Es un día particularmente gris y lluvioso que me desliza lenta y húmedamente a una serena melancolía. Las bajas presiones son densas y verticales emociones que gravitan en el pensamiento lloviéndolo de evocaciones, actos que fueron y todas las imposibilidades posibles. La lluvia intenta encajar todo ese caos… Siento el agua correr por dentro de la piel con una dulce fatalidad y una sosegada comprensión. Me diluye dejándome un poco indefenso, sin la capa protectora del olvido y la indiferencia. Sin el cultivado cinismo de la supervivencia. Está bien, nadie me ve… En la gris penumbra de la casa soy arrastrado por mí mismo, como la lluvia arrastra la suciedad de los viejos y sucios edificios monocromáticos y el pavimento áspero y hostil de las aceras. Y me permito pensar, con cierta ingenuidad, que estoy a salvo entre las sombras. Una mentira embadurnada de toda esta romántica y trágica grisentería. No puede hacer daño. No demasiado.
Bajo la lluvia de hojas que la brisa arranca de los árboles, no puedo dejar de pensar que me llueves a pedazos. Pedazos de amor que caen sobre mí como caricias cálidas y serenas, que crepitan como gotas de agua seca en mi sombrero, pedazos de ti que dan el sonido de tu voz a mi caminar. Pedazos de amor untados en dulce mermelada de melancolía… Y quisiera tener ese don de despedazarme y lloverte fundiéndome contigo. Que el viento nos arrastre juntos y tus cabellos sean una vela henchida sin más rumbo que nosotros mismos. Quiero ser contigo un collage de hojas pequeñitas y revoltosas que tracen nuestros propios senderos de delicados chasquidos. Pedazos de nosotros… En algún momento me abandoné a amarte sin medida y se revelaron todos los pedazos de ti ante mis ojos, en todos los lugares. Pedazos de tu cabello, de tus ojos, de tu voz, de tus gemidos, de tu piel toda y de tus cuatro labios que hacen del amor y el deseo, arrebatos de voracidad carnal. Pedazos de tus pechos oscilando sobre mi boca cuando te clavas a mí. Pedazos de tu rostro aún somnoliento al despertar. Pedazos de volutas de humo cambiantes que exhalo fascinado frente a ti con el primer café del primer día contigo. Despertar contigo es nacer de nuevo, cada amanecer es el primero y es rotunda tu existencia en mis pulmones. Cada día llueves sobre mí, y te haces eterna como el planeta, sus mares, montañas y cielos. Miro arriba, al cielo de ramas sobre mi cabeza, e intento hacer pedazos de los besos tiernos que se forman con añoranza en mis labios, cuando arrecias tus hojas de amor sobre mí y mi soledad. Pero mis pedazos no tienen la musicalidad y la sedosidad de los tuyos. Y suspiro, no por cansancio, sino por mi incapacidad de llover bellamente sobre ti. No tengo tu poder, cielo. Misericordia… Sólo tengo tus pedazos; la certeza de tu existencia y tus palabras grabadas a fuego bajo mi piel, profundamente.
