Son malos tiempos para la libertad, que es lo mismo que afirmar que una ballena es grande. Pura retórica para gente con pocos recursos lingüísticos. A mí me la pela, la cuestión es dejar para la posteridad muchas faltas de respeto y ofensas, al fascismo establecido y sus fans. Soy macho humano con escasas tolerancias sociales, ninguna concretamente. El resto de consideraciones religiosas, de género y sexo o de tolerancia hacia las ratas sarnosas que tienen su lugar en el mundo, pueden usarlas de supositorios los anodinos y ambiguos wokes con demasiado espacio libre en el cráneo que se entretienen en rellenar sus amos y lobbies. Y bueno, ya se sabe que para lo que me queda en el convento me cago dentro. Aunque soy un romántico redomado y llevo haciendo lo mismo desde que era nuevo en el convento. Y si una monja está buena, te la follas. A la mierda hijoputas.
Hacéis lo que debéis. Y lo hacéis bien. Incluso en vuestro gran día mantenéis la compostura. Gracias por ese magnífico y perfecto silencio, muertos. Sois unos artistas… Deberían tomar ejemplo de vosotros estos vivos quejumbrosos, superficiales. Que nada ni nadie enturbie vuestro silencio en vuestras tranquilizadoras tumbas. No os aprecio; pero respeto vuestro quedo trabajo. ¡Bye, hasta pronto!
Es un día de sol otoñal, de los que hacen sudar al caminar largo rato y al detenerse, la piel se enfría más rápidamente de lo que se consume el hálito del moribundo atiborrado de morfina. Si te detienes estás muerto, desconfía de dios si existiera. Pienso en las infecciones pulmonares y la penicilina. Y extrañamente, en el soleado camino, se encuentra orando al sol una mantis en lugar de estar fundida con la hierba. Cuando me he acercado a fotografiarla no se ha movido de su lugar, simplemente ha girado su predadora e impía cabeza y me ha observado con su mirada gélida a pesar del sol que la baña. ¡Qué valiente! Me emociona ese ingenuo coraje de los animales pequeños. No temen, no huyen y protegen su tiempo y lugar que ocupan. –No eres más que yo –dice con su mirada mecánica y las mandíbulas mordiendo las palabras apenas han salido. Lo mata todo… Qué envidia. Y no lo soy, no soy más que nadie. No necesito que una mocosa mantis me lo diga. Sólo nos parecemos en el verde de los ojos, si se le puede llamar “parecido” a su verde intenso y vital contra mi verde irritado por el sudor, el acumulado exceso de luz y desgastado por un hartazgo vital. Todas sus patas son perfectas, yo tengo sólo 1,2. Ella es perfecta, eficaz, una cazadora nata. Yo un cerdo que se alimenta plácida y cómodamente. Ella es estilizada, la cima de una evolución perfecta. Yo un gorila a medio hacer, torpe y asqueado de mi especie. – ¿Por qué estás en el camino y no oculta en la fronda? –Porque soy alérgica al diente de león y hay mucho por aquí. – ¿Cómo va la caza? –No tengo hambre, sólo quiero secar la humedad de mi coraza. –Como se dice que eres tan voraz… –Yo no viviré tanto como tú, me he de apresurar en cazar y matar cuanto pueda, no es una cuestión de hambre, si no de trabajo. Disciplina, disciplina… –divaga ella olvidando mi presencia. –Pues ahora mismo estás muy tranquila, relajada. –Estoy pensando en cómo sería devorarte, no seas frívolo. –Te podría haber pisado. –Claro… Lo que no ocurre, no importa. No soy humana y mi tiempo es breve. Ninguna parte de su cuerpo se ha movido en todo este tiempo, y su mirada ha adquirido la frialdad de la luna muerta. Parece haber eclipsado el sol. Tan pequeña… Pienso que está neurótica, nada es perfecto. Le digo adiós, como se saludan los caminantes en alta voz, sin que sea necesario, antes de alejarme cojeando de su camino. Me responde con un adiós rascado, triturado. Las comparaciones entre ella y yo no son odiosas, son tristes. Aunque muerdo con fuerza el cigarro por una rabia que arde en mi cerebro, la tristeza me arrastra siempre a la ira, tal vez por hacerme sentir avergonzado. No puedo entender cómo, en algún momento, mis padres llegaron a sentirse orgullosos de su hijo. Madre me quería tanto que me hace sentir ser un fraude, aún que está muerta. Incluso en la adultez vi en sus ojos el brillo del cariño. A veces pillaba a mi padre mirándome con orgullo. Agradezco a sus amados cadáveres aquellos halagos. No sé… Los padres se equivocan tanto como los hijos, incluso más porque abusan de su tamaño y fuerza. La mantis mira al sol pensando en cómo devorarlo. Sus espinosas garras se agitan en un tic constante intentando desplegarse y cazar. Y agradezco al día el encuentro con la señorita mantis, agradeciendo también no ser el señor mantis atraído por esos ojazos suyos. Aunque morir no es bueno ni malo, simplemente sucede. Así que le deseo sin dramatismo o teatralidad alguna, larga vida (más que la mía) a miss mantis, ella sabe disfrutar del planeta con su orgullosa mirada y estilizada perfección letal. Dios es un mierda, es imposible que la creara.
