.

Hay películas rebuscadas como Sound of Metal, en la que el batería de un dúo de heavy metal se queda sordo y todo es drama.
Y yo pensaba mientras la veía, qué poco se da el cáncer y graves enfermedades entre los jerarcas en el poder.
Siempre cae la mierda en el rostro del más pobre.
La baja mortalidad de la casta política está dañando gravemente al resto de la especie humana.
Tal vez los sordos serán los que más tiempo resistan sin que se les pudra el cerebro por los dogmas y decretos de los jerarcas; mientras no tengan la mala idea de usar audífonos.

Soy el triste escribiente funerario de las actas de muerte no humanas.
¿Cuánto tardó en morir el polluelo que el viento arrancó del nido, pobrecito mío, y no pudo ver sus alas crecidas?
Qué bonitas plumas para morir.
Qué puta penita.
Alguien debería preocuparse por los seres pequeños que mueren con un piar aterrado que nadie escucha, ni la angustia de los padres que no tienen manos para subir al pequeño al nido que se muere de frío y hambre. Piaba que lo llevaran a casa y los progenitores revoloteaban frenéticos cerca de él sin poder hacer nada más que escuchar y ver su muerte.
Alguien tiene que decir que su vida importaba, que su muerte me duele.
Yo lo he visto antes, es una tragedia cotidiana; pero si te acostumbras a las tragedias y dices que es normal, también dices que su vida vale una mierda. Y a eso se le llama mezquindad.
No hay pequeñas muertes que sean tiernas. No hay dulzura en los pulmones que no pueden aspirar aire o en esos minutos que el corazón, tras detenerse y con la suficiente sangre en la cabeza, revela la certeza de lo definitivo en una inocente incomprensión.
Soy la voz fúnebre de las pequeñas muertes que no se ven porque parecen montoncitos de hojas desde nuestra altura.
Soy el pensamiento de los muertos, la certeza negra de que la naturaleza no es perfecta y mucho menos sabia.
No hay armonía en ella.
La naturaleza, en tanto ente, es una soberbia desquiciada bella y cruel, estremecedora e insensible.
Tanto es así, que no entiendo la palabra naturaleza. No sé qué es lo natural ¿la mierda tal vez?
Soy la fúnebre voz que escribe en nombre de las pequeñas y anónimas muertes.
Y digo que la naturaleza es un cuento, un límite impuesto por el Dios/Estado a los humanos nacidos en esclavitud en las ciudades. La naturaleza nada tiene que ver con ellos, es sólo un parque para pasear un fin de semana con unas horas libres de su explotación ganadera.
La misma invención de dioses, cristos y líderes para hacer creer a una humanidad gris y abotargada, que hay lugares maravillosos donde todo es armonía y un perfecto plan establecido de equilibrio. Cuando mueran accederán a él como premio a su servilismo.
Dicen que hay un plan biológico divino.
Perfecto de mierda.
Pero al pequeño no le llegaron a crecer las alas.
Los grandes animales lloramos a nuestros muertos con histriónicos gritos y aspavientos, algunos fariseos se rasgan las vestiduras ante el hijo muerto después degollar a un amigo o mutilar a su hija en nombre de un cochino dios. Todos ellos dignos de un Oscar a la cobardía e hipocresía interpretando su miseria.
Lloran el miedo de que la muerte ha rondado cerca de ellos.
Los pequeños seres mueren y pierden a sus hijos con apenas audibles lamentos, con tanta dignidad…
“Nosotros sí que sufrimos y no los animales del bosque que viven en el paraíso”, dicen muy doctos los fariseos, los engañadores y los crédulos. Y si los matan, te untan su sangre en el rostro y luego dicen alguna estupidez en tono de plegaria y bendición.
Qué puta misericordia.
Tan lerdos…
Soy la voz fúnebre que silenciosamente degrada escribiendo a las grandes bestias que creen ser las únicas en sentir dolor y pena. Que su muerte será la gran tragedia de la humanidad.
Soy la voz que pone en evidencia a las bestias cobardes a salvo de que el viento los arranque de su nido.
Que nadie se engañe, la naturaleza no es perfecta y es madre de nadie.
Mirando al suelo se comprende de una forma, ahora sí, natural; que el concepto de naturaleza es un romanticismo infantil y puritano por la cruda realidad de una aleatoriedad caótica.
Ningún ser muere feliz.
Si existiera una madre naturaleza o dios, sólo se podría pensar de ambos que son entes negligentes, unos extraños retrasados mentales.
He visto serpientes pequeñitas como pulseras de irisados rombos inertes en los caminos. No tuvieron tiempo de hacerse grandes y su cabecita como la punta de un flecha se dirige aún al otro lado de la senda.
Hay que observar la bella tragedia de los “seres de la naturaleza” como lo que es: lanzar una moneda al aire y esperar la suerte.
Porque si hubiera un plan, una naturaleza sabia el ser humano no se hubiera convertido en la cosa que es hoy.
La muerte usa la misma fuerza para acabar con un animal grande o uno pequeño. Por ello es más trágico el cadáver de los pequeños que el de los grandes seres, que es feo y huele peor.
No puedo evitar ser la voz fúnebre que se pregunta cómo puede caber tanta muerte en algo tan pequeño.
La muerte es tan colosal para los desamparados…
Madre Naturaleza es un cuento para conjurar la prohibición y cobardía a vivir libremente. No es perfecta; sólo una muñeca sin ojos en un vertedero.
El ser humano se hizo ajeno a la naturaleza cobardemente, como si de un letal cosmos se tratara, se alejó tanto de las pequeñas muertes que miró al cielo para evitar la tragedia que pisaba sin darse cuenta; pero las nubes son limpias y gaseosas, no sostienen lo muerto por mucho que el cura diga lo contrario.
He visto una mariposa aletear en el suelo sin fuerza para alzarse, en agonía final.
A un ratoncito que inmóvil entre la hojarasca parecía rezar con las patitas juntas, sin respirar. Y al jabato de piel aún rosada, que no consiguió llegar al otro lado de la carretera. Pobre…
Y yo digo que a pesar de esos dramas, hay una belleza inconmensurable que cautiva.
Y sentir una pena es más honesto que decir que han ido al cielo.
A ningún ser se le debe negar su última tragedia, ni el inmenso valor que tenía su vida; no existe un cielo o dios que valga semejante precio. No quisieron morir, se equivocaron o los cazaron. No son como nosotros las bestias grandes que como retrasados mentales corren a la muerte por un Dios/Estado, por un mesías; los animales de la libertad son infinitamente más nobles y más dignos muriendo.
Soy la fúnebre voz, el notario de las muertes que no importan, que no se escuchan.