La melancolía es una tristeza secreta para mí mismo. La pena de lo que nunca experimentaré. Un sentimiento que jamás conoceré. La decepción de saber que existe una alta emoción que no gozaré jamás. Me ha sido negada la gracia, cuando casi la rozaba. Estuve a punto de elevarme a ella. Esta melancolía me lo dice como una conciencia cuchicheando en mi oído, en mi estómago. Reverberando en el tuétano de los huesos. Estuviste cerca, estuviste muy cerca. Pobre cosa, pobre hombre ciego. Tal vez, sea no haber podido escapar de este lugar y tiempo atroces que impiden que la razón se expanda haciendo de mí una ola más en el mar, yo rompiéndome en un hermoso final en la tierra. Creando una espuma de mí mismo y los mudos coros del universo muerto susurrando: ¡Así se hace! Y dan ganas de llorar por una abstracción imposible. Podría haber sido un hálito que agita íntima y tímidamente las hojas de un árbol cuyo rumor agradecería mi sencilla aunque útil existencia. Me he cansado y hastiado de dolores, decepciones, amores, ternuras y cariños sin espuma; sin el secreto rumor de unas hojas que nadie presta atención. Nadie más que yo. No es por trascender, sólo aspiro a ser invisible, un ente ignoto. La belleza sin reflejos de una existencia malograda y malformada desde el inicio de los tiempos que es mi nacimiento. Sólo lloro con ira por lo que mi vida no ha encontrado, no ha sentido. Que nadie sepa más de mí, desaparecer como una ilusión. A veces sueño con volatilizarme en el aire sin dejar rastro y todos aquellos que supieron de mi existencia, parpadearan: Me ha parecido ver algo… Parecía tan real… Ser una alucinación en el planeta. Que nadie me recuerde. Porque mi existencia me avergüenza. Que no me entierren o quemen en tierra podrida. Esta melancolía que guardo en secreto no es tristeza, si no hastío y decepción de no alcanzar otra cosa más que, un mundo mal hecho por millones y millones y millones de seres humanos muertos y apilados en podridos estratos cuya misión, fue construir y crear la humana mezquindad para el instante en el que yo naciera. Como si supieran de mi futura vida y la decepción que sufriría. Riendo mezquinos… Sus dioses inventados son ratas sarnosas que devoran sus pies y los de sus hijos lentamente, y son adoradas como servil pago de gratitud a la miseria concebida. Sólo así puedo entender el origen de esta melancolía aterciopelada que se derrama bajo la piel y por dentro de los ojos, un llanto secreto también. Adentro…, donde sólo el cálido humo de un cigarrillo templa el frío de mi ánimo. Fumar siempre fue bueno… Saber que existe algo hermoso o extraordinario más allá de la mediocridad del aire, es mejor que ignorarlo y me ha regalado la gracia de la decepción y su melancolía. No nací para sentir lo extraordinario, sólo para observar con mirada terrible y soportar la incapacidad de los que ahora son cadáveres y los que lo serán pronto. No es tristeza, sino rabia y su llanto quedo y consecuencia de una ola que no consigue hacer espuma, porque una fría y poderosa corriente de mierda la devuelve al monstruoso mar inmóvil sin horizontes y sin fin. Sin esperanza a la vista. Yo quería algo más que no cabe en este mundo. Hay una belleza oculta que mi pensamiento añora y no sabe qué es. No nací para algo elevado, sino para rellenar los huecos de los muros deformes que no sirven para nada. Que los muertos construyeron, que los vivos idiotas hacen más altos. Son los susurros de mi secreta melancolía. Me dice que nací por mis huesos, que soy material de relleno de un tiempo y lugar mezquinos. Podría haber sido maravilloso cuando veo y escucho el rumor de las hojas, las olas romper en la costa con un orgulloso bramido de vida y lucha; pero nací en un excremento habitado por gusanos agitándose inquietos y paranoides, alimentándose con voracidad unos de otros. No puedo salir de la mierda, ni limpiarme siquiera. Nací en un repugnante lugar donde los seres humanos comen sobre las inmundicias y miasmas que corren bajo sus pies. Todos los humanos y sus civilizaciones lo construyeron todo mal y podrido, para luego ser enterrados como el gato cubre su mierda. O quemados como neumáticos viejos o basura que apesta. Y como un aire que no mueve las hojas y la ola que no llega a la arena, nací ciego y con esta melancolía que hace invisibles los horizontes elevados que algo dentro de mí dice que existen, que es todo un error mi nacimiento en este infecto lugar y tiempo. Un asco.