Tengo el amor tan clavado en la carne que es imposible ignorarlo. No hay día que esa astilla no se mueva y libere un doloroso placer enrojecido de una delirante esperanza, una ilusión cuasi infantil. Y sin tocarme, se me derrama un semen como un lamento… No hay día que cuando sangra al moverse, me libere de la carne haciéndome vapor hacia donde habita. Soy nubes rectas como flechas, deshilachándose veloces para clavarme entre sus muslos. Mi puño veloz como ellas fustiga hasta despellejar el deseo del cíclope amoratado y ciego. Mi bálano es un volcán incruento de bebés sin esperanza de nacer. Amar es una acto de locura y un surrealismo impío que concilia el sueño y la realidad. Y soy crema cálida desbordándose por su coño… Mi amor que se hace jirones en el cielo indolora y majestuosamente liberando la energía que la urgencia tiene y haciendo por unos segundos, el pensamiento algodón. Ser aire, al fin, en sus pulmones. Porque adonde la carne no llega, el vapor lo inunda. Si no fuera así ¿para qué existo? Un semen desembocando a ninguna parte por las laderas de mi pene ardiente… Solidificándose en frío sin sus dedos que lo templen. Tengo el amor tan clavado que no comprendo cómo puede latir el corazón. No entiendo porque quiere latir así…
Porque nací en el mismo instante que supe de tu existencia.
Cuando ya había consumido demasiada vida.
La escribiste rápida con una sonrisa pícara en la cama y la pegaste en una página en blanco de mi cuaderno. Estabas desnuda y al reír tus pechos oscilaban hipnóticamente como el mar respira sus olas. Y te besé hasta el orgasmo.
Asistí al primer amanecer de mi vida a tu lado.
Aquella nota nunca se separó de mi cuaderno.
Y así, cuando soñando me alejo del mundo.
Cuando blasfemo por el mal lugar y tiempo en los que nací.
Cuando miro absorto la vida no humana del bosque.
Cuando duele algo en lo profundo de un hueso o bajo la negra piel sin sangre parece que corren hormigas.
Cuando cierro los ojos al placer e intimidad del silencio humano en mi elaborada soledad; abro el cuaderno y leo tu nota con tristeza porque no son tus labios acercándose sensuales a mi oído, los que susurran lo innecesario.
Estás en todas partes y en todas las edades del universo.
No es una nota, es un papel impregnado de la esencia de tu alma. Acaricio el relieve de tus palabras y siento que es tu piel cálida y vibrante, de una vida contagiosa.
Conservo como salvavidas tu breve y tierno pensamiento, grabado como hacían antiguos escolares, rasgando y arrancando cuidadosa y silenciosamente la esquina de una hoja de la libreta, para escribir una hermosa ingenuidad. Y entregarla con la mano rápida y secretamente en clase de historia.
Como renacuajos traficantes de amor.
Este posit es lo único palpable de ti, me ancla a la tierra donde tú estás. Un breve pensamiento como una sonrisa traviesa eternizada en mi cuaderno de locuras.
Podrías haber escrito “te odio” y seguiría sintiendo la suave y húmeda tristeza de no ser tu voz la que susurrara la confidencia.
Toda palabra que escribes está impregnada de ti como polvo de hada.
No podría olvidar amarte, cielo.
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El hombre, inclinándose más hacia la rodilla donde apoyaba el cuaderno, repasó las letras del posit con el bolígrafo. Y cuando cerró la desgastada tapa de la enésima bitácora de la soledad, la guardó en la mochila como si fuera algo importante. Se levantó con cierta dificultad de la roca donde se había sentado muy cerca del río.