Foto de Iconoclasta.

Amarte tanto, sufrir y gozar tu existencia con una esperanza inquebrantable en un destino manifiesto cósmico, tiene un fin.
Debe tenerlo, cielo.
Se me encoge el corazón al pensarlo y cuando eso ocurre, no es cuestión de fe. Es una certeza, una cicatriz que me cruza el pensamiento profundo.
Partiré a conquistar el mejor lugar del universo para un lejano día traerte conmigo.
En el momento adecuado de trascender formaremos la Galaxia Pax Amantium, rodeada de las más bellas y gigantescas nubes de gases de colores en movimiento y expansión; las volutas de la paz de los amantes como mudos suspiros interestelares.
Existir alumbrando la oscuridad es el privilegio merecido tras eones de mantener al rojo vivo un amor furioso y agotador en el proceloso Mar Eternidad, allá en la Tierra.
Sueño con lágrimas de dicha creando un cinturón de hielos, diamantes colosales girando a nuestro alrededor y un astrónomo con su telescopio sintiéndose desfallecer al observarnos a través de los milenios, como Stendhal en Florencia.
Desde el agotamiento y la desidia del amante, miro el cielo y vislumbro fugazmente mi final. Oteando el mundo, triangulándote en cada lugar y tiempo en mares y tierras. Y un coro imposible de lamentos de amor en el vacío, consolará la atroz tragedia de amar en un final hermoso y esperanzador.
Es la conclusión a todo este amor, el hermoso fin de tanto amar.
No quiero y no puede ser de otra forma.