No quiero ver la lluvia tras la ventana, soy parte del paisaje. Un accidente más. Mejor fuera que dentro. (No aplicable a su coño) Fuera también puedo alardear de melancolía observando a las nubes devorar las lejanas cimas. Y cuando el cielo se despeje ¿seguirán allí? Temo con cierta tristeza pueril. El toro se ha acercado a la alambrada y muge: quiere estar tras la ventana. Lo entiendo, el agua me corre por la espalda. No todas las bestias compartimos los mismos gustos. Me da paz que no estemos condenadas a tener un único y mierdoso pensamiento global. Ha descendido asaz la temperatura, me emociona sosegadamente, sin dramas. Es un saludo lejano del otoño, somos viejos conocidos y me pregunta con guasa: – ¿Estarás por aquí dentro de un mes? –No seas astuto –le respondo–. Morir no es banal, solo habitual. Escucho el rumor de un trueno lejano, no me ha oído. Observo las gotas bombardear los charcos y pienso en las bombas e Hiroshima. Una idea no del todo incruenta. Supongo que el temporal crea interferencias y no puedo imaginar qué hace ella en este instante. Más que solo, estoy aislado. Otra vez… Bueno, soy un elefante viejo en el oficio que con la trompa se tapa el orificio. Es lo único que puedo hacer, errar con una serena desesperanza. Así que aprovechando que tengo los pies mojados y el alma gélida, me detengo en un charco a fumar. No me puedo mojar más, no son necesarios los remilgos. Soy un paisaje desde lejos, desde el interior de las ventanas. Un tronco melancólico de ramas quedas. La melancolía que otros miran tras el vidrio perlado de gotas. Es una cuestión de elección. La libertad tiene estas cosas. El ala del sombrero gotea, observo con innecesaria y pedante poética; reflexionando en lo rápido que se consume el cigarrillo a pesar del agua. ¿Por qué insiste la chusma en que deje de fumar? A mí me importa una mierda si viven o mueren. La banalidad es también una compañera guasona con sus sorprendentes sinsentidos.
Tengo una sobredosis de ansiedad de ti. Me he chutado en vena tus palabras y sonrisas, tus sueños y amaneceres injustos. Y mi piel destila gotas de tu alma. Te juro que no es sudor, porque siento el cuerpo helado por dentro. Estoy absolutamente colgado de ti. No distingo si en mi cabeza riges tú o yo. He esnifado recuerdos contigo e incluso he dudado de que los sueños lo fueran. He despertado sentado en una roca a la orilla del río. La lluvia de pelusas de los sauces, como seres celestiales ingrávidos y volátiles sobre el cauce, dibujaban tu rostro en el aire. Irremediablemente me arrastraban a ti. He sorbido una gota de sangre que descendía por la nariz y me he lavado el rostro con el agua fresca de tu líquida mirada. He imaginado el planeta desde el espacio, sus distancias e inconsecuencias. Y un repentino latigazo de solitud me ha provocado la necesidad de escapar contigo de nuevo. Escapar de la dimensión real… Pero no me quedaba más morfina de amor. Por el pliegue del codo una pequeña boca pide más de ti y llora una gota de sangre con hambre. Las venas se rasgan con el ánimo. No sé, es difícil amar y comprender. Arrastrando mi mono de ti he caminado con un saco de tristezas que solo debe abrirse en la oscuridad y su aislamiento. En la habitación del llanto de mi hogar. Volveré a encerrarme en mi laboratorio de amor ilegal y quemaré más palabras tuyas escritas en papeles rasgados como mi pensamiento. Y sublimaré las cenizas con lágrimas. Destilaré la materia oscura y la esencia será de mil partes de ti por una de mí. Las sobredosis de ti no matan; es imposible que pueda causar un daño el exceso de ti. Principalmente se debe a que no hay exceso, soy insaciable. No importa lo que se espese mi sangre con tus palabras procesadas en mi alambique de