Y no había ilusión o emoción alguna en su mirada, nadie excepto él había escrito aquella vieja nota.
Salió al camino con el fracaso colgando de un hombro otra vez.
Con su solitaria mentira y el eterno fraude de sí mismo.
Tal vez, cuando encontraran su cadáver y alguien leyera esas dos palabras de la nota en su cuaderno, nadie pensaría que su vida había sido tan árida como él se sintió siempre de seco y vacío.
Vivo en un mundo feroz que sacia su voracidad nutriéndose de carroña y cosas podridas con pornográfica glotonería. Lo que indica que la humanidad es un ecosistema para buitres y hienas de dos patas y sin alas. Y el hedor con el que impregnan el aire es insoportable y hace en la noche los sueños enfermos y febriles. Los malos, mediocres y esclavos amaestrados, hacen un ruido repugnante al alimentarse de los huesos y las vísceras podridas de los cadáveres que temían sobre los que ríen, cagan y follan. Los sonidos masticatorios son obscenos y rituales. Nací sin la esperanza de ser libre y limpio. Encontré y acepté lo menos malo, lo sabía; pero para sobrevivir te has de camuflar con la mierda que te rodea. Lo sufrí en silencio, esperando un brillo cualquiera en el ataúd donde habitaba. No siento haber perdido el tiempo porque he aprendido cosas, he luchado para no adaptarme. Ha sido un buen tiempo invertido el de mis fracasos. No lloro y mucho menos por el esfuerzo, como es habitual para medrar en el mundo de los buitres y las hienas. Y el dolor me hace animal impío. Siempre he pensado que es más fácil matar que follar. Guardo rencores como tesoros, quiero morir feliz de dejar toda esta mierda y miseria que me ahoga. Que nadie haga olas, por favor. Soy incapaz de besar al amo, de suplicar o rogar. No me prostituyo, aunque me luzco haciéndome pajas ante ella, corriéndome y salpicando el móvil. También me gusta meterle la lengua en el coño y un dedo en el culo para que se corra salvaje. Me gusta cuando me la mama con los cojones entre sus dedos. Y me gusta lamer los dedos que saben a su coño, los suyos y los míos. Cuando me monta me gusta alzarla en las alturas con la pelvis, cuando me arqueo corriéndome profundamente en su viscosidad impía que me atenaza el rabo. No nací libre; pero sí bestia indecorosa. Nada ni nadie ha podido impedir mi salvajismo e indomabilidad. Y moriré así, tan salvaje e incrédulo como nací. A la mierda el puto epitafio.
No quiero ver la lluvia tras la ventana, soy parte del paisaje. Un accidente más. Mejor fuera que dentro. (No aplicable a su coño) Fuera también puedo alardear de melancolía observando a las nubes devorar las lejanas cimas. Y cuando el cielo se despeje ¿seguirán allí? Temo con cierta tristeza pueril. El toro se ha acercado a la alambrada y muge: quiere estar tras la ventana. Lo entiendo, el agua me corre por la espalda. No todas las bestias compartimos los mismos gustos. Me da paz que no estemos condenadas a tener un único y mierdoso pensamiento global. Ha descendido asaz la temperatura, me emociona sosegadamente, sin dramas. Es un saludo lejano del otoño, somos viejos conocidos y me pregunta con guasa: – ¿Estarás por aquí dentro de un mes? –No seas astuto –le respondo–. Morir no es banal, solo habitual. Escucho el rumor de un trueno lejano, no me ha oído. Observo las gotas bombardear los charcos y pienso en las bombas e Hiroshima. Una idea no del todo incruenta. Supongo que el temporal crea interferencias y no puedo imaginar qué hace ella en este instante. Más que solo, estoy aislado. Otra vez… Bueno, soy un elefante viejo en el oficio que con la trompa se tapa el orificio. Es lo único que puedo hacer, errar con una serena desesperanza. Así que aprovechando que tengo los pies mojados y el alma gélida, me detengo en un charco a fumar. No me puedo mojar más, no son necesarios los remilgos. Soy un paisaje desde lejos, desde el interior de las ventanas. Un tronco melancólico de ramas quedas. La melancolía que otros miran tras el vidrio perlado de gotas. Es una cuestión de elección. La libertad tiene estas cosas. El ala del sombrero gotea, observo con innecesaria y pedante poética; reflexionando en lo rápido que se consume el cigarrillo a pesar del agua. ¿Por qué insiste la chusma en que deje de fumar? A mí me importa una mierda si viven o mueren. La banalidad es también una compañera guasona con sus sorprendentes sinsentidos.