¿Qué cojones pasa ahora? ¿A santo de qué esta mierda?
Las piedras ruedan cuesta arriba ahora que me dirijo a la cima.
Maravilloso…
No es inusual que morir se convierta en una confusa y compleja performance que, no tiene más interés que el de joderte, porque tienes el cerebro operativo y captas la mezquindad humana como auras flotantes que infectan de muerte la razón y me provocan pesadillas. En definitiva, soy un testigo a liquidar por la humana envidia insectil.
Las piedras me quieren aplastar por la espalda, a traición y absurdamente.
Son malas como un cáncer.
He escuchado a cobardes y apóstoles de sectas del amor palurdo, desmesurado y planetario, decir que el cáncer lo padece quien ha hecho cosas malas, o es en esencia malvado. Por lo cual esos cobardes píos no lo padecerán.
Sin embargo, he aprendido que todos los hijos de puta del mundo están sanos como cerdos de selecta crianza y duran asaz.
Las piedras que ruedan veloces hacia mí son como esos cobardes: han visto que camino raro y han pensado que soy un malo arrastrando un bulto oculto.
Ni que fuera una mula transportando heroína en el interior de los huesos…
Hay hostilidad del universo contra mí; a pesar de que soy una mierda, el universo pierde el tiempo conmigo.
Las piedras no son como los mirlos que brincan por el bosque piando muy relajados, paralelos y a prudente distancia de los caminantes silenciosos y solitarios cuando no tienen mirlas que follar.
Las piedras son la orina y los excrementos solidificados de la mediocridad y la cobardía.
El duro vestigio de la humana miseria.
He esquivado una roca que rodaba vertiginosamente para arrancarme la cabeza, ha pasado a unos centímetros por encima de mí y se ha detenido cuando en la cima alcanzaba la cara opuesta, al inicio de la ladera de descenso, ya con el impulso agotado.
Es absurdo…
Las piedras son idiotas como esos sabios de la teoría del cáncer justiciero, tan beatos…
Prefiero a los inquietos mirlos que mantienen un saltamontes o un escarabajo en el pico, como yo un cigarrillo.
Estas cosas de las piedras es mejor no airearlo, porque además de ilegal te calificarán de conspiranoico.
Debo ser oculto y secreto lo que me resta de vida.
Nunca he sentido la soledad como una carga o estigma; la he buscado. Tal vez eso es un billete de lotería por otro bulto con premio seguro.
Sienten envidia los expertos del cáncer porque hasta las piedras los ignoran.
He llegado a la cima y para evitar accidentes me siento en la ladera opuesta, donde las piedras no pueden lanzarse cuesta abajo y se detienen tosiendo al borde, agotadas de rodar hacia a mí y mi maldad.
Las subidas me machacan y por lo visto a las piedras también, que quedan temblorosas y exhaustas al borde de la bajada; idiotas analfabetas que no conocen como funciona la fuerza de la gravedad, ni siquiera por intuición.
Una vez recuperado el aliento saco de la mochila el tabaco y una cantimplora con casi un litro de dulce y chispeante cocacola aún fría que me bebo sin descanso. Y luego, me enciendo un cigarrillo.
En verdad que debo ser un mal bicho, porque pienso que la cocacola y los cigarrillos son los mejores inventos de la humanidad, por mucho que no dejen de cacarear las piedras idiotas que son venenos que me van a prohibir.
Llegan tarde.
Y no soy un conspiranoico.
Siento en la boca la amarga aspereza de los veinte diazepanes que he disuelto en la cocacola.
Me gusta el tabaco porque el humo hace llorar mis ojos resecos que, por muchos recuerdos que evoque, no consiguen derramar las lágrimas que alivian la osmótica presión de la tristeza y la frustración.
Es de agradecer el humo, una de esas piedades por las que vale la pena fumar.
Echo de menos a mis queridos muertos que lenta; pero incansablemente me han dejado solo aquí, abandonado a las piedras, sin más armas que mis venenos.
A unos metros, un mirlo salta neurótico picoteando el suelo, con su melodioso canto que sólo cesa para tragar el insecto que luce orgulloso durante unos segundos en el pico.
En algún momento queda inmóvil mirándome, controlando que no me mueva; es tan pequeño y perfecto… Sonrío, aunque creo que mi boca no está por la labor de moverse.
Es una de esas sonrisas tristes que esbozamos los tristes.
Me tumbo cubriéndome el rostro con el sombrero y pienso en Terminator y su “Sayonara baby”; sin que al fin nada duela.
La piel se me enfría veloz y se agradece el sol, sin que sirva de precedente.
Conspiranoico…
El cáncer es estigma de maldad y duele y agota por esa beatitud pederasta que los mezquinos predican. Mi castigo a no sé qué; pero un veneno autorizado, por lo visto.
Mi cocacola es un dulce placer que combate la amargura nuestra de cada día como el pan de los cristianos y es veneno.
Mi tabaco templa y relaja mis pulmones cansados y fríos, porque la imbecilidad te roba el calor del cuerpo en un segundo. Y es veneno…
Y el universo muerto y vacío, poblado de piedras quiere robarme lo poco que me da un asomo de placer, incluso mi bulto que llama la atención de las piedras.
¡Qué cojones conspiranoico!
Estoy tan har…