la desesperación. No importan las cenizas tantas veces esnifadas, adheridas en los pulmones y las impurezas que pudiera haber por mi torpeza en la elaboración. Aunque dudo que sea un ventaja no morir por narcosis de tu amor. Estaría bien morir suave y plácidamente. Es una dura prueba de entereza salir de la psicodelia de amarte en un momento y lugar sin ti. Lo que no haga tu amor, el tiempo lo hará. Sin embargo, hay tanto tiempo que el desgaste es eterno como el infierno. He alucinado en algunos viajes que esos seres que flotan sobre el río y lentamente caen en el agua, como si no quisieran, son capaces de arrastrarme río abajo y llevarme al mar cuyas todas aguas conducen a ti. No tengo necesidad alguna de despertar, no me preocupa. La ingravidez de la inexistencia es ese descanso que buscan los alquimistas yonquis del amor, cuando se colocan con sus propias drogas. A veces, cuando la vida duele mucho, tengo un mal viaje al meterme un jaco de tu alma y ocurren cosas horribles; la ventaja es que al despertar no hay esa tristeza que incinera la ilusión de los sueños. Sin embargo, he perdido el tiempo. La tristeza, más hermosa que cualquier alegría, llega cuando te disipas entre las volátiles pelusas que, arrastradas por suspiros y trinos nievan blanca y cálidamente sobre el cauce del río. Y Linda Ronstadt cierra hermosa y sensualmente su Blue Bayou…
Los personajes buenos e ingenuos me dan cierta lástima en este mundo de buitres y hienas. Las buenas personas vale la pena pensarlas, hay tan pocas que es terrorífico un mundo sin ellas. Que desaparezca una sola es dramático. Así que cuando veo un buen personaje en una película o una persona que sonríe sinceramente al verme, no puedo dejar de sentir cierto temor por lo malo que le pueda pasar. Son presas fáciles. Aunque sé que si han llegado a adultos, no necesitan nadie que los defienda. Es tan infundado mi temor como instintivo. Tal vez sea porque el débil soy yo. A mí me ha pasado y no soy buena persona. Me he tropezado con tantos malos siéndolo yo también… Todas las personas buenas mueren antes que las malas. Es lo que he aprendido. Mi padre murió con cuarenta y cinco, yo tengo sesenta y uno. ¿Soy dieciséis veces más malo que él? Pobre padre que me quería sin imaginar lo malo que soy. Pobre padre…. Solo estuve con él dieciocho años, y las tres cuartas partes de ese tiempo durmiendo y en el colegio. ¡Pobre padre! Quedaron ciertos sueños rotos. Me crispa los dedos el recuerdo de su carne fría cuando lo tendieron en la cama a la espera del ataúd. Ahora que soy viejo y contabilizo demasiados años temo que no me hubiera querido. No sé qué ven los demás de mí. Mi vanidad produce una gruesa capa de indiferencia. Pero tú no eres la humanidad, tú importas. Importabas un millón de cualquiera que sea la unidad de medida. ¿Y si no sonríen sinceramente al verme? Tal vez haya coincidido que hubiera alguien detrás de mí y le sonrieran a él. Qué ridículo, padre… Estoy viviendo tanto tiempo como los malos, como lo peor. Lo que queda en La Tierra. Pobre padre ingenuo. Aquel día todo salió mal para siempre con tu muerte. He aprendido que algún dolor cárnico no se va nunca, siempre duele, pulsa, acaba con tu ánimo apenas ha empezado el día. Y sigue doliendo mientras duermes, no hay manera de encontrar la posición para que cese. Tu muerte no me duele ya; pero me avergüenza porque he vivido más que tú, como los malos. Pobre padre… Yo no quería ser tan malo. Creía ser idiota, pero tan malo… ¿Y si era bueno y al morirte me estropeé? Es una posibilidad que me tranquiliza. ¿Ves cómo soy un hijo de puta? Te estoy responsabilizando. Qué puerco… Nací malo, pobre padre. Alguna aleatoriedad de la que no tuviste culpa. ¿Dónde quedaron las cosas que