He admirado una garza blanca y deslumbrante avanzar silenciosa y coqueta por el lecho del río. Y su cuello oscilar adelante y atrás al son de una inaudible melodía. A un pequeño corzo saltar ante mí la alambrada del campo sin rozarla. Así de fácil… Un lagarto verde como una joya, presuroso hacía crujir las hojas secas de la vera del camino huyendo de mi sombra. Y un águila vuela con una serpiente agitándose entre sus garras. El gato hace crujir un ratón entre sus fauces… Hubo un tiempo de sorpresa. Ya no. Ahora admiro serenamente lo libre y salvaje. Sin sonrisas, grave como una infección por gusanos en el corazón. No importa el frío o si el sol aplasta la tierra y arrasa mi piel en sus horas de mayor verticalidad; yo también me dejo ver. Soy un animal más. Porque las horas del sol vertical, son las que más soledad e intimidad ofrecen; cuando todos los esclavos temen obedientes a los amos de la plantación. Soy tenaz por mucho que duela todo. Y el miedo me lo paso por el culo, junto con los consejos pueriles. No sé si algo me cazará, pero como al resto de animales, no me preocupa. Lamento no ser salvaje y útil como las bestias; pero no tengo la culpa; nací en cautividad, fui un esclavo más de la plantación citadina. Así que amar es lo único libre y salvaje que ejecuto. Con posesión atenazar su coño y ordenarle: ¡Méate en mi puta mano! Sentir el calor real y tangible de su amor que oprimirá mi rabo henchido de sangre en lo profundo de su impúdico coño. Y si no obedece enzarzarnos en una lucha de pieles sudadas y gemidos reproductores. Amar salvaje, carente de toda educación, de premisas. Amar sucio y brutal. Con todas las palabras, con todos los fluidos. Amar hasta herir… Hasta avergonzar a las divinidades que el Estado creó. No es un amor apto para la moralidad y legalidad vigentes en la plantación de esclavos en este momento y lugar aberrantes. Es libre y salvaje, la voluntad del deseo limpio de toda hipocresía y enseñanza. Algunos creen que es imposible amar así; bueno, como siempre se equivocan los ignorantes. Porque la mayor parte de los esclavos perdió la gracia humana de la libertad y su imaginación feroz. Tampoco parecía posible que al haber nacido en cautividad, mi pensamiento fuera tan ajeno a la civilización, tan impermeable a las sagradas enseñanzas del Estado y sus sacerdotes. Tan alejado de madre y padre silenciosa y sigilosamente… Era consciente de mi delito de ateísmo al Estado y sus santos. Soy viejo y afirmo que los viejos viven demasiado por cobardes artificios, y eso los hace mezquinos, llorones inútiles, una carga egoísta y parasitaria para los que les rodean, que callan hipócrita más que piadosamente el estorbo. Demasiados años regalados los convierte, también, en viejas gallinas en continua lucha ruin, porque son los médicos de la plantación los que luchan por ellos manteniéndolos con vida un día más con la supersticiosa aleatoriedad de la química. Aunque sea metiéndoles un palo en el culo para que puedan sentarse en la mesa sin meter la frente en el comedero. Los viejos deben morir cuando el cuerpo así lo pide. Deben dejar un recuerdo elegante y digno, no esa mezquindad llorona y cobarde de una vida longevamente cobarde. Porque la edad debería hacerte valiente y sabio; pero los nacidos en cautividad muchos de ellos, son viejas tortugas que comen lechuga podrida mirando a ninguna parte después de llegar del médico por enésima vez a la semana. Y les asusta lo que a una gallina no le importa. La sabiduría no la han conocido en su vida tramposamente longeva; sólo los palos del amo y su obediencia de culo apretado por miedo a lo que les pudieran meter. Moriré libre y salvaje, con el amor intacto como ahora, sucio y feroz. Sin mezquinos retrasos, sin indignidades que dejen de mí un asqueroso recuerdo. Y procuraré morir bajo el sol o la lluvia, no con una sonda en la polla. El amor debe ser libre y salvaje hasta mi muerte. Con salvaje amor cómplice… “Quítate las bragas, levanta el vestido y hazme una paja ahora que muero”. Si no estuviera tan lejos de todo al morir…