Monstruosidades en miniatura son los besos y palabras que minan a través de los intersticios moleculares de los tejidos anímicos los diques de contención, consiguiendo desbordar las emociones.
Pequeñas son las lunas de plata que se deshacen como mercurio tras emerger por los lagrimales, derramando el veneno del amor en los labios durante la íntima noche de los recuerdos amontonados. Lanzándonos al mundo sin espacios, esperas y límites que nos convierten en materia onírica prácticamente perfectos, sin ansiedades, donde todo es. Ajenos a nosotros mismos.
Primorosas las palabras que tan rápidas se leen y, como cargas de profundidad, explosionan en el corazón acelerándolo a cien por hora sin pensar en la posibilidad de que se rompa.
Como muñequitos irrompibles porque no tienen huesos…
Mágico el papel de las cartas nunca enviadas que crujen como tristes fracasos entre los dedos: el amor escarificado con la presión del anhelo, tatuadas las mortificaciones con la tinta de la pasión.
Áspero como el semen seco en mi vientre.
Alegres las oraciones que se dirigen al alma y su cuerpo tan palpable y lejano en las probabilidades. Y sin embargo, como un aire fresco cierra los ojos como si hubiera paz y la vida te acariciara.
Acogedora soledad que cerca la intimidad necesaria para que lo llene todo de ella que la amo.
Una perinola en miniatura en el bolsillo para hacer girar el mundo, cuando de tan quieto parece muerto. Para fascinarme con un equilibrio que sólo ella posee y con vanidad gira y gira y gira… Y luego, asistir a su tristeza al verse abatida con un agónico y último roce contra la superficie.
Y pienso que descanse en paz, aunque podría hacerla girar y que de nuevo vibre de alegría. No soy Jesucristo, no tengo un interés especial en la dicha de las cosas sean orgánicas o no. Cuando me apetezca.
La ambición, ya saciada, es un juguete que adorna la estantería de los recuerdos y las certezas de amar y ser amor.
Unos pequeños dados en el bolsillo, la aleatoriedad de la vida y la muerte. Y apuesto a un doble seis de amor mis últimos cinco minutos de oxígeno en el espacio, esperando sus labios salvadores.
He buceado en su mundo líquido durante horas sin necesidad de respirar. O tal vez, he respirado su agua; pero estaba pendiente de su existencia y no de la mía. Qué pequeñitas subían las burbujas hacia la superficie, contentas de haber hecho su trabajo y llevarse el aire de los pulmones y así, llenármelos de amor líquido extra fuerte.
Soy la toma un trillón y… ¡Acción!
Una orden innecesaria para amar sin horizontes, infinitamente. Donde la entropía me lleve. Soy un neutrino atravesando la coraza subatómica del cuántico amor.
El microbio ganador asaltando el palacio de tu principio creador de carne y sueños.
De fluidos y gemidos.
De ropas rasgadas sin ultrajes mediante.

Foto de Iconoclasta.