no pudieron ya ser? ¿Hay una oficina de sueños perdidos? ¿De padres muertos? ¿De madres? Pobre padre… ¿Dónde te puedo encontrar? No me olvido de tu rostro, ni de tu voz. Soy asquerosamente inmune a la amnesia. Siempre he pensado cómo hubieras sido de viejo. No sé… Tal vez sea una tontería, pero colecciono todas las banalidades de los seres que amo y me las meto en un bolsillo del corazón. Duele la presión, pero es que no quiero que no duela. También me siento débil con cierta frecuencia desde entonces que me quedé yo solo conmigo y mi maldad. Quiero pensar que el manto de la muerte me cubre despacio, que el malo por fin ha de pagar. Que se desprenden de mí como piel muerta los cadáveres de las ilusiones que tengo dentro. Y por ello no lucho con entusiasmo para aspirar aire, si algo es bueno no debes estropearlo. Déjalo que haga, déjalo que mate. Lo bueno de la muerte es que mata el dolor también, es buena gente… Y la carne podrida, como si no existiera. Bien, mis besos a la muerte. No quiero acumular más años de maldad o mezquindad. Ha de acabar ya esto. Quiero ir contigo ahora y que me digas exactamente qué tipo de cerdo soy y qué he de amputarme. No te creas que no pienso en madre; pero no tengo nada pendiente con ella. Me quería incluso cuando me hice adulto y se mostraba en todo su esplendor mi mezquindad. Y me quería así. Qué tonta. Pobre madre… Todo se muere a mi alrededor. ¿Qué pasa? Te engañaste, pobre padre. Cuando buceo dentro de mí, no puedo evitar pensar que fui un fraude. Ser malo no siempre es ser indigno. Y la indignidad pesa. Debo decirle a mi hijo lo que soy. Que tiene un padre que vive más de lo que se merece. Porque indigno no es una buena forma de morir. No quiero perdón, ni siquiera me he planteado que tuviera que pedirlo por nada. Pero ¿indigno para mi hijo? Eso no es forma de morir. ¿Si yo no hubiera nacido estarías vivo, padre? Es un problema que me corroe desde que empecé a ser más viejo que tú. Cuando cumplí cuarenta y cinco y pasaban los días y no moría, me dije: Ya está, yo también soy un hijo de puta viviendo demasiado. Y aquella vez que se me llenó un pulmón de sangre y cada vez que respiraba me salía por la boca, me dije: bueno, dos años de diferencia… Cuarenta y tres solo son dos años menos que padre, somos casi iguales de buenos o malos. Es aceptable. Pero el hijo puta no se murió, está visto que mi misión era ser muy malo. Tal vez aquello dolía demasiado y por eso me confundí. No pensaba en vivir, solo quería que, por favor, dejara de doler aquella lija que se arrastraba por dentro de mí. ¡Uf! Y huyendo de aquel daño masivo, crucé de nuevo la frontera hacia la vida. Quisiera lavar mi alma de lo que me hace tan longevo, si la tengo. Dejaré de existir, lo sé; pero no quiero tener esta carga en el momento de morir. Preferiría ser menos mierda. Y aquí acaban mis palabras inútiles y queda eternizado mi ridículo. Al menos que nadie crea que me sentía un buen tipo a grandes rasgos. Pobre padre… Te moriste queriéndome. Pobre padre ingenuo. Pobre padre, mal hijo. Tiraste margaritas al hijo… Al cerdo. Un error de cálculo tuyo. No te creas perfecto, solo amado. Querer por querer es una imprudencia temeraria. Y una injusticia. Y ahora que muero más que vivo no quiero engañar a tu nieto que no conociste. A ninguno de los que te observan en las fotos pensando como hubiera sido el abuelo Paco. Aquella mañana despertaste vivo. Y de repente muerto, sentado tu cadáver en la silla que acarreaban los enfermeros para meterte en casa, porque no entraba una camilla o silla de ruedas en el ascensor. No sé qué pasó luego durante dos o tres horas que se me perdieron… Pudiera ser que corrí a buscarte para meterte otra vez en ese cuerpo muerto. Y lo hice mal. Ni siquiera lo intenté, solo lloré como un maricón. No sé… El universo se disolvió y yo con él. Me duele la cabeza. Necesito no vivir. Yo mismo me maldije: lo malo vive más que lo bueno. Y no puedo ni quiero cambiar de opinión. No quiero añadir la hipocresía a mi indignidad. ¿Escribiste alguna vez con la cabeza doliéndote como si fuera a estallar? ¿Cómo la mía ahora? No mola. Es una putada. Pobre padre… Qué desolación, papa…
Hay días en los que quisiera dar las buenas noches a las estrellas y a ti a mi lado. Sin palabras escritas, con la inmediatez de la proximidad. Hay días en los que quisiera dar los buenos días al sol, y a ti frente a mí. Sin tristeza escrita. Hay días en los que quisiera decir te amo a la vida y a ti entre los brazos. Sin tinta, con un jadeo en tus labios. Hay días que quisiera acabar el día con la última palabra en tu oído, en la oscura e íntima horizontalidad de la noche, sin papeles mojados lanzados en el rincón lóbrego de los deseos muertos. Hay días en los que quisiera dejar escapar la última silaba de mi palabra entre tus labios, en un desfallecer. Y saber que al día siguiente, en nuestra íntima mañana y tu rostro dorado como la arena al sol, susurrarte el tierno cuento de los dos ángeles que no pudieron ser. Que dios tenía tantos ángeles a los que dar sus alas, que cuando dos cogidos de la mano llegaron a su presencia, se le había agotado el pegamento. Y se le escapó un estornudo tan fuerte en aquel instante, que fueron arrastrados por su viento todopoderoso y sus manos se soltaron. Sintieron un desgarro en el alma como si se hubieran roto las alas que debían tener, cuando sus manos se quedaron vacías. Y caían infinitamente solos a La Tierra. Y dios les gritó desde el trono: ¡Tranquilos! ¡Os envío a Gabriel para que os traiga de nuevo desde la tierra! En cuanto acabe el desayuno se pone en marcha. Y recordadle que compre pegamentooooo… Y hay días que quisiera decirle hola a Gabriel con cierta displicencia, porque los momentos en el cielo son casi vidas en La Tierra. Y tú llegabas con él con cara de niña disgustada; pero se te escapó una risa al verme. Hay días que quisiera que los cuentos fueran reales y recuperar los momentos perdidos, los que ni siquiera pudimos imaginar. Arrancarte al fin de la mano de Gabriel y tomarte yo. Decirte sin palabras escritas, que no te sueltes, que si dios estornuda, nos agarramos a su barba y se joda si le duele. Quisiera no escribir más tonterías. Dejar de escribirle a dios que cuide su resfriado y que Gabriel es negligente y que no hay derecho. Y así dar los buenos días a tu sonrisa tras la taza de café y desnudarte de las alas. Que dios mire a otro lado con embarazo. Quisiera un día dejar la pluma en el cajón y su tinta del color de la melancolía, que ya no sea necesaria; pero miro el reloj y cierro con fuerza la mano que sostiene la pluma, porque es tarde. Entre dios y Gabriel, escribieron un cuento de tristes sonrisas de ángeles de plomo sin alas y un bote de pegamento vacío. Hay días que no deseo escribir un final que duele un millón. Y estiro las palabras para que sin darme cuenta, como si durmiera, el final no sea jamás escrito. Solo dejar unos puntos suspensivos. Como un tic sin…
She’s a rainbow (Ella es un arcoíris), es una bellísima canción de The Rolling Stones, de 1967. Forma parte del álbum Their Satanics Majesties Request (Sus Satánicas Majestades Solicitan).
He escrito los versos de la letra traducida del inglés y resaltada en negrita, para responder a cada verso en texto normal con la torpeza y la urgencia de mis emociones, de la ternura, del amor que rompe los corazones y los recompone y los pinta y los saca fuera y los mete dentro…
Que los Rolling me perdonen.
Y ella por mi torpeza.