Temo que ante tantas palabras que escribo el papel se rasgue como los muros erigidos sobre cimientos podridos, como en los que se asienta el mundo que inevitable y aciagamente habito.
Tengo tantas pesadillas que escribir, que temo desangrarme por los dedos.
Y tantos sentimientos… Amarte ocupa toda la onírica fascinación e inspiración. Las melancolías son sinfonías compuestas con los bellos momentos que no importa si ocurrieron o los imaginaste. Todo sueño tiene una razón de ser. La añoranza de lo ocurrido o sus posibilidades es una banda sonora de desidiosa tristeza.
Podría arañar las palabras con las uñas en un muro y nadie las entenderá, y mucho menos la angustiosa gravedad y urgencia del pensamiento vertido. Se epatarán con repugnancia por los trozos de uñas ensangrentadas. Y en juicio sumario seré ejecutado in situ por terrorismo biológico ante la mirada cobarde que se ajusta correcta y obsesivamente un bozal nazi sobre la nariz.
Derramarse en palabras, en actos…
Entiendo a los borrachos y yonquis: no soportan la realidad que son. Y ahí radica el peligro suicida de que se derramen las palabras en el papel.
No es popular.
Y tienes que ser un adulto formado o llegarás a viejo con la sonrisa de una piadosa virgen renacentista. No es digno.
Se me derraman en el papel las emociones como el agua liberada de una presa cubre la tierra devastadoramente.
Incluso las más bellas ideas duelen en la punta de los dedos por la velocidad y presión conque son vertidas a la pluma.
El papel absorbe lo espiritual y lo hace tangible dándole así trascendencia y durabilidad. Y como no tiene tripas no se pudrirá.
Escribo agua y cadáveres flotando. Luego me doy cuenta de que podría ser sed y vida; pero las palabras se derraman así, con un fatalismo y sinceridad no apta para esos yonquis y borrachos evocados hace miles de neuronas muertas, unas líneas arriba.
Escribo el polvo y sus torbellinos girando en los páramos, son mágicos.
El astuto viento no se puede llevar lo que guardas en el bolsillo.
Porque de eso se trata, guardar ese tesoro que derramaste en la cartera o en un bolsillo y, en algún momento de tristeza vital, desplegarlo y releerlo; conjurando una angustia sin necesidad de dios y el diablo.
Soy yo escribiendo, mi propia esperanza e higiene.
Derramas el mundo en el papel y parece extraño que alguien viva fuera de tu pensamiento, porque si el mundo existe es porque yo lo escribo.
Y así, derramas mapas y tierras que no tienes tiempo de conocer.
Si el ser humano no naciera en cautividad no tendría tiempo para el turismo.
Así se derrama una verdad humillante y lastimosa para la especie de lo banal y el adocenamiento insectil: la humanidad ha perdido su esencia luchadora, su amor propio como lo pierden las putas.
Y yo, derramándome banalmente en el papel, soy otra muestra de la ausencia de pureza humana y degradación. Lo que no debería haber nacido de haberse hecho las cosas bien: con valor, denuedo y determinación.
Se me derrama dolor y la aspirina; pero la aspirina no surte efecto.
No es inusual.
No puedo escribir claramente felicidad; pero se me derrama en el papel una diosa y mi desesperación por ella.
Escribo soledad; pero no es perfecto, hay interferencias y pienso en la jaula de Faraday y su aislamiento. Follarla ante todos dentro del cercado enrejado y conectado a tierra, a salvo de sus lujuriosas interferencias de envidia de allá afuera.
Un exhibicionismo irreverencial y un voyerismo sudoroso de dientes apretados.
Cuando escribo hijo, también pobre. ¿Cómo pude entregarlo a este lugar y tiempo? Lamento lo que un día derramará en el papel.
Como yo.
Escribo nubes y su incertidumbre, un destino no manifiesto. Tampoco es necesario ser nube para ignorar hacia dónde te arrastra la vida o la entropía atmosférica. Las nubes tienen la forma graciosa del vapor y no pueden morir más de lo que ya están.
Los animales morimos sólo una vez y se acaba el movimiento que sólo podemos demostrar andando.
Escribo Kafka y la incapacidad, un proceso mediocre y como en todos los procesos, un sangrado de mediocridades que nadie entiende; salvo los que derramamos palabras y le damos con demasiada generosidad un sentido que no se merece.
Derramar palabras es llenar espacios en blanco…
Escribo generosidad y su injusticia.
Escribo espejo y rotura como definición. Tiene sentido aunque no pueda parecer lógico. Ese reflejo es una mierda, y la escribo.
A veces me siento tentado de masticar los pedazos rotos del espejo y hacerme un autorretrato de sonrisa sangrienta.
Escribo muerte y nada.
Me gustaría que la aspirina, inusualmente surtiera efecto. No me gusta que la muerte duela. En cambio, al miedo no le tengo miedo.
Con lógico se me derrama con indecencia y en grandes letras deformes mediocridad, monotonía. Porque la imaginación es la ausencia de la terrible previsibilidad.
Escribo esperanza y ya es tarde.
Escribo adiós y te seguiré soñando a pesar del espejo roto y los cimientos podridos.
Escribo pluma y majestad.
Y escribo mi nombre y lejano, una luz que se extingue en el espacio.

Foto de Iconoclasta.

Nadie tiene derecho a ser libre, todo ser humano nacido en sociedad nace, por tanto, en rigurosa cautividad.
Y el tiempo en el que se sacrifica la infancia y la juventud de toda cría humana en la doma y amaestramiento (educación, escuela, universidad) tiene por objeto que jamás pueda ser libre por mucho que lo desee.
Como todo animal nacido en cautiverio, su libertad sería su muerte segura.
Los amos de las montañas, llanuras y costas son los silenciosos y malignos señores de la esclavitud. Básicamente los sicarios del Estado y aristocracia encubierta.
Ellos vallan la libertad y coartan, denuncian o disparan contra cualquier acto de libertad.
Sin ellos, la aberración humana de nacer en cautividad, no hubiera sido posible.