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Ella trae colores a todas partes
está todo tan oscuro, mi amor…
y el cielo me pesa en los hombros
peina su cabello
cada mañana la sueño así a ojos abiertos, y desespero
es como un arcoíris.
solo ella puede dar color a mi sangre
Llegan colores en el aire.
cada vez que aparece, con su mirada…
¡Oh, por todas partes!
en todos los rincones de mi mundo y dimensión
Ella viene con colores
¡Como os espero!
trae colores a todas partes
mi amor hace magia
peina su cabello
y coquetea consigo misma
a veces, con una melancolía hermosa en la mirada.
es como un arcoíris.
es un rayo de amor y deseo
Llegan colores en el aire
y su voz arrasando mi serenidad
¡Oh, por todas partes!
¡Oh, desesperación!
Ella viene con colores
es la fuerza armada de la esperanza
¿La has visto vestida de azul?
la he besado en todos los colores
Ves el cielo enfrente de ti
y crees estar loco de contento
y su rostro es como una vela
plena de mis besos al viento
de un color tan hermoso y pálido
que siento ser cosa sin vida
¿Has visto a una mujer más bella?
es imposible, no hay cosa más hermosa
Ella trae colores a todas partes
no cesa, contagia el mundo de luz y color
peina su cabello
¿sonreirá pensando en mí en algún momento?
por favor…
es como un arcoíris.
es un trallazo de amor que deslumbra
Llegan colores en el aire
y se prenden en mi piel ceniza
¡Oh, por todas partes!
en toda mi carne
Ella viene con colores
soy un dibujo sin colorear sin ella
¿La has visto toda en dorado?
y he sentido mi alma retroceder al corazón mismo
Como una reina en la antigüedad
siempre existió, nací para ella
dispara sus colores a todo alrededor
no tiene piedad con su desmesurada sensualidad
como una puesta de sol
como una diosa
¿Has visto a una mujer más bella?
da terror no ser suficiente para ella
Ella trae color a todas partes
como si fuera fácil
peina su cabello
y cubrirá mi rostro con él en una caricia vertical
No viviré lo suficiente para acabar de escribir los grandes espacios en blanco que quedan en el planeta. De hecho, nunca tuve esperanza. Nunca fui ingenuo. Triste sí, siempre ha sido un peso en mis hombros. Quería llegar a las verdes montañas, el margen del valle, de la página en blanco… Aunque fuera solo una línea con tinta roja; pero apenas existo ante tanto espacio, ante la desmesura del planeta y sus espacios en blanco. No soy nada, no soy nadie. La belleza es tan enorme como el amor y yo no sé… No puedo abarcarlos. No podré escribirlo todo y dirá mi lápida si la tuviera: Aquí yace un fracasado. Siempre he dicho que hay tanto tiempo que me falta vida. Ahora, a punto de abandonar el escenario, el espacio es tanto como el tiempo. Hay un cansancio vital que invita a la muerte, que la hace dulce. Era una batalla perdida. No quiero añadir a la tristeza la vergüenza. Misericordia.
El amor es un ataque al corazón, así de intenso y fulminante. Fue repentino amar y pago ahora el precio de que mi vida dependa de ti. Tú eras la luz al final del túnel durante mi breve muerte de iluminación. No quiero ser dramático, no es una cuestión de coacción o chantaje emocional, sería mezquino. Solo refiero un hecho. Bastaron una mirada y una palabra tuyas suspendidas en el preciso instante, en el cuántico e infinitesimal lugar. Entre un parpadeo de reconocimiento y unos labios entreabiertos que se hicieron desesperadamente deseables. Supe que cuando sucediera el primer beso mi pensamiento sería tuyo. Y el beso fue ataque cardíaco, tan indoloro que no sentí inquietud por lo cerca que estaba de morir durante aquellos segundos de descubrimiento: existías, no eras sueño. En ese paro cardíaco, en esos segundos de muerte indolora se reconfiguró mi red neuronal y desde entonces, mis días empiezan y acaban contigo en mi mente o haciendo arder mi pene con la fuerza vectorial de tu cuerpo clavado verticalmente en mi horizontalidad cuasi mortuoria. Amarte es también presión gravitacional. Hay en mi cabeza un túnel cuyo final llenas. Y sus paredes son tan transparentes como mudas. Vierten la luz y filtran los graznidos de la humanidad. Y atrás dejo la oscuridad. La negritud me pisa los talones, por cada paso que doy hacia ti la oscuridad a mi espalda crece con idéntica velocidad. Es un túnel solo de ida, ya no podré volver. Mi historia se borra y empieza una vida nueva. Ocurre lo mismo con el tiempo, me arde el culo por su rápida combustión. Soy un personaje cómico en una vieja película muda. Da risa; pero no acabo de ver la gracia. Necesito un cubo de agua para sentarme y respirar aliviado. No hay opción, amarte fue inevitable como el respirar; pero aun así elegí. Un poco de ti, es mejor que nada. Un poco de ti justifica ignorar que la vida se acaba, que siempre he llegado tarde a lo hermoso y he aceptado la grisentería difusa de escoger lo menos malo. Soy un pésimo administrador de mi vida. Pues yo acepto lo único bello, aunque siempre es tarde por muy buena que sea la dicha. ¿Sabes que hay rostros que se pegan deformándose a la pared transparente del túnel y me piden que me detenga? “¿Adónde vas con tanta prisa y lujuria, viejo?” Me gritan mudamente “¿Te crees mejor que nosotros? Sal de ahí”. No me dan miedo, solo repulsión, son la mismísima faz de la mediocridad; así que camino más deprisa hacia ti y sus rostros envidiosos los devora la oscuridad que me sigue. El tiempo es otra dimensión oscura, es una cuenta atrás. Te descubrí tarde y ya casi he finalizado mis tareas en la tierra. Amarte no es un rumbo, es una dirección de marcha, un sentido único donde no hay bifurcación alguna. Algunos le llamarían agujero de gusano. No puedo evitar pensar que el gusano soy yo ahí dentro. Y no espero vivir más tiempo, sino el momento justo de llegar al fin. Una vez cumplido, puede llevarse el diablo el corazón traqueteante y fibrilado hasta casi partirse. Y también el alma que le vendí hace unos milenios escasos. Las posibilidades de morir en el túnel, son exactamente las mismas que las de morir fuera, entre ellos, lo vulgar, los ajenos a mí. Tú eres mi voluntad y lo demás meramente aleatorio y accidental: un accidente, una lentitud, una negligencia, una imprecisión en las coordenadas espacio temporales en el momento de nacer, un error con el billete de mi destino a ninguna parte y por ello, llegó tarde a mis manos la carta de navegación hacia ti. En el túnel solo preciso algo con lo que escribirte y definirte. Entiéndeme, eres inexplicable no hay retórica para expresar a la diosa; pero al escribirte te hago táctil, trasciende tu rostro hasta mis dedos y puedo acariciar el papel, ya tu piel. Te he transmutado de mi pensamiento a la tridimensionalidad, soy un alquimista en un túnel que se autodestruye cada cinco segundos tras de mí. El túnel es la metáfora de mi vida como una mecha. Y tú eres la dinamita. Es inevitable que piense en el coyote y que eres la más hermosa correcaminos. Si una sonrisa puede ser triste, es la mía ahora. Un doctor tuvo la piedad de recetarme sedantes pre mórtem antes de entrar en el túnel. Me dijo con el frasco de píldoras anti melancolía en la mano: “De morir no te libras, al menos que no duela”, aún debe pensar que soy idiota. Escribirte es mi terapia de choque. No describo lo que eres, porque eres una espléndida incógnita. Escribo lo que siento. No temo equivocarme con mis palabras, solo ser escaso. El túnel es tu perfecta metáfora también: eres el conducto al amor. Mierda, cielo, estoy cansado; pero no puedo detenerme, la negritud que me sigue es voraz, no se salva ni la luz de morir. No lo entiendo, nunca he valido tanto para que la vida pese tanto sobre mí. Algo se ensaña conmigo por ninguna razón. Ya está bien, en un momento estoy ahí, el café con mucho azúcar y tú sin ropa interior bajo el vestido. Bip-bip… (otra cómica tristeza de amor, son los nervios).